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: Español
El Escándalo Policíaco de Los Ángeles
y sus Raíces Sociales
Segunda parte de una series
Por Don Knowland y Gerardo Nebbia
28 Marzo 2000
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El testimonio de Rafael Pérez, ex agente de policía
de Los Ángeles, acerca de la profunda red de acusaciones
falsas y corrupción que la policía aha tendido,
hasta ahora se ha limitado al distrito Rampart del Departamento
de Policía de Los Ángeles. Pero según el
ex agente del LAPD, 90% de los agentes de policía asignados
a las unidades anti pandilleras de CRASH, no sólo los que
trabajan en Rampart, ordinariamente falsifica evidencia.
El Jefe de la Policía de la ciudad, Bernard Parks, recientemente
le admitió al Concilio Municipal que los investigadores
han encontrado pruebas que las mismas prácticas ocurrían
con frecuencia en otras unidades de CRASH, específicamente
en el Distrito 77, que se ubica en la zona central-sur, y en Hollywood.
Parks y el Departamento tratan de pintar al escándalo
como si éste se limitara a las actividades anti pandilleras,
las cuales no siguen los mismos reglamentos, la misma gerencia
o la misma obligación de reportaje que rigen a otras operaciones
ordinarias. No existe duda que un alto porcentaje de agentes de
policía en unidades tan especializadas sea violento y carezca
de escrúpulos. Sin embargo, la falsificación de
pruebas y de los informes, el perjurio, los encubrimientos, los
tiroteos ilícitos y la administración de la justicia
callejera, tal como lo divulga Pérez, han sido práctica
común de las operaciones de campo y patrulla del LAPD por
muchos años, sobretodo en las comunidades obreras y pobres.
Aquellos incidentes que ya forman parte de los archivos de los
tribunales demuestran que los abusos en Rampart ya eran práctica
del LAPD desde hace mucho.
En 1989, agentes de policía patrulleros en el Distrito
77 le dispararon a, y por poco matan, John Shelton, hombre de
raza negra de 30 años de edad, mientras investigaban un
atraco donde se había robado cierta cantidad de cerveza
y un dinero en moneda. El incidente había ocurrido en el
lote de estacionamiento de una gasolinera. Los agentes de policías
reclamaron que, a su pensar, Shelton les había apuntado
con una pistola mientras asumía la posición de tirador.
El sargento Stacy Koon, quien luego se hiciera famoso como supervisor
a cargo durante la paliza de Rodney King, llegó al lugar
del crimen. Las víctimas del robo inmediatamente declararon
que Sheldon no era el ladrón. No obstante, Koon ordenó
que ficharan a Shelton y, mientras la ambulancia lo llevaba sangrando
al hospital, subrepticiamente le colocaran en el bolsillo monedas
que falsamente lo vincularan al crimen.
Ni uno solo de los muchos de agentes de policía presentes
protestó. El equipo de investigación OIS (Agente
de Policía Participante en un Tiroteo) disminuyó
la importancia del tiroteo y el Jefe Daryl Parks y la comisión
de la policía aceptaron sus conclusiones sin más
y menos. Eventualmente, los cargos contra Shelton fueron declarados
sin lugar, pero un tiempo después, en una audiencia en
que a Shelton se le acusaba de haber violado su libertad condicional,
un agente de policía prestó testimonio falso que
las víctimas del robo lo habían identificado positivamente
como autor del robo. Shelton paró en la cárcel por
año y medio más.
En 1992, agentes de policía patrulleros pertenecientes
a un distrito del LAPD cerca de la University of Southern California
(Universidad de California del Sur) en la zona central-sur de
la ciudad, le dispararon al quinceañero Kenny Moore, quien
aspiraba a ser caricaturista. El joven iba en un auto robado que
se había encontrado abandonado en la calle. Cuando los
agentes de policía trataron que Moore se echara a un lado
y se detuviera, éste saltó del auto y emprendió
fuga. Primero, un agente de policía abrió fuego;
luego, otros cuatro, en tres carros patrulleros diferentes, hicieron
lo mismo. Poco después declararon que Moore, al asumir
la postura de tirador, les había apuntado con una pistola.
Los agentes subrepticiamente colocaron una pistola cerca del
cadáver de Moore; pistola que luego se descubrió
no funcionaba porque el guardamontes había sido martillado.
En el juicio civil que luego se entabló, un perito en armas
de fuegoquien había sido maestro de tira al blanco
en el Departamento del Shérif de un condado vecinotestificó
que, en su opinión, la pistola lo más probable había
sido deliberadamente dañada por uno de los maestros de
tira al blanco del LAPD. Un testigo civil declaró que había
visto a un agente de policía vestido de civil sacar la
pistola del baúl de su automóvil y colocarlo al
lado del joven que moría.
Como en el atraco contra Juan Saldana, los agentes de policía
presentes en el lugar se tardaron en llamar la ambulancia. Moore
se desangró a muerte antes de llegar al hospital del condado.
Otra vez, los funcionarios OIS y el jefe Gates concluyeron que
la matanza se había llevado a cabo conforme a los reglamentos.
El cuento que los agentes de policía habían inventado
quedó como la verdad.
También en 1992, agentes de policía patrulleros
del LAPD le dispararon a Alfonso Aguirre-Álvarez, de 19
años, cuando éste trató de correr después
de haber manejado un automóvil ajeno sin permiso. Los supervisores
del LAPD entonces desaparecieron al joven herido,
instruyéndole al personal del hospital de la Universidad
de Los Ángeles en California (UCLA) que no se comunicara
con los parientes. Aguirre-Álvarez murió dos semanas
despuéssin volver a ver su familia.
En 1996, Melissa Town, luego identificada por Pérez
entre los agentes de policía de Rampart que inventaba pruebas
para justificar tiroteos, falsamente acusó a Michael White,
trabajador civil del condado, de ser traficante de drogas mientras
ella trabajaba de policía secreto para una unidad encargada
de investigar el tráfico de narcóticos. White había
llegado a un parque en un barrio bajo del centro de
Los Ángeles para entregarle a su medio hermano el correo.
En ese momento, un allanamiento sorpresivo contra vendedores de
bolsas de mariguana, valoradas en $5, había comenzado.
Cuando White le informó a los agentes de policía
que él no podía identificar a nadie que había
estado vendiendo la droga, los agentes lo arrestaron y lo ficharon
por ser traficante de drogas. Aunque el jurado luego falló
a su favor, White languideció en la cárcel por meses
antes del juicio.
De Rodney King a Rampart
Tom Bradley, ex alcalde de la ciudad, nombró una comisión
oficial que documentó la conducta inmoral penetrante del
LAPD. Esta comisión de alta reputación, bajo la
dirección de Warren Christopher, ex Secretario de Estado
de Los Estados Unidos, y administrada por abogados pertenecientes
a los bufetes más distinguidos de la ciudad, investigaron
al LAPD luego de la paliza captada en videocinta de Rodney King.
La Comisión Christopher concluyó su informe con
que existía una cantidad numerosa de agentes de policía
en el LAPD que repetidamente usaban fuerza excesiva contra el
público. En muchos casos, el Departamento no sólo
había fracasado en resolver el problema que este grupo
de agentes presentaba, sino que los había galardonado con
elogios a su labor y con ascensos de puesto.
Aunque las víctimas de la violencia policíaca
rara vez se quejaban al LAPD, el informe de la Comisión
reveló que habían 183 agentes contra quienes habían
por lo menos cuatro quejas ser violentos. La Comisión señaló
a 44 agentes contra quienes habían seis quejas o más.
La mayoría de estos agentes desempeñaban sus labores
como patrulleros ordinarios. Muchos fueron ascendidos a unidades
especializadas, como CRASH o las que tenían que ver con
narcóticos.
Muchos de estos elementos, tan inestables y violentos, provienen
de las fuerzas armadas y típicamente daban las pautas.
Los reclutas nuevos que todavía no sufren de estos impulsos
tan destructivos, y que quieren ser aceptados, tarde o temprano
aprenden a seguir la corriente. O cínicamente optan por
ignorar los abusos y socorren al código de silencio
que la Comisión Christopher documentó en su informe.
El abuso policíaco es norma nacional
El LAPD no es el único departamento de policía
en el país que asigna los elementos más sádicos
y sicópatas a unidades tan machistas como CRASH. Todas
las ciudades mayores de Los Estados Unidos gozan de semejantes
unidades que son responsables de muchos ataques a tiros y agresión.
La mayoría de estos ataques no reciben ninguna publicidad.
Aunque el asesinato en febrero, 1999, de Amadou Diello, inmigrante
del Africa Occidental de 22 años de edad, a manos de agentes
de policía neoyorquinos, recibió atención
nacional, muertes similares por lo regular reciben atención
local mínima. Se inventan explicaciones y los agentes de
policía quedan exonerados.
En estado tras estado, la policía ejecuta más
gente en las calles que los que se ejecutan bajo orden judicial.
Por ejemplo, Chicago le disparó a 505 personas entre 1990
y 1998. De ésas, 123 quedaron muertos.
En febrero, 1998, la policía de Chicago le disparó
en la cabeza a Chad Edwards, joven negro. Este se encontraba de
visita en la casa de un amigo vecino en compañía
de su novia cuando la policía entró sin anunciarse.
No llevaba armas, pero, al ir al umbral de la puerta para averiguar
la razón del estrépito, cayó en medio de
una balacera. La policía pronunció su veredicto:
el tiroteo y la muerte de Edwards habían sido justificados.
Mientras Edwards agonizaba en el hospital, la policía le
imputó los cargos de entrada ilegal y agresión agravada.
Luego murió de sus heridas.
Es probable que en noviembre, 1998, la policía haya
ajusticiado a Brennan King, de 21 años y padre de tres,
en los edificios de vivienda Cabrini-Green. Varios testigos declararon
que lo habían oído en las escaleras implorando por
su vida, pero seis balas le apagaron la voz.
Cinco agentes de policía en los suburbios de Pittsburgh,
Pennsylvania, asesinaron a Jonny Gammage, motorista negro y primo
hermano Ray Seals, jugador de fútbol norteamericano, cuando
lo detuvieron en tráfico para hacerle una investigación
rutinaria.
En 1998, en Riverside, California, agentes de policía
se acercaron a una joven negra, Tyisha Miller, quién se
había quedado dormida en el asiento delantero de su automóvil.
Trataron de despertarla y, al no reaccionar, quebraron una de
las ventanas del auto y abrieron fuego contra ella, matándola.
Luego declararon que la sobresaltada joven había tratado
de alcanzar un arma de fuego que tenía cerca.
En California existen estadísticas comparativas entre
las muertes a causa de acción policíaca y los asesinatos
comunes que se supone la policía investigue. San José,
próspera ciudad en el Valle del Silicio, va a la cabeza
de esta horripilante comparación: por cada 100 asesinatos,
los agentes de policía matan a 5.8 personas. Le sigue San
Diego con 5.3 y San Francisco con 4.1. Los Ángeles va a
la par de Oakland con 2.2 muertes.
¿Quiénes son las víctimas?
Las víctimas de los asesinatos policíacos por
lo regular pertenecen a capas que viven al margen de la sociedad.
Las matanzas de los desposeídos que carecen de hogar fijo,
de los enfermos mentales, y de la juventud son sucesos ordinarios,
sobretodo sin son pobres, inmigrantes, negros o latinos.
Paul García, joven enfermo de la mente, fue muerto a
balazos por cuatro agentes de la policía en San José
el septiembre anterior cuando acudieron al llamado de su mamá,
quién quería socorrerle.
En mayo del año pasado, agentes patrulleros del LAPD
que iban montados en bicicleta se acercaron a una mujer de 51
años, Margaret Laverne Williams, quién rumbaba por
las calles sin hogar y sufría de la mente. Los agentes
querían averiguar si llevaba consigo un carrito de compras
que se habían sido robado de una tienda. Según los
agentes, tuvieron que dispararle una mujer que sólo
medía 5'1 de estaturacuando se les tiró
encima con un destornillador. El jefe de la policía, Parks,
aceptó el testimonio de los agentes a pesar que varios
testigos civiles lo contradijeron.
Igualmente, el agente de policía Rafael Acosta, pocos
meses antes de matar a Kenny Moore en una rociada de balas, había
muerto a balazos a un hombre mentalmente retardado y limpio de
armas en el exterior del Coliseo de Los Ángeles. A Acosta
no se le disciplinó para nada.
Más recientemente, el 20 del noviembre último,
agentes de policía del LAPD mataron a balazos a Félix
Valenzuela, de 16 años, quién corría desnudo
por la calle bajo los efectos de LSD. Como era de predecirse,
los agentes declararon que Valenzuela iba gritando y que les embistió.
Recientemente se ha entablado pleito legal contra los agentes.
Según la demanda, los agentes impidieron o retardaron atención
médica de emergencia para el joven, quien se bañaba
de sangre.
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