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Represión y abstención de las masas durante las elecciones de Honduras

Por Bill Van Auken
4 Diciembre 2009

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Este artículo apareció en nuestro sitio en su inglés original el 1ro. de diciembre, 2009.

La represión sistemática de los adversarios del régimen golpista y una aparente abstención del voto que batió el récord definieron las elecciones nacionales del domingo pasado en Honduras. No obstante, el gobierno de Obama en Washington alabó los resultados como “un paso hacia adelante muy importante para Honduras” y “una salida legítima” de la crisis que comenzó cuando los militares derrocaron al Presidente electo, Manuel Zelaya, el 28 del junio pasado.

Las elecciones se llevaron a cabo solo un día después del golpe haber cumplido los cinco meses, y el mismo Zelaya todavía se encuentra atrapado en la embajada brasileña en Tegucigalpa, donde se refugió dos meses atrás luego de haber regresado clandestinamente al país.

Las mediaciones que Estados Unidos había respaldado durante meses, las cuales resultaron en el Acuerdo de San José y luego en el Acuerdo de Tegucigalpa, fracasaron en restaurar Zelaya a la presidencia. Más bien le permitieron al régimen golpista, encabezado por Roberto Micheletti, líder congresista hondureño, ganar tiempo hasta que se celebraran los comicios, los cuales se consideran como una artimaña para legitimar al golpe.

Hay toda razón para creer que ésta fue la verdadera intención del gobierno de Obama, el cual, a pesar de sus críticas verbales al derrocamiento de Zelaya, ejerció muy poca presión contra los responsables del golpe. En cuanto al golpe mismo, es muy improbable que la clase gobernante hondureña, que depende totalmente de Estados Unidos para el comercio y las inversiones, y que sus militares—entre los más leales al Pentágono (Estados Unidos mantiene la mayor base militar de Latinoamérica en tierra hondureña)— habrían actuado sin el permiso de Washington.

El voto del domingo se condujo bajo condiciones en que el país se encuentra casi totalmente militarizado; más de 30,000 tropas se han movilizado para intimidar a los adversarios del régimen.

En la ciudad norteña de San Pedro Sula, segunda ciudad mayor de Honduras que sirve como su cede industrial, la policía y soldados dispersaron una manifestación en contra de las elecciones. Más de 1000 personas habían marchado a la plaza central y a la Catedral de San Pedro Sula, donde cantaron el himno nacional y llevaron cruces en memoria de las decenas de personas que han muerto a causa de los últimos cinco meses de represión.

Las fuerzas de seguridad reaccionaron con una fusilada de granadas de gases lacrimógenos, chorros disparados por un cañón de agua montado en un tanque militar, y golpizas a los manifestantes. Luego de éstos dispersarse, los soldados comenzaron a destruir un camión que llevaba equipo de sonido y pancartas en protesta del voto ilegítimo.

Esta fue solo la manifestación más visible de la represión que se había intensificado cada vez más a medida que se acercaban los comicios.

La policía y los soldados ocuparon pueblos y aldeas en todo el país; dirigentes de la oposición fueron arrestados o se vieron amenazados. De acuerdo a la cadena de televisión venezolana, Telesur, en Zacate Grande, comunidad isleña al sur, grupos de hombres armados y vestidos de civiles forzaron a los residentes a ir a las urnas. Esto sucedió luego que el ejército persiguiera y cazara a los oponentes locales del gobierno. Las fuerzas de seguridad también allanaron varias moradas.

En la capital, la policía le cayó a toletazos a ciudadanos que distribuían volantes instándole al pueblo que boicoteara las elecciones.

El Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (COFADEH), organización que defiende los derechos humanos, reportó que tropas militares y agentes de la policía habían allanado las oficinas centrales de varias organizaciones. COFADEH añadió que el sábado el ejército y la Policía Nacional habían montado una intensa persecución de varias organizaciones y militantes de la resistencia. La organización también reportó que un oposicionista había sido arrestado por caminar en la calle con un megáfono a cuestas, y que las fuerzas gubernamentales habían entrado a las oficinas de un grupo y confiscado sus computadoras y equipos.

Según la coordinadora de CODAFEH, Bertha Olivia, aproximadamente 30 personas han sido arrestadas. También ha habido allanamientos arbitrarios de las oficinas y hogares de activistas que apoyan a Zelaya como presidente legítimo del país, así como también todo tipo de acción para intimidar al pueblo. Las autoridades militares también han sitiado las cedes de varios sindicatos y a varios vecindarios pobres (“colonias”), que son bastones de la resistencia.

Porfirio “Pepe” Lobo, de 61 años de edad y candidato del derechista Partido Nacional, fue declarado ganador en estas elecciones celebradas a punta de pistola. Según el voto oficial final, Lobo ganó por amplio margen sobre su rival principal, el ex vicepresidente Elvin Santos, candidato del Partido Liberal, en el cual Zelaya tanto como Micheletti son figuras dirigentes.

Los resultados preliminares muestran que Lobo obtuvo 52% del voto y Santos el 34%.

Lobo y Santos se parecen a Micheletti y Zelaya en que ambos también son ricos miembros de la oligarquía hondureña. Lobo es un prominente latifundista y gran dueño de ganados. Por su parte, Santos es cabecilla de una de las mayores empresas de obras de construcción del país.

Pero mucho más importante que el margen de victoria fue la asistencia general del pueblo a los comicios. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) del régimen sostiene que la tasa de abstención había alcanzado un 38.7%. La oposición, sin embargo, insiste que entre el 65 y el 70% de los votantes hondureños no comparecieron ante las urnas electorales.

Informes anecdóticos provenientes de la ciudad capital de Tegucigalpa indican que el voto, si bien fue bastante numeroso en los vecindarios de los ricos y de las capas superiores de la clase media que habían apoyado el golpe, los centros de votación, en su mayoría, se quedaron vacíos en las colonias obreras que rodean a la ciudad.

Han aparecido sólidos indicios que las elecciones han sido fraudulentas. Aunque las urnas electorales cerraron a las 17 horas (hora local), los resultados no se reportaron hasta las 21 horas. debido a lo que funcionarios llamaron un “problema técnico mientras se contaban los votos. Funcionarios del proceso electoral reportaron que se le había acabado la tinta que se usa para marcar los dedos de los votantes con tal de que no votaran varias veces. Fuentes de la oposición en el sur del país también reportaron que partidarios del partido derechista de El Salvador, Arena, estaban cruzando la frontera y asistiendo a las urnas electorales para aumentar el voto.

Todo el proceso se organizó bajo los auspicios de Washington. Se calcula que aproximadamente 800 funcionarios estadounidenses se encontraban presentes en el país para supervisar las elecciones. Tanto el Instituto Internacional Republicano (IRI; siglas en inglés) como el Instituto Nacional Demócrata (NDI; siglas en inglés) enviaron observadores con tal de legitimar el voto. Estas organizaciones, patrocinadas por los dos partidos principales de Estados Unidos, reciben fondos de la Fundación Nacional para la Democracia, creada en la década de los 1980 para las responsabilidades políticas en el extranjero que anteriormente se habían desempeñado bajo el mando de la CIA.

Ninguna de las agencias que normalmente asesora las elecciones de las Américas—la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Fundación Carter—envió observadores. Pero entre los presentes se hallaba un grupo de exilados cubanos anti castristas que residen en Miami. Los pocos críticos del régimen que fueron al país a observar las elecciones fueron registrados por fuerzas de seguridad. Militantes de los partidos derechistas del país los amenazaron con violencia.

La mayoría de los estados en la Cumbre Iberoamericana, celebrada en Portugal el lunes pasado y que incluía a España y a la mayoría de las naciones latinoamericanas, indicó que no reconocerían la legitimidad de las elecciones.

En cuanto a este punto, Brasil, la potencia principal de Latinoamérica, se ha mostrado la más intransigente. Esta postura refleja las tensiones crecientes entre Brasilia y Washington a medida que Brasil emerge como gran potencia regional y rival en una región del globo que el imperialismo yanqui por largo tiempo ha llamado su “patio trasero”. Funcionarios estadounidenses duramente criticaron la colaboración del gobierno brasileño con el regreso de Zelaya a Honduras antes de que se llegara a un acuerdo— negociado por Estados Unidos—con los líderes golpistas.

El asesor del presidente brasileño, Marco Aurelio García, le declaró a la prensa en Portugal que Luis Ignacio Lula da Silva considera que las elecciones se han usado para justificar y absolver al golpe. Pero en una muestra de que Brasil está suavizando su postura, añadió que por ahora se “tenía que esperar” y debatir el tema con la “comunidad internacional”.

Por su parte, el gobierno español se mostró más equívoco. El Ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, dijo que su gobierno no acepta las elecciones en Honduras, pero añadió que tampoco las ignora. Indicó que el voto había creado “nuevos actores políticos” interesados en lograr una solución de “reconciliación nacional”.

Mauricio Funes, presidente de El Salvador electo recientemente con el respaldo del frente ex guerrillero, FMLN [Farabundo Martí para la Liberación Nacional], también lanzó un llamado para un “diálogo nacional”. Declaró que no era asunto de aceptar las elecciones o no, sino de estimular procesos que permitan el fortalecimiento de la democracia.

Entre las naciones latinoamericanas, solo las más aliadas con Washington—Colombia, Costa Rica, Panamá y Perú—abiertamente apoyaron el voto del domingo pasado.

En Washington, Arturo Valenzuela, secretario asistente del Departamento de Relaciones Exteriores de Estados Unidos para el Hemisferio Occidental, felicitó a Lobo en nombre del gobierno de Obama, declarando a la vez que “Él [Lobo] será el próximo presidente de Honduras...Reconocemos esos resultados”.

Pero aunque declaró que el voto representaba “un enorme paso hacia delante para Honduras”, Valenzuela insistió que éste “no era el último paso”.

Puntualizó que el régimen hondureño debe cumplir con las disposiciones del acuerdo, negociado por Estados Unidos en Tegucigalpa en octubre entre los bandos de Micheletti y Zelaya. Este pacto aboga por la creación de un gobierno de “unidad y reconciliación nacional” y el voto, por parte del congreso hondureño, sobre si a Zelaya se le debería restaurar a la presidencia durante los casi dos meses que quedan antes de que el nuevo gobierno asuma las riendas del poder.

Zelaya aceptó este reaccionario pacto, pero luego protestó que Micheletti había creado un régimen de “unidad nacional” que no incluía a ningún partidario del mandatario derrocado. El Congreso anunció que no volvería a reunirse de nuevo para considerar la restauración del derrocado presidente hasta el 2 de diciembre; es decir, después de las elecciones.

El pacto también dispone que la Corte Suprema de Honduras, que sancionara la legalidad del golpe del 28 de junio, emita un dictamen para asesorar al Congreso acerca de la restitución de Zelaya. El jueves pasado, la corte publicó su determinación de los hechos: Zelaya no puede regresar a la presidencia a menos que se le arreste y sea enjuiciado por presuntamente haber violado la constitución de Honduras.

El golpe fue provocado cuando Zelaya trató de establecer un voto para consultar con el pueblo hondureño y determinar si éste apoyaba un plebiscito para establecer una asamblea constituyente que enmendara la constitución del país, documento reaccionario impuesto sobre Honduras por la ex dictadura militar y la Embajada de Estados Unidos en 1983.

Zelaya ya había suscitado el antagonismo de la oligarquía criolla y de Washington al establecer un modesto aumento del sueldo mínimo y cementar una alianza basada en el petróleo barato con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Desde el golpe, Zelaya se ha distanciado de Chávez, quien a su vez a adoptado un plano secundario al Brasil en cuanto a la crisis hondureña. Durante los últimos cinco meses, ambos han expresado esperanzas de que el Presidente Barack Obama intervendría para resolver la crisis y obligar al régimen golpista a ceder el poder.

No podría haber una peor condena del fracaso político de todos los sectores de la burguesía nacional de Latinoamérica, a pesar de todas sus pretensiones “izquierdistas”. Igual que en Irak y Afganistán, el gobierno de Obama, con sus declaraciones hipócritas acerca del “cambio” y el mejoramiento de las relaciones internacionales, trata de defender sus intereses imperialistas en Latinoamérica tan implacable y despiadadamente como el gobierno de su predecesor.

En el caso de Zelaya, esta dependencia de la intervención de la Casa Blanca lo obligó a intentar (y también a los burócratas sindicalistas y los nacionalistas de izquierda en la dirigencia del Frente de Resistencia Nacional [FRN]) subordinar las luchas, cada vez más militantes, de los trabajadores, campesinos y estudiantes hondureños a las negociaciones dictadas por Estados Unidos que le han dado una cubierta política al régimen golpista.

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