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La catástrofe social del huracán Haiyan

Por Joseph Santolan
15 Noviembre 2013

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Este artículo de perspectiva política apareció originalmente en inglés el 13 de noviembre del 2013

Unas 10,000 personas han muerto en las Filipinas a causa de un huracán devastador. A sólo 9 años del tsunami del Océano Índico, ocho años del huracán Katrina y tres años del terremoto de Haití, la humanidad confronta otra vez más escenas de sufrimiento catastrófico y enormes pérdidas de vida.

Un millón de personas están en centros de evacuación, cientos de miles de personas carecen o de comida o de agua; los hospitales que sobrevivieron el huracán no dan abasto con los pacientes que sufren y mueren a causa de condiciones que podrían ser curadas si se dispusiera de suministros médicos. Los servicios de electricidad de la región, las comunicaciones y la infraestructura de transporte se han hecho trizas.

No hay duda que es una tarea formidable la construcción de refugios para que la gran mayoría de la de gente sobreviva tormentas devastadoras como Haiyan y la reconstrucción de las ciudades afectadas por este tipo de desastres. Con vientos sostenidos de 315 Kilómetros por hora con ráfagas que llegaban a los 380 Km. por hora, Haiyan fue la peor tormenta que toque tierra en la historia humana. Tampoco cabe duda que la creciente intensidad de huracanes y tormentas es función del cambio climático global.

Existen motivos políticos que subyacen afirmaciones de la prensa internacional, desde el londinense The Guardian hasta el New York Times de Nueva York, que nada podría haber resistido vientos de 320 Kilómetros.

Las fotos del huracán que azotó a la ciudad de Tacloban y sus alrededores cuentan una historia diferente. Las empresas, los centros comerciales, los edificios de gobierno y las mansiones se mantienen en pie. El country club de la ciudad quedó prácticamente intacto.

Mientras que los vientos furiosos de Haiyan no podían ser detenidos, la gran cantidad de muertos y heridos y la magnitud de la privación en Tacloban no son algo natural; representan una gran catástrofe social. La gran mayoría de las víctimas del huracán hubieran sobrevivido de haber tenido acceso a centros de evacuación sólidamente construidos, situados en lugares seguros y bien provistos de antemano con los suministros necesarios.

Entre los centros de evacuación en Tacloban está el estadio deportivo, bajo techo. Las autoridades municipales instruyeron a cientos a refugiarse allí. Como todas las construcciones sólidas en Tacloban, el estadio resistió la tormenta. Sin embargo, el estadio no se encontraba suficientemente por encima del de nivel al que llegaron las aguas y se inundó. Muchos de los refugiados se ahogaron; otros sucumbieron aplastados por otros que en pánico luchaban para por subir por encima del agua que rápidamente subía.

Los barrios que fueron arrasados por el viento y las aguas habían sido construidos con materiales baratos y frágiles, los cuales los trabajadores y los pobres se ven obligados a usar para hacer sus casas. Más de un tercio de todos los hogares en Tacloban tenían paredes exteriores de madera, mientras que uno de cada siete tenía un techo de hierba, según los datos del censo de las Filipinas. El investigador de huracanes Brian McNoldy, de la Universidad de Miami, dijo que estas casas eran de tan "débil construcción...que tormentas menos fuertes habría causado casi la misma devastación."

Un estudio del 2012 del Banco Mundial revela que cuatro de cada diez filipinos viven en ciudades de más de 100,000 habitantes que son vulnerables a las tormentas. A pesar de ello, nunca se han hecho los preparativos necesarios en las zonas vulnerables. Los supuestos centros de evacuación son las iglesias, salas municipales y escuelas, sin instalaciones sanitarias, sin artículos de socorro requeridos.

Lo que sí se ha expuesto una vez más es el hecho de que los trabajadores de todo el mundo, desde Tacloban, hasta Port-au-Prince y hasta Nueva Orleans, se ven obligados a vivir en viviendas mal construidas, a merced de tormentas u otros desastres.

La responsabilidad de esta situación no reside en el destino, sino en el capitalismo. La humanidad tiene la capacidad tecnológica para prepararse para los huracanes, para construir refugios con provisiones que puedan sobrevivir a las grandes tormentas, y de reconstruir ciudades enteras.

Que no sea posible movilizar los recursos necesarios es culpa de la irracionalidad del mercado capitalista, del afán de lucro que domina todas las actividades sociales, de la división que carece sentido y destructiva del mundo en estados nacionales, y de los niveles grotescos de la desigualdad social que prevalecen en todo el mundo. No hay fondos disponibles, en gran parte debido a que miles de millones de dólares van a parar a las cuentas bancarias de los "individuos de alto valor neto" que monopolizan la asombrosa cifra de $27 billones de riqueza en todo el mundo.

La incapacidad para construir una vivienda digna y refugios para tormentas en las Filipinas va mancornada con las condiciones de privación impuestas a las masas trabajadoras de este sistema social obsoleto e irracional.

Sólo cuatro de cada diez personas en las Filipinas reciben una nutrición adecuada, de acuerdo con el Consejo Nacional de la Nutrición. Veintisiete por ciento de la población encara el hambre involuntaria. La expectativa de vida masculina en el 2012 en la isla de Samar, ahora devastada por Haiyan, era 64.5 años, quince años menos que la de Europa occidental.

Estas condiciones ponen de relieve la necesidad de que la clase obrera tome el control de la riqueza acumulada por los súper ricos para utilizarla con fines socialmente progresistas. Cualquier intento de hacerlo pondrá al proletariado en contra, y provocará la violencia, del Estado capitalista, que ahora despliega sus fuerzas armadas para defender la propiedad privada y aterrar a las víctimas del huracán.

Mientras cientos de miles de víctimas de la tormenta de las Filipinas luchan para encontrar comida, no aparece ninguna ayuda del gobierno por ningún lado; así que se ven obligadas a tomar los alimentos, agua, y otras necesidades inmediatas, de tiendas cerradas y de centros comerciales.

La respuesta del presidente filipino, BenignoAquino III, ha sido un despliegue de 1,300 policías fuertemente armados y militares con vehículos blindados para patrullar la ciudad y proteger la propiedad privada, poniendo a la ciudad bajo toque de queda y sometiendo a los damnificados a registros arbitrarios. Su gobierno ha dejado que gran parte de la ayuda venga de agencias privadas o, ominosamente, del ejército de los Estados Unidos, la antigua potencia colonial en las Filipinas.

Las operaciones logísticas complejas de los actuales esfuerzos de ayuda son sólo una muestra del vasto esfuerzo económico que será necesario para crear una sociedad que pueda aguantar este tipo de tormentas. Esto se puede hacer sólo a través de la movilización internacional planificada de los recursos industriales y científicos de toda la región y el mundo, bajo el liderazgo de la clase obrera.

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