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Dictador bancario para Detroit
Por Joseph Kishore
28 Marzo 2013
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el autor
Este artículo apareció en nuestro sitio en su
inglés original el 15 de marzo, 2013.
Desde que se nombrara un jefe de emergencia el jueves pasado,
Detroit se ha convertido en la mayor ciudad de Estados Unidos
que un gobierno estatal ha apropiado. El nuevo jefe, Kevin Orr,
abogado que se especializa en quiebras, ejercerá enormes
poderes, pero su objetivo principal es llevar a cabo ataques bestiales
contra los empleos y las normas de vida de la clase trabajadora.
El significado de lo que ahora ocurre en Detroit tiene repercusiones
a nivel nacional e internacional. El Financial Times de
Londres ha citado a uno de los participantes en el debate para
imponer a un jefe bancario: "Este será el mejor estudio
práctico de lo que significa imponer la 'reestructuración'
de una ciudad". Uno de los editoriales del periódico
aboga por tomar "acción radical aunque impopular"
para resolver los problemas económicos de Detroit, con
lo que concuerdan casi todos los periódicos de gran circulación
en Estados Unidos.
La "reestructuración" de Detroit no es más
que un eufemismo para imponer una política que arrase con
los empleos, reduzca los salarios y pensiones, acabe con los servicios
sociales-desde los servicios sanitarios y de bomberos hasta la
atención médica y la educación-y entregarle
a
los banqueros y especuladores los recursos de la ciudad. Las mismas
fuerzas sociales responsables por la presente situación
municipal ahora se aprovechan de le crisis que ellos mismo causaron
para intensificar su saqueo de los recursos públicos y
así lograr de mayor manera la redistribución de
la riqueza de abajo para arriba.
Con la implacabilidad despiadada del capitalismo estadounidense,
la clase gobernante, a medida que trata de imponer su programa
de contrarrevolución social, se deshace de los adornos
de la democracia y le impone a la ciudad una dictadura bancaria.
En cuanto a estas medidas, el acuerdo general de los gobernantes
políticos de la clase capitalista fue evidente el jueves
pasado. Durante una conferencia de prensa en la que se anunció
el nombramiento de Orr, quien ha sido Demócrata de por
vida, el gobernador Republicano, Rick Snyder, apareció
al lado del alcalde Demócrata de Detroit, David Bing. Éste
a su vez prometió su apoyo. La decisión formal de
emplear a Orr y pagarle un salario de $275,000 al año la
hizo el comité estatal para préstamos de emergencia,
cuya cabecilla es el tesorero del Estado de Michigan, Andrew Dillon,
también Demócrata.
En cuanto al ayuntamiento municipal controlado por el Partido
Demócrata, éste se opone al nombramiento de Orr
como jefe bancario porque razona que puede imponer de manera más
efectiva las amplias reducciones que los bancos y los jefes de
la industria automotriz exigen.
No cabe duda que el nombramiento de Orr se ha basado en que
es afro-americano. Durante décadas, los pasillos del poder
del Partido Demócrata se han valido de la política
racista para dividir a la clase trabajadora. Si el ayuntamiento
ahora se opone al jefe bancario desde dentro del sistema, es porque
quiere ponerlo todo en términos raciales, lo cual se resume
en la acusación de que el "Lansing [capital del Estado
de Michigan] blanco" está tratando de controlar al
"Detroit negro". Pero Orr, igual que Bing, no es un
representante de la clase gobernante menos despiadado que Snyder
y Dillon.
¿Quién respalda a este grupito de funcionarios
estatales y locales? El gobierno de Obama y los intereses financieros
de Wall Street que éste representa. El gobierno
considera que Detroit es el modelo para establecer sus planes
en todo el país. La identidad de la persona escogida para
desempeñar el papel de jefe bancario muestra lo que espera
a la enorme mayoría de los residentes de Detroit. Orr jugó
un papel estelar en la quiebra de Chrysler, la cual formó
parte de la reestructuración de la industria automotriz
por parte del gobierno de Obama; reestructuración llevada
a cabo con la complicidad total del sindicato United Auto Workers
[Trabajadores Automotrices Unidos]. Esto resultó en el
cierre de decenas de fábricas, la eliminación de
diez de miles de empleos, la reducción de los salarios
de los empleados nuevos en un 50 por ciento, la reducción
de los beneficios, y la prohibición de las huelgas.
El programa que Orr le tiene guardado a la ciudad de Detroit
es igual. Ya Bing y el Ayuntamiento han impuesto una reducción
salarial en el 10 por ciento y descansado a miles de trabajadores
municipales. Las reducciones a los servicios sociales más
básicos han sido draconianas.
A fines de mes, bajo una nueva ley adoptada hacia finales del
año pasado, Orr tendrá el poder de cancelar los
contratos laborales, reducir los programas sociales y vender los
recursos y bienes de la ciudad. También ha de considerar
muy activamente la posibilidad de declarar en bancarrota a la
ciudad, puesto que semejante movida ofrecería la razón
jurídica para reducir las pensiones de las personas jubiladas.
Para todo efecto, la justificación de estas medidas
es que no hay dinero para ofrecer los servicios sociales básicos.
La población de Detroit, cuyo más de un tercio vive
en la pobreza, presuntamente ha estado viviendo fuera de las posibilidades
y ha sido muy terca para tomar las "decisiones difíciles"
que exige la crisis, la cual inevitablemente se pinta, desde el
punto de vista social, como acto de una naturaleza impersonal
y neutral.
El pretexto de que "no hay dinero" es mentira. El
déficit de Detroit es de US$327 millones. Podemos compararlo
a un puñito de billonarios del estado cuyo valor neto es
US$24.000.000.000; es decir, 75 veces mayor que el déficit
presupuestal. Con tan solo un impuesto adicional de 10 por ciento
a los nueve individuos más ricos de Michigan, el déficit
de la ciudad podría ser pagado.
Los inversionistas de Wall Street que tratan de sacar
grandes ganancias de la venta de bonos municipales ganan cientos
de millones o millones de millones todos los años. Los
gigantes de Wall Street, tales como Bank of America,
JPMorgan Chase y UBS, han extraído de la
ciudad más de $474 en tarifas relacionadas con la venta
de deudas, según un informe de Bloomberg News.
Entre los que mayor provecho sacarán del jefe de emergencia
se encuentran Mike Ilitch (valor neto: US$2.700.000.000); el propietario
de Little Caesars Pizza; Daniel Gilbert (valor neto US$1.900.000.000);
y el fundador de Quicken Loans. Los dos últimos
han estado comprando terrenos a precios de ganga. Se juegan con
que un jefe de emergencia va a "revitalizar" el centro
de la ciudad.
El año pasado las Tres Grandes empresas automovilísticas,
las cuales Obama señala como ejemplo de un Detroit renaciente,
obtuvieron más de US$11.000.000.000 en ganancias conjuntas
debido a la imposición de salarios paupérrimos.
Los jefes ejecutivos principales se otorgaron a sí mismos
decenas de millones de dólares.
El destino de Detroit representa el proceso por medio del cual
la clase bancaria ha acumulado enormes cantidades de dinero a
través del desmantelamiento de la industria y la negligencia
de la infraestructura social.
Desde la crisis del 2008, cientos de millones de millones de
dólares se han usado para rescatar a los bancos y aumentar
el valor de las acciones a niveles inauditos. El Banco Federal
de Reservas imprime US$85.000.000 todos los meses, lo que representa
260 veces el déficit de Detroit. Este dinero se le entrega
a los bancos, que entonces lo usan para establecer nuevas burbujas
de especulación.
Municipalidades y estados por todo el país están
poniendo en práctica medidas similares a las que ahora
se implementan en Detroit. A nivel nacional, luego de millones
de billones de reducciones a los presupuestos, el gobierno de
Obama conspira con los Republicanos para reducir en millones de
millones adicionales los programas federales claves de atención
médica.
Este programa de austeridad para la clase trabajadora y ganancias
que baten el récord para las empresas es internacional.
En Grecia, España, Italia y oros países europeos,
los gobiernos que los bancos han instalado imponen condiciones
de depresión económica para asegurar que las tesorerías
nacionales, cuya sangre los bancos han chupado hasta dejarlas
secas, pueden pagarle a los inversionistas principales y tenedores
de bonos.
La crisis que la clase trabajadora encara no puede resolverse
a menos que ésta parta de un ataque frontal contra las
fortunas y los privilegios de las empresas y los ricos. Es por
medio de la nacionalización de las empresas principales
y la expropiación de la riqueza que controlan que podemos
ponerle final al dominio absoluto que tienen sobre el sistema
político económico.
El poder de la aristocracia bancaria moderna puede quebrarse
sólo con una lucha unida de la clase trabajadora que trascienda
todas las divisiones raciales, geográficas y nacionales.
La clase trabajadora de la zona metropolitana de Detroit debe
oponerse al jefe de emergencia estableciendo sus propias organizaciones
de combate-totalmente independientes del Partido Demócrata
y de los sindicatos obreros derechistas-y contraponer su propio
programa socio político.
Los trabajadores deben adoptar un programa en contra de las
exigencias de los billonarios y en defensa de los derechos sociales
básicos: el derecho a un buen empleo y a buenos salarios;
a la educación y la atención médica; y a
jubilarse con un futuro seguro. Estos sólo se pueden conseguir
por medio de la reorganización de la sociedad para satisfacer
las necesidades sociales, no las ganancias privadas.
Las luchas sociales son inevitables. La tarea esencial de nuestros
tiempos consta de establecer una dirigencia política que
organice estas luchas y las dirija contra el sistema capitalista.
El Partido Socialista por la Igualdad se ha dedicado a cumplir
esa tarea. Llamamos a todos los que están de acuerdo con
este programa, no solo en la zona municipal de Detroit sino en
todo el país, que haga la decisión de integrarse
al PSI y luchen por el socialismo.
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