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Europa en crisis
Por Peter Schwarz
27 Enero 2010
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Este artículo apareció en nuestro sitio en
su inglés original el 11 de enero del 2009.
Al inicio de la pasada década, en marzo de 2000, los
jefes de Estado de la Unión Europea anunciaron la Estrategia
de Lisboa. Su objetivo para 2010 era convertir a Europa en una
economía más competitiva y dinámica
basada en el conocimiento, capaz de un desarrollo económico
sostenible con más y mejores empleos y una mayor cohesión
social. Esto crearía las condiciones para el
pleno empleo y el fortalecimiento de la cohesión regional
en la Unión Europea.
Cuando empieza la segunda década del siglo XXI, las
aspiraciones expuestas en la capital portuguesa se han desvanecido.
En vez de pleno empleo el paro generalizado se ha apoderado de
ella; en vez de crecimiento económico hay estancamiento;
en vez de cohesión hay discordia. Incluso la moneda común,
la base de los nobles planes de Lisboa, está en grave peligro.
La Estrategia de Lisboa era la expresión de que Europa,
por medio de la ampliación de la Unión Europea y
de una integración más profunda, podría alcanzar
o incluso superar a Estados Unidos como principal potencia. Esto
habría sucedido únicamente a consecuencia de un
poder económico de una Europa unida, sin tensiones sociales
ni conflictos políticos y militares en un periodo anterior.
Estas ilusiones encontraron su expresión más
clara en el discurso del entonces ministro alemán de Asuntos
Exteriores Joschka Fischer (Los Verdes) pronunciado en mayo de
2000 en la Universidad Humboldt de Berlín. Fischer pidió
la transformación de la Unión Europea en una alianza
abierta de Estados en una federación.
Por medio de la estrecha integración de sus intereses
vitales y la transferencia de los derechos de soberanía
nacional a instituciones europeas supranacionales, afirmó
Fischer, los Estados europeos señalarían su rechazo
de los conflictos nacionales que desgarraron el continente antes
de 1945. Sólo de esta manera Europa sería capaz
de desempeñar el papel que le corresponde en la economía
global y la competición política.
Desde entonces, la idea de Fischer de que Europa podría
organizarse armoniosamente sobre una base capitalista ha demostrado
ser una quimera. En París y especialmente en Londres su
propuesta se interpretó como un intento de subyugar a Europa
a los dictados de Berlín. La ampliación de la Unión
Europea a la Europa del este ha resultado ser un arma de doble
filo. No sólo ha traído la expansión del
mercado internacional sino también conflictos políticos
e inestabilidad.
En 2003 Estados Unidos atacó a Iraq, lo que dividió
a Europa. Mientras que los gobiernos británico y polaco
apoyaron plenamente la guerra, el alemán y francés
se opusieron. La administración estadounidense utilizó
el conflicto para abrir una brecha entre la vieja
y nueva Europa.
La Constitución Europea, que quedó de la idea
de Fischer, fracasó en 2005 a manos de los votantes franceses
y alemanes, quienes la interpretaron correctamente como un intento
de subordinar al pueblo de Europa a los dictados de los intereses
financieros y económicos de los más poderosos. Tras
un tira y afloja diplomático y político que duró
varios años, el marco básico de la Constitución
Europea se hizo realidad en la forma del Tratado de Lisboa. Pero
para entonces Berlín y París había perdido
todo el interés. Esto quedó demostrado con el nombramiento
de dos figuras secundarias sin autoridad alguna para dos puestos
clave, el de presidente del Consejo y el de ministro europeo de
Asuntos Exteriores.
Con la llegada al poder de Nicolas Sarkozy y Angela Merkel,
Francia y Alemania habían vuelto otra vez a una política
exterior más independiente fuertemente centrada en Estados
Unidos. En 2005 el Canciller alemán Gerhard Schröder
(Partido Socialdemocráta) había dejado el poder
prematuramente, entre otras cosas debido a que la orientación
de su política exterior hacia Rusia había llevado
a su creciente aislamiento. Pero no se ha cumplido la esperanza
de que Washington respondiera con una mayor preocupación
por los intereses europeos, ni siquiera tras el cambio del presidente
George W. Bush por Barack Obama.
Ahora la crisis financiera y económica internacional
ha sacado a la superficie todas las contradicciones no resueltas
de la política interna y externa de Europa. En el conflicto
entre Estados Unidos y China, que domina cada vez más el
escenario mundial, Europa está siendo empujada al límite
y dividida.
A los gobiernos alemán y francés les amarga que
Washington decidiera una expansión generalizada de la guerra
en Afganistán sin consultar antes a sus aliados de la OTAN.
Por otra parte, no quieren dejar esta región tan importante
estratégicamente únicamente bajo influencia de Estados
Unidos; por otra, temen que ellos podrían convertirse en
meros agentes de Estados Unidos en una guerra que cada vez se
intensifica más. El fracaso de la Conferencia sobre el
Cambio Climático de Copenhague, del que Europa culpa a
los gobiernos chino y estadounidense, ha causado más ira
aún.
La crisis económica ha dejado al descubierto la inherente
debilidad de la economía europea. Los descomunales déficits
presupuestarios de Grecia, Italia, Irlanda, Italia, Portugal y
España amenazan con romper el respaldo del euro. Hasta
ahora la moneda común ha impedido una devaluación
generalizada acompañada de un aumento de la inflación,
pero el alto valor del euro, unido al alza de las tasas de interés
hace imposible para los países de la Eurozona superar la
crisis sobre la base del libre mercado. Bruselas ha respondido
pidiendo cortes draconianos en los gastos del gobierno, particularmente
en el sector social.
Gran Bretaña, que no es miembro de la Eurozona, se está
convirtiendo en el enfermo de Europa. Su economía depende
fuertemente del sector financiero. En los últimos diez
años el número de trabajos industriales en Reino
Unido ha descendido un 30%. El descenso en Alemania y Francia
durante el mismo periodo fue de menos del 5% y 10% respectivamente.
Para rescatar al sector financiero del colapso el gobierno británico
se ha endeudado a gran escala. El valor de la libra ha descendido
en consecuencia. Otra crisis de la banca suscitaría rápidamente
el fantasma de que Gran Bretaña no puede pagar su deuda
soberana.
Para Alemania y en menor medida para Francia, su relativa fuerza
económica ha resultado ser su talón de Aquiles.
La producción industrial en Alemania, como un porcentaje
de su producto nacional bruto, es más de dos veces la de
Estados Unidos. La relativa fortaleza de la producción
industrial alemana está estrechamente relacionada con un
incremento masivo de las exportaciones alemanas. En los últimos
veinte años la producción alemana para la exportación
ha aumentado del 20% al 47% del producto interior bruto. Incluso
las exportaciones de China corresponden sólo al 36% de
su producto interior bruto.
Esta enorme dependencia de sus exportaciones industriales ha
hecho a Alemania excepcionalmente vulnerable al impacto de la
crisis económica internacional. El año pasado el
rendimiento económico bajó un 5.3%. La producción
de ingeniería está actualmente a sólo un
70% de su capacidad y las perspectivas de una mejora son muy débiles.
La exportación industrial alemana está bajo una
enorme presión por parte tanto de Estados Unidos como de
China. Estados Unidos ha explotado el bajo precio del dólar
y sus bajos niveles de salarios, establecidos con fuerza bruta
como parte de la reorganización de la industria del automóvil
estadounidense, para ganar una ventaja competitiva frente a sus
competidores europeos. A este respecto es simbólico el
desplazamiento parcial de la producción del Mercedes S-Class
de Alemania a Estados Unidos. China, por su parte, está
presionando en sectores del mercado que antes eran dominio exclusivo
de los alemanes debido sus altos niveles de calidad.
Las elites europeas y alemanas están reaccionando como
lo hicieron a principios del siglo pasado ante los problemas y
contradicciones cada vez mayores: con ataques sociales y políticos
a la clase trabajadora y con un militarismo cada vez mayor.
Muchos gobiernos parecen paralizados dados los cada vez mayores
problemas de política exterior y conflictos internos. El
gobierno cristiano demócrata- democracia liberal de Berlín
ha sucumbido a peleas internas desde que llegó al poder
en noviembre. La canciller Merkel ha sido acusada desde todas
partes de falta de determinación y de liderazgo débil.
Pero entre bastidores hay una intensa búsqueda de nuevos
mecanismos de dominio para facilitar el desvío de las consecuencias
de la crisis económica hacia la clase trabajadora ya que
los métodos del compromiso social están más
que agotados.
En este contexto es donde se está intensificando el
actual ataque contra los derechos democráticos, en parte
fomentando los miedos al terrorismo e intensificando el resentimiento
hacia los musulmanes. Al frente de estos esfuerzos reaccionarios
están el socialdemócrata alemán Thilo Sarrazin
y el ex-político del Partido Socialista y actual ministro
de emigración francés Eric Besson. Estos círculos
han seguido atentamente y con todas simpatía el referéndum
suizo contra la construcción de minaretes. Estas medidas
representan un intento de desviar la atención de las cuestiones
de clase y de movilizar a abogados de derecha de la clase media
para lanzarlos en determinado momento contra la clase trabajadora.
El pueblo trabajador debe sacar sus propias conclusiones del
fracaso de los planes de la burguesía europea. Los trabajadores
europeos deben unirse para defender sus propios intereses sociales
u políticos. Deben luchar por una Europa socialista bajo
la bandera de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
Traducido
del inglés para Rebelión por Beatriz
Morales Bastos
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