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Cuestiones de clase detrás de la violencia policíaca
en Anaheim
Por Jerry White
26 Julio 2012
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el autor
Como candidato presidencial del Partido Socialista por la Igualdad
(PSI) condeno la muerte a balas de Manuel Díaz-de 25 años-
en Anaheim, California y la subsiguiente represión violenta
contra manifestantes. Estos actos de brutalidad policial son un
ataque contra toda la clase trabajadora y merecen una respuesta
política unida.
Después de matar a Díaz, que estaba desarmado,
la policía acometió a manifestantes pacíficos-incluyendo
a niños-con gases lacrimógenos y balas de hule.
Apenas 24 horas después de la muerte de Díaz, la
policía de Anaheim mató a tiros a Joel Acevedo,
un joven de 21 años de edad, al parecer en el transcurso
de una persecución en la que la victima desplegó
un arma de fuego.
En lo que va del año, Acevedo es el sexto joven asesinado
por la policía de esta ciudad.
Fue más grande el acto de protesta que siguió
a la segunda muerte. Este martes, frente al ayuntamiento, participaron
más de mil personas, y hubo 24 detenidos. La policía
se aprovechó de que algunas ventanas fueron rotas y botellas
de agua fueron arrojadas, para lanzarse sobre la gente con garrotes
y balas de hule.
Estas protestas demuestran el enojo universal que siente la
gente trabajadora, no sólo contra la brutalidad policial,
sino también contra los efectos de una crisis económica
y social que ha creado altas tasas de desempleo en California.
Tanto más difícil es la situación de la población
de clase obrera latina, el blanco de medidas antiinmigrantes.
La violencia policial, y la crisis social que la rodea, va
mucho más allá del aspecto racial. Antes que nada
se trata de cuestiones de clase, de las manifestaciones de un
sistema económico en el que un puñado monopoliza
la riqueza, mientras que la gran mayoría de personas, de
todas las razas, lucha por sobrevivir.
Según un informe reciente, el ingreso familiar medio
ha caído un 6 por ciento desde el año 2000, la peor
caída desde la Gran Depresión. No para los ricos:
la tajada del ingreso nacional que va a parar a las manos del
un por ciento más rico es el doble de lo que era en 1972-ha
subido del 10 al 20 por ciento. Bajo Barack Obama, el primer presidente
afroamericano de los EE.UU., ese mismo un por ciento más
rico de la población ha acaparado el 93 por ciento del
aumento de ingresos desde el comienzo de la supuesta "recuperación".
Dadas esas condiciones ya no puede la élite gobernante
mantener su riquezas, privilegios y poderes mediante la democracia
y la harmonía. Con el pretexto de combatir el crimen-más
recientemente "la guerra contra el terrorismo"-le ha
otorgado más poderes a la policía. En realidad,
la verdadera función social de la policía es la
de defender los intereses de las grandes empresas y de las compañías
financieras.
No bien había muerto Díaz, varios grupos intervinieron
alegando que el ataque de la policía tenía el fin
de reforzar la segregación racial, y que la respuesta tenía
que ser la construcción de un movimiento en contra de este
"Nuevo Jim Crow." El intento de dirigir la saña
popular hacia cuestiones de raza tiene el objeto de impulsar las
carreras de miembros del Partido Demócrata, inclusive en
Anaheim. Sirve para impedir la formación de un movimiento
político unido de toda la clase obrera, el único
medio de luchar contra la brutalidad policial y contra los ataques
a los derechos democráticos.
En verdad, la brutalidad policial perjudica a todos los sectores
de la clase obrera: a los blancos, negros, hispanos, asiáticos
e inmigrantes. El año pasado, el asesinato a golpes por
la policía en Fullerton de Thomas Kelly, un joven desamparado
de clase obrera y de tez blanca causo amplio furor popular. La
ciudad de Fullerton colinda con Anaheim.
Sólo una semana antes de la muerte de Díaz y
Acevedo, la policía de Los Angeles desataba un asalto brutal
contra un grupo de indignados de Occupy Wall Street en una manifestación
en el centro de esa ciudad. La policía disparó balas
de hule; golpeó y detuvo a manifestantes pacíficos,
que en su mayoría eran de tez blanca.
La verdadera raya divisoria en los Estados Unidos-y, de hecho,
en todo el mundo-separa los grandes acaudalados de la inmensa
mayoría, los trabajadores. Los clase dirigente sólo
sabe responder a la agudización de las tensiones sociales
reforzando los poderes del Estado y desatando violencia policial.
La inmensa indignación popular hacia el asesinato en Anaheim
pone en claro que los Estados Unidos están al borde del
precipicio de una explosión social.
La lucha contra la violencia de la policía debe estar
ligada a un movimiento político de la clase obrera contra
la austeridad y la desigualdad. Esto requiere romper con los partidos
Demócrata y Republicano y la construcción de un
nuevo partido de la clase obrera. En California, el gobernador
Jerry Brown, dirige ataques sin precedentes sobre el programas
de salud, educación pública, y otros beneficios
sociales. Lo mismo puede decirse, a nivel federal, del presidente
Obama.
De nada sirve apelar a los políticos. La decisión
del gobierno federal, a instancias del alcalde Tom Tait y del
Ayuntamiento, de llevar a cabo una investigación tiene
el propósito de eximir de culpa a la policía y a
los que son responsables de la violencia.
Para acabar con la represión de la policía es
vital primero establecer una sociedad que se base en una genuina
igualdad, con la economía al servicio de intereses obreros
no de los intereses rapaces de bancos y grandes empresas; cosa
que requiere luchar por el socialismo. La campaña presidencial
del PSI tiene como objeto asentar el cimiento de un movimiento
socialista entre todos los estratos de la clase obrera.
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