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El golpe egipcio y las tareas que confronta la clase trabajadora

Por Johannes Stern
08 Agosto 2013

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Este artículo apareció originalmente en inglés en nuestras páginas el 30 de julio, 2013.

El golpe de la junta militar egipcia del 3 de Julio y la represión que ha resultado han revelado crudamente el problema principal al que se enfrenta la clase trabajadora internacionalmente: La crisis de liderazgo revolucionario.

Más de dos años después de los levantamientos que forzaron la caída de Hosni Mubarak, viejo dictador respaldado por EE.UU., el ejército, encabezado por el general Abdel Fatah al-Sisi, comandante entrenado en EE.UU., busca restaurar el orden político que existía antes de febrero, 2011.

Cuatro semanas después del derrocamiento del Presidente Mohamed Mursi-quien pertenece a la Hermandad Musulmana (HM)-el ejército pretende re establecer la despiadada maquinaria de terror. Cientos de partidarios de Morsi han sido masacrados a sangre fría y miles han sido encarcelados.

Como lo explicó el Wall Street Journal en un artículo del lunes: "El gobierno civil interino de Egipto pretende resucitar el estado policíaco que caracterizó al odiado y prolongado régimen del ex presidente Hosni Mubarak. El domingo, el gobierno otorgó a los soldados el derecho de arrestar a civiles, poniendo así en práctica una vez más varios artículos de una ley de emergencia del Sr. Mubarak. Ayer el ministro del interior, Mohammed Ibrahim, declaró que planeó reconstituir una unidad secreta de la policía que por décadas habían sido responsables de la opresión bajo el régimen de Mubarak".

Si bien el objetivo de la represión es por ahora la HM y sus partidarios, el objetivo final es la clase trabajadora.

¿Cuál es el significado del golpe contrarrevolucionario y cuál es nuestra postura política en relación al desarrollo de la revolución egipcia?

La revolución egipcia no es ningún evento aislado. Como todas las grandes revoluciones, especialmente aquellas que se encuentran tan enraizadas en complejos procesos nacionales e internacionales, no se desenvuelve en semanas o meses, sino en años. Una revolución es un campo de batalla en el cual sucesivas fuerzas políticas pasan a primer plano y revelan los intereses clasistas que representan.

Desde este punto de vista, los eventos de junio-julio 2013 representan no el fin de la revolución, sino simplemente sus etapas iniciales.

En el período inicial de la revolución, diversas fuerzas políticas y sociales se reunieron para exigir la caída de Mubarak. Todos aseguraban estar del lado de la democracia y las masas: hombres de negocios de mentalidad liberal como el gerente de Google Medio Oriente, Wael Ghoneim; políticos burgueses como el ex funcionario de la ONU, Mohamed El Baradei; miembros del HM, mayor grupo de oposición que Mubarak había proscrito; y representantes acomodados de la clase media, incluso el mismo ejército.

La clase trabajadora aún no estaba consciente del amplio abismo clasista que la separaba de estas fuerzas. Durante la revolución, sin embargo, las facciones políticas de la clase gobernante egipcia han sido analizadas y puestas a prueba.

Primero, la junta militar que tomó el poder luego de tumbar a Mubarak fue desenmascarada como fuerza contrarrevolucionaria con deseos de conservar cuánto más pudiese del viejo orden. Rápidamente prohibió las huelgas, aplastó las manifestaciones, continuó las tácticas de tortura de la era Mubarak y sentenció a miles de civiles por medio de juicios militares.

Al desenmascaramiento del ejército le siguió el desenmascaramiento de la HM, principal oposición política organizada bajo el régimen de Mubarak. La HM buscó remodelar el personal gobernante e hizo un llamado para modificar las instituciones políticas y lícitas para asegurarse cierta porción del poder político para sí misma y para aquellas otras secciones de la burguesía egipcia de las cuales era su portavoz. No obstante, igual que el ejército, defendió los mismos básicos intereses clasistas.

El gobierno de la HM continuó la política de los regímenes previos; es decir, en contra de la clase trabajadora y a favor del imperialismo. Poco después de ser elegido, Mursi inició negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para liberalizar aún más la economía egipcia según las pautas del libre mercado y reducir los subsidios al combustible y al pan. Por encima de todo, continuó defendiendo los intereses del imperialismo estadounidense en la región, siendo el más prominente en la guerra subsidiaria en Siria.

Entonces surgieron las luchas de masas que estallaron contra Mursi y la Hermandad Musulmana, lo que culminó con manifestaciones en que participaron millones de personas el 30 de Junio de este año. El ejército, petrificado ante la radicalización de la clase trabajadora desde el 2011 y por el espectro de la revolución proletaria, decidió intervenir. El golpe fue apoyado por los grupos de la burguesía y la clase media que trataron de presentarse como los "verdaderos revolucionarios" y la alternativa "democrática" a los regímenes de Mubarak y Mursi.

El nuevo gobierno respaldado por el ejército incluye a figuras como ElBaradei y Kamal Abu Eita, presidente de la Federación de Sindicatos Independientes Egipcios, organización respaldada por EE.UU.

El grupo más corrupto y podrido que se ha alineado con del ejército es Socialistas Revolucionarios (SR), el cual alabó al golpe militar como una "segunda revolución". En cada etapa de la revolución, el SR, que representa los sectores más privilegiadas de la clase media alta, buscó bloquear un movimiento independiente de la clase trabajadora al subordinarla a la burguesía egipcia: primero con el ejército, después con la HM, y luego con el ejército una vez más.

El hecho que mejor pone en relieve el fracaso político de todas estas fuerzas es que ninguna puede poner en práctica un programa que resuelva los problemas a los cuales se enfrentan las masas egipcias: el dominio del imperialismo en el Oriente Medio, la enorme pobreza y la ausencia de la democracia. Todas las fuerzas de la burguesía egipcia y las clases medias privilegiadas defienden las relaciones de propiedad capitalistas y están vinculadas al imperialismo y al capital financiero. Son orgánicamente hostiles a los intereses de la clase trabajadora-fuerza motriz de la revolución egipcia-y favorecen dictadura militar más que a una revolución social de la clase trabajadora.

El golpe contrarrevolucionario de junio-julio 2013 es, sin lugar a dudas, una derrota para las masas. Sin embargo, mientras el ejército, sus sostenedores imperialistas, los liberales y la pseudo-izquierda esperan que la revolución haya terminado, la clase trabajadora tendrá la última palabra acerca de la revolución.
Desde el comienzo, la Revolución Egipcia recibió su impulso de los profundos procesos objetivos: primero, las contradicciones explosivas dentro de Egipto mismo y por todo el Oriente Medio. Estas contradicciones, a su vez, se vinculan inextricablemente a la crisis dell sistema capitalista mundial, el cual las intensifica.

Toda la trayectoria de la revolución ha confirmado los conceptos básicos de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky: no existe alguna facción en la clase capitalista o en sus representantes políticos que sea capaz de tomar un papel progresista; que sólo la clase trabajadora puede poner en la práctica un programa democrático integrado a la lucha por el socialismo y el poder obrero; y que la victoria de la revolución en cualquier país sólo es posible si se basa en una estrategia internacional que unifique a la clase trabajadora mundial.

La lucha por este programa plantea el problema central del liderazgo político. La nueva época de la revolución socialista mundial que anticipa los convulsivos eventos en Egipto requiere nuevos partidos revolucionarios de las masas de la clase trabajadora. Esto significa el establecimiento de secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en Egipto y a nivel internacional.

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