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Europa al borde de enormes batallas obreras
Por Ulrich Rippert
29 Mayo 2013
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Este artículo apareció en nuestro sitio por
primera vez en inglés el 8 de marzo, 2013
La contrarrevolución social en Europa atraviesa una
dramática transformación. Según informes
recientes, 26 millones de personas en la Unión Europea
(UE) están paradas. De estos, 6 millones viven en España
y otros y 5 millones en Francia. Oficialmente tanto en España
como en Grecia el desempleo afecta al 27 por ciento de los obreros
y al 60 por ciento de los jóvenes.
En Alemania, la tasa de desocupación es sólo
del 7 por ciento; esa cifra no toma en cuenta el desempleo enmascarado
de los que dependen de los salarios de hambre dictados por las
leyes Hartz para el sector informal, tercerizado, sector
que sigue en expansión. De los 42 millones que todavía
tienen trabajo, sólo 29 millones cuentan con seguros sociales.
El resto ha sido tercerizado; 4 millones ganan menos de 7 euros
por hora.
Hoy en día existe en Europa una división más
grave que la que existía durante la época del muro
de Berlín y de la cortina de hierro. Se ensancha cada vez
más la profunda zanja que separa a ricos y pobres. Crece
a diario el número de personas que no puede pagar sus alquileres
o los gastos de educación mientras que una obscena minoría
rica impone su voluntad sobre la sociedad.
Una élite bancaria gobernante dispone y dicta las leyes.
El público que paga impuestos ha puesto 1.300.000.000.000
en manos de la banca en crisis. Esta gran deuda fiscal están
siendo financiada a costillas de la población mediante
enormes recortes a programas sociales, a la educación y
a las pensiones.
En el contexto de la mayor crisis económica desde la
década de 1930, la Unión Europea se quita la máscara.
Lejos de ser una realización de la "unidad de Europa",
como afirman los propagandistas de los partidos políticos,
la UE es una dictadura del capital financiero sobre Europa. Contradiciendo
la promesa de su fundación, la UE no sirve para integrar
y frenar el imperialismo alemán dentro de una confederación
europea; funciona directamente y abiertamente como el instrumento
de los bancos y las empresas más grandes y poderosas, muchas
de las cuales tienen su sede en Alemania.
El gobierno alemán utiliza el euro y el Banco Central
Europeo (BCE) para dirigir capitales hacia Alemania; capitales
que se originan en el saqueo y su dominio de los países
más débiles de Europa. Destruye gobiernos democráticos
y los reemplaza con gobiernos de tecnócratas de su elección.
Pone a un lado decisiones parlamentarias y le hace caso omiso
a las leyes.
Los despachos provenientes de Bruselas y Alemania han destruido
los sistemas de bienestar social; han privado a millones de jubilados
del derecho de gozar se los frutos de sus labores, y arrojado
a innumerables familias en la miseria. Hace setenta años
la Wehrmacht nazi aterró a toda Europa. Hoy lo hace
la troika europea (triunvirato compuesto por el Banco Central
Europeo, la Comisión European y el Fondo Monetario Internacional)
y el Deutsche Bank (banco central alemán).
Bajo estas condiciones se intensifican las tensiones sociales.
Crecen el descontento y la indignación. Ante este sin fin
de ataques sociales, capas enteras pierden confianza en la viabilidad
económica y validez moral del capitalismo. Los medios de
comunicación burgueses especulan cuanto tiempo ha de pasar
antes de que Europa se consuma en llamas.
En Grecia, España y Portugal, la resistencia popular
se ha sido amortiguada con manifestaciones y huelgas generales
de un solo día; los sindicatos y las organizaciones seudoizquierdistas
se encargan de apocar las protestas para que nunca hagan frente
ni a sus gobiernos en el poder, ni a la Unión Europea.
A pesar de esas apariencias, se arma una enorme tormenta sociopolítica.
Nada pueden esperar los trabajadores, la juventud, los desempleados
y los pensionados de los órganos políticos establecidos
del continente.
La reacción de los partidos políticos ha sido
cerrar sus filas. No importa como se definan -conservadores, liberales,
socialdemócratas, verdes o izquierdistas- todos los partidos
políticos oficiales o respaldan la campaña de austeridad
de la UE o tratan de desorientar la oposición popular hacia
las derechas o los nacionalismos chauvinistas.
Los sindicatos más y más abiertamente se integran
al Estado. Defienden el interés nacional de sus propias
clases gobernantes y funcionan como contratistas comerciales de
las empresas para imponer enormes despidos y la destrucción
de los sueldos y beneficios.
En GM-Opel, la unión alemana IG Metall se encarga
de organizar el cierre de la fábrica de Bochum y
suprimir toda oposición obrera. La estrategia que allanó
el camino al primer cierre de una fábrica automotriz desde
la Segunda Guerra Mundial se discutió -se decidió-
en la mismas oficinas de IG Metall. El sindicato se esforzó
para que se aceptara el cierre y logró que los trabajadores
de todas las otras fábricas -menos Bochum-aceptaran
la clausura.
Para lograr eso, IG Metall sistemáticamente aisló
a los trabajadores de Bochum. Los burócratas locales del
sindicato se han convertido en agentes de policía de la
empresa para suprimir cualquier movimiento proletario independiente.
Verdi, sindicato a alemán de los servicios públicos,
funciona de la misma manera en Lufthansa. En toda Europa, la clase
obrera ahora busca la manera de librarse de esa camisa de fuerza
sindical.
La clase gobernante reacciona a crecientes tensiones sociales
tal como lo hacía hace 80 años: atacando a los derechos
democráticos, reforzando la maquinaria represiva interna
por parte del Estado y utilizando la fuerza militar en otros países.
En este contexto, los balotajes democráticos son una farsa
sin significado.
La voluntad de los votantes no importa; son los mercados financieros
los que determinan la política de los gobiernos. En febrero,
muchísimos votantes italianos repudiaron la política
de austeridad del gobierno de Monti; dos meses después,
luego de trapicheos políticos entre telones y detrás
de las espaldas del público, el gobierno de la gran coalición
se compromete a tomar exactamente las mismas medidas de austeridad.
En Alemania, los intereses empresariales determinarán
la política del próximo gobierno no importa quién
gane las elecciones de noviembre.
Por toda Europa las maquinarias de Estado están adquiriendo
más fuerza. Se intensifica la vigilancia del Estado. En
Alemania, El Tribunal Constitucional Federal ha abolido gran parte
de la separación entre las agencias policiales y de espionaje,
haciendo legítimas acciones del ejército dentro
del propio país. El modelo a seguir es el de los Estados
Unidos, que, desde los ataques del 11 de septiembre, ha creado
una poderosa maquinaria policial y de espionaje controlada por
el Departamento de Seguridad Nacional.
Juegan un papel especialmente pernicioso, sosteniendo el orden
burgués y la opresión política de los trabajadores,
supuestas organizaciones "izquierdistas"-junto con sus
testaferros seudoizquierdistas- tales como SYRIZA (Coalición
de Izquierda Radical) en Grecia, el Partido de Izquierda Francés
(Parti de Gauche), la Refundación Comunista en Italia
y el Partido de la Izquierda alemán (Die Linke).
Todos defienden a la Unión Europea, el instrumento de
contrarrevolución social más importante de Europa.
Cuando estos partidos obtienen puestos en el gobierno, tijeretean
programas sociales y robustecen la maquinaria represiva del Estado
Durante la década en que fue socio del partido Socialdemócrata
de Alemania en el senado de Berlín, el Partido de la Izquierda
apoyó tanto los enormes ataques contra los programas sociales,
como el fortalecimiento del Acta Policial del Estado. En Brandenburg,
donde el Partido de la Izquierda controla el puesto de ministro
de finanzas desde hace tres años, ha jugado el papel principal
en imponer la austeridad y reducir tajantemente 8,000 empleos
públicos.
La política reaccionaria de estos partidos tiene hondas
raíces materiales; son los representantes de sectores sociales
adinerados que se benefician materialmente de los ataques contra
el proletariado y de la intensificación de su explotación.
No importa cuáles sean sus etiquetas ¨izquierdistas¨,
son en realidad partidos burgueses derechistas hostiles a la clase
trabajadora.
La adaptación a la trayectoria nacionalista antieuro
del Partido Alternativa para Alemania por parte de los dirigentes
del Partido Izquierdista, Oscar Lafontaine y Sarah Wagenknecht,
deja bien claro la afinidad que existe entre estas dos organizaciones.
Puesto que esta crisis sociopolítica es extrema, urge
establecer una nueva dirigencia revolucionaria en la clase obrera.
Esta misión sólo es posible sobre las bases programáticas
del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI),
que en su programa insiste en el punto principal la lucha por
crear los Estados Unidos Socialistas de Europa.
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