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Las grandes potencias sacrifican al clima en el altar de las
ganancias
Por Dietmar Henning
27 Enero 2010
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el autor
Este artículo apareció en nuestro sitio en
su inglés original el 21 de Diciembre del 2009.
Los científicos alrededor del mundo están de
acuerdo de que para prevenir una catástrofe la acción
más rápida posible es la de detener el cambió
climático creado por la actividad humana. En las décadas
venideras, las condiciones de vida de miles de millones de personas
serán amenazadas por crecientes niveles marinos, tormentas,
sequías y las pérdidas de cosechas.
A pesar de la urgencia de encontrar una solución al
calentamiento global, la semana pasada los representantes de 193
estados en la conferencia mundial de clima en Copenhague fueron
completamente incapaces de acordar en algún paso efectivo
de reducir los niveles globales de gases que contribuyen al efecto
invernadero. El veredicto sobre la conferencia por los grupos
ambientalistas y amplias secciones de los medios de comunicación
fue devastador. Qué desastre comienza el reporte
sobre la conferencia en el sitio web del periódico alemán
Der Spiegel. Vergüenza, farsa, desastre
escribe el Süddeutsche Zeitung.
Después de dos semanas de discusiones, los delegados
de la conferencia produjeron un texto final de a penas 3 páginas
que no es vinculante. Delinea metas generalmente reconocidas por
científicos como completamente inadecuadas para lidiar
con el peligro del acelerante calentamiento global.
Muchos países pequeños se opusieron al acuerdo,
el cual fue discutido en reuniones de puerta cerrada. Al final,
los participantes de la conferencia no se comprometieron en aceptar
el tratado y, en cambio, votaron en tomar nota del Acuerdo
de Copenhague.
La presencia de alrededor de cien cabezas de estado durante
los dos últimos días -incluyendo al presidente estadounidense
Barack Obama, el primer ministro chino Wen Jiabao, la canciller
alemana Angela Merkel, el primer ministro británico Gordon
Brown y el presidente francés Nicolas Sarkozy- no hizo
nada para romper el punto muerto. Fue una vez más el presiente
estadounidense quién estableció los parámetros
para el acuerdo final, tranquilizando a círculos políticos
de derecha estadounidenses que los Estados Unidos no estará
obligado legalmente a nada de que lo tomó lugar hoy día.
La declaración del interés personal de los Estados
Unidos hizo eco en las declaraciones de otras principales naciones
industriales.
En el análisis final, fue el interés antagónico
de las más grandes potencias -en particular, los EE.UU.,
China y la Unión Europea- que previno cualquier acuerdo.
Las dos semanas de discusiones en Copenhague tuvo más que
ver con intereses estratégicos, conflictos comerciales
y rivalidades competitivas que con rescatar el clima y el medioambiente
del mundo.
Los países industrializados líderes trataron
el tema de sus emisiones de CO2 completamente desde el punto de
vista de los intereses estratégicos de sus respectivas
clases dirigentes. En realidad, las cuestiones geo-estratégicas
detrás de las discusiones en la capital danesa fueron las
mismas como aquellas que acabaron en las guerras de Irak, Afganistán
y numerosos otros conflictos internacionales.
De acuerdo a los estimados de la Agencia Internacional de la
Energía, la demanda por la energía alrededor del
mundo ascenderá por más de 50 por ciento en los
próximos veinte años. La fuerza económica
de un país dependerá considerablemente por su acceso
a las fuentes de energía. Este es el porqué los
EE.UU. ha invertido alrededor de un trillón de dólares
en guerras destinadas en asegurar su supremacía por las
reservas más productivas de petróleo y gas.
Con su presencia militar en el Golfo Pérsico y en Afganistán
-la puerta de entrada a Asia Central- los EE.UU. no sólo
está asegurando sus propias necesidades energéticas.
Busca obtener una importante palanca para aplicar presión
a sus rivales en Europa y Asia, los cuales fuertemente dependen
en la energía importada del Oriente Medio. El desarrollo
de tecnologías alternativas reduciría la dependencia
en los combustibles fósiles, los cuales aún constituyen
casi 80 por ciento del consumo de energía mundial. Los
EE.UU. tienen poco interés en gastar miles de millones
de dólares en tecnologías libres de producir contaminación
que podrían ayudar a sus rivales más independientes.
Una presión adicional es ejercida por el lobby de aquellos
grupos de energía e industrias dependientes de los combustibles
fósiles. Ellos consideran cualquier reducción de
emisiones de CO2 como un factor costoso y un obstáculo
a su competividad, socavando sus ganancias. Una y otra vez han
usado su poder para sabotear cualquier medida efectiva de reducción
de emisiones de CO2 en el congreso estadounidense.
Finalmente, los países industrializados líderes,
que en el presente consumen la mitad de la energía mundial,
están usando el tema del cambio climático como un
arma contra las naciones en desarrollo, cuyo consumo de energía
es cada vez más proporcional con su industrialización.
En Copenhague los EE.UU. exigió que los países
emergentes y en desarrollo, en particular China, se comprometan
a sí mismos a concretar y verificar reducciones de sus
emisiones de CO2. Representantes de las 77 naciones más
pobres vehementemente protestaron contra este intento a chantaje.
China, cuya expansión industrial está basada
particularmente en la industria pesada, ha rechazado cualquier
proceso de inspección en la verificabilidad de sus medidas
medioambientales como una violación inaceptable de su soberanía
nacional. Su posición considera que las viejas naciones
industriales son responsables por el calentamiento global, en
vez de los nuevos países desarrollados. Por lo tanto exigió
apoyo financiero para los países en desarrollo para reducir
sus emisiones de CO2. China también ha expresado la preocupación
de que los límites de emisión de carbono puedan
convertirse en una base de razones para imponer barreras comerciales.,
una posición abogada por secciones del establecimiento
político estadounidense.
Por su parte, los EE.UU. ha ofrecido sólo un 17 por
ciento de reducción en sus emisiones de CO2 para el 2020
comparado al 2005. Basado en los niveles establecidos en el acuerdo
de Kyoto de 1997, los cuales los EE.UU. jamás ratificaron,
esto representa una reducción de menos de 4 por ciento.
Como es el caso en las cuestiones de la guerra y los temas sociales,
hay poca diferencia significativa entre las políticas climáticas
de Obama y de las de su predecesor, George W. Bush.
Los países europeos, en particular, Alemania y Francia,
han buscado en presentarse a sí mismos como responsables
y conscientes en cuanto al medioambiente, en contraste a los EE.UU.
y China. La Unión Europea declaró que estaba preparada
para bajar las emisiones de CO2 del continente al alrededor del
30 por ciento para el 2020, en vez de su previa promesa de 20
por ciento. En adición a esto, la UE prometió durante
la primera semana de la cumbre a contribuir 7,2 mil millones de
euros para países en desarrollo en los próximos
3 años.
Sin embargo, los estados miembros de la UE están tan
entusiasmados para avanzar sus propios intereses económicos
como los EE.UU. y China. La mayoría de científicos
están de acuerdo en que una reducción de alrededor
de 30 por ciento en las emisiones no es suficiente para limitar
el calentamiento global a dos grados Celsius. Más aún,
los estados de la UE han hecho su oferta condicional en una reducción
comparable por los EE.UU. y China.
Alemania y Francia, que carecen de reservas de energía
fósil y son altamente dependientes en las importaciones,
esperan reducir su dependencia a través del desarrollo
de tecnologías alternativas. En este asunto, ellos entran
en conflicto con los EE.UU. Al mismo tiempo, ellos están
contando en ganar mercados para sus nuevas tecnologías.
Mientras tanto, el esquema de comercio de carbono se ha convertido
en una vasta empresa lucrativa.
La conferencia sobre el medio ambiente en Copenhague prueba
que es imposible implementar una política científicamente
guiada y coordenada internacionalmente para prevenir un desastre
climático dentro del contexto del sistema capitalista.
La propiedad privada de los medios de producción y el sistema
de naciones-estado rivales, bajo el cual el capitalismo está
basado, excluyen cualquier política racional basada en
los intereses y las necesidades sociales comunes. Los más
grandes poderes imperialitas, particularmente los EE.UU. y Europa,
están usando el tema del cambio climático para imponer
una agenda que refleja sus propios intereses políticos
y económicos.
Incluso las formas más radicales de protesta son incapaces
de detener esta política destructiva, la cual inevitablemente
llevará a nuevas guerras, miseria y desastre medioambiental.
La única verdadera solución yace en la unificación
de la clase trabajadora internacional bajo la base de un programa
socialista, para racionalmente organizar la sociedad y la producción
de una manera mundial de acuerdo a las necesidades de la humanidad,
incluyendo todas las medidas necesarias para proteger el ecosistema
de una catástrofe climática.
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