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Discurso de apertura de la conferencia auspiciada por el Partido
Socialista por la Igualdad y el WSWS
La estrategia política del PSI para las elecciones
de EE.UU. en 2004
Por David North
6 Abril 2004
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el autor
Abajo publicamos el discurso de apertura a la conferencia
sobre Las elecciones de Estados Unidos en 2004: la causa
de la alternativa socialista. Esta conferencia fue auspiciada
por el Partido Socialista por la Igualdad y el World Socialist
Web Site [Red Mundial Socialista] del 13 al 14 de marzo en la
ciudad de Ann Arbor, estado de Michigan. David North, presidente
del Comité de Redacción del WSWS y Secretario Nacional
del PSI, pronunció el discurso.
La publicación de este discurso es parte de nuestra
amplia cobertura de este significante acontecimiento político.
Un resumen de la conferencia fue publicado en inglés el
15 de marzo. Durante los días venideros continuaremos con
nuestra cobertura, inclusive los discursos pronunciados por los
candidatos del PSI para la presidencia y vicepresidencia, respectivamente:
Bill Van Auken y Jim Lawrence.
Al comenzar esta conferencia, que hemos convocado para debatir
el programa y las perspectivas de la campaña electoral
del partido Socialista por la Igualdad en 2004, es apropiado señalar
que la semana que viene marca el primer aniversario de la invasión
y ocupación de Irak por Estados Unidos. La trayectoria
de este año ha desenmascarado el carácter criminal
de esta guerra. La búsqueda por las supuestas reservas
secretas de armas tóxicas no ha producido absolutamente
nada.
Toda la campaña propagandista que Estados Unidos había
lanzado acerca de las armas para la destrucción en
masa de Irak no fue más que una alimaña del
estado para engañar a las masas. Se ha revelado que las
razones del gobierno de Bush para justificar su decisión
de invadir a Irak han sido mentiras. Pero los ámbitos políticos
insisten en pintar la contradicción entre la realidad y
las acusaciones sensacionalistas del gobierno acerca de dichas
armas en Irak como fracaso de espionaje. Este eufemismo
soporífico facilita la evasión de los serios temas
políticos que la guerra plantea.
¿Qué fue lo que realmente ocurrió el año
pasado? El presidente y el vicepresidente de Estados Unidos le
mintieron sistemática y desvergonzadamente al pueblo estadounidense
y al mundo. El Congreso [nacional] no cuestionó estas mentiras
y adoptó una resolución, con el apoyo de John Edwards
y John Kerry, que esencialmente autorizó la guerra.
Los medios de prensa, en su preponderancia partidarios de la
guerra, no hicieron el menor esfuerzo para someter las acusaciones
del gobierno de Bush a un análisis crítico. Más
bien funcionaron como amplificadores para la diseminación
de las mentiras e información falsa del gobierno. La creación
de un nuevo título para los corresponsales a cargo de cubrir
la guerraperiodistas encamados - sin duda describe,
no con intención, la prostitución casi universal
de los órganos de difusión de la prensa escrita.
¡No! La guerra no fue ningún producto del fracaso
del espionaje; ni siquiera fue fracaso del espionaje al servicio
del presidente. Más bien fue consecuencia, en cierto sentido
político, del fracaso históricoy el colapso
casi totalde las instituciones de la democracia estadounidense.
Claro, la acusación que el gobierno recibió información
errónea de un sistema de espionaje defectuoso (y no que
el fraude manipuló el espionaje oficial para producir los
resultados que el gobierno de Bush deseaba para justificar la
guerra que ya había decidido lanzar) contradice hechos
que ya se conocían ampliamente antes de comenzar la invasión
de Irak. Aunque la red de espionaje del Partido Socialista por
la Igualdad es menos extensa que la de la prensa empresarial,
éste se pudo basar en los hechos para llegar a la siguiente
conclusión el 21 de Marzo, 2003:
Todas las justificaciones del gobierno Bush y sus cómplices
en Londres se basan en verdades a medias, falsedades y mentiras
patentes. En este momento ya casi resulta ocioso responder a la
aseveración que el objetivo de esta guerra es la destrucción
de las llamadas armas para la destrucción en masa
de Irak. Luego de semanas de inspecciones intrusas, a las cuales
ningún país jamás se ha sometido, no se ha
descubierto ningún material significativo. Los últimos
informes de los dirigentes del equipo de inspecciones de la Organización
de las Naciones Unidas [ONU], Hans Blix y Mohamed El Baredei,
específicamente refutan las declaraciones del Ministro
de Relaciones Exteriores, Colin Powell, durante su notorio desicurso
ante la ONU el 5 de febrero, 2003. ElBaredei reveló que
los alegatos que los Estados Unidos había hecho con mucho
alarde acerca de los esfuerzos iraquíes para importar uranio
de Níger se basaban en documentos falsificados provistos
por el espionaje británico del Primer ministro de la Gran
Bretaña, Tony Blair. Otras alegaciones importantes, relacionadas
al uso de tubos de aluminio para fines nucleares y a la existencia
de laboratorios móviles que producen armas químicas
y biológicas, resultaron ser falsas. En tanto se revela
una mentira, el gobierno de Bush trama otra. Tanto desprecia a
la opinión pública que ni siquiera se inquieta en
darle firmeza a sus argumentos.
A pesar de la enorme oposición que expresaron las grandes
manifestaciones en Estados Unidos y por todo el mundo, la guerra
comenzó con el bombardeo aéreo de Irak el 19 de
marzo, 2003. Tal como explicamos en el documento que ya he citado:
Una pequeña pandilla de conspiradores políticoscuyos
planes son secretos y que habían llegado al poder por medio
del fraude - han llevado al pueblo de Estados Unidos a una guerra
que ni entiende ni quiere. Pero no existe ninguna estructura política
por medio de la cual se puede expresar oposición a la política
de Bush: a la guerra, a las infracciones contra los derechos democráticos,
a la destrucción de los servicios sociales o las agresiones
implacables contra los niveles de vida de la clase trabajadora.
El Partido Demócrata, que no es más que el cadáver
apestoso del liberalismo burgués, ha quedado profundamente
desacreditado. Las masas del pueblo trabajador se encuentran totalmente
privadas de sus derechos civiles.
Aunque encontrara mayor oposición de lo que esperaba,
la aplastante superioridad tecnológica de Estados Unidos
resultó en la rápida destrucción del régimen
baatista y la ocupación de Irak. El caos que siguió
la entrada de las fuerzas estadounidenses en Bagdad, y luego los
ataques guerrilleros contra las fuerzas de ocupación y
sus colaboradores, tomaron de sorpresa al Gobierno de Bush y a
la prensa, cuya propaganda los había embriagado.
La campaña política de Howard
Dean
Lo que también sorprendió a los medios de comunicación
fue la amplia e insistente hostilidad hacia el gobierno de Bush
en Estados Unidos mismo. Ésta proyectó sus propias
ilusiones y profundos prejuicios clasistas sobre la población
en general y presumió que la conquista de Irak dejaría
muda no sólo a la oposición a la guerra, sino a
todo el que se opusiera a la reelección de Bush. Junto
con la mayoría del Partido Demócrata no pudo anticipar
la ola de oposición popular que encontró su expresión
durante el verano y el otoño de 2003 en la campaña
presidencial de Howard Dean.
Dean, ex gobernador del estado de Vermont, no pareció
tener el carácter debido para dirigir un movimiento insurgente.
Dean no creó su propio movimiento; más o menos lo
encontró por accidente mientras trataba de encontrar su
camino en la oscuridadtípico de los políticos
burgueses convencionalespara encontrar un tema que lo difiriera
de sus competidores. Presintióy aquí tenemos
que admirarlo un poco - que había un público listo
para reaccionar contra las agresiones del gobierno de Bush, la
guerra contra Irak, y la cobardía servil de los Demócratas.
Dean atrajo un vasto e ignorado sentimiento de odio hacia Bush
que el Partido Demócrata había ignorado casi completamente.
Una gran cantidad de dinero llenó los cofres de la campaña
de Dean; las encuestas sobre la opinión pública
indicaron que el gobernador gozaba de grandes ventajas electorales
en las elecciones internas [para postular al candidato presidencial]
de los estados de Iowa y New Hampshire. Para fines de 2003, la
prensa seriamente comenzó a considerar la posibilidad que
Dean podría ganar la nominación a la presidencia.
Este inesperado acontecimiento fue como una llamada que despertó
a los sectores de mayor astucia política de la clase dominante.
De repente se dieron cuenta que la oposición al gobierno
de Bush era mucho más profunda de lo que previamente habían
creído. Ya no era inconcebible que Bush no fuera reelegido.
Además, del descontento popular ya había comenzado
a desarrollarse, en ciertos ámbitos de la clase gobernante
misma, dudas e inquietudes acerca de la política, la dirección,
las consecuencias y hasta la capacidad del gobierno de Bush. Y
no sólo en cuanto a la guerra en Irak; más serio
aún fue la alarma causada por era el estado de la economía
de Estados Unidos, cada vez más precaria y consumida por
la deuda. La alarma llegó a los oidos de ese sector de
la clase capitalista que todavía no ha perdido la capacidad
intelectual. Al comenzar el nuevo año, apareció
la posibilidad que Bush podría perder las elecciones de
2004. Y varios sectores significantes de la clase dominante comenzaron
a considerar que quizás sería mejor que las perdiera.
La publicación de las memorias del ex ministro de la Tesorería,
Paul O'Neill, en las que pinta al presidente como un bribón
incompetente, expresó un ambiente político burgués
sediento de cambio.
Este cambio en el clima político afectó el reportaje
sobre la campaña del Partido Demócrata en las campañas
de las elecciones internas. Siempre que (1) la oposición
al gobierno de Bush dentro de la clase gobernante no tuviera gran
importancia política y (2) que la reelección de
Bush fuera considerada como hecho consumado, la prensa informaba
sobre la competencia entre los varios rivales Demócratas
con aire de indiferencia burlona. La posibilidad que Dean fuera
nominado [a la presidencia], seguido inevitablemente por una derrota
devastadora, no era una idea completamente desagradable. Una aplastante
victoria de Bush no sólo le pondría fin una vez
por todas a la peste que dejaron las elecciones del 2000, sino
que, además, le permitiría al gobierno afirmar que
la invasión de Irak había sido ratificada por el
apoyo popular.
No obstante, las nuevas circunstancias requerían una
orientación más intrusa en el voto interno del Partido
Demócrata. Una vez más se ve la importancia del
sistema de lospor los dos partidos burgueses: instrumento histórico
por medio del cual la clase capitalista resuelve sus luchas internas,
y desvía toda oposición de las masas al dominio
de la oligarquía empresarial para conservar de esa manera,
sin que nadie lo desafíe, su monopolio del poder político.
Una vez que la clase gobernante concluyó que las elecciones
internas podrían influir en la selección del reemplazo
de Bush, los planes comenzaron a marchar a todo vapor. Si Bush
perdiera debido a la oposición popular y al descontento
político con la clase dominante, habría que proceder
con precaución.
Esta nueva dirección rápidamente acabó
con las aspiraciones presidenciales de Dean. Aunque él,
por sus características conservadoras, nunca representó
ninguna amenaza política al sistema, su candidatura tenía
la posibilidad de hacerle parecer al mundo entero que las elecciones
eran un plebiscito sobre la guerra contra Irak con insinuaciones
muy peligrosasy de largo alcancepara los intereses
del imperialismo estadounidense. La prensa, pues, decidió
vaciarle el armario. Este político burgués de Vermont,
convencional pero irascible, no estaba preparado, ni intelectual
ni políticamente, para los ataques contra su persona a
principios de año.
Dean se esforzó por asegurarle a la prensa que no tenía
ninguna intención de retirar las tropas estadounidenses
de Irak pronto, a pesar de criticar la decisión de Bush
de iniciar la guerra. Sus palabras no valieron nada. El problema
no eran las intenciones de Dean, sino que su candidatura pudiera
legitimar y darle ánimo, en Estados Unidos y a nivel internacional,
a la oposición contra la ocupación de Irak.
En este contexto permítanme citarles un parte de un
nuevo documento preparado por el Comité Bipartito Independiente
sobre Irak Después de la Guerra [Segunda Mundial], auspiciado
por el Consejo sobre Relaciones Exteriores. Se titula, Irak: un
año después y expresa ciertas inquietudes sobre
la fragilidad del apoyo popular y aboga por reforzarlo a favor
de la prolongada presencia de las tropas en Irak.
El Comité cree que es esencial que mantengamos
el consenso del público, sobretodo a medida que la voluntad
política de Estados Unidos continúe siendo puesta
a prueba durante los meses y años venideros en Irak. Estas
pruebas, que incluirán ataques más abiertos contra
las tropas estadounidenses, podrían ocurrir durante el
apogeo del debate político en Estados Unidos a medida que
entramos en la última etapa de la campaña electoral
de 2004.
Irak inevitablemente será un tema de debate durante
la campaña presidencial de Estados Unidos. Es casi seguro
que el debate examinará la decisión original de
lanzar la guerra, así como también la transición
política pos bélica y los esfuerzos por la reconstrucción
de Irak. No obstante, los miembros del Comité, quienes
representan una amplia perspectiva política, están
unidos en cuanto la siguiente realidad: que a Estados Unidos tiene
interés en establecer un Irak estable cuyos dirigentes
representan la voluntad del pueblo. El conflicto civil en Irak,
que sería la alternativa a una competencia política
pacífica, correría el riesgo de despertar la rivalidad
entre (y la intervención de) los países vecinos
de Irak; la inestabilidad a largo plazo en la producción
y los abastecimientos de petróleo; y la creación
de una nación fracasada que serviría de santuario
a terroristas. También representaría el fracaso
monumental de la política de Estados Unidos, el cual necesariamente
perdería autoridad y prestigio en la región.
[1]
Es decir, no se puede permitir que las elecciones se conviertan
en un foro para el debate político que cuestione la legitimidad
y socave la aceptación pública de la ocupación
estadounidense. Desde este punto de vista, que es un resumen del
consenso bipartito entre los dirigentes del sistema dominado por
los dos partidos burgueses, la nominación de Dean era inaceptable.
Los duros comentarios de la prensa y de los otros rivales Demócratas
contra Dean durante las semanas justo antes de las reuniones de
los comités políticos de Iowa tuvieron sus resultados,
pero ello no se debió a que los votantes rechazaron la
política de Dean. La verdad es que la mayoría de
las encuestas sobre la opinión pública mostró
que la oposición contra la guerra entre los votantes Demócratas
del estado de Iowa era preponderante. Más bien, los ataques
revelaron lo que los votantes Demócratas percibían
era la flaqueza principal de Dean como candidato en elecciones
nacionales. Estos ataques fueron recibidos con entusiasmo no sólo
por los que se sentían a gusto con Dean, sino también
por muchos que creían estar de acuerdo con lo que percibían
era su postura anti guerra; es decir, con aquellos que lo apoyaban
pero que temían que Dean era vulnerable a los ataques de
los Republicanos en las elecciones nacionales. En cierta manera
extraña, los ataques contra Dean explotaron con éxito
el deseo elemental de amplias capas del electorado Demócrata
por encontrar un candidato que derrotara a Bush.
Con el desenredo de la candidatura de Dean luego de las elecciones
internas en los estados de Iowa y Vermont, la índole y
el tono de la campaña Demócrata cambiaron bien rápido.
Desde ese entonces, la campaña es dominada por candidatos
que habían votado por la resolución del Senado que
había permitido la invasión de Irak. La selección
eventual de Kerry como candidato (aunque también pudo haber
sido John Edwards) aseguró que el debate durante las elecciones
oficiales procederían dentro de los límites aceptables
a la clase gobernante.
El problema del Partido Demócrata
Hay que admitir que esta estrategia se llevó a cabo
con una astucia extraordinaria. El sentimiento contra la guerra
que había propulsado la campaña de Dean pronto perdió
fuerzas. El proceso de nominación [a la presidencial] terminó
con la selección de un candidato cuyas diferencias con
Bush en cuanto Irak y a otras cuestiones importantes son esencialmente
tácticas, no de carácter principista.
¿Cómo pudo suceder esto? No es suficiente hablar
del papel que la prensa jugó en este proceso. Su manipulación
de la opinión pública logra el éxito siempre
que el pensamiento político de la clase obrera sea limitado
por el sistema controlado por los dos partidos burgueses. La única
manera en la cual las amplias masas trabajadoras pueden expresar
su insatisfacción latente con la política burguesa
es absteniéndose totalmente del proceso electoral, justo
lo que hace dos tercios de la población con el derecho
al voto en todas las elecciones. Este extraordinario nivel de
abstencionismo político sólo puede entenderse como
manifestación de la profunda enajenación que decenas
de millones de estadounidenses, probablemente la mayoría,
sienten hacia el sistema político del país. No participan
en el proceso electoral porque no lo consideran capaz de mejorar
sus vidas.
Al mismo tiempo, esta indiferencia también tiene sus
ilusiones, entre las cuales la más debilitadora y, en último
instante, la más desmoralizadora, es la creencia que el
Partido Demócrata representa, aunque de manera vaga, una
verdadera alternativa al Partido Republicano; ilusión esencial
a la permanencia del sistema bipartito burgués en Estados
Unidos.
Donde se encuentran ilusiones también se encuentran
los que la promueven; es decir, individuos, organizaciones y tendencias
políticas que se dedican a preservar la confianza en el
sistema bipartito, sobretodo en el Partido Demócrata. Tenemos
como ejemplo uno de los aspectos más curiosos de las elecciones
internas del Partido Demócrata: la enorme publicidad dada
a las candidaturas del diputado Dennis Kucinich y el devot clérigo,
Al Sharpton.
Semana tras semana, en todos los debates, a estos dos estimados
se les permitió dirigirse al público junto con los
otros candidatos. A pesar que obtuvieron mucho menos del 3% del
voto durante las varias elecciones internas, nunca se les negó
la invitación a participar en dichos debates. Se les dio
la oportunidad de criticar a las grandes empresas y se les permitió
todo tipo de fraseología izquierdista. Como pago proclamaron
su fe en el Partido Demócrata como única institución
legítima para la política progresista de Estados
Unidos.
Su participación sirvió para nutrir la ilusión
que el Partido Demócrata es un verdadero partido
del pueblo con diferencias fundamentales con el Partido
Republicano; capaz de obedecer la presión de las masas
y de poner en práctica reformas significantes, para no
decir radicales, de la sociedad estadounidense en nombre del pueblo
trabajador.
Howard Dean hizo exactamente lo mismo cuando cerró su
campaña para la presidencia. Le instó a sus partidarios
que evitaran toda participación en la política de
terceros partidos y que continuaran luchando para cambiar al Partido
Demócrata.
La postura de la revista norteamericana, The Nation
[La nación]tiene un significado mucho más serio
que las declaraciones de Kucinich, Sharpton y Dean, quienes, después
de todo, han vivido todas sus vidas políticas dentro del
Partido Demócrata y no tienen ningún vínculo
a la política anti capitalista. Esta revista, voz del radicalismo
de la clase media de Estados Unidoscon una crónica
de posturas políticas repugnantes que se origina en la
década del 1930, cuando respaldó la exterminación
estalinista de los revolucionarios marxistas en la Unión
Soviéticaahora apoya la candidatura de John Kerry.
La revista detalla su apoyo al Partido Demócrata en
una carta abierta a Ralph Nader, que publicó el 16 de febrero.
Le insta que no se declare candidato presidencial en 2004: Ralph,
este no es el año propicio para postularte. El 2004 no
es el 2000.
¿Cuál es la diferencia?
George Bush nos ha llevado a una guerra preventiva ilegal,
y debemos derrotarlo en este momento crítico. La gran mayoría
de los votantes con ideas progresistasesenciales a todo
esfuerzo para establecer las fuerzas que puedan cambiar la dirección
del paísse concierne en una sola cosa este año:
derrotar a Bush. Todos los votantes de tendencia potencialmente
progresista escoriarán toda candidatura que nos desvíe
de esa meta. Si te postulas, te desvincularás, tal vez
irrevocablemente, de toda relación con esta vigorosa masa
de activistas.
¡Así se expresa The Nation!
El Partido Socialista por la Igualdad y el World Socialist
Web Site tiene diferencias fundamentales e irreconciliables
con la política de Ralph Nader. Pero esas diferencias no
significan que nos oponemos a que se postule a la presidencia.
Tiene todo el derecho a ello, aún si su campaña
le quita votos al candidato del Partido Demócrata y le
cuesta la elección a Kerry.
Desde el punto de vista intelectual y político, el razonamiento
de The Nation revela un estancamiento toal del intelecto. Su lógica
esencial, en cuanto a la diferencia entre el 2004 y el 2000, es
que impedir la reelección de Bush debe ser el objetivo
político principal de todos los progresistas.
Pero si so fuera verdad, ¿no se debió haber hecho
todo lo posible en el 2000 para prevenir que Bush saliera elegido
en primer lugar? Esto significaría, claro, que la decisión
de Nader en postularse a la presidencia hace cuatro años,
con el apoyo de The Nation, fue un error desastroso.
The Nation no hace ningún esfuerzo para resolver esa
deslumbrante contradicción en su lógica. Más
bien trata, de manera absurda y despreciable, de glorificar al
Senador Kerry. Ahora escribe sobre su valentía, devoción
a la justicia, y su dedicación a la honestidad, al gobierno
abierto, a los principios por encima de la política. Hay
pocos senadores de quienes se pueda decir esto.
Que este disparate pueda escribirse en 2004 muestra la mediocridad
de lo pretende ser política radical en Estados Unidos.
Después de todo, el Sr. Kerry no es un espécimen
político nada extraño. No se necesita ningún
análisis político extraordinario para comprender
que él es partidario determinado y firme de los intereses
sociales de la clase gobernante y del sistema capitalista en general.
Además, las características específicas
de la personalidad de Kerry carecen de significado político.
Al elaborar una postura principista en esta campaña electorales
decir, una que defiende los intereses de la clase obreraes
necesario partir de una crítica histórica del sistema
bipartito burgués y, en particular, de la índole
clasista del Partido Demócrata.
El Partido Demócrata le ha causado al movimiento socialista
en Estados Unidos gran confusión desde sus primeros días.
La característica más importante del movimiento
obrero organizado de Estados Unidosnotada por muchos teóricos
socialistas desde la época de Marx y Engelsfue que
nunca pudo establecerse a sí mismo como fuerza política
independiente.
A lo largo de su historia, la clase obrera de Estados Unidos
participa en luchas con frecuencia verdaderamente explosivas y
cuya violencia, con la excepción de períodos de
guerra civil abierta, no ocurre en las naciones europeas. Pero
aún asíy en esto difiere de sus hermanos de
clase en Europala clase obrera de Estados Unidos nunca logra
separarse del control de los partidos políticos de la patronal
contra la cual lucha amargamente en las fábricas y en las
calles.
Todas las generaciones socialistas se han visto frente a frente
a este problema y han tratado de solucionarlo, en primer lugar
y ante todo por medio del desarrollo de un partido en masa conscientemente
político, anti capitalista y socialista. Ha habido períodos
de intensas luchas de clase cuando parecía que era posible
y realista lograr ese objetivo: durante los levantamientos de
la clase obrera antes de la Primera Guerra Mundial; durante la
Gran Depresión de la década de los 1930; inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial; y, por último,
hacia finales de los 1960 y principios de los 1970. Sin embargo,
en cada caso una combinación de factores subjetivos y objetivos
contribuye al fracaso de estos movimientos obreros tan prometedores
de una independencia política.
Un análisis de este importante problema, es decir, la
organización de la clase obrera como fuerza política
independiente, saca a relucir el dilema del Partido Demócrata,
el cual ha funcionado como instrumento de la burguesía
estadounidense por más de un siglo para cerrarle paso al
desarrollo de un partido obrero independiente, conservar la hegemonía
del sistema bipartito burgués y dejar intacto el monopolio
político de la clase capitalista.
Este no es el lugar apropiado para hacer un análisis
profundo de la historia del Partido Demócrata. El contenido
de semejante análisis más o menos consistiría
de toda la historia de la política de Estados Unidos. Después
de todo, muchos historiadores consideran que los orígenes
del Partido Demócrata se encuentran en las facciones políticas
que surgieron durante el gobierno de Washington en la década
de los 1790.
Existe, sin embargo, una característica del Partido
Demócrata que perdura, y hemos de hacerle hincapié.
Desde que adquiere su estructura semi moderna, es decir, durante
la década de los 1830, el Partido Demócrata trata
de pintarse a sí mismo como defensor del trabajador común
en contra de los intereses comerciales. El historiador Arthur
Schlesinger, hijo, celebró esta característica en
su libro, The Age of Jackson [La época de Jackson]. Para
contrarrestar la influencia socialista, Schlesinger razona que
el gobierno de Jackson, al valerse de la autoridad del estado
para limitar los poderosos intereses económicos, nos regaló
el modelo para gobierno democrático liberal que alcanzó
su apoteosis en el Nuevo Trato de Franklin Roosevelt.
Schlesinger convenientemente hace caso omiso a que la hostilidad
de Jackson hacia los intereses económicos de la región
Norte del país no se debía a ningún sentimiento
verdaderamente progresista, sino que reflejaba la filosofía
política de la clase esclavista del Sur. La susceptibilidad
de sectores de trabajadores urbanos a la cínica explotación
de sus agravios para enredarlos en una alianza con los esclavistas
fue de los primeros síntomas de lo que por último
comprobó ser la flaqueza fundamental del movimiento obrero
en Estados Unidos: tratar de encontrar soluciones limitadas, por
medio de alianzas políticas corruptas con representantes
de una clase reaccionaria, a los profundos problemas sociales.
La época de Jackson se publica en 1944, hacia finales
de la larga presidencia de Roosevelt en Estados Unidos. Aunque
varias generaciones nos separan de la era de Roosevelt, cuando
ya su memoria ha retrocede bastante de la mente de amplios sectores
del pueblo estadounidense, sus cuatro cuadrienio de presidente
jugaron un papel crítico en darle lustre a la popularidad
del Partido Demócrata. En la mitología política,
relatad una y otra vez por la burocracia de los sindicatos obreros,
El Nuevo Trato de Roosevelt representa el renacimiento, como si
fuera un ave fénix, de la justicia social en Estados Unidos.
Presuntamente fue una época de progreso social sin igual,
consecuencia de la reestructuración radical del capitalismo
estadounidense por Roosevelt, pero la realidad fue muy diferente.
E cierto que Roosevelt demostró una astucia política
extraordinaria al adaptar su gobierno a la profunda hostilidad
popular que el capitalismo había creado durante la Depresión.
Pero su programa político fue, en gran parte, un paliativo
que a penas comprendía las causas más profundasarraigadas
en las contradicciones del sistema capitalista mundialde
la devastadora crisis económica. Los adelantos más
importantes de la clase obrera fueron conquistados por medio de
sus luchas directas, frecuentemente en oposición al gobierno
de Roosevelt. El segundo colapso económico del 1937 desenmascaró
el fracaso del Nuevo Trato; el desempleo quedó en el 25%
hasta que Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial
en diciembre, 1941.
La demanda por un partido laborista
Hacia mediados de la década de los 1930, nuevas y enormes
explosiones de luchas obrerasla huelga de Toledo Auto-Lite;
la huelga general de Minneapolis; la huelga general de San Francisco;
y un poco después la huelga de brazos cruzados en Flint,
[estado de Michigan]pusieron en relieve el tema de la acción
política independiente de la clase obrera. El Congreso
de Organizaciones Industriales (CIO; cifras en inglés),
que recientemente se había formado, se vio cara a cara
con las limitaciones del sindicalismo militante. Acciones de huelga,
por si solas, no podían resolver los problemas de la democracia
industrial, de la igualdad social, y el peligro que planteaban
el fascismo y el militarismo imperialista.
Es especialmente cuando los trabajadores comienza a enfrentarse
a una resistencia más acérrima por parte de la patronal
- por ejemplo: la masacre en mayo,1937, de los huelguistas contra
la empresa acero, Republic Steelque los límites ideológicos
de la militancia sindicalista se hacen más evidentes. Además,
la hostilidad de gobierno de Roosevelt hacia las luchas de los
obreros para formar sindicatos era cada vez mayor (Roosevelt había
enfurecido a los sindicalistas cuando reaccionó a la masacre
de mayo con críticas feroces a los huelguistas y a los
patronos. Hasta citó a Shakespeare: ¡Qué
caiga una peste sobre ambas casas!) y puso en duda la legitimidad
y viabilidad de la alianza de facto de la CIO con el gobierno
de Roosevelt y el Partido Demócrata. La CIO a penas había
cumplido los dos años de existencia, pero ya había
llegado a un callejón sin salida.
Esta era la situación que rodeaba toda una serie de
conversaciones extraordinarios en Coyoacán, México,
en mayo, 1938, entre los dirigentes del partido Socialista de
los Trabajadoresen esa época el movimiento trotskista
en Estados Unidosy León Trotsky, dirigente exilado
de la Revolución de Octubre en 1917 y fundador de la Cuarta
Internacional. Según su razonamiento, la CIO tenía
que virarse hacia la lucha política. Le instó al
Partido Socialista de los Trabajadores que iniciara una campaña
dentro del movimiento obrero sindicalista para la creación
de un partido laborista.
Es un hecho objetivo, puntualizó Trotsky,
que los nuevos sindicatos obreros creados por los trabajadores
han llegado a un callejón sin salida y que la única
manera para los obreros dentro de los sindicatos es unir sus fuerzas
para ejercer su influencia sobre las leyes y la lucha de clases.
La clase obrera tiene una alternativa: los sindicatos serán
disueltos o se unirán para participar en la acción
política.
Durante el transcurso de estos debates, Trotsky enfatizó
que no apoyaba por la creación de un partido reformista
tipo Partido Laborista de Gran Bretaña. Más bien,
la lucha por un partido laborista estaba indisolublemente vinculado
a las exigencias transicionales que encaminaban a los trabajadores
hacia el poder. La demanda por un partido laborista [obrero] tenía
como blanco a la estrategia de los burócratas sindicalistas
y del Partido Comunista de subordinar a la clase obrera al Partido
Demócrata.
La introducción de la demanda por un partido laborista
en el programa del Partido Socialista de los Trabajadores marcó
un paso gigante en el desarrollo de la estrategia revolucionaria
de la clase obrera de Estados Unidos. Identificó el problema
central del movimiento obrero norteamericano, es decir, su subordinación
a los partidos políticos de la burguesía, y mostró
como seguir adelante. La lucha por la creación de un partido
laborista llevó al movimiento trotskista a un conflicto
cada vez más intenso con la burocracia de los sindicatos,
de la AFL y de la CIO, las cuales, a pesar de sus diferencias,
estaban determinadas a mantener la subordinación de la
clase obrera al Partido Demócrata.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, el nivel de vida de la
clase obrera mejoró dramáticamente. La burocracia
sindicalista consideró que este progreso justificaba su
alianza política con el Partido Demócrata. Pero
este progreso se debió más a la expansión
de la economía mundial después de la guerra que
a la alianza con el Partido Demócrata. De mayor significado
fue lo que los obreros perdieron, no lo que ganaron: la oportunidad
de transformar fundamentalmente la estructura socioeconómica
de la sociedad estadounidense en interés de la clase obrera.
Desde un principio, durante la era de Roosevelt, la alianza
con el Partido Demócrata significó ante todo que
los sindicatos repudiaron toda aspiración radical-democrática,
para no decir socialista. Todo debate dentro del movimiento obrero
sindicalista acerca de la redistribución radical de la
riqueza en Estados Unidos, de la democratización de los
lugares de trabajo, del derecho de los trabajadores a inspeccionar
las finanzas de las empresas y de establecer control estatal sobre
las industriasexigencias muy populares durante la década
del 30 - tenía que silenciarse. Parte de eso incluyó
por obligación la supresión de la disidencia dentro
de los sindicatos, lo cual por lo general se logró por
medio de purgas políticas y de escuadrones de polizontes
violentos.
El historiador Alan Brinkley ha hecho un buen resumen de las
inferencia políticas que representa la subordinación
del movimiento obrero a Roosevelt y al Partido Demócrata:
[En] su nueva asociación con lo Demócratas,
los liberales y el estado, el destino de los sindicatos obreros
fue convertirse en una fuerza subordinada, incapaz de influir
el programa liberal excepto de la manera más superficial.
[2]
Hubo otras consecuencias de la alianza con los Demócratas
por las cuales la clase obrera tuvo que pagar un precio devastador.
Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial como
la mayor potencia imperialista. Los intereses que tenía
por todos los rincones lo hicieron implacablemente hostil hacia
cualquier restricción que limitara el derecho de las empresas
norteamericanas a explotar las materias primas del globo terráqueo.
En nombre de la defensa de la democracia liberal, el movimiento
de los sindicatos obreros no sólo aceptó y apoyó
la Guerra Fría lanzada por Estados Unidos en 1946, sino
que también contribuyó con los guerreros más
fogosos en la cruzada mundial contra el comunismo y toda manifestación
de lucha anti imperialista. Las actividades de las oficinas sobre
asuntos internacionales de la AFL-CIO formaron parte íntegra
de la práctica de la CIA misma. Sin el anti comunismo legitimado
por la AFL-CIO, el maccarthismo nunca habría ocurrido en
Estados Unidos.
Aún queda otro aspecto significante de la alianza de
pos guerra con el Partido Demócrata que tuvo consecuencias
de largo alcance. Puesto que la estructura de las fuerzas internas
del Partido Demócrata durante las décadas del 40
y del 50 todavía se basaba en el sistema separatista de
las razas bajo las leyes Jim Crow de separación
racial, sistema que sólidamente reinaba en la región
Sur del país, la burocracia de los sindicatos con toda
gentileza se rehusó a lanzar toda campaña seria
para organizar a los trabajadores del Sur. Esa fue la razón
por la cual el gran movimiento por los derechos civiles de la
década del 50 y a principios del 60 se desarrolló
independientemente del movimiento sindicalista.
La abstención reaccionaria de la AFL-CIO en estas luchas
contra las leyes raciales Jim Crow en el Sur (y su
hostilidad hacia ellas) y por las aspiraciones sociales y democráticas
de los trabajadores negros en el Norte cedió la dirigencia
del movimiento pro derechos civiles a varias capas de la clase
media negra. En lugar de desarrollarse como parte de una poderosa
lucha de clases por los derechos democráticos y la igualdad
social, el movimiento pro derechos civiles terminó por
degenerarse en una lucha por los privilegios de una pequeña
capa de la clase media Negra dentro de los límites establecidos
por el capitalismo.
En la década de los 1960, el Partido Demócrata
y la AFL-CIO habían entrado en crisis y decadencia. La
explosión del movimiento pro derechos civiles destruyó
el equilibrio entre el ala liberal del Partido Demócrata
en el Norte y el ala segregacionista en el Sur. El fin gradual
de la prosperidad que ocurrió después de la guerra
[Mundial] y el deterioro de la supremacía económica
indisputable de Estados Unidos comenzó a desenmascarar
los límites del programa de Keynes sobre el cual se habían
basado los programas reformistas del período posguerra.
Por último, la catástrofe de la Guerra de Vietnamla
cual fue en sí fue consecuencia de la estrategia sobre
la Guerra Fría formulada principalmente por el Partido
Demócratadejó al liberalismo estadounidense
dividido, desacreditado y moralmente tambaleando.
Los sindicatos obreros, atados al Partido Demócrata,
siempre había presumido que los recursos del capitalismo
estadounidense eran inagotables, y que la expansión interminable
de la economía nacional proveería bases duraderas
para su política reformista.
Pero esa perspectiva se hizo añicos con las crisis económicas
de la década del 70: la explosión simultánea
de la recesión y la inflación, o, como llegó
a conocerse en ese entonces, la stagflation. La AFL-CIO
no pudo encontrar ninguna alternativa a la política bélica
y clasista del presidente del Banco Central, Paul Volcker, quien
había sido nombrado por Jimmy Carter, presidente Demócrata,
en 1979. La AFL-CIO no estaba nada preparada para las consecuencias
políticas y sociales del colapso del liberalismo estadounidense,
el renacimiento del Partido Republicano y los ataques contra los
sindicatos desatados en 1981, cuando el gobierno despidió
a 11,000 miembros de PATCO, sindicato de los controladores del
tráfico aéreo. Aceptó la enorme reestructuración
de la industria estadounidense, lo cual costó los empleos
de millones de trabajadores industriales durante las dos décadas
siguientes.
La AFL-CIO saboteó todo esfuerzo de los obreros para
defender sus empleos. La lista de huelgas traicionadas por la
AFL-CIO durante la década del 80 abarca todos los sectores
de la clase obrera sindicalizada. Para 1990 ya era claro que la
AFL-CIO era, de hecho, una maquinaria de cierto sector de la clase
media que funcionaba como institución adicional para la
explotación de la clase obrera. De ninguna manera realista
podía ésta ser considerada organización de
la clase obrera.
Sólo han pasado 55 años desde que se estableciera
la CIO. Sólo han transcurrido 35 años desde que
la AFL se amalgamara con la CIO en una única confederación
sindicalista; la mayor y más rica del mundo. Pero durante
ese corto período, su política, basada en la colaboración
entre las clases, en la alianza con el Partido Demócrata,
y en su furiosa guerra contra toda aparición de ideología
socialista en la clase obrera, ha resultado en el naufragio total
del movimiento obrero en Estados Unidos.
La Liga Obrera, que precedió al Partido Socialista por
la Igualdad, ajustó su programa político debidamente.
Los acontecimientos habían rendido obsoleta la llamada
por un partido laborista basado en los sindicatos
Los fundamentos políticos de la campaña
del PSI
Pero más significativo aún es que este principio
fundamentalque la clase obrera tiene que establecer su independencia
política de los partidos políticos burgueses, que
tiene que desarrollar su propio programa político de carácter
intransigentemente democrático y socialista, que tiene
que valerse de sí misma para luchar por el poder políticotodavía
retiene toda su validez y forma la base de la labor del partido
Socialista por la Igualdad.
Basándose en todas las lecciones de la historia de la
clase obrera de Estados Unidos, el Partido Socialista por la Igualdad
totalmente rechaza la línea política que dice que
la cuestión más candente del 2004a la cual
toda consideración e inquietud debe subordinarsees
la derrota del presidente Bush.
No; la cuestión más candente y la misión
de mayor urgencia es la lucha por la independencia política
de la clase obrera en base de un programa socialista e internacionalista.
Es la clase obrera misma la que tiene que resolver el problema
de Bush. Tiene que idear su propia solución y no dejársela
a varios sectores de la clase gobernante.
Al insistir sobre este principio, de ninguna manera menospreciamos
el carácter criminal y reaccionario del gobierno de Bush.
A diferencia de The Nation nosotros supimos comprender muy bien
el cambio cualitativo que significó la agresión
contra los procesos democráticos, primero en la campaña
para enjuiciar [a Clinton] y luego en las elecciones del 2000.
Pero eso no cambia nuestra perspectiva, basada en principios,
en cuanto a como se tiene que luchar contra esos peligros y circunstancias.
El partido Socialista por la Igualdad reconoce que la política
del gobierno de Bush se origina en la crisis del sistema capitalista
mundial entero, la cual se profundizará aún más
y presentará mayores peligros gane quien gane las elecciones.
Para el PSI, la campaña electoral no es simplemente acerca
de lo que se debe hacer el próximo noviembre. Es acerca
de la preparación política necesaria para lo que
ha de suceder después de las elecciones.
Aquellos que le dicen a la clase obrera que debe votar por
el Partido Demócrata y John Kerry deben hacerse responsable
de las consecuencias de ese consejo político. ¿Qué
le dirán a la clase obrera si por casualidad Kerry sale
electo? ¿De qué credibilidad política gozarán
cuando ese gobierno, actuando bajo las presiones de los intereses
clasistas que representa, lanza más acciones militaristas
para proteger los intereses del imperialismo de Estados Unidos?
¿O cuándo ataque a la clase obrera?
¿Cuáles cambios tendrán lugar luego de
la elección de Kerry? ¿Habrá algún
cambio en la orientación estratégica del imperialismo
norteamericano? ¿Cambiará la elección de
Kerry el hecho que la política de Estados Unidos deriva
su ímpetu de particulares mandatos mundiales? ¿Abandonará
su estrategia mundial, objetiva e imperante, que forma las bases
de la política actual del gobierno de Bush, para asegurarle
a las empresas estadounidenses el dominio del petróleo
en el Oriente Medio y en Asia Central y de otras escasas materias
primas? ¿Resultará la elección de Kerry en
el retiro de las tropas estadounidenses del Oriente Medio y el
Asia Central?
En cuanto a la política de la economía de Estados
Unidos, ¿la alteraría la elección de Kerry
en algún sentido fundamental? La destrucción de
los empleos y el deterioro del nivel de vida continuarán.
¿Es posible concebir que el gobierno de Kerry se atreverá
a agredir los baluartes del dinero que tan esenciales son a la
estructura social de Estados Unidos y a la política social
que reina?
Durante los últimos 20 años, la concentración
de la riqueza ha ido a parar a manos del 1% más rico de
la sociedad, algo que no tiene precedente. Ningún cambio
serio de las condiciones sociales dentro de Estados Unidos se
puede lograr sin agredir directamente a la riqueza privada acumulada
del país. Pero no es un gobierno Demócrata que llevará
eso a cabo. Y los Demócratas tampoco lanzarán ninguna
lucha contra las grandes empresas que dominan a este país.
Como en todos los años electorales, los candidatos Demócratas
se hacen pasar de amigos de la clase trabajadora.
Pero el carácter demagogo y la falsa preocupacióm
por la condición del pueblo se puede ver muy claramente
cuando la comparamos con las promesas que se hicieron décadas
anteriores. Hace casi 40 años exactos que el 12 de mayo,
1964, en esta misma Universidad de Michigan, Lyndon Johnson reveló
su plan, denominado La Gran Sociedad. Declaró:
El dilema del próximo medio siglo es si tendremos
o no la sabiduría para utilizar la riqueza [de Estados
Unidos] para enriquecer y elevar nuestra vida nacional y avanzar
la calidad de muestra civilización norteamericana...Pues
en nuestra época tenemos la oportunidad de movernos no
sólo hacia una sociedad rica y poderosa, sino hacia arriba,
hacia una Gran Sociedad...
La base de la Gran Sociedad es la abundancia y la libertad
para todos. Exige el fin de la pobreza y de la injusticia racial,
al cual no hemos dedicado durante nuestros días. Pero eso
es sólo el comienzo.
Eso fue lo que dijo Johnson aquí en la Universidad de
Michigan hace 40 años. ¿Se realizó la promesa
de eliminar la pobreza? Cuando Johnson pronunció ese discurso,
y tal vez haya sido algo sincero, todo el programa liberal estaba
a punto de desintegrarse en el mismo momento que la expansión
capitalista desde la guerra llegaba a su apogeo.
Johnson, quien sólo veía arco írises mientras
se dirigía al precipicio, consideraba que la eliminación
de la pobreza era sólo el comienzo de la Gran
Sociedad. Esa Gran Sociedad que Johnson predijo nunca
sucedió. Las condiciones que hoy día existen se
burlan de sus ilusiones acerca del futuro de un Estados Unidos
capitalista.
Hace sólo pocos días que el [periódico]
Detroit Free Press publicó unas estadísticas acerca
de los ingresos de los residentes de la región central
de Detroit. Según este periódico, el 39.1% de los
residentes de este distrito gana menos de $US20.000, y el 21%
gana entre $US$10.000 y $US19.999; es decir, el 60% de sus residentes
viven en la pobreza o casi en ella. Un 14% recibe un ingreso anual
entre $US20.000 y $US29.999. Todo esto significa que casi el 75%
de la población de la región central de la ciudad
de Detroit gana menos de $US30.000 al año.
El septiembre pasado, la Sociedad para Servicios a la Comunidad
publicó un informe sobre la pobreza en la ciudad de Nueva
York que cita estadísticas de las Oficinas del Censo de
Estados Unidos, las cuales alegan que el 12.1% de la población
de Estados Unidos vive en la pobreza. Esto significa más
de 30 millones de personas. En la ciudad de Nueva York, la tasa
de pobreza es más del 20%. Y otro informe de la misma organización
resume las estadísticas sobre el desempleo entre los hombres
negros que viven en Nueva York: el 48.2% de ellos, de edad hábil
para trabajar, estaban desempleados.
El capitalismo no puede resolver ninguno de problemas tan graves.
Lo que se requiere es la reestructuración revolucionaria
de la economía mundial y estadounidense.
Cuarenta años atrás, los socialistas con toda
razón habrían criticado el programa de la Gran Sociedad
como paliativo inofensivo. Pero el programa del capitalismo moderno
no tiene lugar para semejantes paliativos. El hecho es que el
Congreso de Estados Unidos no ha adoptado ningún proyecto
de ley de importancia para la reforma social desde la década
del 60.
Al mismo tiempo, la maquinaria consagrada a la represión
estatal ha crecido enormemente. Hace más o menos 43 años,
en enero del 1961, que el Presidente Eisenhower hizo sonar el
alarma acerca de las intrusiones del complejo militar-industrial.
Pero si nos valemos de la perspectiva moderna, veremos que lo
que para él era el complejo militar-industrial no es más
que un jueguito de soldados de plástico.
La lucha por la democracia es imposible sin la movilización
política independiente de la clase obrera. Hasta reformas
tan necesarias y esenciales (y ni siquiera socialistas) como la
abolición del Colegio Electoral y el establecimiento de
un nuevo sistema de elecciones basado en la representación
proporcional son impensables sin el movimiento de las masas en
oposición a los beneficiarios principales del sistema capitalista
basado en dos partidos: los Demócratas y los Republicanos.
La misión fundamental a la cual nos entregamos este
año es la lucha para establecer un verdadero movimiento
obrero, que es posible sólo en base a un programa socialista.
Es nuestro objetivo utilizar nuestra campaña electoral
para iniciar el debate entre las capas más avanzadas de
la clase trabajadora y de los sectores de mayor conciencia social
entre los trabajadores profesionales y estudiantes para que comprendan
la necesidad de esta misión. Nos esforzaremos a establecer
este movimiento desde abajo. Participaremos en elecciones para
el Congreso de Estados Unidos y trataremos de colocar a nuestros
candidatos en las papeletas para voto donde sea posible. Pero
el objetivo más im-portante de este debate es atraer nuevos
reclutas, nuevos militantes, y establecernos como fuerza que lucha
dentro de la clase obrera de Estados Unidos con conciencia e integridad..
El tema de mayor importancia es la concienciación política.
No existen atajos. No queremos insinuar o sugerir que esperamos
obtener miles y miles de votos, o que podremos postular nuestros
candidatos en las elecciones de todos los estados. Eso no es posible.
Pero a través de nuestra campaña queremos crear
las condiciones para hacerlo posible en el futuro.
Le decimos a aquelloscomo los liberales y radicales de
The Nationque alegan que están logrando algo realista
en el 2004 que más bien están desperdiciando el
tiempo, educando mal a la clase obrera y postergando lo que debería
empezar ya.
No importa cual sea el resultado de estas elecciones, la capacidad
de la clase obrera para defender sus derechos y derrotar las preparaciones
para guerras peores depende del desarrollo de una nueva perspectiva
y de un nivel de consciencia política mucho más
elevado. Ese es nuestro objetivo durante los próximos ocho
meses.
Notas:
1. Pág. 13.
2. El fin de la reforma: el liberalismo del Nuevo Trato durante
la recesión y la guerra (New York, 1995), pág. 224.
Ver también:
Por una alternativa socialista
en las elecciones de 2004
[14 Febrero 2004]
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