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Mediaciones respaldadas por EE.UU. legitiman golpe de estado
militar en Honduras
Por Bill Van Auken
17 Julio 2009
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el autor
Este artículo apareció en nuestro sitio en
su inglés original el 11 de julio, 2009.
El jueves pasado negociaciones tomaron lugar en San José,
ciudad capital de Costa Rica, aparentemente para resolver la crisis
política desatada por el golpe de estado que se dio en
el país vecino de Honduras el 28 de julio. Pero las negociaciones
se han convertido en una farsa. El verdadero fin de este fraudulento
ejercicio es legitimar el derrocamiento militar del presidente
electo de Honduras y así lograr los objetivos de Washington
y de sectores derechistas influyentes de la oligarquía
hondureña.
El presidente hondureño, Manuel Zelaya regresó
a la capital costarricense el miércoles luego del mes pasado
haber sido arrestado, tirado como un bulto en un avión
y exilado a San José. Al día siguiente fue el primero
en negociar con el mediador asignado por Estados Unidos, Carlos
Arias, presidente de Costa Rica.
Le siguió Roberto Micheletti, quien fue puesto al frente
del Ejecutivo hondureño por el golpe y a quien las autoridades
costarricenses llamaron "presidente en función".
Esta apelación desconcertó a Zelaya y a sus partidarios,
quienes ferozmente atacaron al ex presidente del parlamento como
un criminal que había usurpado el poder ilegalmente.
Antes de las negociaciones, Arias había dejado claro
que trataría a ambos imparcialmente como presidentes.
Los dos individuos se reunieron por separado con Arias en la
mansión del presidente costarricense en el rico vecindario
de Rohrmoser. La habían rodeado cientos de policías
y manifestantes. Éstos últimos habían llegado
para protestar el golpe. Muchos le gritaron "¡asesino!"
a Micheletti y lo quemaron en efigie.
Luego de reunirse con Arias, Zelaya le dijo a los corresponsales
que esperaban afuera:
"Creemos que hemos sido congruentes con la posición
de Honduras, que es la restitución del estado de derecho,
de la democracia y la restitución del presidente electo
por el pueblo hondureño".
Poco después, Micheletti siguió a Zelaya en la
residencia de Arias. Antes de llegar a la ciudad había
pasado tres horas en el aeropuerto, aparentemente por razones
de seguridad. Según varios informes, le había pedido
a Arias que reuniera con él allí para evitar un
encuentro con los manifestantes.
Por su parte, Micheletti se declaró "satisfecho"
con la mediación de Arias e inmediatamente partió
de nuevo a Honduras, lo que contradijo la promesa de Arias en
mantener a los dos hombres negociando hasta que llegaran a un
acuerdo. Pero Micheletti anunció que dejaba atrás
una "comisión" de figuras políticas hondureñas
que apoyaban el golpe. Zelaya entonces formó su propia
comisión de partidarios que participaran en las negociaciones.
Luego de regresar a Tegucigalpa, ciudad capital de Honduras,
Micheletti le dijo a los corresponsales que "Estamos de acuerdo
con el retorno de él (Zelaya) acá, pero directamente
a los juzgados". Los dirigentes del golpe exigen que a Zelaya
se le enjuicie como traidor porque trató de celebrar un
plebiscito no vinculante para determinar si había apoyo
popular a una enmienda a la constitución del país.
Críticos han acusado a Zelaya de que esto fue una movida
de su parte para ganarse otro plazo presidencial, lo cual es casi
imposible puesto que el voto para una asamblea constituyente que
cambie la constitución no podría tomar lugar hasta
los comicios nacionales del 29 de diciembre, cuando se elige a
un nuevo presidente.
Micheletti añadió: "Anticipo que en mi próxima
visita a Costa Rica me recibirán como el presidente constitucional
de Honduras".
El dirigente del golpe tiene suficientes razones para confiar
en sí mismo. Casi todo el proceso de mediación favorece
a los que destituyeron a Zelaya. A lo único que Micheletti
le puede temer, aún cuando cuenta con el apoyo de las fuerzas
armadas, la iglesia y los sectores más poderosos de los
sectores terratenientes y empresariales, son las masas del pueblo
trabajador hondureño, quienes han sido el eje de la resistencia
al golpe.
Por su parte, Arias ha reaccionado a su primer encuentro con
Zelaya y Micheletti declarando que no tenía ninguna ilusión
y que el proceso podría tomar más tiempo de lo que
se imaginaba. Añadió que la solución a la
crisis podía resolverse en dos días o en más
de dos meses.
Puesto que los comicios tendrán lugar en apenas cuatro
meses y medio, Micheletti y sus compinches del golpe pueden seguir
con las sesiones de mediación hasta que el plazo de Zelaya
termine.
Arias ha insistido que toda solución debe incluir la
restauración de Zelaya a la presidencia. Su patrón,
el gobierno de Obama, ha adoptado una postura muy ambigua en cuanto
al caso. Por una parte, Obama ha pedido que se le reinstale, pero
por otra la Ministro de Relaciones Exteriores, Hillary Clinton,
deliberadamente ha rehusado seguir esa pauta. Un vocero del Ministerio
de Relaciones Exteriores de Estados Unidos ha declarado que Washington
espera que la mediación bajo la tutela de Arias "devuelva
el orden democrático en Honduras". No mencionó
al presidente electo para nada.
Un ex funcionario costarricense con ciertos conocimientos de
la misión que Arias ha aceptado de Washington sugirió
otra alternativa: que Zelaya regrese de nuevo a Tegucigalpa para
servir como presidente del régimen instalado por los golpistas,
pero sin ninguna autoridad. Sólo sería una
figura decorativa. El objetivo de semejante solución es
evidente: pintar a la destitución militar de un gobierno
elegido con colores democráticos. La destitución
recibió el respaldo de los Estados Unidos.
Kevin Casas-Zamora, quien fue vicepresidente de Arias hace
dos años y es ahora destacado socio de antigüedad
en el Instituto Brookings, explicó en detalle esta
hipótesis: "Mi sentido de lo que la comunidad internacional
exige, y lo que es correcto, es que Zelaya ante todo debería
regresar a la presidencia, pero no necesariamente al poder".
Además de abandonar todo el poder, a Zelaya según
puntualizó Casas-Zamora se le exigiría abandonar
sus planes para enmendar la constitución (lo que ya ha
prometido hacer), romper todas las relaciones que ha establecido
con el presidente venezolano, Hugo Chávez y entrar en un
explícito "acuerdo para compartir el poder" con
los que lo derrocaron.
El New York Times y la "democracia
hondureña"
Que esta haya sido la alternativa que los círculos políticos
gobernantes de Estados Unidos favorecieran quedó bien claro
cuando esta semana el Washington Post y el NewYork Times
publicaron editoriales similares, ambos palpables de hipocresía
y cinismo políticos.
El único problema que el Post tuvo con el golpe en Honduras
fue la manera en que se llevó a cabo, pues "cayó
en la trampa tendida por el protector de Zelaya, Hugo Chávez,
quien intenta derrocar las instituciones democráticas en
toda la región". Es decir, los que trataron de derrocar
a la democracia no fueron los funcionarios hondureños que
ordenaron a las tropas invadir el palacio presidencial y apoderarse
de las calles, lo que resultó en el cierre de estaciones
de radio y televisión que no simpatizaban con el golpe
y en tiroteos contra manifestantes no armados. Más bien
fueron las víctimas del golpe las que lanzaron el ataque
contra la democracia.
El Post sostiene que los dirigentes de golpe hondureño
no tienen nada que temerle si regresa Zelaya. "Aún
si no termina en la cárcel", escribe el periódico,
"existe poca probabilidad que ahora pudiera...tener éxito
en cambiar la constitución".
Igualmente., el Times sostiene que "Probablemente
l/o mejor sería que los militares hondureños, los
juzgados y el gobierno de facto le permitan al Sr. Zelaya regresar
a Tegucigalpa para cumplir lo que queda de su plazo, que termina
en enero, a cambio de su promesa de abandonar todo esfuerzo por
cambiar la constitución. Así se podría postular
para un segundo plazo".
Ambos periódicos, para justificar el golpe y dejar sin
ningún poder al presidente electo, recurren ha que hay
que ser leal a la constitución hondureña, y se oponen
firmemente a cambiar el documento para que éste se pueda
postular para otro plazo. Pero la adherencia a estos "principios"
depende completamente de la situación; estas leyes se pueden
guardar o cambiar si ello sirve los intereses de la clase gobernante
de Estados Unidos.
Por ejemplo, ninguno de los dos periódicos mostró
alguna inquietud cuando Álvaro Uribe, presidente derechista
de Colombia y leal partidario de la política extranjera
de Estados Unidos, modificó la constitución colombiana
para obtener un segundo plazo sin ni siquiera molestarse en presentarle
la propuesta reforma a un plebiscito popular.
Cuando esto sucedió, el Times reaccionó
con que la maniobra de Uribe "aseguraría que Washington
retenga un mayordomo muy atento a dos de las prioridades principales
del gobierno de Bush en esta tumultuosa región: la guerra
contra las drogas y los rebeldes marxistas".
Pero hubo una situación mucho más cercana a estas
costas. El periódico favoreció con entusiasmo la
movida del alcalde millonario de la ciudad de Nueva York para
reescribir las leyes municipales y ponerle fin a los límites
de mandato. Así se daría a sí mismo la oportunidad
de postularse para la alcaldía de la ciudad por un tercer
plazo de cuatro años. El periódico propuso en este
caso que los cambios se hicieran por medio de pactos entre Bloomberg
y el ayuntamiento a escondidas del público. También
se opuso a un plebiscito popular, tal como se propuso en Honduras,
por ser "técnicamente difícil".
A medida que la "mediación" bajo la batuta
de Estados Unidos tenía lugar en San José, los trabajadores
y jóvenes hondureños continuaron resistiendo el
golpe. Miles de personas se manifestaron el jueves y viernes en
Tegucigalpa, San pedro Sula y muchas otras ciudades.
En varias regiones del país, manifestantes ocuparon
carreteras y puentes y pararon el tráfico. El jueves bloquearon
otra vez el tráfico por seis horas en la ruta principal
que conecta a Honduras con la Carretera Panamericana y Nicaragua
y El Salvador al sur. La línea de tractores que no se movía
llegaba a la capital. El viernes miles marcharon al sector norte
de Tegucigalpa para cerrar la carretera que conduce a San Pedro
Sula, segunda ciudad principal del país.
La represión del nuevo régimen también
continúa. El jueves, fuerzas de seguridad detuvieron al
padre de Obed Murillo, el joven de 19 años de edad que
murió a balazos el 5 de julio cuando soldados abrieron
fuego contra manifestantes que se habían reunido en el
aeropuerto de Tegucigalpa cuando Zelaya fracasó en regresar
al país.
El padre, David Murillo, quien ya se ha expresado varias veces
desde la matanza, ha exigido justicia para su hijo. La policía
nacional lo arrestó luego de una reunión en las
oficinas del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos,
donde había prestado testimonio sobre la muerte de su hijo.
Fue llevado directamente a una cárcel bajo control de las
fuerzas militares.
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