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Festival Internacional de Cine en Toronto, 2002: ¿Por
qué hay tantas películas tan decepcionantes?
Segunda parte
Por David Walsh
24 Octubre 2002
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el autor
Esta es la segunda parte de una serie de artículos
sobre el Festival de Cine Internacional de Toronto, que se celebrara
del 5 al 14 de septiembre.
Varias películas que se presentaron en el reciente Festival
de Cine Internacional en Toronto fueron eminentemente decepcionantes.
Es decir, fracasaron en alcanzar el nivel artístico que
las obras anteriores de sus creadores habían prometido.
En cierto sentido general, las obras decepcionantes en el cine
son tan inevitables como en otras artes. No todos los artistas
progresan; es un hecho que algunos realizadores de cine llegan
a producir una sola obra de valor. Y hasta aquellos destinados
a hacer mayores contribuciones necesitan tiempo para encontrar
su nicho. Luego de comenzar de manera prometedora, puede que un
director o guionista de cine se equivoque de camino o que vacile
ante un proyecto de mayores ambiciones y exigencias.
Sin embargo, si la decepción es lo suficientemente conspicua,
puede que el problema sea más generalizado. ¿Por
qué es que en la época actual los realizadores de
cine cuyas obras adquieren mayor profundidad y madurez a medida
que sus carreras progresan son tan pocos? ¿Por qué
es la regresión, que frecuentemente se nota casi enseguida,
la excepción y no la regla?
Una posibilidad, claro, es que el crítico o el espectador
no tiene las facultades críticas necesarias desde un principio;
que él o ella se permiten el placer de la fantasía
y le dan al director o a la película mayor significado
de lo que tienen. Estas cosas suceden, sobretodo cuando el paisaje
cultural es relativamente árido. Si en lugar de darnos
el lujo de la fantasía a esto lo llamamos dándole
al director el beneficio de la duda o dándole
ánimo, y nos damos cuenta que el artista muy rara
vez recompensa al crítico o al espectador con una obra
nueva o con una serie de obras que justifican nuestro apoyo moral
inicial, nos veremos otra vez cara a cara con el fenómeno
a explicar: el decaimiento extenso y persistente.
Entre las películas del festival que más decepcionaron
este año se encuentran Feliz aquí y allá,
de Macael Almonedas; Moreras Callar, de Lynn Gansas; Letrina
pública, de Frito Shan; y Abuna, de Majareta
Salem Argun. Las películas anteriores de estos directores
habían mostrado promesa.
El Hamlet de Almereyda en el 2000 fue un esfuerzo extraordinario,
pero puede que sea el único momento brillante de su carrera.
Feliz aquí y allá, acerca de la investigación
de una mujer desaparecida en New Orleans, además
de parecer cohibida, también aparenta gran satisfacción
consigo misma. Casi no deja ninguna impresión.
La primera película de Ramsay, El cazador de ratas
(1999), fue elogiada bastante. Ahora que se le considera parte
del nuevo cine escocés - frase que debería
inquietar a todos - el director ha filmado la segunda, la cual
ni convence ni invita participación. Una joven se despierta
el día de Navidad y descubre que su novio se ha suicidado.
Desmembra el cadáver, lo entierra y se hace pasar por autora
de la novela que éste ha dejado. Al final, Morvern, aparentemente
insatisfecha con su vida en la clase obrera de la ciudad de Glasgow,
acepta el cheque por £100,000 que la editorial le ofrece
y parte para independizarse. ¿En qué difiere esto
del egoísmo de último minuto que Good Will
Hunting y Erin Brockovich celebran?
Fruit Chan, director de Hong Kong produjo dos películas
bastante inteligentes y de gran sensibilidad: La pequeña
Cheung y Durián Durián. ¿Quién
hubiera adivinado, pues, La letrina pública, cinta
profundamente insípida y vulgar? Bye Bye África,
de Mahamet Saleh Haroun, de Chad, mostró gran sentimiento
y cierta auto crítica mordaz, pero estas cualidades no
aparecen en Abouna ni en pintura.
Kiarostami, Goddard y otros
10, dirigida por el director iraní, Abbas Kiarostami,
está en una categoría un poco diferente. La cinta,
que consiste de diez conversaciones en un auto, en gran parte
entre madre e hijo, es dócil y débil. Para consternación
del joven, la mujer se ha separado de su esposo con tal de lograr
cierta independencia. El hijo, sin embargo, no lo acepta. Presuntamente,
Kiarostami quiere explicar, por medio de esta situación
y comportamiento, lo abrumante que son de las relaciones sociales
patriarcales y represivas de Irán. Sin embargo, ambos madre
e hijo son, en gran parte, fastidiosos: la una porque es una engreída;
el otro porque es un ensimismado.
La película no decepciona sólo porque
ya se esperaba que Kiarostami iba a encontrar esta dificultad
debido a la trayectoria de sus obras más recientes. La
negativa continua de la mayoría de los directores iranís
en estudiar seriamente la Revolución Iraní, además
del régimen islámico y otros problemas históricos
y sociales, inevitablemente los ha conducido a un callejón
sin salida. Los iranís se han especializado en dramas intensamente
íntimos y humanos y en los particulares de la vida social.
Se inspiraron del impulso democrático que nutrió
la lucha contra el Shah y que el reaccionario régimen actual
de Tehrán ha suprimido brutalmente.
A fin de cuentas, para darle profundidad a lo particular (el
dilema humano o la relación humana específica) hay
que tratar de comprender, hasta cierto punto, lo universal (la
sociedad y su desarrollo general), o la obra, ya desnutrida, pierde
propósito y fuerza. El artista que perdura se da cuenta
de la relación que existe entre la experiencia directa
y la de la humanidad en general. Comprende lo único y lo
universal de la situación. Es fundamental que los directores
iranís se dirijan a los temas más universales, pues
ya la decadencia artística es evidente. Lo mismo también
se puede decir de los directores de Taiwan y China.
Desgraciadamente, el veterano director suizo, Jean-Luc Goddard,
sigue con sus tonterías Ha contribuido a la película
colectiva, El violoncelo: diez minutos después,
en la que ocho directores internacionales consideran el fenómeno
del tiempo. En la cinta de Goddard, que toma lugar en la
oscuridad, una voz recita monótonamente que sólo
veo lo que ha desaparecido. El pensamiento,
la historia y el amor han llegado a su
momento final. ¿Cómo lo sabemos? Porque
Goddard lo dice. La desorientación y pesimismo de este
director refleja a sectores enteros de intelectuales europeos
del mundo post soviético. El mundo entero tiene que desaparecer
ya que su pequeño mundo ya se ha desvanecido.
El nombre del director canadiense, David Cronenberg ( Le
mosca, Hermanos gemelos) nunca perteneció junto
al de Goddard y Kiarostami, pero tenemos que notar su precipitada
caída. Araña, con Ralph Fiennes, aunque no
tan desastrosa como eXistenZ (1999), es una obra fundamentalmente
vacía y misantrópica. El argumento trata las inquietudes
de un joven con sentimientos de edipo quien, sin razón
lógica, se convierte en asesino.
Juntos, última película del director chino,
Chen Kaige ( La tierra amarilla, Adiós mi concubina)
es una pieza sentimental acerca de un joven de trece años
de gran talento como violinista. Abandona su pueblo y provincia,
llega a Pekín, e ingresa al ámbito de la música
en esa ciudad. Esta cinta no tiene ofrece novedoso o excepcional.
La tan llamada Quinta generación de directores chinos (Chen,
Zhang Yimou y demás) ya se ha gastado bastante por las
mismas razonas mencionadas anteriormente: principalmente la incapacidad
de - aunque no toda la culpa es de ellos de enfrentarse
a cuestiones críticas de perspectiva.
A varios directores ya no les queda mucho que decir, y otros
tantos desde un principio no tenían mucho que expresar.
Muñecas, del Taiwanés Takeshi Kitano, reafirma
nuestras sospechas: si el tiroteo en las películas de este
director japonés cesa, casi nada sucede. Es una historia
extremedamente trillada y aburrida. Durante la víspera
de su matrimonio, que sólo lo hace para satisfacer las
exigencias de su familia, un joven de la clase decide rescatar
al verdadero amor de su vida, quien sufre de un colapso nervioso.
Al realizador ruso, Alexander Sokurov ( Madre e hijo,
Moloch), contínuamente se le refiere como hijo espiritual
del fallecido director Andrei Tarkovsky (1932-1986), también
ruso. Pero a casi nadie en la farándula o entre los críticos
se le ocurriría sugerir que tal patrimonio podría
presentar algún problema. El hecho es que las dos últimas
cintas de Tarkovsky, Nostalgia y El sacrificio,
fueron bastante mediocres y confusas. Revelaron que su humanismo
cristiano y panteista, frente a la tiranía y la opresión
estalinista, era de cierto carácter oposicionista y buscaba
la verdad, pero resultó completamente inadecuado para comprender
el mundo moderno. Estas dos últimas obras de Tarkovsky
lo hicieron parecer totalmente fuera de quicio.
La nueva película de Sokurov, El arca rusa, consiste
de una sola toma, filmada con steadicam, que dura 96 minutos.
Un diplomático francés del Siglo XIX y un invisible
director de cine hacen un recorrido por el Museo Ermitaño
en Petersburg. Mientras caminan, se encuentran con varias escenas
de la historia rusa. Pedro el Magno, Catarina la Magna, Nicolás
I y II, con sus cortes y acólitos, aparecen en las galerías
del museo. Inevitablemente también aparecen referencias
negativas a la Revolución de Octubre. Desde el punto de
vista técnico, la cinta es una proeza (el elenco cuenta
con más de 900 actores y extras y tres orquestas presentes),
pero de ahí no pasa.
El lenguaje de los personajes de Sokurov nos recuerda el de
los personajes de Goddard: Abro los ojos y no veo nada...No
recuerdo lo que me ha pasado, alguien dice. Para explicar
la historia presuntamente trágica de Rusia, el director
invisible expresa que Los asiáticos aman a los tiranos.
Mientras peor el tirano, más dulce la memoria. El
tono general de esta pieza es cínico, mórbido y
desagradablemente ultramundano.
¿Por qué es la regresión
la regla?
¿Por qué es la regresión la regla? Parece
razonable sugerir que el fracaso de los directores de cine en
alcanzar cierto apogeo intelectual y artístico les facilita
que se vuelvan atrás. Pero, ¿de qué consiste
ese apogeo?
Durante las últimas décadas, los ámbitos
artísticos han desatado una guerra contra las ideas en
general y la crítica social del capitalismo en particular.
Ya para el 1964, Susan Sontag sostenía, en su famoso ensayo,
Contra la interpretación, que el contenido y el
significado abrumaban al arte moderno. Se quejaba que La
interpretación toma por sentado la experiencia sensoria
que una obra de arte ofrece...Lo importante ahora es recuperar
nuestros sentidos. Se podría sostener que los sentidos,
junto con la intuición y el impresionismo, han ganado la
batalla en la esfera del arte, por lo menos temporalmente. Esta
victoria, sin embargo, ha comprobado ser pírrica.
Muchos de los directores contemporáneos, que verdaderamente
parecían prometedores, han mostrado capacidad para representar,
con detalles asombrosamente sensorios, ciertas experiencias y
memorias únicas, y hasta ciertos ambientes históricos.
Nos recuerda primero y principalmente a los directores chinos
y taiwaneses, inclusive a los más jóvenes, pero
esto es verdaderamente un fenómeno mundial. (La cinta de
Sokurov cuenta con varias representaciones históricas extraordinarias;
Topsy-Turvy, de Mike Leigh, también mostró
las mismas cualidades.)
En ciertos casos, puede que la producción sea tan detallada
que termina por extenderse a lo social; es decir, comienza a identificar
la opresión y temas clasistas, como, por ejemplo, varias
obras de Fruit Chan y otros. Pero la evolución de tantos
artistas del cine muestra una cosa: consideran que los detalles
funcionan meramente como fondo a sus tramas, no como ímpetu.
No sorprende, pues, que luego de filmar películas interesantes
y de cierta visión, prosiguen a tomar el sendero peor aconsejado
y desastroso. No han adquirido ningún concepto claro acerca
de la vida social que los pueda orientar o ayudar.
El talento para recrear cierto ámbito más o menos
tiene las mismas características del éxito tecnológico
(similar, por ejemplo, al progreso extraordinario en el arte de
la traducción). Este éxito puede que fluya más
o menos automáticamente cuando el artista de personalidad
extremadamente susceptible lo aplica a la experiencia única.
No es lo mismo que comprender la esencia de existencia humana
de nuestros días. Inevitablemente eso conduciría
a tratar de comprender la crisis a la cual la humanidad se enfrenta
como consecuencia de la prolongada existencia del capitalismo
y las enormes insinuaciones de esa crisis. Para lograr eso hay
que valerse de la ciencia, el conocimiento y el análisis
racional sistemático.
Precisamente, muchas cintas y muchos directores no exploran
los procesos sociales más básicos y terminan por
ser superficiales. Tienen la tendencia de captar solamente ciertas
cualidades, sensaciones y memorias. Por lo general sólo
nos presentan vistazos de la realidad. Los directores han convertido
en fetichismo la negativa en plantear todo problema o situación
dentro de su marco histórico. Todo es superficial e instantáneo.
Los marxistas, sin embargo, comprenden que, al desarraigar el
presente del pasado, lo que resulta es una mera apariencia
carente de profundidad y veracidad.
Puede que varios sostengan que la evolución desilusionarte
de tantos artistas del cine se debe a la inmensa presión
del dinero y la fama. No cabe duda que estas presiones aceleren
el proceso. Los novelistas y los poetas del Siglo XIX no sufrían
semejante castigo; por décadas creaban sus obras relativamente
solos. Pero referencias a estas presiones no explica por qué
la actual generación de artistas de la pantalla muestra
tanta promesa y declina tan rápido.
En mi opinión, la razón se encuentra en la escasez
de ideas y, en particular, la falta de comprensión histórica
y un conocimiento crítico de la sociedad. Hoy día
la mayoría de estos artistas cuentan con bases intelectuales
demasiado angostas para persistir y expandir sus exploraciones.
De hecho su retroceso y la desilusión del espectador.
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