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Las lágrimas de cocodrilo de Obama por la violencia
en Egipto
Por Bill Van Auken
14 Febrero 2011
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Rezamos para que acabe la violencia en Egipto, para que
se cumplan los derechos y aspiraciones del pueblo egipcio y para
que amanezca un día mejor en Egipto, entonó
solemnemente el presidente Obama al principio de sus observaciones
en el Desayuno Nacional de Oración del jueves por la mañana.
Esta celebración anual de rectitud religiosa la organiza,
de manera bastante apropiada, la Fellowship Foundation, un grupo
enigmático y políticamente relacionado con una larga
historia de organizar círculos de oración
que reúnen a dictadores extranjeros, políticos estadounidenses
y contratistas militares. Defendiendo la práctica, el organizador
del grupo señaló: la Biblia está repleta
de asesinos en masa.
La oración de Obama sigue a una serie de declaraciones
de la Casa Blanca y del Departamento de Estado deplorando
la violencia en Egipto y expresando su indignación moral
por los ataques del presidente Hosni Mubarak a manifestantes y
medios de comunicación pacíficos.
¿A quién creen que están engañando?
Durante treinta años los gobiernos estadounidenses, tanto
demócratas como republicanos, incluyendo el de Obama, han
respaldado a Mubarak precisamente por su habilidad para imponer
políticas apoyadas por Washington en contra de la abrumadora
oposición del pueblo egipcio. Se entendía de sobra
que esto requería una violencia sistemática e implacable.
Si Obama está ahora derramando lágrimas de cocodrilo
por la violencia que ha dejado cientos de muertos y miles de heridos
en las calles de El Cairo, Alejandría, Suez y por todo
Egipto es sólo porque esta violencia ha dejado de funcionar
y el pueblo egipcio sigue resistiendo y luchando.
No lloraba cuando ofreció su discurso en El Cairo en
junio de 2009, que no incluía ni una palabra crítica
con el régimen de Mubarak. En vez de ello, elogió
al dictador egipcio calificándolo de aliado incondicional
y una fuerza para la estabilidad y el bien en la región.
Al igual que se predecesor en la Casa Blanca, se calcula que
Obama ha enviado unos 2.000 millones de dólares anuales
(sólo por detrás de Israel como receptor de ayuda
estadounidense) para apuntalar la dictadura de Mubarak. La inmensa
mayoría de este dinero se ha destinado a las fuerzas del
ejército y de la policía para que sigan reprimiendo
las protestas de pueblo de Egipto y de toda la región.
Que el presidente y otros altos cargos estadounidense conocían
la violencia llevada a cabo diariamente por el régimen
se ha confirmado con pruebas documentales gracias a los cables
diplomáticos secretos de la embajada de El Cairo publicados
por WikiLeaks. Un cable enviado a Washington por el embajador
estadounidense en El Cairo sólo unos meses antes del discurso
de Obama señalaba con total naturalidad que la violencia
policial en Egipto es rutinaria y dominante y que
hay literalmente miles de incidentes de tortura cada día
sólo en las comisarías de El Cairo.
Esto no era una novedad. El gobierno egipcio ha gobernado a
través de un estado de emergencia prácticamente
ininterrumpido durante toda la presidencia de Mubarak. Esto ha
permitido las detenciones administrativas sin juicio, la criminalización
de las huelgas y la prohibición de reunirse cinco o más
personas no autorizadas.
En la práctica esto ha significado que los trabajadores
que se han atrevido a hacer huelga se han encontrado con la policía
antidisturbios y con los soldados, se han visto sometidos a detenciones
masivas y han sido golpeados con palos y con las culatas de los
rifles. Se ha perseguido a los dirigentes de las protestas de
los trabajadores, han sido encarcelados y torturados. Aquellos
a los que el régimen se ha molestado en llevar a juicio
con frecuencia han sido arrastrados ante tribunales especiales
de la seguridad del Estado que supuestamente tratan casos de terrorismo
armado.
Ni a Obama ni a ningún otro gobierno estadounidense
les ha parecido que estas acciones fueran inquietantes. Han ayudado
a crear las condiciones más beneficiosas para la burguesía
egipcia y para los bancos y corporaciones transnacionales. Está
fuera de dudas que ningún alto cargo estadounidense sugirió
retener un solo céntimo de la ayuda estadounidense debido
a la brutal represión de los trabajadores egipcios.
Aunque Washington expresa ahora su indignación por las
detenciones y la intimidación a periodistas estadounidenses
y extranjeros que cubren los acontecimientos en Egipto, no emprendió
acción alguna contra su cliente Mubarak mientras su régimen
arrestaba, torturaba y desaparecía a periodistas
durante años por los delitos de citar mal a
sus ministros, suscitar preguntas sobre su propia salud o escribir
artículos peyorativos sobre su hijo Gamal, que es el sucesor
que él había elegido.
Estados Unidos aprobó las redadas y detenciones sin
cargos de miles de miembros de los Hermanos Musulmanes y de otros
grupos islamistas.
Del mismo modo, Washington no abordo las bárbaras formas
de tortura impuestas a miles de presos políticos que iban
desde quemarlos en el pecho y piernas hasta aplicarles electrodos
en la lengua, pezones y genitales, colgarlos cabeza abajo, y golpes
y violaciones.
Por el contrario, el gobierno estadounidense y sus agencias
de inteligencia consideraban a los torturadores de Mubarak un
recurso. Es probable que los agentes de la CIA que observan la
cobertura televisada de los ataques de la policía contra
los manifestantes de la Plaza Tahrir Square reconozcan a algunos
de sus cabecillas, ya que se habían codeado con ellos en
las cámaras de tortura del cuartel general secreto de la
policía de la calle Lazoughli de El Cairo o en la prisión
Maulhaq al-Mazra.
Según un programa de detención extraordinaria
iniciado durante el gobierno Clinton a la década de 1990,
se llevó en aviones a Egipto a supuestos sospechosos de
terrorismo encapuchados y engrilletados que habían sido
secuestrados por la CIA en cualquier parte del mundo con el propósito
expreso de interrogarlos bajo tortura. Este acuerdo espeluznante,
que estableció una unidad sin fisuras entre el régimen
torturador egipcio y la intervención del imperialismo estadounidense
en Oriente Próximo, fue elaborado entre la inteligencia
estadounidense y el director de la policía secreta de Mubarak,
Omar Suleiman. Recientemente nombrado vicepresidente, Suleiman
ha estado en contacto telefónico regular con la Secretaria
de Estado estadounidense Hillary Clinton, con el vicepresidente
Joe Biden y con otros altos cargos estadounidenses.
Además, el papel del régimen egipcio como el
aliado incondicional tanto de Estados Unidos como
de Israel ha facilitado la violencia generalizada [en la región],
desde la invasión estadounidense de Iraq a las guerras
israelíes en Líbano y Gaza.
Éste es el contexto objetivo e histórico en el
que se debe evaluar la oración de Obama por el fin de la
violencia y sus lágrimas de cocodrilo por la represión
en Egipto.
Tras su pose pseudodemocrática el gobierno estadounidense
está tratando de ganar tiempo. Dentro de los círculos
dirigentes y del aparato militar y de inteligencia estadounidense
existen sin duda divisiones y valoraciones dispares acerca de
si Mubarak puede lograr suprimir a las masas o si se deben dar
pasos inmediatos para reformar el régimen.
Sin embargo, lo que preocupa a cada sección de la elite
dirigente estadounidense es lo que el senador John McCain denominó
recientemente Escenario Lenin, esto es, que las manifestaciones
masivas contra Mubarak evolucionen hacia un desafío revolucionario
directo a la dominación imperialista y al dominio capitalista
en Egipto.
El objetivo de toda la palabrería de Washington acerca
de una transición hacia un régimen democrático
es impedir esta amenaza. Esta transición respaldada
por Estados Unidos no tiene credibilidad alguna. Su único
propósito sería devolver la estabilidad a las dictaduras
militares existentes para que puedan continuar aplicando políticas
que benefician al imperialismo estadounidense y a una pequeña
y corrupta elite financiera egipcia, al tiempo que someten a las
masas de trabajadores y oprimidos al paro, la pobreza y la represión.
Los trabajadores y los jóvenes egipcios deberían
rechazar con el desdén que merecen tanto las hipócritas
expresiones de preocupación de Obama como las promesas
estadounidenses de una transición democrática.
Lo que se necesita de manera crucial es el desarrollo de un movimiento
revolucionario independiente de la clase trabajadora para llevar
a cabo la transferencia de poder a los trabajadores y oprimidos,
y organizar la transformación socialista de la sociedad
egipcia. Sólo por medio de una revolución socialista
se pueden lograr una genuina transformación democrática
de Egipto, el fin de la opresión y de la desigualdad social.
Traducido
del inglés para Rebelión
por Beatriz Morales Bastos
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