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Brasil sufre aplastante derrota en Copa del Mundo en medio
de crecientes tensiones sociales
Por Bill Van Auken
16 Julio 2014
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La aplastante derrota por 7-1 ante Alemania del Seleção,
como es conocido el equipo nacional de fútbol de Brasil,
ha desatado una oleada de amargas recriminaciones dentro del país
anfitrión de la Copa Mundial, durante mucho tiempo conocido
como la capital mundial del fútbol. Los principales diarios
llevaban titulares como "Humillación", "Vergüenza"
y "Desgracia", mientras que uno sin rodeos opinó
que el entrenador de la selección brasileña se vaya
"al infierno."
En medio de todas las denuncias y golpes de pecho, uno no puede
evitar sentir una profunda simpatía por los jugadores brasileños,
que constituían uno de los equipos más jóvenes
representando al país. Entraron en el partido de semifinales
sin contar con su delantero estrella, Neymar, cuya columna fue
fracturada en el partido de cuartos de final con Colombia. Tampoco
estaba presente su capitán, Thiago Silva, un defensor central
clave quien había sido suspendido por acumulación
de tarjetas amarillas.
Muchos periodistas deportivos se han preguntado si la presencia
de uno o ambos en el Estadio Mineirão, en Belo Horizonte
habría hecho alguna diferencia, dada la implacable paliza
alemana que anotó cuatro goles en el espacio de seis minutos.
También publicaron que las debilidades del equipo brasileño
fueron evidentes en los partidos anteriores.
Hubo otros signos preocupantes, sin embargo. El psicólogo
del equipo fue llamado para ayudar a los jugadores brasileños
que estaban llorando en el banquillo, algunos de ellos sollozando
incontrolablemente.
Las inmensas presiones psicológicas impuestas a los
miembros del equipo tuvieron que jugar un papel importante en
su colapso ante la embestida alemana. Se había dejado muy
claro que la victoria era demandada por un gobierno que había
invertido grandes recursos en un intento de utilizar la Copa del
Mundo - visto por 1.6 mil millones de personas en el mundo - como
una muestra del surgimiento del capitalismo brasileño en
el escenario mundial.
La explotación de la Copa del Mundo y otros eventos
deportivos para fines políticos no es nueva. Entre los
ejemplos más infames está la Copa del Mundo de 1978,
organizada por la dictadura argentina del general Jorge Videla,
cuando los presos políticos recluidos en centros de tortura
podían oír las multitudes vitoreando una victoria
argentina que se utilizó para legitimar un régimen
empapado en sangre.
Sin embargo, la importancia y el dinero invertidos en este
evento por el gobernante Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil
eran virtualmente sin precedentes. En 2007, cuando el organismo
gobernante del fútbol internacional, FIFA, otorgó
al país el derecho a organizar la Copa, el entonces presidente
Luiz Inácio Lula da Silva, declaró: "En su
esencia, lo que estamos asumiendo aquí es una responsabilidad
como nación, como gobierno, para demostrar al mundo que
somos una economía estable en crecimiento, que somos uno
de los países que ha conquistado la estabilidad".
Con ese fin, el gobierno otorgó más de US$ 11
mil millones en fondos públicos a empresas privadas para
construir estadios y la infraestructura que no tienen nada que
ver con las evidentes necesidades sociales de 200 millones de
brasileros. La construcción de los estadios terminó
costando tres veces más de lo presupuestado, mientras que
las inversiones propuestas para infraestructuras, incluyendo un
tren de alta velocidad iniendo Río de Janeiro y Sao Paulo,
nunca se materializaron.
Para crear la "estabilidad" de la que hablaba Lula
- y exigida por la FIFA - un cuarto de millón de personas
representando miles de familias se vieron obligados a trasladarse
quedándose sin hogar. La policía militarizada de
Brasil ocupó los barrios pobres conocidos como "favelas",
y una virtual ley marcial se impuso en las áreas que rodean
a los estadios, con las protestas brutalmente reprimidas. Hubo
informes de niños de la calle y personas sin hogar asesinadas
por escuadrones de la muerte policiales.
Sin duda, también preocupante para los jóvenes
jugadores brasileños fue el hecho de que la mayoría
de sus compatriotas - a pesar de la identificación histórica
de la nación con el fútbol - se oponía a
celebrar la Copa del Mundo en Brasil. Una encuesta realizada previa
a al campeonato determinó que el 61 por ciento de la población
creía que el evento era malo para el país.
Los juegos se convirtieron en el blanco de las protestas nacionales
masivas que llevaron a millones a ocupar las calles el año
pasado, en primera instancia sobre las alzas en las tarifas de
transporte. Slogans de los manifestantes exigían que el
dinero se gaste en educación, salud y vivienda, en lugar
de los estadios de la FIFA.
Mientras que estas protestas se extinguieron, en gran medida
debido a su difuso carácter de clase y un claro falta de
liderazgo o programa, pero también como consecuencia de
la violenta represión - la hostilidad a la Copa continuó
aumentando, encontrando su expresión más clara en
la clase trabajadora.
Sólo unas semanas antes del inicio del torneo, el autobús
de la selección brasileña fue bloqueado en camino
a su campo de entrenamiento. Cientos de maestros en huelga ocuparon
la carretera golpeando el vehículo, coreando consignas
denunciando el gasto en la Copa del Mundo y exigiendo en su lugar
dinero para los maestros mal pagados del país y escuelas
mal financiadas.
Detrás de este creciente descontento está el
estancamiento de la economía con un crecimiento previsto
en apenas 1.0 por ciento este año, aun cuando la inflación
aumenta constantemente. Y mientras que el gobierno del PT se jacta
de sacar a 20 millones de la pobreza con programas de asistencia
social mínimos, como "Bolsa Familiar" y "Brasil
Sin Miseria," el abismo de la desigualdad entre las masas
del pueblo trabajador y la fina capa que monopoliza económica
y políticamente el poder es más amplio que nunca.
Y muchos millones de lo que los medios de comunicación
ahora sanguíneamente se refieren como "clase media"
están al borde de caer en la pobreza extrema.
Las consecuencias políticas de la derrota en la Copa
del Mundo están siendo sopesadas cuidadosamente desde Brasilia
a Wall Street. Todos los principales candidatos - incluyendo la
presidente Dilma Rousseff del PT hacen declaraciones de condolencia
emitidas al pueblo brasileño, y la derecha política
del país se llena la boca con las perspectivas de que la
derrota de la Copa del Mundo puede ser explotada para poner fin
a la década del PT en el poder después de las elecciones
nacionales de octubre.
Grandes contingentes de equipados policías militares
antidisturbios salieron a las calles de Belo Horizonte, Sao Paulo,
Río de Janeiro y otras ciudades brasileñas después
de la derrota, y se proporcionó una escolta policial masiva
al equipo alemán para salir del estadio.
Había poco en el camino de la protesta, sin embargo.
Dentro del propio estadio, los aficionados adinerados dirigieron
cánticos obscenos contra la presidente Rousseff, tanto
como lo habían hecho en la inauguración de la Copa
Mundial el mes pasado. Esto es de interés político
para el PT, expresando su repudio por las clases privilegiadas
cuyos intereses realmente sirve, incluso cuando se enfrenta a
una creciente oposición desde abajo, entre los que pretende
representar.
En Sao Paulo, se quemaron varios autobuses y hubo saqueos en
una tienda de aparatos electrónicos, y también hubo
peleas en los bares donde los fans se habían reunido para
ver el partido.
La ausencia de un levantamiento popular inmediato en respuesta
a la derrota no es sorprendente, dado que las últimas protestas
masivas se llevaron a cabo en el nombre de repudiar el campeonato.
Sin embargo, hay una sensación de creciente ira por toda
la experiencia. La Copa del Mundo finalmente termina el domingo,
pero sus repercusiones son propensas a hacerse sentir por un largo
tiempo en la evolución social y política del país
más grande de América Latina.
En una emotiva declaración a los medios de comunicación
después de la aplastante derrota, el capitán de
la selección brasileña para el partido del martes,
David Luiz, pidió disculpas "a todos los brasileños",
diciendo: "Todo lo que quería era ver a todos sonriendo.
Dios sabe lo mucho que quería que todo el Brasil sea feliz
por el fútbol".
Y añadió: "Espero que los aficionados, el
pueblo brasileño, utilice el equipo nacional y nuestra
cercanía a ellos a buscar otras cosas en la vida, no sólo
lo relacionado con el fútbol."
Mientras que el futbolista de 27 años de edad no explicó
lo que quería decir, no hay ninguna duda de que las masas
de trabajadores brasileños se alzaran en el próximo
período de las "otras cosas de la vida" que les
son negados por el sistema de ganancias y la estructura política
existente que defiende.
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