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Las montañas de mentiras y falsificaciones de Cheney en su campaña a favor de la guerra

Por David Walsh y Barry Grey
14 Septiembre 2002

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El Vice Presidente de los estados Unidos, Dick Cheney, pronunció dos discursos la semana pasada en los que lanzó la ofensiva política del gobierno de Bush para entablar la guerra de los Estados Unidos contra Irak. El objetivo de los dos discursos—que casi fueron idénticos—no fueron tanto para “presentar la causa” ante el público estadounidense sino para lograr que los círculos reinantes apoyen los planes bélicos del gobierno.

Durante las últimas semanas, un conflicto feroz se ha desatado en la élite gobernante, inclusive en el mismo gobierno de Bush, acerca de los planes militares de agresión estadounidense durante las próximas semanas para derrocar a Saddam Hussein e instalar un gobierno títere.

Figuras prominentes en el primer gobierno Bush (1989-1993) se han declarado abiertamente contra los planes actuales del gobierno para llevar a cabo la acción unilateral. Brent Scowcroft, ex asesor de la seguridad nacional, aconsejó a principios de mes que un conflicto inmediato contra Irak desestabilizaría a la región y socavaría “la guerra contra el terrorismo”. Sugirió además que no había suficientes pruebas que el régimen de Baghdad representaba una amenaza directa que presupondría la movilización de una coalición internacional en apoyo a la nueva guerra.

James Baker, ex secretario de Estado, hombre que dos años atrás dirigió la campaña maquiavélica de Bush para parar el conteo de votos en la Florida, publicó su opinión en el New York Times el 25 de agosto, arguyendo que el gobierno actual no estaba procediendo de la “manera correcta” para “cambiar el régimen” de Irak. Baker le instó a Bush que compareciera ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y ejerciera su influencia para que se adoptara una resolución que obligue a Irak a someterse a “inspecciones intrusas en cualquier momento, en cualquier lugar, sin ninguna excepción”. Si Irak rehusa obedecer semejante resolución, arguyó Baker, entonces los Estados Unidos estaría “bien basado en la moralidad” y podría entablar la guerra con apoyo internacional.

Los discursos de Cheney fueron una respuesta directa a estos críticos. Él representa la facción más descabellada y militarista del sector político, comprometido a usar el militarismo superior de los Estados Unidos para imponer, por medio de la fuerza, la nueva división del mundo sobre la cual los Estados Unidos tendría hegemonía mundial.

El hecho que fue Cheney y no Bush el que presentara el caso para una guerra preventiva contra Irak pone en relieve la verdadera relación de fuerzas en el gobierno de Bush. Cheney es el que manda. Bush no es más que un vocero despreciado hasta por los funcionarios que nominalmente sirven bajo su mando.

La oposición de los críticos que se oponen a la agresión estadounidense contra Irak y contra quienes Cheney se ha expresado no se basa en ningún principio. Al contrario; abogan por un camino más cauteloso sobre el cual llegar a dominar el territorio y los recursos del Oriente Medio. A estos elementos les preocupa que la facción pro Cheney dirige a los Estados Unidos a una guerra que no cuenta con suficientes preparaciones militares o diplomáticas y que no ha preparado adecuadamente la opinión popular del país. Temen que innecesariamente enajene a Europa, socave los regímenes burgueses árabes y desestabilice las relaciones económicas internacionales y políticas con consecuencias inestimables.

Los lugares donde Cheney pronunció los discursos—la conferencia nacional de los Veteranos de Guerras Extranjeras en Nashville, estado de Tennessee, el 26 de agosto, y, tres días después, ante una reunión de los Veteranos de la Guerra contra Corea en San Antonio, estado de Texas—son significantes. Que se hayan escogido grupos de veteranos, además de asegurar un público cautivo, refleja la estrategia del gobierno para primero vencer la resistencia de los militares mismos a un ataque eminente que podría resultar en grandes bajas y a la prolongada ocupación militar de Irak.

Más de ahí, es completamente típico que este gobierno trate de ganarse el apoyo militar para emprender una campaña de relaciones públicas. Cheney, muy conscientemente, recurre a los militares como contrapeso a los críticos del Congreso, del Ministerio de Estado, y de los círculos relacionados con la política extranjera, incluyendo a los de su propio partido y a funcionarios en el gabinete de Bush que no están seguros de una guerra unilateral en el Golfo Pérsico.

Los medios de prensa, inclusive el ala liberal, elogiaron los discursos. Lo consideraron como contribuciones significantes al intercambio de ideas políticas. Por ejemplo, un editorial del Washington Post (publicado el 27 de agosto) expresó que el primer discurso de Cheney había sido “la declaración del gobierno de Bush más extensa y de mayor fortaleza acerca del peligro que el régimen de Saddam Hussein presenta y acerca de las razones para tomar medidas preventivas contra él”. También comentó que el discurso bélico de Cheney había sido “apasionado y persuasivo”.

Pero el hecho es que las observaciones de Cheney constaban en gran parte de acusaciones sin base, falsificaciones históricas y mentiras.

Al tratar de presentar su causa contra Irak, Cheney comenzó enfocando el hecho que la guerra en Afganistán y la invasión de Irak que se ha propuesto eran meramente los disparos iniciales para un conflicto sin fin. Le dijo al público de Nashville: “ Pero como ha dicho el secretario [Rumsfeld, del Ministerio de Defensa], todavía estamos más cerca del principio de esta guerra que del fin. Los Estados Unidos ha entrado en una lucha que va a durar años; un nuevo tipo de guerra contra un enemigo nuevo”. Prosiguió a describir las ventajas militares que los Estados Unidos posee que “serán aún más vitales en campañas futuras”.

En términos de las restricciones geográficas de este conflicto, Cheney aseveró que “Existe un mundo del hampa terrorista con tentáculos por más de sesenta países”. Las Naciones Unidas cuenta con 189 miembros. Por ende, según Cheney, casi una tercera parte del mundo le da albergue a este “mundo del hampa terrorista” y presuntamente es blanco lógico de la intervención estadounidense.

Las dudas no tuvieron lugar en el mensaje de Cheney: el pueblo estadounidense tiene que acostumbrarse a décadas de guerra continua.

Para justificar esta perspectiva sangrienta, Cheney recurrió a la táctica preferida del gobierno de Bush desde el 11 de septiembre: intencionalmente sembrar el miedo y el pánico en la población. Declaró que “el 11/9 y sus consecuencias despertaron la nación al peligro y las verdaderas ambiciones de la red terrorista mundial y a la realidad que enemigos empedernidos buscan armas para la destrucción en masa que no titubearían usar contra nosotros”.

Estas descripciones intentan crear un estado de ansiedad permanente en el pueblo estadounidense, lo cual tiene varios propósitos. Revigoriza el esfuerzo de pintar al gobierno, a los militares y a las agencias de espionaje como únicos protectores de la población contra la destrucción inevitable y así facilitar la demolición de los derechos democráticos y poner en práctica medidas autoritarias.

Además, es la intención de este lenguaje incendiario socavar toda apreciación racional de los ataques del 11 de septiembre y todo esfuerzo para investigarlos. El gobierno de Bush infatigablemente se ha opuesto a la investigación de los ataques terroristas porque tiene mucho que ocultar. Una investigación honesta mostraría que el gobierno por lo menos fue culpable de negligencia criminal y, lo que parece aún más factible, que intencionalmente abandonó las agencias de espionaje y de seguridad. Establecería que el gobierno de Bush se basó en los acontecimientos del 11 de septiembre para poner en marcha planes que ya se habían hecho con mucha anticipación.

En los discursos de la semana pasada, Cheney llevó su campaña de pánico a un nivel absurdo. Hizo advertencias acerca de un nuevo Pearl Harbor y comparó a Irak, empobrecido y en ruinas, al Japón imperial y a la Alemania nazi.

El punto central de la información que Cheney presentara para la guerra contra Irak se basó en varias premisas, ninguna de las cuales es lógica.

La guerra preventiva en lugar de la política para “frenar” al enemigo

Al repetir la línea avanzada por Bush en el discurso que éste pronunciara ante la academia militar de West Point el junio pasado, Cheney trató dar énfasis a la idea que “las antiguas doctrinas de seguridad han dejado de ser pertinentes” a la nueva situación mundial. “En la época de la Guerra Fría”, siguió el Vice Presidente, “fuimos capaces de hacerle frente a esta amenaza con una política de disuasión y "poner frenos". Pero ahora es mucho más difícil disuadir a enemigos que no tienen patria que defender, y "frenar" no es posible cuando dictadores se apoderan de armas para la destrucción en masa y se muestran listos para compartirlas con terroristas que intentan infligir bajas catastróficas”.

Poniendo a un lado estas aserciones apocalípticas y sin pruebas, la lógica de Cheney consiste de una serie de inferencias que no pueden deducirse de axiomas. La idea que los Estados Unidos sufría una amenaza menor cuando se enfrentaba a una sociedad bien desarrollada como la Unión Soviética—armada con cohetes teledirigidos nucleares apuntados hacia todas las ciudades principales de los Estados Unidos—y que hoy día se encuentra peormente amenazado por una pandilla de guerrilleros es una propuesta que se desintegra ante la lógica y el sentido común.

Además, la aserción que la guerra preventiva es una doctrina nueva dictada por la nueva situación mundial es falso, como también lo es el intento de presentar esta política como si fuera una acción defensiva. En realidad, la “Doctrina de Bush” no es más el restablecimiento de la estrategia de “hacer retroceder” por la cual abogaba la facción más derechista y belicosa de la clase gobernante de los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Los que proponían “hacer retroceder” rechazaron la política dominante de “frenar” a la influencia Soviética. Abogaban agresivamente para que se utilizara no sólo la presión militar y económica, sino también la subversión política para derrocar los regímenes respaldados por la Unión Soviética y aislar y desestabilizar a la URSS misma. Ahora los herederos ideológicos de los fanáticos de la política de “hacer retroceder” se han convertido en la fuerza dominante en los círculos políticos y militares.

No es la expansión del terrorismo—fenómeno apenas nuevo en el mundo—que le ha impuesto a los Estados Unidos la necesidad de una guerra “preventiva” contra Irak o cualquier otra nación. Más bien, la clase gobernante considera que el colapso de la Unión Soviética ha creado “una situación ventajosa” para que los Estados Unidos se apoye en su superioridad militar, se apodere de las reservas de petróleo y de otros recursos vitales e imponga su dominio en todo el planeta.

Irak y las “armas para la destrucción en masa”

En sus discursos, el Vice Presidente afirmó que el régimen de Hussein en Irak posee un arsenal de armas químicas y biológicas y que está al borde de desarrollar la bomba atómica. Declaró Cheney: “Simplemente, no cabe duda que Saddam Hussein ahora posee armas para la destrucción en masa; no cabe duda que las está acumulando para usarlas contra nuestros amigos, contra nuestros aliados y contra nosotros. Y tampoco cabe duda que sus agresivas ambiciones regionales un día lo conducirán a desafiar a sus vecinos...”

Cheney recurre a un truco de la retórica: repite la frase, “no cabe duda”, para tapar que hace declaraciones francas y directas sin tener que respaldarlas con los hechos. De lo que no hay duda en absoluto es que no existen pruebas para estas acusaciones, por lo menos pruebas que el gobierno de los Estados Unidos haya presentado.

El “único instante” de la perfidia irakí que Cheney citara en su discurso de Nashville inmediatamente comprobó ser falso. “Durante la primavera de 1995”, dijo el Vice Presidente, "los inspectores [de armas de la UNSCOM] estuvieron a punto de declarar que los programas de Saddam para desarrollar armas químicas y cohetes teledirigidos de largo alcance habían sido completamente examinados y clausurados. Pero entonces el yerno de Saddam de repente se fue al exilio y comenzó a distribuir información. En pocos días los inspectores fueron llevados a una granja gallinera de Irak, donde estaban escondidas varias cajas llenas de documentos y mucha evidencia acerca de los programas de armas más secretos de Irak”.

Dos días después, en un programa de noticias del Public Broadcasting System (PBS) [Sistema de Telecadenas Públicas], el ex jefe de inspecciones de armas de las Naciones Unidas, Scott Ritter, refutó la versión de los acontecimientos según Cheney y lo acusó de “volver a escribir la historia”. Ritter declaró lo siguiente al entrevistador de PBS: “Lo que el Vice Presidente Cheney le dijo al pueblo estadounidense es una mentira La CIA sabe que el yerno de Saddam Hussein, Hussein Kamal, declaró muy claramente cuando se exiló que, bajo sus órdenes, todos los programas de armas habían sido eliminados. Esto es un hecho verídico. Él no nos llevó a ningún documento. Fue el gobierno Irakí que hizo eso”.

Al día siguiente, en el discurso de San Antonio, Cheney no hizo ninguna referencia al incidente de la granja gallinera. Nadie en la prensa se dio cuenta o presuntamente a nadie le importó. La mentira había logrado su propósito.

Saddam Hussein y las armas químicas

Como es de costumbre con los funcionarios de los Estados Unidos, el discurso de Cheney trató de pintar a Saddam Hussein como demonio, pero ignoró el hecho que el gobernante Irakí había sido aliado de los Estados Unidos durante gran parte de la década del 80 y que Washington lo había respaldado durante la guerra contra Irán (1981-1988). Hussein no es el único en una larga lista de ex aliados y títeres de la CIA que han entrado en conflicto con los intereses de los Estados Unidos y convertídose en parías internacionales. La lista incluye a Manuel Noriega, Panamá; Slobodan Milosevic, Serbia; Mohammed Farad Aidid, Somalia; y Osama bin Laden, islámico fundamentalista que los Estados Unidos armara y financiara durante la guerra de los mujahiddin contra las tropas soviéticas en Afganistán durante los años del 80.

Cuando Saddam Hussein usó armas químicas contra las fuerzas iranís y los kurdos Irakuís hacia finales de los 80, lo hizo con el conocimiento y la bendición tácita de los Estados Unidos. Un artículo reciente del New York Times (8 de agosto) señala que “las agencias de espionaje estadounidenses sabían que los comandantes Irakíes usarían armas químicas al entablar las batallas decisivas de la guerra entre Irak e Irán” y no hicieron nada detenerlos. En aquella época, un funcionario de antigüedad del espionaje para la defensa, Coronel Walter P. Lang, le dijo al Times que los funcionarios del espionaje estadounidense “se desesperaban por asegurar que Irak no le perdiera” a Irán. Lang comenta que el uso de gas por los Irakíes en el campo de batalla no presentaba ninguna inquietud estratégica de importancia”.

Los Estados unidos apoyó a Hussein y a Irak en la guerra contra Irán porque la clase gobernante estadounidense percibía que el régimen islámico radical de esta última representaba una amenaza mayor. Una vez acabada la guerra, y con Irán debilitado, Washington se alarmó con la posibilidad que un régimen secular nacionalista en Bagdad surgiera como poder en esta región rica con petróleo. Funcionarios estadounidenses viraron la atención a la creación de un pretexto para irse a la guerra contra Irak, y lo encontraron en la invasión Irakuí de Kuwait el 2 de agosto de 1990.

Luego se reveló que la embajadora estadounidense ante Irak, April Gillispie, había tenido una conversación con Hussein el 25 de julio, 1990, en la que casi había dado la luz verde—en lenguaje diplomático—para que Irak tomar acción. Comentó la embajadora: “No tenemos ninguna opinión acerca de conflictos entre árabes”. Además, meses antes de la invasión de Kuwait por Irak, el General Norman Schwarzkopf, bajo órdenes de Colin Powell, que en esa época era jefe del estado mayor, ya había formalizado planes para la enorme intervención militar de los Estados Unidos contra Irak en el Golfo Pérsico. Para junio, 1990, ya Schwarzkopf conducía ensayos de guerra en la que cientos de miles de tropas estadounidenses se enfrentaban a los tanques blindados de Irak.

También existen indicios que los Estados Unidos la prestó ayuda a Saddam Hussein para que éste pusiera en acción un programa para desarrollar al ántrax como arma biológica. El periódico conservador francés, Le Figaro, reportó en 1998 que los Estados Unidos y Francia ambos le habían proporcionado a Irak una especie del bacilo de ántrax a mediados de los años del 80, luego que el régimen de Hussein haber comenzado, a principios de 1985, un programa secreto para el desarrollo de armas biológicas. Investigadores de American Tupe Culture Collection en Rockville, estado de Maryland, confirmaron el informe.

Los Estados Unidos “libera” a Afganistán

Cheney citó a la guerra en Afganistán como prueba que las razones de los Estados Unidos en invadir a Irak son altruistas y humanitarias. “Hoy en Afganistán”, declaró, “el mundo ha visto que los Estados Unidos actúa no para conquistar, si no para liberar”.

Esta declaración causaría risa si sus insinuaciones no fuesen tan siniestras. Mientras Cheney discursaba, informes de prensa y películas que documentaban horribles crímenes de guerra en Afganistán seguían saliendo al aire. Las fuerzas militares estadounidenses y dirigentes políticos están implicados en la matanza de cientos, para no decir miles, de soldados talibanes capturados. Los Estados Unidos, en infracción de la Convención de Ginebra, ha encarcelado a cientos más indefinidamente. Esto no incluye a los miles de civiles afganos que bombas y cohetes teledirigidos estadounidenses han dejado muertos.

La intervención, que ha lanzado al país a condiciones de anarquía y pobreza aún más desesperadas, no hecho lo menor para librar al pueblo de la estrangulación de los jefes guerrilleros rivales. El régimen títere de Hamid Karzai es tan detestado que sus propios dirigentes tienen que ser vigilados por tropas estadounidenses; casi ni pueden viajar al exterior de Kabul por miedo de ser borrados del mapa.

Cheney, además, está muy consciente que los planes belicosos de los Estados Unidos contra Irak buscan el bombardeo saturado de todos los centros urbanos claves y que los planificadores estadounidenses presumen que las bajas civiles Irakíes serán mucho mayores en la Segunda Guerra del Golfo Pérsico que en la primera.

Desde el punto de vista político de mayor urgencia, quizás el aspecto más significativo de los discursos de Cheney fue que le hicieron caso omiso a las recomendaciones de James Baker y otros tantos, inclusive numerosos dirigentes europeos, que el gobierno de Bush primero debería dirigirse a las naciones Unidas para asegurar un pretexto legal antes de emprender la guerra contra Irak. Según varios informes de la prensa, esta táctica—de usar o no usar a los inspectores de armas de las Naciones Unidas como pretexto para entablar la guerra—continua causando grietas en el gobierno de Bush.

Cheney se refirió a este problema con un desprecio abierto hacia los consejos de Baker. “El retorno de los inspectores”, declaró, “no nos aseguraría para nada que [Saddam Hussein] cumpliría las resoluciones de la ONU”.

La facción alrededor de Cheney y el Ministro de defensa, Ronald Rumsfield, en el gobierno de Bush, es hostil a la maniobra de la ONU porque quiere establecer el principio que ninguna organización internacional o código penal le va a atar las manos a las acciones militares o a la diplomacia de los Estados Unidos.

De acuerdo a la prensa estadounidense, el discurso de Cheney es una contribución al “debate” público acerca de la guerra contra Irak.

Darle a esta demagogia un contenido afirmativo, o siquiera sugerir que representa un intercambio democrático entre el gobierno y el pueblo, es un insulto a la población. En realidad, al pueblo estadounidense no se le consulta para nada. Una pandilla política muy apegada a los militares y a la extrema derecha—que llegó al poder por medio del fraude y acciones anti democráticas—ahora quiere imponerle a la población una guerra contra Irak. Sabe muy bien que el Partido Demócrata y lo que hoy pasa por “círculos liberales” no le ofrecerán ninguna oposición seria.

Dos factores fundamentales animan el afán por la guerra. Primero, los Estados Unidos busca controlar varias de las reservas de petróleo y gas más importantes del mundo en Irak y a través del Oriente Medio. La guerra contra Irak será sólo el primer eslabón en la formación de un protectorado estadounidense de facto en la región.

Al mismo tiempo, la explosión del militarismo estadounidense es una reacción de la clase gobernante a su maligna crisis sociopolítica dentro de sus propias fronteras; crisis para la cual no tiene solución. La “guerra contra el terrorismo” sirve para desviar la atención de las consecuencias de la recesión económica, situación que ha empeorado aún más con los crímenes sin precedente que las empresas han cometido. Las contradicciones desnudas de la sociedad estadounidense, sobretodo el enorme abismo que separa a los ricos privilegiados de amplios sectores de la población, le están dando auge a la campaña por la guerra y dotándola con un carácter violento.

 



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