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Bush ante las Naciones Unidas: un criminal de guerra sube al estrado

Por Bill Vann
1 Octubre 2003

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El discurso lleno de insultos e ignorancia que el presidente George W. Bush deliberó frente a las Naciones Unidas el 23 de septiembre dejo en claro que su gobierno ha abandonado toda esperanza de obtener apoyo internacional para su aventura colonizadora en Irak.

Bush se presentó como un arrogante criminal de guerra cuyos actos han violado los principios de la ONU y la ley internacional al lanzar una guerra de agresión tan delictiva y provocadora como las que el régimen de Hitler llevara a cabo hace más de 60 años.

Habiendo recientemente admitido que no hay vínculo entre el régimen iraquí de Saddam Hussein y el ataque terrorista en Nueva Cork y Washington DC del 11 de septiembre de 2001, Bush inició su discurso ante la ONU invocando las ruinas de las Torres Gemelas como “símbolo de una guerra que no ha terminado.”

Nuevamente repitió el pretexto—ya universalmente desacreditado—para lanzar la guerra contra Irak: que el régimen de Bagdad era un grave e inminente peligro porque supuestamente contaba con reservas de “armas para la destrucción en masa.”

Bush expresó sus ideas apenas una semana después de Hans Blix, inspector de armas de la ONU, comparar las acusaciones de los EE. UU. y Gran Bretaña a una cacería de brujas digna de la época medieval y después de haberse informado que Washington había cesado la búsqueda de las supuestas armas biológicas y químicas en todo el país.

De hecho, Bush se refirió como “búsqueda de archivos” a lo que se supone es la urgente cacería de armas que estaban a punto de ser entregadas a terroristas. También indicó que funcionarios norteamericanos estaban “analizando los archivos del viejo régimen para documentar la extensión del programa de armas.” En otras palabras, no se ha encontrado ningún rastro de las toneladas de gases táxicos, ántrax, serín y las demás armas químicas mortíferas.

¿Es posible que los colaboradores de Bush puedan haber creído que los diplomáticos internacionales, ministros del exterior y jefes de estado que formaban parte del público son tan inocentes y que ni siquiera leen los periódicos?

El discurso de Bush en realidad no tenía en mente ese público. Sus palabras se dirigieron a los grupos de extrema derecha y semi fascistas que controlan el Partido Republicano. Bush les prometió que no pondría en reversa su política de militarismo mundial. Seguirá con el plan para apoderarse a la fuerza de los pozos petrolíferos de Irak y crear una base estratégica en el Oriente Medio.

Lejos del intentar la reconciliación que la prensa anticipaba, el discurso de Bush fue tan provocador y belicoso como lo fue su discurso sobre el estado de la nación de 2002, cuando declaró que “o están con nosotros o están contra nosotros,” y lo fue su informe ante la ONU del año pasado cuando le advirtió a la organización que se convertiría en “obsoleta” si no se subordinaba a los preparativos estadounidenses de irse a guerra contra Irak.

Caos y el pandillerismo

Bush le dijo a la Asamblea General: “Los eventos de los últimos dos años han marcado claramente la división: entre aquellos que buscan el orden y aquellos que promueven el caos, entre aquellos que trabajan para el cambio pacífico y aquellos que adoptan métodos de pandilleros; entre aquellos que honran los derechos del hombre y aquellos que deliberadamente toman la vida de niños y mujeres sin misericordia ni vergüenza.”

Pero una creciente mayoría de la opinión pública mundial opina que el militarismo estadounidense es la mayor propulsora del caos en el mundo y comparan al gobierno de Bush con los métodos de los gansters. El presidente norteamericano lanzó una guerra que se reconoce ampliamente, aún dentro de los ámbitos políticos estadounidenses, como una guerra innecesaria y sin provocación. Cálculos conservadores indican que por lo menos 10,000 civiles iraquíes han perecido y el número de jóvenes reclutas que han perdido la vida puede llegar a las decenas de miles. Declarar que Bush actúa para “honrar los derechos del hombre” es una indecencia.

Bush se llenó la boca hablando de sus recientes victorias militares contra rivales indefensos, e implícitamente le advirtió a las naciones miembros que cualquiera ellas podría ser la próxima.

“Los antiguos gobiernos de Afganistán e Irak sabían cuales eran sus alternativas y tomaron sus decisiones,” dijo Bush, pareciéndose a un asesino que se jacta de sus víctimas más recientes. “El Taliban era promotor y sirviente del terrorismo. El régimen optó por desafiar y por eso ya no existe.” Bush también sostuvo que EE. UU. invadió a Irak para “defender... la credibilidad de la ONU,” pero ésta se había opuesto a—y rehusado—a autorizar la invasión.

Luego orgullosamente llamó la atención de la asamblea a la presencia de Hamid Karzai, presidente títere de Afganistán instaurado por los EE. UU. como representante de un “pueblo libre que está formando una sociedad justa y decente.” Karzai preside sobre un régimen en bancarrota cuya autoridad sólo existe dentro de los límites de Kabul. La oposición contra su régimen es acérrima, inclusive dentro de esa ciudad. Mientras tanto, las fuerzas norteamericanas continúan luchando una sangrienta campaña de contrainsurgencia contra el movimiento guerrillero naciente.

Bush también alabó la presencia de la delegación iraquí como “representantes de un país liberado”. La cámara televisora, cono había de esperarse, puso a Ahmed Chalabi en enfoque. Éste previamente había sido condenado por los tribunales penales como desfalcador de bancos. Los militares estadounidenses llevaron a este ideólogo neoconservador a Irak después de 40 años de exilio.

En un momento del discurso, en el que se dijo que la ocupación estadounidense estaba “ayudando a mejorar la vida diaria del pueblo iraquí,” Bush recitó una letanía de acusaciones contra el desaparecido gobierno baatista. “El viejo régimen construyó palacios mientras las escuelas se deterioraban... El viejo régimen privó de recursos a los hospitales... El viejo régimen construyó ejércitos y armas mientras permitía el deterioro de la infraestructura del país.”

Bush podría fácilmente haber estado refiriéndose a Estados Unidos, donde la brecha entre los ricos y los pobres, que ha resultado en palacios para los ricos y un creciente ejército de desamparados, ha sido tan ancha; donde las escuelas se están desmoronando en muchos distritos del país; donde más de 40 millones no tienen seguro médico; y, finalmente, donde el presupuesto del Pentágono de más de medio trillón de dólares para establecer “ejército y armas” está privando de fondos a la infraestructura del país y a las necesidades sociales básicas.

Aunque Bush citó un puñado de proyectos de ayuda menores como evidencia del progreso en Irak—bajo condiciones en que miles de personas han quedado sin empleos, privadas de electricidad y agua potable, y hasta de una mínima seguridad personal—sólo pudo mencionar la reducción de impuestos para los ricos como remedio a la creciente miseria social amenaza a la que la población de Estados Unidos.

Una amenaza a los palestinos

El presidente de los Estados Unidos repitió una de las razones más descabelladas para justificar la guerra: que ésta inauguraría un período de paz y prosperidad en el Oriente Medio. Pero como los propios funcionarios norteamericanos se han visto obligados a reconocer, todo es lo contrario. Irak se ha convertido en un imán para atraer gente de todo el mundo árabe que están determinados a luchar contra el dominio imperialista y la ocupación militar de los EE. UU. Con respecto a la paz en el Oriente Medio, la agresión estadounidense contra Irak ha fortalecido al régimen israelita de Sharon para llevar a cabo una ola de asesinatos y represión que ha culminado con la amenaza de muerte a Yaser Arafat, presidente electo de la Autoridad Palestina.

Bush no criticó a Israel, país que ha desafiado las resoluciones de la ONU que exigen ponerle fin a la ocupación ilegal de la Franja de Gaza y Transjordania por 36 años, pero sí presentó un ultimátum contra el pueblo palestino, cuya ocupación ha causado tanto sufrimiento.

“El desarrollo de las instituciones democráticas en Irak le presenta a los demás, inclusive al pueblo palestino, un ejemplo para seguir,” declaró Bush. ¿Consejo o una amenaza? Dado que el “ejemplo” de Irak se creo con cohetes teledirigidos, bombas y un enorme armamento, esto puede muy bien interpretarse como una advertencia que la Franja de Gaza y Transjordania serán los próximos objetivos blancos si los palestinos no cesan la resistencia a la ocupación israelita y eligen “dirigentes” aceptables a Washington.

La mayoría de los delegados a la ONU recibieron el discurso de Bush con un silencio sepulcral. Hasta el Secretario General, Kofi Annan, se vio obligado a criticar al gobierno de Estados Unidos. Este es el mismo Annan cuya diplomacia aceitosa y leves críticas anteriores a la invasión estadounidense de Irak no tuvieron otro propósito que abrirle camino a una guerra bajo auspicios de la ONU.

Refiriéndose solapadamente a la doctrina de seguridad nacional de Bush, que proclama que Washington tienen el derecho a lanzar la “guerra preventiva” contra cualquier nación que le parezca una amenaza potencial, Annan declaró: “Mi preocupación es que si se adopta, podría establecer un precedente cuyo resultado sería la proliferación del despliegue de fuerzas unilaterales ilícitas, se justifique o no.”

Annan indicó que las leyes de la ONU sólo permiten el uso de la fuerza para defensa propia, o con el permiso de la agencia internacional: “Ahora algunos dicen que esta postura ya no se puede apoyar más, pues un ‘ataque armado' con armas para la destrucción en masa podría lanzarse en cualquier momento. Esta lógica es un desafío fundamental a los principios que, durante los últimos 598 años, han formado las bases, aunque imperfectas, de la paz mundial y de la estabilidad”.

Como es ya típico de Annan y la ONU, el discurso del secretario general no se refirió en ningún momento a la guerra ilegal de los EE. UU. Su lenguaje elíptico parecía sugerir que el problema era sólo cuestión de diferencia de opiniones sobre hechos hipotéticos, no acerca de una guerra sangrienta que causó la muerte de decenas de miles de víctimas y que ha subyugado de una nación por la fuerza”.

El presidente francés Jacques Chirac fue más directo en condenar la guerra de los EE. UU. contra Irak. “Nadie puede actuar por sí solo en nombre de todos y nadie puede aceptar la anarquía de una sociedad sin leyes,” dijo. “La guerra, lanzada sin la autorización del Consejo de Seguridad, ha estremecido el sistema multilateral. Las Naciones Unidas acaba de pasar por una de las crisis más graves de su historia.”

Chiriac ha exigido que el gobierno de Bush la ceda el control político de Irak a la ONU. También ha pedido que diseñe un plan rápido para entregarle el poder a un régimen elegido por los iraquíes. El gobierno francés, hablando en nombre de gran parte de la clase gobernante europea, ha dejado claro que no jugará ningún papel en financiar y apoyar una ocupación administrada, de pies a cabeza, por funcionarios norteamericanos al servicio de los intereses empresariales y financieros de esa nación. Los representantes de las empresas francesas no están dispuestos a entregar, sin ninguna lucha, sus vastos intereses económicos en la región.

Bush descartó la exigencia francesa al sostener que la transición se desarrollaría “de acuerdo a las necesidades de los iraquíes, y la opinión de otros grupos ni la va a acelerar ni a retrasar”. ¿Y quién ha de determinar las “necesidades de los iraquíes”? Esto lo había dejado muy claro el día anterior el Ministro de Relaciones Exteriores, Colin Powell, quien declarara que Estados Unidos gobernará a Irak como le parezca “hasta el momento que nosotros le permitamos a los iraquíes que determinen cómo desean ser gobernados.”

Un plan para la explotación económica

Por otra parte, el régimen pandillero de Washington intenta poner en práctica la explotación sistemática de las riquezas iraquíes, usando la fuerza militar para reprimir un creciente movimiento de resistencia nacional.

Durante el fin de semana, el ministro de finanzas del régimen iraquí, Quisling, nombrado por Washington, sorprendentemente reveló un plan para el desarrollo económico de ese país que expresa las intenciones de los planes del gobierno de Bush..

El conjunto de “reformas” económicas—presentado ante la reunión del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Dubai y firmado como ley por el procónsul de Washington en Bagdad, Paul Bremer—no es más que un plan para la privatización de la economía iraquí. El conjunto exige el establecimiento de programas para la inversión, el comercio e impuestos que satisfagan los intereses de las multinacionales estadounidenses a costa del pueblo iraquí.

Este plan tiene su precedente: la desastrosa “terapia de choque” utilizada por la ex Unión Soviética hace más de una década; terapia que terminó por destruir los niveles de vida de la gran mayoría y crear una casta criminal de millonarios. En Irak, sin embargo, este proceso se llevará a cabo bajo la mira de los cañones estadounidenses, con la seguridad que la gran mayoría de las ganancias (o beneficios) serán destinados a las empresas estadounidenses, tales como Halliburton y Bechtel, que gozan de conexiones políticas.

El plan exige la privatización de todo: la electricidad, los hospitales y toda una serie de industrias que le pertenecen al estado. Este proceso, de alguna manera u otra, inevitablemente ha de requerir un proceso de selección bestial por medio de la cual las empresas de los Estados Unidos se apoderarían de las pocas industrias que se consideran rentables. Las demás serían cerradas y los trabajadores lanzados a la calle.

Permite que los extranjeros se adueñen del 100% de todos los sectores, menos los recursos naturales, y reduce los aranceles a un mínimo. A las empresas extranjeras se les garantizaría la capacidad de repatriar, inmediatamente, todas las ganancias y regalías y todos los dividendos e intereses.

Aunque el plan formalmente plantea que las grandes reservas petrolíferas quedarían bajo el control del gobierno, al apoderarse del resto de la economía, el petróleo en efecto también quedaría bajo el control de las multinacionales estadounidenses.

Washington está usando la ocupación militar de Irak para imponer el tipo de relaciones económicas y comerciales que trata de imponer en otros países mediante la presión financiera.

La extrema derecha en la Casa Blanca de Bush está determinada a llevar a cabo un experimento social y económico en Irak para ver que tan lejos puede llevar a cabo la política capitalista del “mercado libre” sin restricciones y con el apoyo de la poderosa presencia militar. Considera que Irak es un experimento para la explotación sin restricciones y el robo descarado diseñado para aumentar las ganancias que tanto necesitan las corporaciones norteamericanas.

El discurso de Bush ante la ONU representa una advertencia tanto para el pueblo iraquí como para el pueblo trabajador de Estados Unidos. A pesar de la creciente resistencia contra la ocupación militar estadounidense de Irak—que ha resultado en el aumento de muertes estadounidenses—y a pesar de la creciente opinión pública en los EE. UU.—para no mencionar el resto del mundo—contra esta sucia guerra colonial, el gobierno planea continuar por el mismo sendero. No importa lo mucho que su estrategia en Irak quede desacreditada, ya sus actividades criminales han marchado hasta tal punto que no pude irse en retaguardia.

No hay duda que los predadores planes económicos de rapiña impuestos por Washington provocarán una resistencia enorme aún mayor contra la ocupación militar. Al hacerle caso omiso a la opinión pública del pueblo estadounidense, el gobierno de Bush está dispuesto a aceptar la intensificación de las fatalidades de jóvenes estadounidenses en el ejército y la Guardia Nacional; jóvenes que mueren a diario para asegurar las ganancias de las empresas que respaldan el gobierno de Bush.

Ni las Naciones Unidas ni los aliados europeos de Estados Unidos le pondrán paro a esta catástrofe. La única fuerza que puede ponerle fin a la guerra y a la ocupación de Irak, así como también a la creciente amenaza de militarismo estadounidense, es la movilización independiente de la clase obrera internacional con una perspectiva socialista.

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