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El discurso de Bush sobre el estado de la nación

Fiebre de guerra de una clase gobernante en crisis

Por la Junta Editorial
1 Febrero 2003

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El discurso sobre el Estado de la Nación que Bush pronunciara el martes pasado ante las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos refleja un gobierno azotado por una profunda crisis. La fiebre de guerra que se sentía en la reunión y la letanía de mentiras y amenazas de Bush dieron la impresión que la clase gobernante se ve abrumada y abatida por contradicciones económicas que apenas comprende. Bush es vocero de un régimen que quiere que la guerra, de alguna manera u otra, lo rescate de la crisis a través de la agresión militar y la conquista del petróleo en el Oriente medio.

Fue imposible permanecer quieto durante toda una hora escuchando la diatriba de Bush sin preguntarse lo que George Orwell habría cuando Bush llamó “mantenedoras de la paz” a las vastas fuerzas militares que se están congregando en las fronteras con Irak.

Las garantías que le dio al pueblo iraquí fueron grotescas: “No es el enemigo quien rodea vuestra nación; el enemigo es el que los gobierna”. O la declaración que la ocupación militar estadounidense de Irak será “el día de vuestra liberación”.

Bush pronunció estas palabras al mismo tiempo que Pentágono dio a conocer— subrepticiamente—varios informes que los Estados Unidos va a lanzarle a Irak hasta 400 cohetes cruceros teledirigidos durante las primeras 24 horas de la guerra. Esta acción tipo blitzkrieg, cuyo objetivo es aterrorizar al país hasta postrarlo, se llama “estrategia para sacudir y espantar”.

Por otra parte, el ministro de Relaciones Exteriores, Colin Powell, ha declarado sin lugar acusaciones que Washington desea la guerra para apoderarse de las enormes reservas petrolíferas del país. Insiste que EE.UU. sólo las pondrá bajo “fideicomiso”. Pero esto no es más que un eufemismo para el colonialismo de moda luego de la Primera Guerra Mundial.

Igualmente, en cuanto a la política interior, Bush se refirió a la pobreza del país. Propuso resolver el problema con mayores reducciones de los impuestos que los ricos contribuyen. También se refirió a la enorme crisis de la salud pública y propuso medidas para arrasar con el programa de Medicare, que sirve a los ancianos.

La guerra es paz, la ocupación es liberación y el colonialismo es libertad. Sólo el ministerio de propaganda de un régimen tan depravado como el que Orwell pinta en su novela, 1984, pudo haber pronunciado estas palabras, que por cierto Bush leyó con la ayuda de un teleprompter.

La pandilla de gángsteres y sádicos que ocupa los niveles más altos del gobierno de Bush y del Congreso saltaron de sus sillas y aplaudieron con regocijo cuando Bush prometió desatar “toda la fuerza y el poderío del militar estadounidense” contra una nación empobrecida y oprimida que la guerra y las sanciones económicas han dejado en ruinas.

Se mostraron felices cuando Bush, usando el lenguaje de un don de la mafia, aludió al éxito del gobierno en hacer desaparecer a personas acusadas de terroristas. Alabó la detención de más de 3,000 personas bajo sospecha—la gran mayoría inmigrantes detenidos por infracciones menores de las leyes de inmigración—y se vanaglorió de que “Muchos otros se han dado con un fin diferente. Pongámoslo de esta manera: ya no son estorbos para los Estados Unidos”.

Bush luego anunció la formación de un “Centro para la Integración de las Amenazas Terroristas”, que amalgamaría las funciones del FBI, la CIA, el Pentágono y el nuevo Ministerio para la Seguridad de la Patria. La creación de esta agencia super espía infringe todas las garantías constitucionales que protegen a los residentes y ciudadanos estadounidenses contra el espionaje del estado.

Los funcionarios de la Casa Blanca habían sostenido que el discurso presentaría un buen caso para justificar la guerra contra Irak, pero nada semejante sucedió. Bush repitió su letanía de todos los supuestos pecados del régimen iraquí; transgresiones ya oídas y refutadas.

Presentó cargos sin pruebas y, desde el punto de vista político, ilógicos: que el gobierno iraquí está vinculado a Al Qaida, famoso por su hostilidad islámica hacia movimientos seculares nacionalistas como los baatistas de Irak. Bush de nuevo acusó al régimen de Irak de haber comprado tubos de aluminio “buenos para la producción de armas nucleares”; acusación que la Agencia Internacional sobre la Energía Atómica, basándose en las inspecciones de Irak, ha declarado sin causa.

Como si fuera un mago cínico, Bush presentó cargos de la ONU que Irak, al fracasar en presentar pruebas que todas sus armas no convencionales de la década del 80 han sido destruidas, ha mostrado que todavía las tiene, algo que Hans Blix, jefe de los inspectores de armas, no asevera.

Para justificar “moralmente” la guerra, el presidente estadounidense citó informes sobre los derechos humanos que detallan los métodos salvajes de tortura que usa la policía secreta del régimen iraquí. “Si esto no es maldad, entonces la maldad no significa nada”, declaró Bush. Pero la indignación moral del gobierno estadounidense acerca de la tortura es relativa. Todo depende de quien es el que tortura. Durante décadas, informes sobre los derechos humanos han catalogado la manera en que dictaduras latinoamericanas y de otras partes del mundo, con el respaldo de los Estados Unidos, han usado los mismos métodos horribles a los cuales Bush se refirió.

Además, el mismo Estados Unidos hoy día usa técnicas de interrogación contra sus propios prisioneros que podrían describirse como tortura. Y ha enviado varios detenidos, a quienes se les sospecha de terroristas, a la policía secreta de Egipto, Jordano, Arabia Saudita y Pakistán, países que usan métodos muy iguales a los que Irak presuntamente emplea. De acuerdo a varios informes, espías de los Estados Unidos participan directamente en estas sesiones de tortura.

Y finalmente, el discurso incluyó la comparación ritualista de Saddam Hussein a Adolfo Hitler. Declaró Bush: “Durante todo el Siglo XX, pequeños grupos de hombres se apoderaron de grandes naciones, formaron ejércitos, establecieron arsenales y se lanzaron a conquistar a los débiles e intimidar al mundo”. Claro, ésta es una descripción muy apta de su propia trayectoria desde el robo de las elecciones en el 2000.

Bush continuó: “Ahora, en este siglo, la ideología de la fuerza y la conquista aparecen de nuevo...Una vez más se nos llama a defender la seguridad de nuestro pueblo y las esperanzas de toda la humanidad”.

Pero según tenemos entendido, la enorme mayoría de la humanidad—inclusive la gran mayoría del pueblo estadounidense—se opone a la guerra contra Irak. La mayoría de la humanidad correctamente considera que las armas para la destrucción en masa que los Estados Unidos acusa a Irak de poseer son un cínico pretexto para una guerra de conquista y saqueo. La “ideología de la fuerza y la conquista” en realidad más bien se identifica con la propia política del gobierno de Bush: la “guerra preventiva” y el intento de los Estados Unidos para apoderarse de recursos estratégicos e intimidar a sus rivales.

Durante todo el discurso sobre el estado de la nación se detectó una corriente de paranoia y profunda hostilidad hacia el resto del mundo. El discurso hizo ningún esfuerzo para ganarse a sus antiguos aliados en Europa y el Japón. Las declaraciones de Bush, que un senador Demócrata caracterizara como “unilateralismo fanfarrón”, ocasionaron que los funcionarios reunidos aplaudieran furiosa y frenéticamente.

Bush representa y personifica una clase gobernante que se enfrenta a una crisis económica sistémica y desesperada para la cual no existe reacción razonable. Irónicamente, mientras Washington le grita al resto del mundo que se vaya al diablo, la economía estadounidense depende más y más de enormes infusiones del capital Europeo, asiático, de los reinos medievales petrolíferos del Oriente Medio y de otras partes; infusiones que sirven de base para que los sectores más altos de la sociedad estadounidense acumulen su riqueza de manera extravagante.

Durante el mes de noviembre, los Estados Unidos mostró un déficit de $40 billones en la balanza de pagos. Se proyecta que el déficit anual del país llegará a $500 billones este año. Sólo una orgía de préstamos del extranjero—al ritmo de más de $2 billones diarios—mantiene el dólar y a la economía estadounidense a flote. Una crisis de confianza en la economía de los Estados Unidos, que pudo verse con anticipación cuando el dólar declinó precipitadamente durante las últimas varias semanas, amenaza con ponerle paro a esta enorme afluencia de capital y hacer que la economía comience a reguilar.

Al principio de su discurso, Bush presentó un repaso mecánico y rutinario del programa de su presidencia en cuanto al interior del país. Aún en este discurso, que tradicionalmente es ocasión para proclamar la fortaleza de “la nación”, el presidente se vio obligado a tocar los cánceres sociales que el capitalismo ha creado en los Estados Unidos. Entre los signos de decadencia social, Bush mencionó el desempleo que aumenta, así como también la enorme cantidad de gente sin hogar; la adicción a las drogas; diez de millones de personas sin seguro médico; y una población de encarcelados tan enorme que gran parte de la joven generación crece sin conocer a sus padres.

La “solución” clave que Bush ofreció—además de organizaciones caritativas religiosas—fue una enorme reducción de los impuestos que los ricos contribuyen. “Acabemos con la injusticia de cobrarle impuestos dobles a los dividendos” fue su grito de batalla. Esta política la dará más dinero al 1% más rico de la sociedad que a todo el 95% con menores recursos.

Se espera que el año entrante el plan sobre los impuestos le añada $100 billones al déficit del presupuesto, el cual se calcula llegará a $200 billones este año. La consecuencia natural e inevitable de este regalito a la clase gobernante serán los ataques despiadados contra lo que queda de los servicios sociales y aumentos drásticos en los impuestos que se le cobran a las ventas y a la propiedad, lo cual afectará principalmente al pueblo trabajador.

Bush no tiene la capacidad intelectual o moral para comprender las ramificaciones de las acciones que propone. La clase gobernante estadounidense convierte las contradicciones insolubles del sistema capitalista en el concepto que sólo puede defender su riqueza a través de la agresión militar. Considera que la guerra es una táctica para desviar la atención del pueblo trabajador de la intratable crisis económica y social en el interior del país.

Tal como claramente lo mostrara la postración del Partido Demócrata, este pensamiento no es solamente ideología de Bush y su círculo privado. Demócratas destacados, tales como Billar Plintos y Joseph Lieberman, dieron la pauta para ponerse de pie y aplaudir la perorata de Bush.

El desacuerdo de la dirigencia Demócrata con la política guerrera del gobierno se limita a las diferencias tácticas más pequeñas. Consiste en esperar varias semanas más para que la ONU de permiso para la invasión. La llamada ala “izquierdista” del partido, el senador Edward Kennedy, ha sido reducida a súplicas impotentes para tomar otro voto que le autorice a Bush el uso de la fuerza militar.

Igual que los Republicanos, el Partido Demócrata representa al mismo sector de ricos y obtiene su personal básico de él. No puede darle expresión a la inquietud penetrante y oposición sincera que la mayoría del pueblo trabajador estadounidense siente hacia la guerra que se viene encima.

No importa cuales sean las consecuencias de la invasión de Iraq, el camino que el imperialismo ha emprendido sólo puede terminar en la catástrofe. La guerra con Iraq le echará leña al fuego de la cólera y resistencia de cientos de millones en el Oriente Medio, Asia y África que no tienen ninguna intención de regresar a la opresión de la época colonial. Las masas del mismo Irak nunca aceptarán la ocupación estadounidense o la instalación de un régimen títere. Lucharán con todo lo que tienen y la juventud estadounidense, carnada de los monopolios petrolíferos de los Estados Unidos, pagará con sus vidas.

La guerra intensificará los antagonismos que existen entre los mismos rivales imperialistas, evidentes ya en la brecha que se ha abierto entre Europa y los Estados Unidos. El éxito que Washington logre al usar su poderío militar para apoderarse del petróleo del Golfo Pérsico provocará una nueva lucha por el control de las materias primas, los mercados y territorios estratégicos, abriendo así las puertas a una nueva guerra mundial.

En el interior del país, la guerra exacerbará la polarización social a medida que una porción cada vez mayor de los ingresos nacionales se traslade a la oligarquía financiera y a los militares. La grosera igualdad impuesta por el gobierno de los ricos—instalado por orden de la Corte Suprema—por último tiene que causar terremotos políticos en el mismo Estados Unidos.

Este naciente movimiento adversario político puede oponerse exitosamente a la explosión mundial del imperialismo estadounidense si se basa en la alternativa socialista a la guerra, la represión y la desigualdad social, y se arraiga en la lucha unida de la clase obrera internacional. La World Socialist Web Site y el Partido Socialista por la Igualdad se han comprometido a preparar políticamente a ese movimiento.

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