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Guerra Oligarquía y la Mentira política

Por David North
30 Mayo 2003

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El pasado 30 de abril, David North, presidente del Comité de Redacción de la World Socialist Web Site, pronunció un discurso ante una reunión estudiantil en la Universidad de Notre Dame, en la ciudad de South Bend, estado de Indiana. Publicamos a continuación una copia taquigráfica de sus palabras. Esta versión ha sido editada.

Ha pasado menos de un mes desde que terminó la guerra de los Estados Unidos contra Irak. Quizás sería mejor decir que lo que en realidad terminó fue la más reciente etapa de la guerra, pues no debemos olvidar que los Estados Unidos han atacado a Irak militarmente de varias maneras durante doce años. Irak tiene la trágica distinción de ser la nación contra la cual los Estados Unidos han llevado a cabo su más prolongada guerra.

Todavía no ha aparecido ningún análisis profundo del impacto acumulativo que ha tenido sobre la sociedad iraquí la destrucción causada por las acciones militares y económicas de los Estados Unidos.

La política de los Estados Unidos dicta que no se revele ni siquiera una idea aproximada, para no hablar de la cifra exacta, del número de soldados iraquíes muertos desde el inicio de la primera Guerra del Golfo en enero de 1991. Apenas existen dudas de que durante el período más intenso de las acciones militares —entre enero-febrero de 1991, y marzo-abril de 2003—las bajas militares llegaron a decenas de miles y tal vez a cientos de miles. Tras la primera guerra, hubo informes horripilantes de la masacre de miles de soldados iraquíes, indefensos y en retirada, en la llamada "carretera de la muerte", cuando se dirigían hacia el norte desde Kuwait. Durante el último mes, miles de bombas y cohetes teledirigidos, guiados por computadoras, se usaron para destruir pelotones enteros del ejército iraquí, el cual apenas tenía los medios para ponerse a cubierto de semejante ataque.

Pero informes sobre el ataque de los Estados Unidos contra el aeropuerto de Bagdad, aunque limitados, dejan bien claro lo indefensas que estaban las tropas iraquíes. Según la prensa, entre 2,000 y 3,000 iraquíes murieron, mientras que el ejército de los Estados Unidos apenas sufrió media docena de bajas. Uno o dos días después, tanques estadounidenses arrollaron un sector de Bagdad, matando de nuevo a miles de soldados (y a una elevada cantidad de civiles) sufriendo un puñado de bajas.

Debido a la enorme diferencia de recursos entre los ejércitos en pugna resulta difícil describir sus enfrentamientos como batallas. Más bien recuerdan las masacres desproporcionadas de la época colonial, como la infame batalla de Omdurman, en la cual las tropas anglo-egipcias, que sólo sufrieron 48 bajas, masacraron entre diez y quince mil nativos sudaneses.

La información es también bastante imprecisa acerca de las muertes causadas directamente por las acciones estadounidenses durante enero-febrero de 1991 y marzo-abril de 2003, o por los incontables bombardeos durante la pasada década. Pero tenemos más información del impacto que ha tenido sobre la sociedad iraquí, especialmente en los niños, las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos. Se calcula que las sanciones, en vigor desde la primera Guerra del Golfo, han costado las vidas de 500,000 a un millón de niños.

Espero que nadie en esta sala haya olvidado la justificación principal del gobierno de los Estados Unidos para invadir Irak y castigar al pueblo iraquí con tanto sufrimiento desde que finalizara la Tormenta del Desierto en 1991: que el régimen de Sadam Husein poseía "armas de destrucción masiva", que eran un enorme e inminente peligro para los Estados Unidos y para el resto del mundo.

Necesitaríamos un libro entero para repasar y analizar la increíble campaña de propaganda sobre las "armas de destrucción masiva" que se organizó durante la pasada década. No fue el gobierno de Bush quien la inventó. Las "armas de destrucción masiva" de Sadam fueron invocadas por el gobierno de Clinton para justificar los bombardeos que iniciara contra Irak en 1999. En realidad, esta campaña comenzó muchos años atrás, justamente tras la primera Guerra del Golfo cuando facciones derechistas decepcionadas ante el fracaso de Bush padre en apoderarse de Bagdad, derrocar a Sadam Husein y ocupar al país buscaron una justificación para la segunda invasión de Irak.

Concentrémonos únicamente en el período inmediatamente anterior a la guerra.

El 12 de septiembre de 2002, el presidente George Bush declaró ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas que Husein "continúa desarrollando armas de destrucción masiva. Puede ser que estemos completamente seguros de que tiene armas nucleares cuando—Dios no lo permita—las use".

El 7 de octubre de 2002, Bush declaró que Irak "posee y produce armas químicas y biológicas...Cualquier día Irak puede decidir la entrega de armas químicas o biológicas a un grupo terrorista o a terroristas individuales ... Conociendo esta realidad, América no puede seguir ignorando la amenaza que se avecina. Ya que tenemos pruebas bien claras del peligro, no podemos esperar a la prueba final—la pistola humeante—que podría venir en forma de nube radiactiva".

La acusación a Irak de estar en posesión de armas de destrucción masiva proporcionó la base para las exigencias del gobierno de Bush; exigencias que no se podían discutir. Como declaró Bush el 7 de octubre de 2002, "Sadam Husein debe desarmarse; si no, para establecer la paz, lideraremos una coalición para desarmarle".

Por supuesto, esta exigencia presupone que Irak poseía las armas de destrucción masiva que los Estados Unidos afirmaban que tenía. Si Irak no poseía tales armas, la exigencia no significaba nada. No podía deshacerse de armas que no tenía. Pero los Estados Unidos insistían en que no cabía ninguna duda de que Irak tenía armas de destrucción masiva y que era su intención usarlas. Más bien, tras la llegada a Irak de los inspectores bajo la dirección de Hans Blix y Mohammad ElBaradei, su fracaso en encontrar dichas armas o pruebas creíbles de su existencia.era, para el gobierno de Bush, una prueba evidente de que existían, pues ¡sólo un régimen que poseyera armas de destrucción masiva podría esconderlas tan bien!

El 23 de enero de 2003, el New York Times publicó un artículo titulado "Por qué sabemos que Irak miente" en el que Condoleezza Rice, Asesora para la Seguridad Nacional, afirmaba lo siguiente:

"Bajo la dirección de Sadam Husein y su hijo Qusay, que controla la Organización Especial de la Seguridad, el organismo que se encarga de las actividades secretas, en lugar de comprometerse con el desarme, Irak tiene un compromiso de alto nivel para mantener y ocultar sus armas"

El alegato belicista de Powell

La campaña del gobierno de Bush contra las armas de destrucción masiva llegó a su apogeo el 5 de febrero de 2003, cuando Colin Powell, Ministro de Relaciones Exteriores, compareció ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas para presentar la posición favorable a la guerra de los Estados Unidos. Citaré varias partes de su discurso:

1. "Varias fuentes nos han dado a conocer que, mientras debatíamos la resolución 1441 en esta sala durante el otoño pasado, una brigada a cargo de misiles en las afueras de Bagdad distribuía, a varios lugares en el oeste de Irak, lanzadores de cohetes y ojivas con agentes biológicos para la guerra".

2. "Sabemos que Irak tiene por lo menos siete fábricas móviles para la fabricación de substancias biológicas. Las fábricas móviles disponen al menos de dos o tres camiones cada una".

3. "No cabe duda que Sadam Husein posee armas biológicas y tiene la capacidad para producir con rapidez cantidades aún mayores. Y también tiene la capacidad para distribuir estas enfermedades y substancias tóxicas mortíferas de forma que puedan causar muerte y destrucción masivas".

4. Nuestros cálculos más conservadores indican que Irak posee reservas de entre 100 y 500 toneladas de substancias para producir armas químicas, lo cual es suficiente para llenar 16,000 cohetes de guerra".

5. "Sadam Husein tiene armas químicas...Ciertas fuentes nos han informado que recientemente ha dado autorización a sus comandantes para usarlas en el campo de batalla".

6. Irak niega que apoye al terrorismo. Igualmente niega que la posesión de armas de destrucción masiva. Es toda una red de mentiras".

6. Permitir que Sadam Husein siga en posesión de armas de destrucción masiva durante meses o años no es asumible. No en el mundo posterior al 11 de septiembre".

La actuación de Powell ante la ONU dejó a los medios de prensa hipnotizados. Unánimemente proclamaron que había presentado cargos irrefutables contra el régimen iraquí. La respuesta de mayor calado político provino del sector liberal, que se valió de la oportunidad que le presentaba Powell para alinearse completamente con los planes de guerra del gobierno de Bush.

Richard Cohen, del Washington Post, proclamó en una columna publicada el día después del discurso de Powell:

"Las pruebas que presentó ante la Organización de las Naciones Unidas—varias indirectas; otras cuyos detalles congelan la sangre—deberían mostrar a todo el mundo que Irak no sólo no ha dado cuenta de sus armas de destrucción masiva, sino que no hay duda de que todavía las tiene. Sólo un tonto—o posiblemente un francés—puede llegar a otra conclusión". Ese mismo día, Mary McGrory, también del Washington Post, escribió lo siguiente:

"No conozco los sentimientos que el discurso acusatorio de Powell contra Sadam Husein suscitó en las Naciones Unidas. Lo único que puedo decir es que a mí me convenció, y yo soy tan difícil de persuadir como Francia...Ya había escuchado lo suficiente para saber que Sadam Husein, con sus reservas de gas asfixiante y substancias químicas mortíferas, es una amenaza peor de lo que creía".

Una semana después, el 15 de febrero de 2003, el New York Times afirmó que "Hay suficientes pruebas de que Irak ha producido gas asfixiante VX, de gran toxicidad, y ántrax y que tiene la capacidad para producir cantidades aún mayores. Ha escondido estas substancias, ha mentido acerca de ellas, y finalmente ha decidido no informar sobre ellas a los inspectores".

Hemos de enfatizar que el gobierno de Bush no engañó a los órganos de prensa; más bien funcionaron como cómplices conscientes para engañar deliberadamente al pueblo estadounidense. La propaganda del gobierno no fue nada sofisticada. Gran parte de los argumentos del gobierno fueron refutados por los hechos o entraron en contradicción con la lógica más elemental. Aún cuando se probó que la acusación hecha por el gobierno de que Irak había tratado de obtener material nuclear se basaba en documentos burdamente falsificados, la prensa optó por no convertir este descubrimiento tan devastador en tema principal.

Ahora la guerra ha terminado, a cambio de las vidas de un incontable número de iraquíes. El país está en ruinas. Gran parte de su infraestructura social, cultural e industrial ha quedado destruida. Durante las últimas tres semanas, fuerzas militares de los Estados Unidos han rastreado todo el país en busca de las armas de destrucción masiva con las que el gobierno y la prensa podrían justificar la guerra. ¿Y qué han descubierto? Nada.

Los órganos de prensa han adaptado su línea al fracaso que supone no encontrar las mortíferas armas, cuya presunta existencia proporcionó la justificación para la guerra y las mortíferas sanciones que la precedieron.

El New York Times publicó el pasado 25 de abril en primera página, una fotografía en primer plano de una calavera, supuestamente de una víctima del régimen de Sadam Husein. Es muy probable que lo haya sido. Nadie ha dudado jamás de la bestialidad del régimen de Sadam, aunque aquellos que conocen la historia de Irak saben que sus peores delitos fueron perpetrados cuando gozaba del apoyo político de los Estados Unidos.

Es ampliamente conocido entre los socialistas iraquíes que la primera toma del poder por el partido Baaz, en el golpe de estado de febrero de 1963, se hizo con el apoyo de la administración Kennedy. La CIA proporcionó al Baaz la lista con los nombres de los comunistas y socialistas iraquíes que deseaba fueran liquidados. Las relaciones entre el régimen del Baaz y los Estados Unidos brillaron y palidecieron durante los 27 años siguientes dependiendo de las circunstancias internacionales y regionales, y de su influencia en los matices de la política exterior de los Estados Unidos.

Con algún conocimiento de esta historia, apenas cabrían dudas de que la fotografía había sido colocada en la primera página del periódico The New York Times con unos definidos objetivos políticos, que pronto se revelaron con nitidez. Dos días después la revista publicó un artículo de Thomas L. Friedman titulado "El significado de una calavera". Comenzaba de esta manera:

"El viernes, la primera página de the New York Times salió con una imagen de una calavera rodeada por un grupo de iraquíes. La calavera perteneció a un prisionero político del régimen de Sadam Husein, como muestran los afligidos parientes que han desenterrado sus restos de una fosa llena con otras víctimas de la tortura de Sadam. Bajo la imagen, un artículo sobre la promesa del Presidente Bush de que las armas de destrucción masiva serían halladas en Irak, tal como había prometido".

"Por lo que a mí se refiere, nosotros no necesitamos encontrar armas de destrucción masiva para justificar la guerra. Esa calavera, y las otras miles que serán desenterradas, son suficiente para mi. El señor Bush no debe al mundo ninguna explicación por las desaparecidas armas químicas (incluso si resultara que la Casa Blanca ha usado de forma publicitaria este asunto)".

Friedman proseguía:

¿Qué importaría si ahora encontrásemos enterrados algunos barriles de veneno? ¿Acaso tienen más peso moral que esas calaveras enterradas? Ni hablar.

El momento elegido por el Sr. Friedman para intentar mostrar el descubrimiento de los cadáveres de las víctimas de Sadam Husein, una justificación a posteriori para la guerra contra Irak, no fue del todo glorioso. Su columna fue publicada el mismo fin de semana en que le recordaban al mundo que los Estados Unidos tienen muchísimos esqueletos de sus propias tramas y mentiras yaciendo en tumbas sin nombre por todo el mundo. Fiscales de Honduras anunciaban el descubrimiento de al menos cuatro cementerios secretos utilizados por los escuadrones de la muerte, entrenados y financiados por los Estados Unidos, para enterrar a las víctimas de la represión gubernamental. Entre los restos desenterrados en uno de esos cementerios estaban los de James Francies Carney, un sacerdote jesuita americano, que desapareció en Honduras hace veinte años. El número de muertos en ese país durante los años ochenta alcanzó las decenas de miles. Muchos de los oficiales del ejército hondureño miembros de los gubernamentales escuadrones de la muerte recibieron su entrenamiento en los Estados Unidos.

El caso de Honduras no es excepcional. No hay apenas un país de centro y sudamérica que no haya llevado a cabo execrables actos de represión con el apoyo directo de los Estados Unidos.

El significado político de las mentiras gubernamentales

Pero mi propósito esta noche no es contraponer los crímenes cometidos por los regímenes títeres de los Estados Unidos a los del estado iraquí bajo Sadam Husein. Más bien, creo que es importante que nos explayemos más sobre el más profundo significado político del hecho de que la guerra contra Irak fue justificada por el gobierno USA basándose en mentiras, y que cuando esas mentiras son reveladas, la respuesta de los media americanos es de una indiferencia incrédula, un gran ¡Y qué!.

Nunca ha habido una edad dorada en la política americana. La última administración en la historia de los Estados Unidos genuina e indiscutiblemente honorable, total e inequívocamente entregada a los ideales democráticos más altos, fue la de Abraham Lincoln. Y aun así, una representación de la historia moderna americana como una vasta e interminable saga reaccionaria sería una caricatura de la realidad.

Incluso en el marco de la política burguesa ha habido no pocos periodos de decisivas luchas sociales en las que los sentimientos democráticos e igualitarios reverberaban atravesando amplios estratos de la sociedad. Estos sentimientos encontraron reflejo incluso en los media, cuyos propietarios estaban aún obligados a reclutar al menos a algunos de sus redactores, locutores y editores entre sectores de clase media que estaban sinceramente comprometidos con los principios democráticos.

Hace una generación todavía era posible encontrar periodistas y editores que verdaderamente creían que la mentira gubernamental debía ser desvelada y condenada. El término "brecha de credibilidad" -referido al abismo entre las declaraciones con las que la administración Johnson justificaba su implicación en Vietnam y las verdades históricas, políticas y sociales de ese conflicto- fue tan popularizada por los media durante los años sesenta que se convirtió en un lugar común. Una década después, las mentiras de la administración Nixon -todavía sacudida por la publicación de los Documentos del Pentágono por el New York Times- culminaron en el estallido del escándalo Watergate que forzó la dimisión de un presidente criminal.

Ahora es obvio que la administración ha mentido grosera y abiertamente al pueblo americano y al mundo entero para justificar el lanzamiento de una guerra que incurría, en cualquier caso, en una violación de la ley internacional.

Pero la exposición de esta descomunal mentira política no provoca su condena sino nuevas justificaciones incluso más insolentes por parte de los media.

Estamos tratando un serio fenómeno político y social que necesita ser analizado y explicado. Esta situación habla a los americanos de algo importante y muy inquietante sobre la naturaleza de la sociedad en la cual están viviendo.

Primero, consideremos el significado objetivo de la mentira política. Debe ser considerada no como un problema moral sino más bien como un fenómeno social. La mentira es una manifestación de contradicciones dentro de la sociedad. Cuando un individuo miente, lo hace para salvar o encubrir el abismo entre sus intereses personales y las normas sociales aceptadas. La mentira, en este sentido, surge del conflicto inherente entre el individuo y la sociedad. La extensión, profundidad y gravedad de ese conflicto determinará el alcance y la severidad de la mentira -si asume la forma de una "mentira piadosa" relativamente benigna y bien humorada o la forma más dañina del testimonio perjuro.

Las mentiras de un gobierno son también manifestaciones de contradicciones, no de contradicciones entre individuos y la sociedad, sino entre clases sociales. En el análisis final, el estado es un instrumento de coerción que sirve y protege los intereses de la clase dominante dentro de la sociedad, es decir, de la clase capitalista. Pero en una democracia burguesa, ese papel coercitivo lo mediatiza y en gran medida lo oculta una sofisticada superestructura política y legal que permite al estado aparecer como árbitro más o menos imparcial entre clases e intereses sociales diversos, capaz de servir a la nación como a un todo. La legitimidad del estado a los ojos de la gran mayoría de la población depende de ser visto precisamente de esta manera, como el representante democráticamente elegido por el pueblo como un todo.

Mientras las condiciones políticas y económicas permiten e incluso favorecen una política de compromiso de clase, la ilusión democrática es mantenida y las mentiras políticas del estado se conservan entre límites aceptables. Pero en los periodos de progresiva agudización de las tensiones sociales, cuando los intereses de las clases sociales divergen con más intensidad, el papel esencial del estado como un instrumento de gobierno de clase tiende a desgastar más y más el barniz democrático. Es precisamente en esos periodos cuando las mentiras del estado toman un carácter más osado y odioso. Esto es, la función de la mentira es salvar el abismo creciente entre los intereses de la elite dirigente que controla el estado y los de la amplia mayoría de la población.

La campaña sobre las armas de destrucción masiva surgió orgánicamente de la necesidad de la elite dirigente de ocultar a la gran mayoría de los americanos los depredadores intereses de clase subyacentes que empujaban a la guerra.

¿Cómo habría sonado un discurso que explicara honestamente las razones para la Guerra? Imaginemos por un momento que el Sr. Bush hubiera decidido explicar al pueblo americano las verdaderas razones para la guerra contra Irak. Podría haber salido algo así:

"Compañeros americanos: Esta noche los Estados Unidos han iniciado un bombardeo masivo sobre Irak al que pronto seguirá una invasión terrestre del territorio de ese país. En tanto que esta acción es una violación total de la ley internacional, es por ello más necesario que os dé una explicación honesta de las acciones de vuestro gobierno.

"Como sabéis, la mayoría de los miembros de mi gabinete han ocupado puestos muy lucrativos en importantes corporaciones, y no pocos de nosotros estamos íntimamente conectados con la industria del petróleo. Mi papá, como sabréis, hizo su fortuna en ese negocio y continúa en él de lleno. El único trabajo serio que yo he realizado antes de entrar en la política fue también en el negocio del petróleo y, aunque no tuve gran éxito, estoy extremadamente sensibilizado hacia lo que representa. Nuestro vicepresidente, Dick Cheney, un buen hombre, fue hasta hace poco Director Ejecutivo de Halliburton, una empresa puntera en el negocio de las prospecciones petrolíferas, y aún recibe de esa compañía pagos anuales de 600.000 dólares.

"Esto hace a mi administración extremadamente sensible a los problemas de la industria internacional del petróleo. El petróleo resulta ser un recurso finito y hay muchos que creen que el mundo afrontará escaseces críticas hacia el año 2025. Así, aunque la industria del petróleo puede dar una gran cantidad de dinero, nuestra decisión de ir a la guerra no está impulsada exclusivamente por consideraciones personales. También pensamos que es importante que los Estados Unidos aseguren su posición dominante en el mundo estableciendo por medios militares un acceso total a las reservas de petróleo de la región del Golfo Pérsico.

"De hecho, durante una década más o menos se han hecho planes para la conquista de Irak. Después de la caída de la Unión soviética, quedó muy claro que nadie podría evitar que los Estados Unidos hicieran lo que quisieran; y, así, Estados Unidos empezó a desarrollar planes para establecer una posición de hegemonía global incuestionable. En esos planes el petróleo juega un gran papel e Irak, que es la segunda reserva mundial de crudo conocida, pasó a ser el primer objetivo a atacar. Por supuesto, no podíamos decir que los Estados Unidos querían Irak sólo por su petróleo, por lo que tuvimos que airear otras razones. Así es como dimos con la idea de las armas de destrucción masiva.

"En especial después del 11 de septiembre, el tema de las armas de destrucción masiva tomó cuerpo por sí mismo. Francamente, sabíamos que Irak no tenía nada que ver con el 11 de septiembre como tampoco con los ataques con ántrax en Estados Unidos, perpetrados por algunos de los maníacos exaltados derechistas que me apoyan. Pero, ¿quién hace preguntas?.

"De cualquier modo, hoy comienza la Guerra. Costará Dios sabe cuantos miles de millones de dólares. Pero imaginamos que podemos mantener el recorte de impuestos planeado y todavía pagar la guerra mediante recortes adicionales en Medicare, Medicaid, Seguridad Social y educación.

"Probablemente no os gustarán las consecuencias, pero, ¡ah!, así es la vida. En cualquier caso, el año 2004 está a la vuelta de la esquina, y para entonces querremos todos tener elecciones.

"Gracias y que Dios os bendiga a todos. Mis amigos y yo cuidaremos de nosotros mismos."

Nadie, por supuesto, espera esta especie de candor en un discurso de un presidente americano, especialmente de uno que está en posesión del poder gracias a un fraude electoral.

Con todo, el carácter masivo y desvergonzado de las mentiras que han servido de fundamento para la guerra y la respuesta cínica e indiferente de los media son manifestaciones significativas del colapso general de las normas democráticas burguesas. La vida política de los Estados Unidos refleja, en formas incluso más grotescas, el carácter cada vez más oligárquico del estado americano.

Mientras que un porcentaje mayor que nunca de la riqueza de la nación se concentra en un muy pequeño porcentaje de la población, las élites dirigentes son incapaces de generar un respaldo mayoritario genuino a las políticas del estado. Como las coincidencias entre los intereses de la oligarquía que controla el estado y a la mayoría de la población se vuelven más y más débiles, las mentiras juegan un papel crítico en la manipulación diaria de la conciencia popular y en la elaboración de lo que los media muestran como "opinión pública". Temporalmente y a corto plazo se pueden tener éxitos de este modo. Pero el resultado a largo plazo de este proceso diario de manipulación y engaño es el irremediable alejamiento del pueblo respecto a la política oficial.

Este alejamiento inicialmente asume una forma que el observador superficial confunde con indiferencia y apatía. Pero bajo la superficie de la política oficial opera un complejo proceso social e intelectual. Las presiones de la vida cotidiana impactan lenta pero de forma segura sobre la conciencia de las masas.

Es verdad que la conciencia va por detrás del vivir. Pero el vínculo entre el imperialismo y la explotación intensiva y la opresión de la clase trabajadora no es un mito socialista sino un hecho objetivo. De forma inevitable, las implicaciones sociales de esta nueva erupción del imperialismo americano se dejarán sentir con mucha más severidad en la clase trabajadora de los Estados Unidos.

Los socialistas deben no sólo anticipar sino también acelerar la renovación de la conciencia de clase política estableciendo, social y programáticamente, nuevos cimientos para la lucha política. Esto equivale a reconocer que la base mayoritaria real para el desarrollo de un movimiento contra el imperialismo, tanto dentro de los Estados Unidos como internacionalmente, es la clase trabajadora. Y esto implica comprender que la lucha contra la guerra no puede ser separada de la lucha contra el sistema capitalista.

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