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Las fraudulentas elecciones de la junta egipcia y las tareas de la clase trabajadora

Por Johannes Stern
31 Mayo 2012

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Las elecciones egipcias han expuesto el fraudulento carácter de la denominada "transición a la democracia" que está siendo organizada por la clase dirigente egipcia en conjunto con sus aliados en Washington después del derrocamiento del viejo títere de EE.UU. Hosni Mubarak por las protestas de los trabajadores en Febrero del año pasado.

Con los últimos votos ya contados, las elecciones han establecido una segunda vuelta entre Ahmed Shafiq, el último primer ministro bajo Mubarak, y Mohamed Mursi, el candidato del partido derechista Hermandad Musulmana.

Ninguno de estos candidatos habla con alguna legitimidad política por los objetivos de la revolución egipcia. Ambos son profundamente hostiles a las aspiraciones de acabar con la pobreza y la dictadura, las mismas que condujeron a millones de trabajadores egipcios hacia las calles el año pasado para derrocar a Mubarak.

Las elecciones fueron marcadas por la baja participación de votantes, lo que reflejaba el amplio sentimiento entre las masas de que las elecciones de la junta no tenían nada que ver con sus luchas revolucionarias, sino que estaban dirigidas contra sus aspiraciones democráticas y sociales.

Las elecciones fueron mantenidas a punto de pistola bajo los auspicios dictatoriales de la junta del CSFA (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas) con leyes de emergencia puestas en práctica pero sin una constitución. Mientras los generales de Mubarak realizaron un llamado al pueblo egipcio para que vote por uno u otro de sus candidatos seleccionados cuidadosamente, ellos ni siquiera aún habían decidido sobre qué poderes intentan ceder al ganador de las elecciones.

Estas elecciones completamente fraudulentas fueron alabadas por el imperialismo estadounidense y sus títeres. La Secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton afirmó que el voto en Egipto marca "otro importante hito en su transición a la democracia" y cínicamente anuncio que ella y otros oficiales estadounidenses "esperan trabajar con el gobierno democráticamente elegido de Egipto".

En Libia, Mustafa Abdel Jalil, el presidente del gobernante Consejo Transicional Nacional (CTN) -un organismo que llegó al poder por medio de bombardeos en una brutal guerra imperialista dirigida por EE.UU. contra el indefenso país el año pasado- alabó las elecciones como "magníficas" y subrayó que un "Egipto estable significa un Mundo Árabe estable".

Las elecciones han puesto en el escenario luchas de poder cada vez más intensas entre dos facciones burguesas; todo esto entre expectativas de una renovada explosión de furia de clase trabajadora traída por una crisis económica y social cada vez más profunda así también como por los rumores de que el derrocado dictador Mubarak pronto será puesto en libertad.

El ejército y la Hermandad Musulmana ambos controlan grandes porciones de la economía egipcia, lo que plantea la amenaza de una violenta lucha por el control de amplios recursos de la economía. Los trabajadores egipcios no tienen ninguna verdadera elección en las elecciones; el voto es sólo una medida diseñada para dar un falso barniz de legitimidad a un régimen que se está preparando para la intensificación de la represión de la clase trabajadora.

Para confrontar la amenaza de la intensificación de la contrarrevolución, los trabajadores y jóvenes egipcios deben realizar un balance general. A pesar de los sacrificios más heroicos, la revolución no pudo triunfar sin un liderazgo y perspectiva revolucionaria. La clase trabajadora, la fuerza que condujo la revolución, permanece totalmente privado de sus derechos y sin ninguna representación política.

Esto se debe principalmente al rol de los partidos de "izquierda" pequeño-burguesa en Egipto, quienes afirman hablar en nombre de la revolución o incluso del "socialismo", pero quienes son en realidad aliados de las fuerzas contrarrevolucionarias. Estas representan los intereses de los estratos más afluentes de la clase media y están atados política y financieramente al imperialismo occidental y varias secciones de la clase dirigente egipcia.

Organizaciones como los mal llamados Socialistas Revolucionarios (SR) se opusieron a cualquier lucha en cualquier etapa de la revolución para derrocar al ejército y reemplazar al régimen de Mubarak con un estado obrero que luchase por políticas socialistas contra el dominio imperialista en el Medio Oriente.

Inicialmente, los SR y sus co-pensadores internacionales apoyaron a la junta del CSFA y aseguraron que "el consejo busca reformar el sistema político y económico". Ellos ofrecieron sus servicios para controlar a la clase trabajadora en búsqueda de recibir un "espacio democrático ampliado" bajo el gobierno militar en el cual ellos puedan prosperar y enriquecerse a sí mismos.

Tan pronta como su colaboración con la junta fue amenazada por masivas protestas contra el ejército, ellos se opusieron al llamado popular por una "segunda revolución". En vez de ello, formaron una alianza con las fuerzas islamistas, allanando así el camino para la dura represión del ejército durante la ocupación de la Plaza Tahrir de Junio-Julio. Su alianza con los islamistas también fue a pique cuando ocurrieron las masivas protestas esta vez contra las elecciones parlamentarias en Noviembre-Enero, en la cual los Islamistas ganaron la mayoría.

Habiendo cedido el liderazgo en todo momento crítico de la revolución a fuerzas burguesas, su llamado por una huelga general junto con los sindicatos independientes respaldados por Occidente el 11 de Febrero no obtuvo ninguna respuesta entre los trabajadores. Sorprendidos por la indiferencia y hostilidad de los trabajadores por sus maniobras, el SR se fue aún más hacia la derecha. Habiendo promovido las elecciones presidenciales como un logro de la revolución, ellos mantienen responsabilidad política por una situación en la cual los islamistas y oficiales del viejo régimen de Mubarak dominan la vida política en Egipto.

Este peligroso resultado ha vindicado la perspectiva del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), el cual buscó clarificar el antagonismo social entre la clase trabajadora y los varios estratos burgueses y pequeño-burgueses representados en el establishment político.

El apoyo contrarrevolucionario de los partidos y grupos burgueses y pequeño burgueses por la transición respaldada por EE.UU. es una rígida confirmación de la Teoría de Revolución Permanente de León Trotsky, la cual mantiene que en los países atrasados como Egipto, sólo la lucha socialista de la clase trabajadora en alianza con sus hermanos y hermanas de clase en el exterior puede alcanzar cualquiera de las aspiraciones revolucionarias de las masas.

Para luchar contra la contrarrevolución y volver a ganar el impulso revolucionario, la principal tarea para la clase trabajadora permanece siendo aquella de establecer su independencia política a través de la construcción de secciones del CICI en Egipto y a través del Medio Oriente para luchar por la victoria en las batalles de clase que están por venir.

 



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