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Discurso de apertura de la conferencia auspiciada por el Partido Socialista por la Igualdad y el WSWS

La estrategia política del PSI para las elecciones de EE.UU. en 2004

Por David North
6 Abril 2004

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Abajo publicamos el discurso de apertura a la conferencia sobre “Las elecciones de Estados Unidos en 2004: la causa de la alternativa socialista”. Esta conferencia fue auspiciada por el Partido Socialista por la Igualdad y el World Socialist Web Site [Red Mundial Socialista] del 13 al 14 de marzo en la ciudad de Ann Arbor, estado de Michigan. David North, presidente del Comité de Redacción del WSWS y Secretario Nacional del PSI, pronunció el discurso.

La publicación de este discurso es parte de nuestra amplia cobertura de este significante acontecimiento político. Un resumen de la conferencia fue publicado en inglés el 15 de marzo. Durante los días venideros continuaremos con nuestra cobertura, inclusive los discursos pronunciados por los candidatos del PSI para la presidencia y vicepresidencia, respectivamente: Bill Van Auken y Jim Lawrence.

Al comenzar esta conferencia, que hemos convocado para debatir el programa y las perspectivas de la campaña electoral del partido Socialista por la Igualdad en 2004, es apropiado señalar que la semana que viene marca el primer aniversario de la invasión y ocupación de Irak por Estados Unidos. La trayectoria de este año ha desenmascarado el carácter criminal de esta guerra. La búsqueda por las supuestas reservas secretas de armas tóxicas no ha producido absolutamente nada.

Toda la campaña propagandista que Estados Unidos había lanzado acerca de las “armas para la destrucción en masa” de Irak no fue más que una alimaña del estado para engañar a las masas. Se ha revelado que las razones del gobierno de Bush para justificar su decisión de invadir a Irak han sido mentiras. Pero los ámbitos políticos insisten en pintar la contradicción entre la realidad y las acusaciones sensacionalistas del gobierno acerca de dichas armas en Irak como “fracaso de espionaje”. Este eufemismo soporífico facilita la evasión de los serios temas políticos que la guerra plantea.

¿Qué fue lo que realmente ocurrió el año pasado? El presidente y el vicepresidente de Estados Unidos le mintieron sistemática y desvergonzadamente al pueblo estadounidense y al mundo. El Congreso [nacional] no cuestionó estas mentiras y adoptó una resolución, con el apoyo de John Edwards y John Kerry, que esencialmente autorizó la guerra.

Los medios de prensa, en su preponderancia partidarios de la guerra, no hicieron el menor esfuerzo para someter las acusaciones del gobierno de Bush a un análisis crítico. Más bien funcionaron como amplificadores para la diseminación de las mentiras e información falsa del gobierno. La creación de un nuevo título para los corresponsales a cargo de cubrir la guerra—periodistas “encamados” - sin duda describe, no con intención, la prostitución casi universal de los órganos de difusión de la prensa escrita.

¡No! La guerra no fue ningún producto del “fracaso” del espionaje; ni siquiera fue fracaso del espionaje al servicio del presidente. Más bien fue consecuencia, en cierto sentido político, del fracaso histórico—y el colapso casi total—de las instituciones de la democracia estadounidense.

Claro, la acusación que el gobierno recibió información errónea de un sistema de espionaje defectuoso (y no que el fraude manipuló el espionaje oficial para producir los resultados que el gobierno de Bush deseaba para justificar la guerra que ya había decidido lanzar) contradice hechos que ya se conocían ampliamente antes de comenzar la invasión de Irak. Aunque la red de espionaje del Partido Socialista por la Igualdad es menos extensa que la de la prensa empresarial, éste se pudo basar en los hechos para llegar a la siguiente conclusión el 21 de Marzo, 2003:

“Todas las justificaciones del gobierno Bush y sus cómplices en Londres se basan en verdades a medias, falsedades y mentiras patentes. En este momento ya casi resulta ocioso responder a la aseveración que el objetivo de esta guerra es la destrucción de las llamadas “armas para la destrucción en masa” de Irak. Luego de semanas de inspecciones intrusas, a las cuales ningún país jamás se ha sometido, no se ha descubierto ningún material significativo. Los últimos informes de los dirigentes del equipo de inspecciones de la Organización de las Naciones Unidas [ONU], Hans Blix y Mohamed El Baredei, específicamente refutan las declaraciones del Ministro de Relaciones Exteriores, Colin Powell, durante su notorio desicurso ante la ONU el 5 de febrero, 2003. ElBaredei reveló que los alegatos que los Estados Unidos había hecho con mucho alarde acerca de los esfuerzos iraquíes para importar uranio de Níger se basaban en documentos falsificados provistos por el espionaje británico del Primer ministro de la Gran Bretaña, Tony Blair. Otras alegaciones importantes, relacionadas al uso de tubos de aluminio para fines nucleares y a la existencia de laboratorios móviles que producen armas químicas y biológicas, resultaron ser falsas. En tanto se revela una mentira, el gobierno de Bush trama otra. Tanto desprecia a la opinión pública que ni siquiera se inquieta en darle firmeza a sus argumentos”.

A pesar de la enorme oposición que expresaron las grandes manifestaciones en Estados Unidos y por todo el mundo, la guerra comenzó con el bombardeo aéreo de Irak el 19 de marzo, 2003. Tal como explicamos en el documento que ya he citado:

“Una pequeña pandilla de conspiradores políticos—cuyos planes son secretos y que habían llegado al poder por medio del fraude - han llevado al pueblo de Estados Unidos a una guerra que ni entiende ni quiere. Pero no existe ninguna estructura política por medio de la cual se puede expresar oposición a la política de Bush: a la guerra, a las infracciones contra los derechos democráticos, a la destrucción de los servicios sociales o las agresiones implacables contra los niveles de vida de la clase trabajadora. El Partido Demócrata, que no es más que el cadáver apestoso del liberalismo burgués, ha quedado profundamente desacreditado. Las masas del pueblo trabajador se encuentran totalmente privadas de sus derechos civiles”.

Aunque encontrara mayor oposición de lo que esperaba, la aplastante superioridad tecnológica de Estados Unidos resultó en la rápida destrucción del régimen baatista y la ocupación de Irak. El caos que siguió la entrada de las fuerzas estadounidenses en Bagdad, y luego los ataques guerrilleros contra las fuerzas de ocupación y sus colaboradores, tomaron de sorpresa al Gobierno de Bush y a la prensa, cuya propaganda los había embriagado.

La campaña política de Howard Dean

Lo que también sorprendió a los medios de comunicación fue la amplia e insistente hostilidad hacia el gobierno de Bush en Estados Unidos mismo. Ésta proyectó sus propias ilusiones y profundos prejuicios clasistas sobre la población en general y presumió que la conquista de Irak dejaría muda no sólo a la oposición a la guerra, sino a todo el que se opusiera a la reelección de Bush. Junto con la mayoría del Partido Demócrata no pudo anticipar la ola de oposición popular que encontró su expresión durante el verano y el otoño de 2003 en la campaña presidencial de Howard Dean.

Dean, ex gobernador del estado de Vermont, no pareció tener el carácter debido para dirigir un movimiento insurgente. Dean no creó su propio movimiento; más o menos lo encontró por accidente mientras trataba de encontrar su camino en la oscuridad—típico de los políticos burgueses convencionales—para encontrar un tema que lo difiriera de sus competidores. Presintió—y aquí tenemos que admirarlo un poco - que había un público listo para reaccionar contra las agresiones del gobierno de Bush, la guerra contra Irak, y la cobardía servil de los Demócratas. Dean atrajo un vasto e ignorado sentimiento de odio hacia Bush que el Partido Demócrata había ignorado casi completamente. Una gran cantidad de dinero llenó los cofres de la campaña de Dean; las encuestas sobre la opinión pública indicaron que el gobernador gozaba de grandes ventajas electorales en las elecciones internas [para postular al candidato presidencial] de los estados de Iowa y New Hampshire. Para fines de 2003, la prensa seriamente comenzó a considerar la posibilidad que Dean podría ganar la nominación a la presidencia.

Este inesperado acontecimiento fue como una llamada que despertó a los sectores de mayor astucia política de la clase dominante. De repente se dieron cuenta que la oposición al gobierno de Bush era mucho más profunda de lo que previamente habían creído. Ya no era inconcebible que Bush no fuera reelegido. Además, del descontento popular ya había comenzado a desarrollarse, en ciertos ámbitos de la clase gobernante misma, dudas e inquietudes acerca de la política, la dirección, las consecuencias y hasta la capacidad del gobierno de Bush. Y no sólo en cuanto a la guerra en Irak; más serio aún fue la alarma causada por era el estado de la economía de Estados Unidos, cada vez más precaria y consumida por la deuda. La alarma llegó a los oidos de ese sector de la clase capitalista que todavía no ha perdido la capacidad intelectual. Al comenzar el nuevo año, apareció la posibilidad que Bush podría perder las elecciones de 2004. Y varios sectores significantes de la clase dominante comenzaron a considerar que quizás sería mejor que las perdiera. La publicación de las memorias del ex ministro de la Tesorería, Paul O'Neill, en las que pinta al presidente como un bribón incompetente, expresó un ambiente político burgués sediento de cambio.

Este cambio en el clima político afectó el reportaje sobre la campaña del Partido Demócrata en las campañas de las elecciones internas. Siempre que (1) la oposición al gobierno de Bush dentro de la clase gobernante no tuviera gran importancia política y (2) que la reelección de Bush fuera considerada como hecho consumado, la prensa informaba sobre la competencia entre los varios rivales Demócratas con aire de indiferencia burlona. La posibilidad que Dean fuera nominado [a la presidencia], seguido inevitablemente por una derrota devastadora, no era una idea completamente desagradable. Una aplastante victoria de Bush no sólo le pondría fin una vez por todas a la peste que dejaron las elecciones del 2000, sino que, además, le permitiría al gobierno afirmar que la invasión de Irak había sido ratificada por el apoyo popular.

No obstante, las nuevas circunstancias requerían una orientación más intrusa en el voto interno del Partido Demócrata. Una vez más se ve la importancia del sistema de lospor los dos partidos burgueses: instrumento histórico por medio del cual la clase capitalista resuelve sus luchas internas, y desvía toda oposición de las masas al dominio de la oligarquía empresarial para conservar de esa manera, sin que nadie lo desafíe, su monopolio del poder político.

Una vez que la clase gobernante concluyó que las elecciones internas podrían influir en la selección del reemplazo de Bush, los planes comenzaron a marchar a todo vapor. Si Bush perdiera debido a la oposición popular y al descontento político con la clase dominante, habría que proceder con precaución.

Esta nueva dirección rápidamente acabó con las aspiraciones presidenciales de Dean. Aunque él, por sus características conservadoras, nunca representó ninguna amenaza política al sistema, su candidatura tenía la posibilidad de hacerle parecer al mundo entero que las elecciones eran un plebiscito sobre la guerra contra Irak con insinuaciones muy peligrosas—y de largo alcance—para los intereses del imperialismo estadounidense. La prensa, pues, decidió vaciarle el armario. Este político burgués de Vermont, convencional pero irascible, no estaba preparado, ni intelectual ni políticamente, para los ataques contra su persona a principios de año.

Dean se esforzó por asegurarle a la prensa que no tenía ninguna intención de retirar las tropas estadounidenses de Irak pronto, a pesar de criticar la decisión de Bush de iniciar la guerra. Sus palabras no valieron nada. El problema no eran las intenciones de Dean, sino que su candidatura pudiera legitimar y darle ánimo, en Estados Unidos y a nivel internacional, a la oposición contra la ocupación de Irak.

En este contexto permítanme citarles un parte de un nuevo documento preparado por el Comité Bipartito Independiente sobre Irak Después de la Guerra [Segunda Mundial], auspiciado por el Consejo sobre Relaciones Exteriores. Se titula, Irak: un año después y expresa ciertas inquietudes sobre la fragilidad del apoyo popular y aboga por reforzarlo a favor de la prolongada presencia de las tropas en Irak.

“El Comité cree que es esencial que mantengamos el consenso del público, sobretodo a medida que la voluntad política de Estados Unidos continúe siendo puesta a prueba durante los meses y años venideros en Irak. Estas pruebas, que incluirán ataques más abiertos contra las tropas estadounidenses, podrían ocurrir durante el apogeo del debate político en Estados Unidos a medida que entramos en la última etapa de la campaña electoral de 2004.

“Irak inevitablemente será un tema de debate durante la campaña presidencial de Estados Unidos. Es casi seguro que el debate examinará la decisión original de lanzar la guerra, así como también la transición política pos bélica y los esfuerzos por la reconstrucción de Irak. No obstante, los miembros del Comité, quienes representan una amplia perspectiva política, están unidos en cuanto la siguiente realidad: que a Estados Unidos tiene interés en establecer un Irak estable cuyos dirigentes representan la voluntad del pueblo. El conflicto civil en Irak, que sería la alternativa a una competencia política pacífica, correría el riesgo de despertar la rivalidad entre (y la intervención de) los países vecinos de Irak; la inestabilidad a largo plazo en la producción y los abastecimientos de petróleo; y la creación de una nación fracasada que serviría de santuario a terroristas. También representaría el fracaso monumental de la política de Estados Unidos, el cual necesariamente perdería autoridad y prestigio en la región”. [1]

Es decir, no se puede permitir que las elecciones se conviertan en un foro para el debate político que cuestione la legitimidad y socave la aceptación pública de la ocupación estadounidense. Desde este punto de vista, que es un resumen del consenso bipartito entre los dirigentes del sistema dominado por los dos partidos burgueses, la nominación de Dean era inaceptable.

Los duros comentarios de la prensa y de los otros rivales Demócratas contra Dean durante las semanas justo antes de las reuniones de los comités políticos de Iowa tuvieron sus resultados, pero ello no se debió a que los votantes rechazaron la política de Dean. La verdad es que la mayoría de las encuestas sobre la opinión pública mostró que la oposición contra la guerra entre los votantes Demócratas del estado de Iowa era preponderante. Más bien, los ataques revelaron lo que los votantes Demócratas percibían era la flaqueza principal de Dean como candidato en elecciones nacionales. Estos ataques fueron recibidos con entusiasmo no sólo por los que se sentían a gusto con Dean, sino también por muchos que creían estar de acuerdo con lo que percibían era su postura anti guerra; es decir, con aquellos que lo apoyaban pero que temían que Dean era vulnerable a los ataques de los Republicanos en las elecciones nacionales. En cierta manera extraña, los ataques contra Dean explotaron con éxito el deseo elemental de amplias capas del electorado Demócrata por encontrar un candidato que derrotara a Bush.

Con el desenredo de la candidatura de Dean luego de las elecciones internas en los estados de Iowa y Vermont, la índole y el tono de la campaña Demócrata cambiaron bien rápido. Desde ese entonces, la campaña es dominada por candidatos que habían votado por la resolución del Senado que había permitido la invasión de Irak. La selección eventual de Kerry como candidato (aunque también pudo haber sido John Edwards) aseguró que el debate durante las elecciones oficiales procederían dentro de los límites aceptables a la clase gobernante.

El problema del Partido Demócrata

Hay que admitir que esta estrategia se llevó a cabo con una astucia extraordinaria. El sentimiento contra la guerra que había propulsado la campaña de Dean pronto perdió fuerzas. El proceso de nominación [a la presidencial] terminó con la selección de un candidato cuyas diferencias con Bush en cuanto Irak y a otras cuestiones importantes son esencialmente tácticas, no de carácter principista.

¿Cómo pudo suceder esto? No es suficiente hablar del papel que la prensa jugó en este proceso. Su manipulación de la opinión pública logra el éxito siempre que el pensamiento político de la clase obrera sea limitado por el sistema controlado por los dos partidos burgueses. La única manera en la cual las amplias masas trabajadoras pueden expresar su insatisfacción latente con la política burguesa es absteniéndose totalmente del proceso electoral, justo lo que hace dos tercios de la población con el derecho al voto en todas las elecciones. Este extraordinario nivel de abstencionismo político sólo puede entenderse como manifestación de la profunda enajenación que decenas de millones de estadounidenses, probablemente la mayoría, sienten hacia el sistema político del país. No participan en el proceso electoral porque no lo consideran capaz de mejorar sus vidas.

Al mismo tiempo, esta indiferencia también tiene sus ilusiones, entre las cuales la más debilitadora y, en último instante, la más desmoralizadora, es la creencia que el Partido Demócrata representa, aunque de manera vaga, una verdadera alternativa al Partido Republicano; ilusión esencial a la permanencia del sistema bipartito burgués en Estados Unidos.

Donde se encuentran ilusiones también se encuentran los que la promueven; es decir, individuos, organizaciones y tendencias políticas que se dedican a preservar la confianza en el sistema bipartito, sobretodo en el Partido Demócrata. Tenemos como ejemplo uno de los aspectos más curiosos de las elecciones internas del Partido Demócrata: la enorme publicidad dada a las candidaturas del diputado Dennis Kucinich y el devot clérigo, Al Sharpton.

Semana tras semana, en todos los debates, a estos dos estimados se les permitió dirigirse al público junto con los otros candidatos. A pesar que obtuvieron mucho menos del 3% del voto durante las varias elecciones internas, nunca se les negó la invitación a participar en dichos debates. Se les dio la oportunidad de criticar a las grandes empresas y se les permitió todo tipo de fraseología izquierdista. Como pago proclamaron su fe en el Partido Demócrata como única institución legítima para la política progresista de Estados Unidos.

Su participación sirvió para nutrir la ilusión que el Partido Demócrata es un verdadero “partido del pueblo” con diferencias fundamentales con el Partido Republicano; capaz de obedecer la presión de las masas y de poner en práctica reformas significantes, para no decir radicales, de la sociedad estadounidense en nombre del pueblo trabajador.

Howard Dean hizo exactamente lo mismo cuando cerró su campaña para la presidencia. Le instó a sus partidarios que evitaran toda participación en la política de terceros partidos y que continuaran luchando para cambiar al Partido Demócrata.

La postura de la revista norteamericana, The Nation [La nación]tiene un significado mucho más serio que las declaraciones de Kucinich, Sharpton y Dean, quienes, después de todo, han vivido todas sus vidas políticas dentro del Partido Demócrata y no tienen ningún vínculo a la política anti capitalista. Esta revista, voz del radicalismo de la clase media de Estados Unidos—con una crónica de posturas políticas repugnantes que se origina en la década del 1930, cuando respaldó la exterminación estalinista de los revolucionarios marxistas en la Unión Soviética—ahora apoya la candidatura de John Kerry.

La revista detalla su apoyo al Partido Demócrata en una carta abierta a Ralph Nader, que publicó el 16 de febrero. Le insta que no se declare candidato presidencial en 2004: “Ralph, este no es el año propicio para postularte. El 2004 no es el 2000”.

¿Cuál es la diferencia?

“George Bush nos ha llevado a una guerra preventiva ilegal, y debemos derrotarlo en este momento crítico. La gran mayoría de los votantes con ideas progresistas—esenciales a todo esfuerzo para establecer las fuerzas que puedan cambiar la dirección del país—se concierne en una sola cosa este año: derrotar a Bush. Todos los votantes de tendencia potencialmente progresista escoriarán toda candidatura que nos desvíe de esa meta. Si te postulas, te desvincularás, tal vez irrevocablemente, de toda relación con esta vigorosa masa de activistas”.

¡Así se expresa The Nation!

El Partido Socialista por la Igualdad y el World Socialist Web Site tiene diferencias fundamentales e irreconciliables con la política de Ralph Nader. Pero esas diferencias no significan que nos oponemos a que se postule a la presidencia. Tiene todo el derecho a ello, aún si su campaña le quita votos al candidato del Partido Demócrata y le cuesta la elección a Kerry.

Desde el punto de vista intelectual y político, el razonamiento de The Nation revela un estancamiento toal del intelecto. Su lógica esencial, en cuanto a la diferencia entre el 2004 y el 2000, es que impedir la reelección de Bush debe ser el objetivo político principal de todos los “progresistas”. Pero si so fuera verdad, ¿no se debió haber hecho todo lo posible en el 2000 para prevenir que Bush saliera elegido en primer lugar? Esto significaría, claro, que la decisión de Nader en postularse a la presidencia hace cuatro años, con el apoyo de The Nation, fue un error desastroso.

The Nation no hace ningún esfuerzo para resolver esa deslumbrante contradicción en su lógica. Más bien trata, de manera absurda y despreciable, de glorificar al Senador Kerry. Ahora escribe sobre su “valentía, devoción a la justicia, y su dedicación a la honestidad, al gobierno abierto, a los principios por encima de la política. Hay pocos senadores de quienes se pueda decir esto”.

Que este disparate pueda escribirse en 2004 muestra la mediocridad de lo pretende ser política radical en Estados Unidos. Después de todo, el Sr. Kerry no es un espécimen político nada extraño. No se necesita ningún análisis político extraordinario para comprender que él es partidario determinado y firme de los intereses sociales de la clase gobernante y del sistema capitalista en general.

Además, las características específicas de la personalidad de Kerry carecen de significado político. Al elaborar una postura principista en esta campaña electoral—es decir, una que defiende los intereses de la clase obrera—es necesario partir de una crítica histórica del sistema bipartito burgués y, en particular, de la índole clasista del Partido Demócrata.

El Partido Demócrata le ha causado al movimiento socialista en Estados Unidos gran confusión desde sus primeros días. La característica más importante del movimiento obrero organizado de Estados Unidos—notada por muchos teóricos socialistas desde la época de Marx y Engels—fue que nunca pudo establecerse a sí mismo como fuerza política independiente.

A lo largo de su historia, la clase obrera de Estados Unidos participa en luchas con frecuencia verdaderamente explosivas y cuya violencia, con la excepción de períodos de guerra civil abierta, no ocurre en las naciones europeas. Pero aún así—y en esto difiere de sus hermanos de clase en Europa—la clase obrera de Estados Unidos nunca logra separarse del control de los partidos políticos de la patronal contra la cual lucha amargamente en las fábricas y en las calles.

Todas las generaciones socialistas se han visto frente a frente a este problema y han tratado de solucionarlo, en primer lugar y ante todo por medio del desarrollo de un partido en masa conscientemente político, anti capitalista y socialista. Ha habido períodos de intensas luchas de clase cuando parecía que era posible y realista lograr ese objetivo: durante los levantamientos de la clase obrera antes de la Primera Guerra Mundial; durante la Gran Depresión de la década de los 1930; inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial; y, por último, hacia finales de los 1960 y principios de los 1970. Sin embargo, en cada caso una combinación de factores subjetivos y objetivos contribuye al fracaso de estos movimientos obreros tan prometedores de una independencia política.

Un análisis de este importante problema, es decir, la organización de la clase obrera como fuerza política independiente, saca a relucir el dilema del Partido Demócrata, el cual ha funcionado como instrumento de la burguesía estadounidense por más de un siglo para cerrarle paso al desarrollo de un partido obrero independiente, conservar la hegemonía del sistema bipartito burgués y dejar intacto el monopolio político de la clase capitalista.

Este no es el lugar apropiado para hacer un análisis profundo de la historia del Partido Demócrata. El contenido de semejante análisis más o menos consistiría de toda la historia de la política de Estados Unidos. Después de todo, muchos historiadores consideran que los orígenes del Partido Demócrata se encuentran en las facciones políticas que surgieron durante el gobierno de Washington en la década de los 1790.

Existe, sin embargo, una característica del Partido Demócrata que perdura, y hemos de hacerle hincapié. Desde que adquiere su estructura semi moderna, es decir, durante la década de los 1830, el Partido Demócrata trata de pintarse a sí mismo como defensor del trabajador común en contra de los intereses comerciales. El historiador Arthur Schlesinger, hijo, celebró esta característica en su libro, The Age of Jackson [La época de Jackson]. Para contrarrestar la influencia socialista, Schlesinger razona que el gobierno de Jackson, al valerse de la autoridad del estado para limitar los poderosos intereses económicos, nos regaló el modelo para gobierno democrático liberal que alcanzó su apoteosis en el “Nuevo Trato” de Franklin Roosevelt.

Schlesinger convenientemente hace caso omiso a que la hostilidad de Jackson hacia los intereses económicos de la región Norte del país no se debía a ningún sentimiento verdaderamente progresista, sino que reflejaba la filosofía política de la clase esclavista del Sur. La susceptibilidad de sectores de trabajadores urbanos a la cínica explotación de sus agravios para enredarlos en una alianza con los esclavistas fue de los primeros síntomas de lo que por último comprobó ser la flaqueza fundamental del movimiento obrero en Estados Unidos: tratar de encontrar soluciones limitadas, por medio de alianzas políticas corruptas con representantes de una clase reaccionaria, a los profundos problemas sociales.

La época de Jackson se publica en 1944, hacia finales de la larga presidencia de Roosevelt en Estados Unidos. Aunque varias generaciones nos separan de la era de Roosevelt, cuando ya su memoria ha retrocede bastante de la mente de amplios sectores del pueblo estadounidense, sus cuatro cuadrienio de presidente jugaron un papel crítico en darle lustre a la popularidad del Partido Demócrata. En la mitología política, relatad una y otra vez por la burocracia de los sindicatos obreros, El Nuevo Trato de Roosevelt representa el renacimiento, como si fuera un ave fénix, de la justicia social en Estados Unidos. Presuntamente fue una época de progreso social sin igual, consecuencia de la reestructuración radical del capitalismo estadounidense por Roosevelt, pero la realidad fue muy diferente. E cierto que Roosevelt demostró una astucia política extraordinaria al adaptar su gobierno a la profunda hostilidad popular que el capitalismo había creado durante la Depresión. Pero su programa político fue, en gran parte, un paliativo que a penas comprendía las causas más profundas—arraigadas en las contradicciones del sistema capitalista mundial—de la devastadora crisis económica. Los adelantos más importantes de la clase obrera fueron conquistados por medio de sus luchas directas, frecuentemente en oposición al gobierno de Roosevelt. El segundo colapso económico del 1937 desenmascaró el fracaso del Nuevo Trato; el desempleo quedó en el 25% hasta que Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial en diciembre, 1941.

La demanda por un partido laborista

Hacia mediados de la década de los 1930, nuevas y enormes explosiones de luchas obreras—la huelga de Toledo Auto-Lite; la huelga general de Minneapolis; la huelga general de San Francisco; y un poco después la huelga de brazos cruzados en Flint, [estado de Michigan]—pusieron en relieve el tema de la acción política independiente de la clase obrera. El Congreso de Organizaciones Industriales (CIO; cifras en inglés), que recientemente se había formado, se vio cara a cara con las limitaciones del sindicalismo militante. Acciones de huelga, por si solas, no podían resolver los problemas de la democracia industrial, de la igualdad social, y el peligro que planteaban el fascismo y el militarismo imperialista.

Es especialmente cuando los trabajadores comienza a enfrentarse a una resistencia más acérrima por parte de la patronal - por ejemplo: la masacre en mayo,1937, de los huelguistas contra la empresa acero, Republic Steel—que los límites ideológicos de la militancia sindicalista se hacen más evidentes. Además, la hostilidad de gobierno de Roosevelt hacia las luchas de los obreros para formar sindicatos era cada vez mayor (Roosevelt había enfurecido a los sindicalistas cuando reaccionó a la masacre de mayo con críticas feroces a los huelguistas y a los patronos. Hasta citó a Shakespeare: “¡Qué caiga una peste sobre ambas casas!”) y puso en duda la legitimidad y viabilidad de la alianza de facto de la CIO con el gobierno de Roosevelt y el Partido Demócrata. La CIO a penas había cumplido los dos años de existencia, pero ya había llegado a un callejón sin salida.

Esta era la situación que rodeaba toda una serie de conversaciones extraordinarios en Coyoacán, México, en mayo, 1938, entre los dirigentes del partido Socialista de los Trabajadores—en esa época el movimiento trotskista en Estados Unidos—y León Trotsky, dirigente exilado de la Revolución de Octubre en 1917 y fundador de la Cuarta Internacional. Según su razonamiento, la CIO tenía que virarse hacia la lucha política. Le instó al Partido Socialista de los Trabajadores que iniciara una campaña dentro del movimiento obrero sindicalista para la creación de un partido laborista.

“Es un hecho objetivo”, puntualizó Trotsky, “que los nuevos sindicatos obreros creados por los trabajadores han llegado a un callejón sin salida y que la única manera para los obreros dentro de los sindicatos es unir sus fuerzas para ejercer su influencia sobre las leyes y la lucha de clases. La clase obrera tiene una alternativa: los sindicatos serán disueltos o se unirán para participar en la acción política”.

Durante el transcurso de estos debates, Trotsky enfatizó que no apoyaba por la creación de un partido reformista tipo Partido Laborista de Gran Bretaña. Más bien, la lucha por un partido laborista estaba indisolublemente vinculado a las exigencias transicionales que encaminaban a los trabajadores hacia el poder. La demanda por un partido laborista [obrero] tenía como blanco a la estrategia de los burócratas sindicalistas y del Partido Comunista de subordinar a la clase obrera al Partido Demócrata.

La introducción de la demanda por un partido laborista en el programa del Partido Socialista de los Trabajadores marcó un paso gigante en el desarrollo de la estrategia revolucionaria de la clase obrera de Estados Unidos. Identificó el problema central del movimiento obrero norteamericano, es decir, su subordinación a los partidos políticos de la burguesía, y mostró como seguir adelante. La lucha por la creación de un partido laborista llevó al movimiento trotskista a un conflicto cada vez más intenso con la burocracia de los sindicatos, de la AFL y de la CIO, las cuales, a pesar de sus diferencias, estaban determinadas a mantener la subordinación de la clase obrera al Partido Demócrata.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, el nivel de vida de la clase obrera mejoró dramáticamente. La burocracia sindicalista consideró que este progreso justificaba su alianza política con el Partido Demócrata. Pero este progreso se debió más a la expansión de la economía mundial después de la guerra que a la alianza con el Partido Demócrata. De mayor significado fue lo que los obreros perdieron, no lo que ganaron: la oportunidad de transformar fundamentalmente la estructura socioeconómica de la sociedad estadounidense en interés de la clase obrera.

Desde un principio, durante la era de Roosevelt, la alianza con el Partido Demócrata significó ante todo que los sindicatos repudiaron toda aspiración radical-democrática, para no decir socialista. Todo debate dentro del movimiento obrero sindicalista acerca de la redistribución radical de la riqueza en Estados Unidos, de la democratización de los lugares de trabajo, del derecho de los trabajadores a inspeccionar las finanzas de las empresas y de establecer control estatal sobre las industrias—exigencias muy populares durante la década del 30 - tenía que silenciarse. Parte de eso incluyó por obligación la supresión de la disidencia dentro de los sindicatos, lo cual por lo general se logró por medio de purgas políticas y de escuadrones de polizontes violentos.

El historiador Alan Brinkley ha hecho un buen resumen de las inferencia políticas que representa la subordinación del movimiento obrero a Roosevelt y al Partido Demócrata:

“[En] su nueva asociación con lo Demócratas, los liberales y el estado, el destino de los sindicatos obreros fue convertirse en una fuerza subordinada, incapaz de influir el programa liberal excepto de la manera más superficial”. [2]

Hubo otras consecuencias de la alianza con los Demócratas por las cuales la clase obrera tuvo que pagar un precio devastador. Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial como la mayor potencia imperialista. Los intereses que tenía por todos los rincones lo hicieron implacablemente hostil hacia cualquier restricción que limitara el derecho de las empresas norteamericanas a explotar las materias primas del globo terráqueo. En nombre de la defensa de la democracia liberal, el movimiento de los sindicatos obreros no sólo aceptó y apoyó la Guerra Fría lanzada por Estados Unidos en 1946, sino que también contribuyó con los guerreros más fogosos en la cruzada mundial contra el comunismo y toda manifestación de lucha anti imperialista. Las actividades de las oficinas sobre asuntos internacionales de la AFL-CIO formaron parte íntegra de la práctica de la CIA misma. Sin el anti comunismo legitimado por la AFL-CIO, el maccarthismo nunca habría ocurrido en Estados Unidos.

Aún queda otro aspecto significante de la alianza de pos guerra con el Partido Demócrata que tuvo consecuencias de largo alcance. Puesto que la estructura de las fuerzas internas del Partido Demócrata durante las décadas del 40 y del 50 todavía se basaba en el sistema separatista de las razas bajo las leyes “Jim Crow” de separación racial, sistema que sólidamente reinaba en la región Sur del país, la burocracia de los sindicatos con toda gentileza se rehusó a lanzar toda campaña seria para organizar a los trabajadores del Sur. Esa fue la razón por la cual el gran movimiento por los derechos civiles de la década del 50 y a principios del 60 se desarrolló independientemente del movimiento sindicalista.

La abstención reaccionaria de la AFL-CIO en estas luchas contra las leyes raciales “Jim Crow” en el Sur (y su hostilidad hacia ellas) y por las aspiraciones sociales y democráticas de los trabajadores negros en el Norte cedió la dirigencia del movimiento pro derechos civiles a varias capas de la clase media negra. En lugar de desarrollarse como parte de una poderosa lucha de clases por los derechos democráticos y la igualdad social, el movimiento pro derechos civiles terminó por degenerarse en una lucha por los privilegios de una pequeña capa de la clase media Negra dentro de los límites establecidos por el capitalismo.

En la década de los 1960, el Partido Demócrata y la AFL-CIO habían entrado en crisis y decadencia. La explosión del movimiento pro derechos civiles destruyó el equilibrio entre el ala liberal del Partido Demócrata en el Norte y el ala segregacionista en el Sur. El fin gradual de la prosperidad que ocurrió después de la guerra [Mundial] y el deterioro de la supremacía económica indisputable de Estados Unidos comenzó a desenmascarar los límites del programa de Keynes sobre el cual se habían basado los programas reformistas del período posguerra. Por último, la catástrofe de la Guerra de Vietnam—la cual fue en sí fue consecuencia de la estrategia sobre la Guerra Fría formulada principalmente por el Partido Demócrata—dejó al liberalismo estadounidense dividido, desacreditado y moralmente tambaleando.

Los sindicatos obreros, atados al Partido Demócrata, siempre había presumido que los recursos del capitalismo estadounidense eran inagotables, y que la expansión interminable de la economía nacional proveería bases duraderas para su política reformista.

Pero esa perspectiva se hizo añicos con las crisis económicas de la década del 70: la explosión simultánea de la recesión y la inflación, o, como llegó a conocerse en ese entonces, la “stagflation”. La AFL-CIO no pudo encontrar ninguna alternativa a la política bélica y clasista del presidente del Banco Central, Paul Volcker, quien había sido nombrado por Jimmy Carter, presidente Demócrata, en 1979. La AFL-CIO no estaba nada preparada para las consecuencias políticas y sociales del colapso del liberalismo estadounidense, el renacimiento del Partido Republicano y los ataques contra los sindicatos desatados en 1981, cuando el gobierno despidió a 11,000 miembros de PATCO, sindicato de los controladores del tráfico aéreo. Aceptó la enorme reestructuración de la industria estadounidense, lo cual costó los empleos de millones de trabajadores industriales durante las dos décadas siguientes.

La AFL-CIO saboteó todo esfuerzo de los obreros para defender sus empleos. La lista de huelgas traicionadas por la AFL-CIO durante la década del 80 abarca todos los sectores de la clase obrera sindicalizada. Para 1990 ya era claro que la AFL-CIO era, de hecho, una maquinaria de cierto sector de la clase media que funcionaba como institución adicional para la explotación de la clase obrera. De ninguna manera realista podía ésta ser considerada organización de la clase obrera.

Sólo han pasado 55 años desde que se estableciera la CIO. Sólo han transcurrido 35 años desde que la AFL se amalgamara con la CIO en una única confederación sindicalista; la mayor y más rica del mundo. Pero durante ese corto período, su política, basada en la colaboración entre las clases, en la alianza con el Partido Demócrata, y en su furiosa guerra contra toda aparición de ideología socialista en la clase obrera, ha resultado en el naufragio total del movimiento obrero en Estados Unidos.

La Liga Obrera, que precedió al Partido Socialista por la Igualdad, ajustó su programa político debidamente. Los acontecimientos habían rendido obsoleta la llamada por un partido laborista basado en los sindicatos

Los fundamentos políticos de la campaña del PSI

Pero más significativo aún es que este principio fundamental—que la clase obrera tiene que establecer su independencia política de los partidos políticos burgueses, que tiene que desarrollar su propio programa político de carácter intransigentemente democrático y socialista, que tiene que valerse de sí misma para luchar por el poder político—todavía retiene toda su validez y forma la base de la labor del partido Socialista por la Igualdad.

Basándose en todas las lecciones de la historia de la clase obrera de Estados Unidos, el Partido Socialista por la Igualdad totalmente rechaza la línea política que dice que la cuestión más candente del 2004—a la cual toda consideración e inquietud debe subordinarse—es la derrota del presidente Bush.

No; la cuestión más candente y la misión de mayor urgencia es la lucha por la independencia política de la clase obrera en base de un programa socialista e internacionalista. Es la clase obrera misma la que tiene que resolver el problema de Bush. Tiene que idear su propia solución y no dejársela a varios sectores de la clase gobernante.

Al insistir sobre este principio, de ninguna manera menospreciamos el carácter criminal y reaccionario del gobierno de Bush. A diferencia de The Nation nosotros supimos comprender muy bien el cambio cualitativo que significó la agresión contra los procesos democráticos, primero en la campaña para enjuiciar [a Clinton] y luego en las elecciones del 2000. Pero eso no cambia nuestra perspectiva, basada en principios, en cuanto a como se tiene que luchar contra esos peligros y circunstancias.

El partido Socialista por la Igualdad reconoce que la política del gobierno de Bush se origina en la crisis del sistema capitalista mundial entero, la cual se profundizará aún más y presentará mayores peligros gane quien gane las elecciones. Para el PSI, la campaña electoral no es simplemente acerca de lo que se debe hacer el próximo noviembre. Es acerca de la preparación política necesaria para lo que ha de suceder después de las elecciones.

Aquellos que le dicen a la clase obrera que debe votar por el Partido Demócrata y John Kerry deben hacerse responsable de las consecuencias de ese consejo político. ¿Qué le dirán a la clase obrera si por casualidad Kerry sale electo? ¿De qué credibilidad política gozarán cuando ese gobierno, actuando bajo las presiones de los intereses clasistas que representa, lanza más acciones militaristas para proteger los intereses del imperialismo de Estados Unidos? ¿O cuándo ataque a la clase obrera?

¿Cuáles cambios tendrán lugar luego de la elección de Kerry? ¿Habrá algún cambio en la orientación estratégica del imperialismo norteamericano? ¿Cambiará la elección de Kerry el hecho que la política de Estados Unidos deriva su ímpetu de particulares mandatos mundiales? ¿Abandonará su estrategia mundial, objetiva e imperante, que forma las bases de la política actual del gobierno de Bush, para asegurarle a las empresas estadounidenses el dominio del petróleo en el Oriente Medio y en Asia Central y de otras escasas materias primas? ¿Resultará la elección de Kerry en el retiro de las tropas estadounidenses del Oriente Medio y el Asia Central?

En cuanto a la política de la economía de Estados Unidos, ¿la alteraría la elección de Kerry en algún sentido fundamental? La destrucción de los empleos y el deterioro del nivel de vida continuarán. ¿Es posible concebir que el gobierno de Kerry se atreverá a agredir los baluartes del dinero que tan esenciales son a la estructura social de Estados Unidos y a la política social que reina?

Durante los últimos 20 años, la concentración de la riqueza ha ido a parar a manos del 1% más rico de la sociedad, algo que no tiene precedente. Ningún cambio serio de las condiciones sociales dentro de Estados Unidos se puede lograr sin agredir directamente a la riqueza privada acumulada del país. Pero no es un gobierno Demócrata que llevará eso a cabo. Y los Demócratas tampoco lanzarán ninguna lucha contra las grandes empresas que dominan a este país.

Como en todos los años electorales, los candidatos Demócratas se hacen pasar de “amigos” de la clase trabajadora. Pero el carácter demagogo y la falsa preocupacióm por la condición del pueblo se puede ver muy claramente cuando la comparamos con las promesas que se hicieron décadas anteriores. Hace casi 40 años exactos que el 12 de mayo, 1964, en esta misma Universidad de Michigan, Lyndon Johnson reveló su plan, denominado “La Gran Sociedad”. Declaró:

“El dilema del próximo medio siglo es si tendremos o no la sabiduría para utilizar la riqueza [de Estados Unidos] para enriquecer y elevar nuestra vida nacional y avanzar la calidad de muestra civilización norteamericana...Pues en nuestra época tenemos la oportunidad de movernos no sólo hacia una sociedad rica y poderosa, sino hacia arriba, hacia una Gran Sociedad...

“La base de la Gran Sociedad es la abundancia y la libertad para todos. Exige el fin de la pobreza y de la injusticia racial, al cual no hemos dedicado durante nuestros días. Pero eso es sólo el comienzo”.

Eso fue lo que dijo Johnson aquí en la Universidad de Michigan hace 40 años. ¿Se realizó la promesa de eliminar la pobreza? Cuando Johnson pronunció ese discurso, y tal vez haya sido algo sincero, todo el programa liberal estaba a punto de desintegrarse en el mismo momento que la expansión capitalista desde la guerra llegaba a su apogeo.

Johnson, quien sólo veía arco írises mientras se dirigía al precipicio, consideraba que la eliminación de la pobreza era “sólo el comienzo” de la Gran Sociedad. Esa “Gran Sociedad” que Johnson predijo nunca sucedió. Las condiciones que hoy día existen se burlan de sus ilusiones acerca del futuro de un Estados Unidos capitalista.

Hace sólo pocos días que el [periódico] Detroit Free Press publicó unas estadísticas acerca de los ingresos de los residentes de la región central de Detroit. Según este periódico, el 39.1% de los residentes de este distrito gana menos de $US20.000, y el 21% gana entre $US$10.000 y $US19.999; es decir, el 60% de sus residentes viven en la pobreza o casi en ella. Un 14% recibe un ingreso anual entre $US20.000 y $US29.999. Todo esto significa que casi el 75% de la población de la región central de la ciudad de Detroit gana menos de $US30.000 al año.

El septiembre pasado, la Sociedad para Servicios a la Comunidad publicó un informe sobre la pobreza en la ciudad de Nueva York que cita estadísticas de las Oficinas del Censo de Estados Unidos, las cuales alegan que el 12.1% de la población de Estados Unidos vive en la pobreza. Esto significa más de 30 millones de personas. En la ciudad de Nueva York, la tasa de pobreza es más del 20%. Y otro informe de la misma organización resume las estadísticas sobre el desempleo entre los hombres negros que viven en Nueva York: el 48.2% de ellos, de edad hábil para trabajar, estaban desempleados.

El capitalismo no puede resolver ninguno de problemas tan graves. Lo que se requiere es la reestructuración revolucionaria de la economía mundial y estadounidense.

Cuarenta años atrás, los socialistas con toda razón habrían criticado el programa de la Gran Sociedad como paliativo inofensivo. Pero el programa del capitalismo moderno no tiene lugar para semejantes paliativos. El hecho es que el Congreso de Estados Unidos no ha adoptado ningún proyecto de ley de importancia para la reforma social desde la década del 60.

Al mismo tiempo, la maquinaria consagrada a la represión estatal ha crecido enormemente. Hace más o menos 43 años, en enero del 1961, que el Presidente Eisenhower hizo sonar el alarma acerca de las intrusiones del complejo militar-industrial. Pero si nos valemos de la perspectiva moderna, veremos que lo que para él era el complejo militar-industrial no es más que un jueguito de soldados de plástico.

La lucha por la democracia es imposible sin la movilización política independiente de la clase obrera. Hasta reformas tan necesarias y esenciales (y ni siquiera socialistas) como la abolición del Colegio Electoral y el establecimiento de un nuevo sistema de elecciones basado en la representación proporcional son impensables sin el movimiento de las masas en oposición a los beneficiarios principales del sistema capitalista basado en dos partidos: los Demócratas y los Republicanos.

La misión fundamental a la cual nos entregamos este año es la lucha para establecer un verdadero movimiento obrero, que es posible sólo en base a un programa socialista. Es nuestro objetivo utilizar nuestra campaña electoral para iniciar el debate entre las capas más avanzadas de la clase trabajadora y de los sectores de mayor conciencia social entre los trabajadores profesionales y estudiantes para que comprendan la necesidad de esta misión. Nos esforzaremos a establecer este movimiento desde abajo. Participaremos en elecciones para el Congreso de Estados Unidos y trataremos de colocar a nuestros candidatos en las papeletas para voto donde sea posible. Pero el objetivo más im-portante de este debate es atraer nuevos reclutas, nuevos militantes, y establecernos como fuerza que lucha dentro de la clase obrera de Estados Unidos con conciencia e integridad..

El tema de mayor importancia es la concienciación política. No existen atajos. No queremos insinuar o sugerir que esperamos obtener miles y miles de votos, o que podremos postular nuestros candidatos en las elecciones de todos los estados. Eso no es posible. Pero a través de nuestra campaña queremos crear las condiciones para hacerlo posible en el futuro.

Le decimos a aquellos—como los liberales y radicales de The Nation—que alegan que están logrando algo “realista” en el 2004 que más bien están desperdiciando el tiempo, educando mal a la clase obrera y postergando lo que debería empezar ya.

No importa cual sea el resultado de estas elecciones, la capacidad de la clase obrera para defender sus derechos y derrotar las preparaciones para guerras peores depende del desarrollo de una nueva perspectiva y de un nivel de consciencia política mucho más elevado. Ese es nuestro objetivo durante los próximos ocho meses.

Notas:
1. Pág. 13.
2. El fin de la reforma: el liberalismo del Nuevo Trato durante la recesión y la guerra (New York, 1995), pág. 224.

Ver también:
Por una alternativa socialista en las elecciones de 2004
[14 Febrero 2004]

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