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La guerra contra Irak y la campaña de los Estados Unidos
para dominar al mundo
Por David North
23 Octubre 2002
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el autor
El 17 de septiembre, 2002, el gobierno de Bush dio a conocer
su Estrategia para la Seguridad Nacional de los Estados
Unidos de América. Hasta ahora, la prensa convencional
no ha analizado seriamente este documento tan importante. En pocas
palabras, esto es desafortunado; el documento presenta la justificación
política y teórica de la enorme y extraordinaria
expansión del militarismo estadounidense, y declara formalmente
lo que rige la política de los Estados Unidos: el derecho
a usar la fuerza militar en cualquier rincón del mundo,
cuando le de la gana, contra cualquier país que considere
amenaza a los intereses estadounidenses o que en cualquier momento
se convierta en amenaza. Ningún país de la historia
moderna, ni la Alemania nazi durante el apogeo de la locura hitleriana,
ha afirmado semejante derecho a la hegemonía mundial, o,
para ir al grano, a la conquista mundial.
Si le hacemos caso omiso a los eufemismos cínicos y
las evasiones conscientes del documento, el mensaje queda absolutamente
claro: El gobierno de los Estados Unidos afirma el derecho a bombardear,
invadir y destruir cualquier país que le plazca. Rehusa
respetar, desde el punto de vista del derecho internacional, la
soberanía de todos los países, y se asigna a sí
mismo el derecho a derrocar a cualquier régimen, en cualquier
parte del mundo, que le parece o podría tornarse
hostil a lo que los Estados Unidos considera son sus intereses
vitales. Dirige las amenazas de poco alcance contra las naciones
fracasadas; es decir, las ex colonias y países del
Tercer Mundo, empobrecidos y destruidos por la política
rapaz del imperialismo. Pero los competidores principales de los
Estados Unidos, a quien el documento llama los Grandes Poderes
(que recuerda el lenguaje imperialista que se usaba antes de la
Segunda Guerra Mundial) de ninguna manera están fuera de
las miras del gobierno de Bush. Las guerras contra naciones pequeñas
e indefensas que los Estados Unidos ahora prepara sobretodo
contra Irak probarán ser el ensayo de la belicosidad
militar contra objetivos mucho más formidables.
El documento comienza jactándose que El poderío
e influencia que los Estados Unidos tiene sobre el mundo no tienen
ni precedente ni semejante. Declara con arrogancia jadeante
que la estrategia para la seguridad nacional del país
se basará en un internacionalismo que se distingue por
su americanismo y que refleja la unión de nuestros valores
y nuestros intereses nacionales. Esta fórmula
es tan insólita que merece aprenderse de memoria: los valores
estadounidenses + los intereses estadounidenses = el internacionalismo
puramente estadounidense. ¡Es un internacionalismo único
el que proclama que lo que beneficia a los Estados Unidos beneficia
al mundo entero!
Estos valores no son más que las panaceas anti científicas
que la plutocracia estadounidense típicamente promulga,
como el respeto a la propiedad privada; los
programas pro desarrollo jurídico y reglamentario para
fomentar las inversiones, el progreso y las actividades
empresariales; programas para las rentas internas
sobretodo tasas de impuestos marginales más bajas
que mejoran el incentivo para la mano de obra y las inversiones;
sistemas financieros poderosos que permitan la utilisación
del capital de la manera más eficaz; y programas
económicos razonables que fomenten la actividad empresarial.
El documento continúa con la siguiente declaración:
Las lecciones de la historia son bien claras: las economías
basadas en el mercado y no las economías bajo el
control central burocrático de los gobiernos - es la mejor
manera de fomentar la prosperidad y reducir la pobreza. Los programas
políticos que contribuyen a fortalecer las instituciones
y los incentivos del mercado son pertinentes a todas las economías:
los países industrializados y los mercados y países
que van en vía de desarrollo.
Todas estos clichés de la derecha se reafirman en medio
de una crisis económica mundial que va empeorando, en que
continentes enteros sufren las consecuencias de una economía
basada en el mercado libre que ha destruido lo que quedaba de
sus infraestructuras sociales y reducido a billones de seres humanos
a condiciones indescriptibles. Una década después
del desmantelamiento de la URSS y la restauración del capitalismo,
el índice de mortalidad de Rusia excede el de la natalidad.
América del Sur, laboratorio en el que el Fondo Monetario
Internacional felizmente ha puesto en práctica sus experimentos
anti sociales, está al borde de la desintegración
económica. En África del Sur, gran parte de la población
ha sido infectada con el virus VIH. Según el Banco mundial,
La crisis del SIDA sigue teniendo un impacto devastador
en los países en vía de desarrollo, sobretodo en
África. Los programas médicos para la salud - empobrecidos
por el impacto del SIDA, el conflicto y las gerencias mediocres
- no da vasto para tratar enfermedades tradicionales. La malaria
y la tuberculosis siguen matando a millones; se calcula que la
malaria por sí sola reduce la tasa de expansión
del Ingreso Interno Bruto un promedio de 0.5% anualmente en el
África al sur del Sahara. La prolongación de la
vida en la región declinó de 50 a 47 años
entre 1987 y 1999. En los países peor azotados por el
SIDA (Botswana, Zimbabwe, África del Sur y Lesotho) la
prolongación de la vida se redujo por más de diez
años. [1]
Esta situación catastrófica es consecuencia del
sistema capitalista y el régimen instigado por el mercado
libre. El documento acerca de la estrategia [de los Estados Unidos]
reconoce de paso que media humanidad vive con menos de $2
al día, pero, tal como se esperaba, la receta médica
del gobierno de Bush consiste en aplicar, de la manera más
intensa, los mismos programas económicos que han causado
la miseria que existe por todo el mundo.
Al definir la idea de un internacionalismo que se distingue
por su americanismo, el documento declara que aunque
los Estados Unidos continuamente tratará de obtener el
apoyo de la comunidad internacional, no titubearemos en actuar
solos... Otra porción del documento advierte que
los Estados Unidos tomará toda acción necesaria
para asegurar que nuestros esfuerzos, guiados por nuestro compromiso
con la seguridad mundial, no serán descarrilados por investigaciones,
telas de juicio o enjuiciamientos por parte del Tribunal Penal
Mundial, cuya jurisdicción no se extiende a los ciudadanos
estadounidenses y la cual no aceptamos. Es decir, las convenciones
del derecho internacional no tendrán la menor autoridad
sobre las acciones de los dirigentes estadounidenses.
El tribunal de Nuremberg sobre los crímenes
de guerra
En un análisis del Tribunal de Nuremberg sobre los crímenes
de guerra, Telford Taylor quien trabajara como asistente
al procurador estadounidense principal, Robert H. Jackson
escribió que Las leyes que rigen la guerra no se
aplican solamente a las personas bajo sospecha provenientes de
las naciones derrotadas. No existe ningún fundamento legal
o moral para darle inmunidad a las naciones contra el escrutinio.
Las leyes que rigen la guerra no se aplican en un solo sentido.
[2] La negativa de los Estados Unidos en reconocer la autoridad
del Tribunal Penal Internacional tiene un significado político
internacional enorme; atestigua que los dirigentes de los Estados
Unidos están muy conscientes que su política es
criminal y que podrían ser sujetos si las leyes
internacionales se cumplieran a las sanciones más
severas.
Telford enfatiza que el enjuiciamiento de los dirigentes nazis
en los tribunales de Nuremberg se basó en un concepto jurídico
completamente nuevo: la planificación y la decisión
para desatar una guerra agresiva constituía un delito.
Este cargo adquirió prioridad sobre las acusaciones formales
relacionadas a las atrocidades que los nazis habían perpetrado
contra los judíos, los civiles de los países ocupados
y los prisioneros de guerra. Taylor escribió un memorándum,
en el que apoyaba la decisisón de imputarle a los dirigentes
nazis el cargo de planificar la guerra agresiva, que declara:
Sólo los legalistas más incorregibles
pueden quedar sorprendidos ante la conclusión que el perpetrador
de actos bélicos agresivos teme ser castigado por su crimen,
aún cuando un tribunal no haya decidido previamente que
la perpetración de la guerra agresiva constituye un delito.
[3]
Taylor sigue:
Es importante que el juicio no se convierta en una investigación
de las causas de la guerra. No se puede comprobar que
el hitlerismo fue la única causa de la guerra, y no debería
haber ningún esfuerzo para comprobarlo. Y tampoco creo
que se debería dedicar esfuerzo o tiempo a distribuir
la responsabilidad por la guerra entre las muchas naciones e
individuos que tuvieron que ver con ella. El problema de la causa
es importante y será debatido por muchos años,
pero no tiene lugar en este juicio, que debe adherirse rigurosamente
a la doctrina que la planificación y el lanzamiento de
una guerra agresiva es un acto ilícito, no importa cuales
hayan sido los factores que hayan empujado a los acusados a planificar
y a lanzar. Los acusados pueden recurrir a las causas que contribuyeron
[a sus acciones] ante el tribunal de la historia, pero no ante
éste. [4]
Este tema adquiere importancia extraordinaria hoy día,
no sólo en relación a las preparaciones actuales
y avanzadas para una guerra sin provocación contra Irak.
Si el precedente que se estableció en Nuremberg tiene algún
significado contemporáneo, toda la estrategia que este
documento elabora está fuera del margen del derecho internacional.
El reclamo fundamental que este documento afirma que sirve
como base de la estrategia estadounidense es el derecho
de los Estados Unidos a tomar acción militar unilateral
contra otro país sin tener que ofrecer pruebas verificables
que actúa para prevenir la amenaza indiscutible y verificable
de un ataque. Esta declaración de poder absoluto para recurrir
a la violencia cuando se plazca encuentra justificación
en un lenguaje ambiguo que no aguanta el análisis más
mínimo: Tenemos que prepararnos para detener a las
naciones pillas y a sus clientes terroristas antes que nos amenazen
o usen armas para la destrucción de masas contra los
Estados Unidos, nuestros aliados y amigos.
Pero, ¿quién define a las naciones pillas? ¿Sería
toda nación que desafíe, directa o indirectamente,
los intereses de los Estados Unidos? La lista de países
que el gobierno de Bush cataloga de pillos para no decir
las naciones que sólo han demostrado la posibilidad de
llamarse pillas es bastante larga. Cierto que
incluye a Cuba y quizás hasta a Alemania luego de la reelección
del canciller Gerhardt Schroeder.
También deberíamos insistir en que se nos presente
una definición más exacta de lo que significa ser
terrorista. Es una palabra que se destaca por lo vaga
que es, sujeta a la e manipulación política. Además,
¿que pruebas se necesitan para establecer el vínculo
entre la llamada nación pilla y el cliente
terrorista antes que los Estados Unidos ataque a la primera?
Hace sólo varios días que el presidente, la asesora
de la seguridad nacional y el ministro de defensa anunciaron que
existía un vínculo entre Irak y Al Qaeda sin presentar
ninguna prueba basada en los hechos y en contradicción
a lo que actualmente se sabe acerca del antagonismo del régimen
secular de Irak hacia las organizaciones islámicas fundamentalistas.
Por último, la declaración que los militares
tienen el derecho a tomar acción contra naciones
pillas y sus clientes terroristas antes de éstos poder
amenazar o usar armas para la destrucción de masas
sólo pude significar que los Estados Unidos ahora reclama
el derecho a atacar a toda nación que identifique como
amenaza potencial. Aunque en la actualidad una nación
no represente una amenaza a los Estados Unidos; aunque ahora mismo
no se encuentre planeando y mucho menos activamente preparando
un ataque contra los Estados Unidos, todavía puede
convertirse en objetivo para atacar si el gobierno de los Estados
Unidos considera que es una amenaza posible o incipiente contra
la seguridad nacional del país.
La amenaza que no depende de ninguna acción
obvia contra los Estados Unidos, pero que tiene la posibilidad
de ello en algún momento futuro, pondría a casi
todas las naciones del mundo en la lista de objetivos que los
Estados Unidos puede atacar. Esto no es exageración. El
documento no se refiere solamente a enemigos, sino
también a adversarios potenciales, y les advierte
que no desarrollen las fuerzas militares para sobrepasar
el poder de los Estados Unidos o ponerse al mismo nivel de él.
Directamente amenaza a China para que ésta no trate de
modernizar su capacidad militar y reafirma que si
China sigue ese sendero anticuado, a fines de cuenta malogrará
su afán por la grandeza nacional. Es decir, puede
que se convierta en amenaza que requiera la acción militar
preventiva de los Estados Unidos.
Aunque el informe le dicta a China que modernizar su
capacidad militar significa tomar el sendero anticuado,
hipócritamente proclama dos páginas después
que Es hora que reafirmemos el poderío militar esencial
de los Estados Unidos. Tenemos que desarrollar y mantener nuestras
defensas para que nadie las desafíe. Este proyecto
incluye la expansión enorme de la presencia militar estadounidense
por todo el mundo. Para enfrentarnos a la incertidumbre
y poder resolver los problemas de seguridad que se nos plantean,
los Estados Unidos requiere el establecimiento de bases y cuarteles
dentro y más allá de las fronteras de Europa Occidental
y del nordeste de Asia, así como también pactos
temporarios que nos permitan acceso para el despliegue de largo
alcance de las fuerzas estadounidenses.
El documento reafirma repetidamente que la nueva doctrina de
ataques preventivos contra amenazas potenciales o existentes,
y el abandono de la vieja política de hacer retornar
al pasado, es reacción forzada por los sucesos del
11 de septiembre, 2001, cuando los Estados Unidos repentinamente
se vio cara a cara con un peligro nuevo inimaginable y sin precedente.
La índole de la amenaza de la Guerra Fría,
reafirma el documento, requería que los Estados Unidos
enfatizara el enfrenamiento del enemigo cuando éste usara
la fuerza, lo cual terminó siendo una estrategia lúgubre
que aseguraba la destrucción recíproca. Con la desintegración
de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría,
nuestra seguridad ha atravezado por una profunda transformación.
Poco después, el documento describe a la Unión Soviética
como generalmente pro statu quo ...adversaria a quien
el riesgo repugnaba. La defensa basada en hacer retornar
al pasado fue efectiva.
Aquellos de nosotros para quienes la década del 80 es
historia comparativamente reciente, para los que todavía
recuerdan la del 60, y para los que aún recuerdan ciertas
eventos que sucedieron en los 50, estas palabras son asombrosas.
Los que no están familiarizados con la historia de la Guerra
Fría apenas podrían imaginarse que los autores de
este documento estratégico - que ahora se refieren, casi
con nostalgia, a la URSS como pro statu quo
y adversaria a quien el riesgo repugnaba y contra
quien una política de "hacer regresar al pasado"
llena de caballerosidad y cortesía fue efectiva
son casi la misma gente que hasta hace poco, durante la década
del 80, se referían a la Unión Soviética
como foco del mal contra el cual los Estados Unidos
tenía que preparar la guerra total. El ministro de Defensa
actual, Donald Rumsfeld, tuvo vínculos muy estrechos con
el Comité por el Peligro Actual, organización derechista
formada en los 70 que encarnizadamente se oponía a los
pactos para el control de las armas entre los Estados Unidos y
la Unión Soviética. Esta organización exigía
que los Estados Unidos expandiera enormemente su poderío
militar contra la URSS, y sostenía que era posible desatar
una guerra nuclear contra la URSS y ganarla. La Iniciativa para
la Defensa Estratégica (SDI), plan también conocido
como la Guerra de las Estrellas bajo los auspicios
del gobierno de Reagan, surgió de las exigencias de elementos
de la ultra derecha en el Partido Republicano entre quienes
ahora se encuentran, como miembros del elenco principal, los que
dirigen la política del gobierno de Bush: Cheney, Rumsfeld
y Wolfowitz para desarrollar una tecnología que
le permitiera a los Estados Unidos considerar que las armas nucleares
contra la URSS eran alternativa militar viable.
Y aquí llegamos a la falsificación histórica
y el engaño político que guía la Estrategia
para la Seguridad Nacional del gobierno de Bush; es decir, la
política que, según el informe, es una reacción
a los sucesos del 11 de septiembre, determinada y formada por
las obligaciones militares ineludibles que la amenaza de Al Qaeda
y otras organizaciones terroristas le impusieron a los Estados
Unidos. Muy lejos de ser una reacción única o excepcional
a los eventos del 11 de septiembre, 2001, el plan para la conquista
mundial, que la Estrategia para la Defensa Nacional del gobierno
de Bush ha bosquejado, ha estado bajo consideración por
más de una década.
La disolución de la Unión Soviética
Los orígenes de la Estrategia para la Seguridad Nacional
que se reveló hace dos semanas pueden trazarse a la disolución
de la Unión Soviética en diciembre, 1991. Para los
Estados Unidos, este suceso tuvo un significado transcendente.
Durante casi tres cuartos de siglo, los destinos del imperialismo
estadounidense y de la Unión Soviética estuvieron
inextricablemente vinculados. El ingreso de los Estados Unidos
a la Primera Guerra Mundial en abril, 1917, fue seguido, solo
meses después, por la Revolución de Octubre, que
había llevado al Partido Bolchevique al poder. Desde sus
primeros días como poder imperialista principal, pues,
los Estados Unidos se topó con la realidad de un estado
obrero que proclamaba el advenimiento de una nueva época
histórica: la revolución mundial socialista. A pesar
que la burocracia estalinista luego traicionó los ideales
internacionalistas que Lenín y Trotsky inicialmente habían
proclamado, las sacudidas del terremoto causado por el destronamiento
del capitalismo en Rusia continuaron reverberando por décadas:
en el desarrollo de la concienciación social y la combatividad
política de la clase obrera en los países capitalistas
avanzados, inclusive en los Estados Unidos, y la ola de luchas
anti imperialistas y anti coloniales que barrieron al mundo, sobretodo
después de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque los Estados Unidos surgió de la Segunda Guerra
Mundial como líder del capitalismo mundial, éste
no estaba en ninguna condición de organizar al mundo como
le diera la gana. Las esperanzas iniciales que la bomba atómica
le permitiría a los Estados Unidos intimidar y si
fuera necesario, destruir a la Unión Soviética
se hicieron añicos cuando ésta produjo un dispositivo
atómico en 1949. La victoria de la Revolución China
el mismo año fue un golpe devastador para los Estados Unidos.
Éste ya no podía dominar a Asia sin ser desafiado.
Durante los primeros años de la Guerra Fría,
una encarnizada batalla se desató en los círculos
reinantes del gobierno estadounidense sobre como lidear con la
Unión Soviética. La feroz persecución anti
comunista y las purgas políticas hacia fines de la década
del 40 y principios de la del 50 fueron elementos claves del ambiente
en que este debate se desarrollara. Cierta facción bastante
grande de la élite gobernante abogaba por la estrategia
de obligar el retorno al pasado; es decir, por la
destrucción de la Unión Soviética y el régimen
maoísta de China, aún cuando ello significaba el
uso de armas nucleares. Otra facción, vinculada al teórico
del Ministerio de Relaciones Exteriores [o Ministerio de Estado],
George F. Kennan, abogaba por la política de refrenamiento.
El conflicto entre estas dos facciones llegó a su apogeo
durante la Guerra de Corea, cuando el gobierno de Truman casi
autoriza el uso de armas nucleares contra el ejército chino.
En una conferencia de prensa el 30 de noviembre de 1950, se le
preguntó a Truman cómo pensaba enfrentar la intervención
de China en la Guerra de Corea. El presidente replicó:
Tomaremos todos los pasos necesarios para enfrentar la situación
militar, tal como lo hemos hecho siempre. Luego se le preguntó
específicamente si eso incluiría el uso de la bomba
atómica, ante lo cual Truman contestó: Eso
incluye todas las armas que tenemos. Cuando los sorprendidos
reporteros lo presionaron para que clarificara su declaración,
Truman reiteró que el uso de la bomba atómica se
estaba contemplando. [5]
La protesta internacional contra esta declaración obligó
a Truman a retractar sus afirmaciones. Finalmente, el gobierno
de Truman rechazó la petición del general MacArthur
para que se lanzaran entre 30 y 50 bombas nucleares en la frontera
entre Corea y Manchuria para crear una banda de cobalto
radiactivo desde el Mar de Japón hasta el Mar Amarillo.
Esta propuesta no fue producto maquiavélico de un general
demente. Ideas de esa índole se han propuesto seriamente
en varias ocasiones. Entre aquellos que públicamente llamaron
al uso de armas nucleares se encontraba el congresista Albert
Gore, Sr., padre del futuro vice presidente. Dos fueron los factores
que influyeron la decisión de no usar bombas nucleares
durante la Guerra de Corea. Primero, existían serias dudas
acerca de su eficacia en la situación militar que dominaba.
La segunda, y de mayor importancia, fue el temor a que el bombardeo
de Corea podía desencadenar una reacción política
que terminaría en un intercambio nuclear entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética. Durante el resto de
la Guerra Fría, el verdadero significado de la política
de refrenamiento no fue que a los Estados Unidos se
le impidiera actuar contra la URSS, sino que la URSS, por medio
de un posible contraataque, obstaculizó las acciones drásticas
de los Estados Unidos.
Este no es el lugar para conducir un debate extenuante acerca
de la estrategia nuclear estadounidense durante la Guerra Fría,
para no decir de la Guerra Fría en su totalidad. Pero para
comprender los desarrollos de la última década y
las acciones actuales del gobierno de los Estados Unidos, se debe
enfatizar que numerosos sectores de la clase dirigente de los
Estados Unidos se sentían frustrados por las restricciones
que la existencia de la URSS le imponía al poderío
militar estadounidense. Durante ese período, existió
un poderoso grupo dentro de lo que el presidente Eisenhower llamó
el complejo militar-industrial, que incesantemente
buscaba la confrontación con la Unión Soviética.
Como ya he notado, muchos de los que actualmente ocupan puestos
importantes dentro del gobierno de Bush frenéticamente
exigían la expansión monumental del armamentismo
antisoviético durante la década del 70 y el 80,
y hasta argüían que un ataque nuclear contra la URSS
debería considerarse opción viable.
La creciente agresividad de la política exterior estadounidense
no era proyecto exclusivo del Partido Republicano. El gobierno
de Jimmy Carter llegó a la idea de fomentar el fundamentalismo
islámico en Afganistán con fin de desestabilizar
las repúblicas de la URSS en Asia Central. Como reconociera
su consejero de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, hace
varios años, las actividades estadounidenses en Afganistán
ya estaban en marcha antes de la URSS decidir intervenir militarmente
en ese país.
Debemos hacer otro comentario sobre las relaciones entre la
Unión Soviética y los Estados Unidos durante la
Guerra Fría. Pienso que se puede argüir con vigor
y persuasión que la agresividad estadounidense se relacionaba
a la situación general de la economía capitalista.
Durante el apogeo de la expansión del capitalismo internacional
durante la postguerra, las luchas internas dentro de la clase
dirigente estadounidense tendían a resolverse en base al
raciocinio de los que proponían un acomodo con la URSS.
Hasta el punto en que las condiciones generales para la expansión
económica mundial le permitían al capitalismo estadounidense
obtener ganancias dentro del marco geopolítico de la división
del mundo entre Este y Oeste, la clase dirigente estadounidense
decidió su estrategia: evitar, o por lo menos posponer,
un enfrentamiento nuclear con la URSS. Los conflictos abiertamente
militares se limitaron a las zonas periféricas.
Sin embargo, cuando el capitalismo mundial entró, en
los años del 70, a un período de estancamiento y
decaimiento que resultó de profundos problemas estructurales,
de los cuales la recesión actual no es más que un
síntoma avanzado, se reafirmaron tendencias mucho más
agresivas que encontraron acogida en los ámbitos dirigentes.
Se podría añadir que las dos crisis del petróleo
en los años del 70 la primera en 1973 como resultado
del boicot a la venta de petróleo impuesto por los estados
árabes, y el segundo después de la Revolución
Iraní de 1979 acentuaron la determinación
de la clase dirigente estadounidense en prevenir toda interrupción
futura a la accesibilidad al petróleo, el gas natural y
a otros recursos estratégicos esenciales.
La enorme expansión militar de los años del 80
parecía indicar que poderosos sectores de la élite
dirigente estadounidense estaban dispuestos a arriesgar una confrontación
mayor con la URSS. Esta política internacional belicosa
reflejaba la política interior del gobierno de Reagan,
el cual inició un programa, agresivo y exitoso, para quebrar
los sindicatos obreros y hacer retroceder las reformas
sociales que la clase obrera había obtenido durante los
50 años previos.
Al final, fue la burocracia soviética la que decidió
disolver a la URSS. La auto disolución de la URSS en 1991
traición final a la herencia de la Revolución
de Octubre por parte de la burocracia estalinista creó
para el imperialismo estadounidense una oportunidad histórica
sin precedente. Por primera vez, para lograr sus objetivos, podía
actuar a nivel internacional sin ninguna restricción significativa,
militar o política, al uso de la fuerza. Fue a partir de
este punto que las tendencias más malignas y reaccionarias
se apoderaron de los debates internos acerca de los objetivos
estratégicos de los Estados Unidos.
Declararon éstos que la desaparición de la URSS
había creado la oportunidad para que los Estados Unidos
estableciera la hegemonía mundial indiscutible. Era la
misión de los Estados unidos explotar lo que en 1991 el
columnista de derecha, Charles Krauthammer, llamó el
momento unipolar para establecer su posición de dominio
mundial absoluto. Los Estados Unidos, argüía Krauthammer,
no puede titubear en usar su poder militar para conseguir lo que
desee. A los europeos y a los japoneses debería tratársele
con desprecio, y ser obligados a dirigirse a los Estados Unidos
Como suplicantes. Aunque desde el punto de vista político
era aconsejable que los líderes de los Estados Unidos aparentaran
estar de acuerdo con el multilateralismo, la realidad era que
esa política ya había muerto. Había llegado
el momento para que los Estados Unidos ejerciera el poder unilateral,
imponiendo desvergonzadamente las reglas para un nuevo orden
mundial y preparándose para obligar a cumplirlas.[6]
Es probable que el grotesco Sr. Krauthammer no se dio cuenta
que, al escribir esas palabras, estaba reivindicando la predicción
que el marxista principal del siglo veinte hiciera muchos años
antes. En 1933, León Trotsky explicó que Alemania
había instigado la Primera Guerra Mundial con fin de organizar
a Europa. Pero los objetivos del imperialismo estadounidense resultaron
ser mucho más ambiciosos. Los Estados Unidos,
escribió Trotsky, se ve obligado a organizar'
el mundo. La historia está llevando a la humanidad cara
a cara con la erupción volcánica del imperialismo
estadounidense.
La estrategia militar del gobierno de George
Bush padre
El gobierno del Padre Bush reaccionó ante la disolución
de la URSS con un repaso total de la estrategia militar estadounidense.
Su objetivo principal era explotar agresivamente el vacío
de poder que la disolución de la Unión Soviética
había dejado, y, al lograrlo, imponer la llave estranguladora
geopolítica que frenaría a todo país que
se convirtiera en competidor potencial de los Estados Unidos.
La clave de este proyecto era el poder militar para intimidar
y, de ser necesario, aplastar cualquier enemigo o adversario que
existiera o tuviera la probabilidad de existir. En 1992, Richard
Cheney, ministro de defensa, y, en ese entonces, el general Colin
Powell, ambos abogaron para que se pusiera en práctica
la enorme expansión de los objetivos operantes de las fuerzas
militares estadounidenses. Fijaron la condición que las
fuerzas militares deberían tener la capacidad para completar
una guerra mayor en 100 días y dos en menos de 180.
La elección de Bill Clinton no produjo ningún
cambio significativo en la actitud agresiva de los planes militares
estadounidenses. Bajo la consigna de Configurando al mundo
con el combate, en la década de los 90 presenciamos
el inicio de un consenso general político entre los Demócratas
y los Republicanos, quienes consideraban que el poder militar
era el medio principal para asegurar el dominio mundial a largo
plazo.
La insistencia en que el papel militar era decisivo, sin embargo,
no surgió en virtud de la fuerza del capitalismo estadounidense,
sino de las flaquezas del sistema. En esencia, el militarismo
es síntoma del decaimiento económico y social. Cuando
la clase dirigente pierde, y con justa razón, su confianza
en el poder económico del capitalismo estadounidense en
relación a sus mayores rivales internacionales, y se vuelve
cada vez más temerosa de las grietas que comienzan a quebrar
la estructura social interna, ésta llega a considerar que
el poder militar es el implemento con el cual puede contrarrestar
todas las tendencias negativas. Como escribiera Thomas Friedman
del New York Times en marzo de 1999, La mano invisible
del mercado nunca funciona sin el puño invisible; McDonald's
no puede florecer sin McDonnell Douglas, fabricante de aviones
de guerra F-15. Y el puño invisible que mantiene al mundo
seguro para la tecnología digital del Valle de Silicona
consiste del ejército, la fuerza aérea, la marina
y la infantería de marina de los Estados Unidos... Sin
los Estados Unidos de guardia no hay America On Line.
La cuestión de Irak ha jugado papel central en los debates
de alto nivel acerca de las ambiciones estratégicas de
los Estados Unidos Desde este punto de vista, la primera guerra
contra Irak ocurrió dos meses demasiado temprano para el
gusto del imperialismo estadounidense. Entre enero y febrero de
1991, el destino de la URSS aún era incierto. El gobierno
de Bush Padre consideró que era demasiado arriesgado hacerle
caso omiso a las restricciones impuestas por el mandato de la
ONU y tratar de derrocar unilateralmente al régimen de
Saddam Hussein. Pero desde el momento [en que la guerra] acabó,
los ámbitos gobernantes tuvieron la ensación que
se había perdido una gran oportunidad. En el contexto de
la nueva estrategia para prevenir a cualquier potencia o combinación
de potencias que pudieran desafiar el dominio estadounidense,
la conquista de Irak es un objetivo estratégico crucial.
Un sin número de documentos, producidos por los estrategas
de la ultra derecha, argüía abiertamente que el derrocamiento
de Saddam Hussein le proporcionaría a los Estados Unidos
control estratégico del petróleo, recurso crítico
y esencial para sus posibles rivales económicos y políticos
en Europa y Japón. Los especialistas en política,
George Friedman y Meredith Lebard, argüían lo siguiente
en su libro de gran influencia, La próxima guerra con
Japón, publicado en 1991:
El petróleo convierte al Golfo Pérsico
en algo de mayor significado que la cuestión regional.
Se convierte en eje central de la economía mundial. El
dominio estadounidense de la región abriría las
puertas a un poderío internacional sin precedente. Por
otra parte, permitir que otro poder regional, digamos Irak o
Irán, llegue a controlar la región y consolide
su propio poder cerraría las puertas a esta posibilidad,
al menos que los Estados Unidos esté preparado a lanzar
una guerra terrestre en la región.
Durante la invasión de Kuwait por Irak en 1990,
la reacción de los Estados Unidos tuvo un propósito
único explícito: prevenir que Irak dominara esa
región rica en petróleo. Sin embargo, abrió
otra posibilidad. El éxito de los Estados Unidos al retomar
Kuwait, quebrar el régimen de Saddam, y asumir control
de Irak pondría a los Estados Unidos en control de grandes
recursos mundiales de reservas y producción de petróleo.
Sin importar cuan benignamente se use este poder, los Estados
Unidos estaría en control del sistema económico
internacional...
... Estaría en posición de establecer
cuotas de producción y, por lo tanto, fijar precios, así
como también controlar el flujo de petróleo. Un
país como Japón, que depende de los países
en el estrecho de Hormuz para suplirse de más del 60%
de sus importaciones de petróleo, se toparía con
que su competidor económico principal la única
gran economía mundial, que cada día es más
hostil al Japón tendría control directo
de los abastecimientos petrolíferos al Japón...
... La principal potencia política, los Estados
Unidos, se encontraría súbitamente en una posición
en la cual su influencia política se podría usar
para chantajear a la economía internacional.
Obligatoriamente el Golfo Pérsico será
punto de controversia entre los Estados Unidos y Japón.
La vulnerabilidad de Japón al abastecimiento de petróleo
que se origina esa zona significa que el creciente poder estadounidense
en la misma zona debe acrecentar la inseguridad de Japón.
La regionalización del conflicto y la división
en segmentos de las economías regionales abrirían
una puerta importante a los Estados Unidos: la manipulación
de las fuentes de petróleo de Japón podrían
poner fin a las dificultades que las exportaciones japonesas
le presentan a los Estados Unidos[8]
Con la excepción de los medios de prensa estadounidenses,
donde se considera tabú debatir estas cuestiones tan delicadas,
el resto del mundo universalmente sabe que la inquietud principal
de los Estados Unidos es el petróleo, no las llamadas armas
de destrucción de masas. Aunque la guerra en Afganistán
presentó la oportunidad para el establecimiento de nuevas
bases militares estadounidenses en Asia Central donde se
cree que existen las segundas reservas de petróleo más
importantes en el mundo la conquista de Irak pondría
inmediatamente las segundas reservas más grandes del Golfo
Pérsico bajo control de los Estados Unidos. Para citar
al inefable Thomas Friedman, Una vez quebrado a Irak, seremos
sus dueños.
El gobierno de Bush, cuyos líderes principales consisten
de gente como Cheney, quien perfeccionó su talento como
criminal cuando era ejecutivo de la industria del petróleo,
considera que el Golfo Pérsico es la gran joya del imperio
estadounidense. Si el dominio de esa región se combina
con el control de las reservas de petróleo y gas natural
que eventualmente provendrán del Asia Central, los líderes
del imperialismo estadounidense creen que habrán logrado
la hegemonía estratégica que por tanto tiempo los
ha eludido. Esta visión de conquista mundial, que el control
de los recursos estratégicos mundiales les garantiza, es
una fantasía reaccionaria con partidarios entusiastas en
amplios sectores de la sede política. La mentalidad que
domina la aristocracia política y financiera estadounidense
se refleja en el libro de Robert Kaplan, titulado Guerreros
políticos: por qué la dirección exige un
genio pagano. En un pasaje típico declara:
Cuanto más exitosa sea nuestra política
exterior, mayor será nuestro poder persuasivo ante el mundo.
Por lo tanto, los historiadores del futuro verán, con mayor
firmeza, a los Estados Unidos del Siglo XXI como imperio y república,
aunque diferente a Roma y a todos los otros imperios a lo largo
de la historia. Porque mientras pasan las décadas y los
siglos, los Estados Unidos habrá tenido 100 presidentes,
o 150, en vez de 43, que estarán en la lista de los antiguos
imperios Roma, Bizancio, Otomano la comparación
con la antigüedad crecerá en lugar de disminuir. Roma
en particular es el modelo de poder hegemónico, que usaba
varios medios para imponer el orden en un mundo desordenado...[9]
Este párrafo, que interesa sólo como extraño
fenómeno cultural, es ejemplo de las alucinaciones que
existen dentro de la élite dirigente, que ha perdido todo
sentido de la historia y de la realidad actual, para no decir
toda decencia.
Al Sr. Kaplan no se le ocurre que, a medida que los Estados
Unidos trate de cumplir estas fantasías, encontrará
oposición: en primer lugar, de aquellos que son blancos
directos de los ataques estadounidenses: las masas en los países
seleccionados para la conquista. También está la
oposición de los rivales del imperialismo estadounidense
en Europa y Japón, que simplemente no van a aceptar ninguna
situación que amenaze con estrangular sus economías.
Es precisamente el creciente temor de las consecuencias de la
estrategia a largo plazo de los Estados Unidos el establecimiento
de su dominio mundial que encuentra expresión en
la expansiva oposición a los planes de guerra de los Estados
Unidos contra Irak. Una de las probables consecuencias de la guerra
contra Irak sería la enorme intensificación de los
conflictos entre los imperialistas mismos, sobretodo entre los
Estados Unidos y sus principales competidores económicos
y geopolíticos. El campo estaría abierto para la
Tercera Guerra Mundial.
Las relaciones sociales en los Estados Unidos
Al presentar las razones por las cuales los Estados Unidos
se va a la guerra, nos hemos concentrado en los motivos económicos
y geoestratégicos mundiales. Pero también existe
otro factor crucial en la ecuación política: la
situación más y más explosiva de las relaciones
sociales en los Estados Unidos y la amenaza que esto significa
para el capitalismo.
A lo largo de la última década, los expertos
en política estadounidense han expresado su inquietud acerca
de los signos cada vez más explícitos del decaimiento
de la cohesión social. Samuel Huntington, mejor conocido
por su libro, El Choque entre las civilizaciones, advirtió
hace varios años que el fin de la Guerra Fría dejaría
al gobierno de los Estados Unidos sin causa para buscar el apoyo
popular del estado. Esfcribió que no parece existir ningún
sentido genuino de interés nacional que atraiga ese respaldo.
El problema que Huntington notara, sin embargo, no es principlamente
ideológico. Cada día es más difícil
esconder la gran desigualdad social que caracteriza a la sociedad
estadounidense actual. La concentración de niveles extraordinarios
de riqueza en un pequeño porcentaje de la población
tiene grandes consecuencias sociales, no importa la manera en
que los medios de prensa glorifiquen a los ricos y a su estilo
de vida.
La erosión de las normas democráticas y el comportamiento
cada vez más anacrónico de la política estadounidense
son consecuencias objetivas de la polarización social.
En el 2000, por primera vez desde el fin de la Guerra Civil, las
elecciones no se solucionaron en forma democrática. A fines
de cuenta, la plutocracia financiera eligió al presidente
a dedo.
Los Estados Unidos está acosado de problemas sociales
que las que relaciones políticas actuales no pueden resolver.
Más aún, es imposible hablar de ellas. El sistema
de dos partidos, cuyo personal depende totalmente del respaldo
económico de la plutocracia, no representa a la población
en general. ¿Cómo se puede explicar el hecho que
la profunda ambivalencia e inquietud de millones de estadounidenses
hacia la guerra no encuentra ninguna expresión en los ámbitos
políticos? Por el contrario, la camarilla política,
cuyos miembros provienen de diferentes facciones del 2% más
rico de la población, es totalmente incapaz de referirse
a las inquietudes e intereses de las grandes masas.
La crisis económica actual ha profundizado las diferencias
entre la clase obrera y la clase dirigente. El desenmascarar de
las actividades criminales de la élite empresarial amenaza
con transformar la crisis económica que en sí
es de carácter muy grave en crisis general de la
dirigencia de la clase dirigente. Se debe de tomar que en cuenta
que el gobierno de Bush espera que sus éxitos guerreros
logren distraer al pueblo de la crisis económica. Pero
la historia provee muchos ejemplos de las catástrofes que
esperaban a los regímenes que se fueron a guerra para dominar
sus problemas internos. Los gobiernos hacen de la guerra una receta,
como si fuera medicina para los problemas económicos internos
y los crecientes conflictos sociales, y pueden sufrir todo tipo
de secuelas, entre los cuales la revolución es la más
seria.
La política de guerra del gobierno de Bush le plantea
a todos los estudiantes enormes cuestiones políticas y
también morales. En primer lugar, permítanme darle
el mayor énfasis posible a este tema. La política
del gobierno no es mero error... es criminal. Los responsables
de esta política no son individuos desorientados. Se trata
de criminales políticos. Pero el aspecto criminal de su
política surge del carácter esencialmente criminal
del imperialismo estadounidense, que trata de mantener un sistema
capitalista que está fracasando con su política
de saqueo y asesinatos. En realidad, no existe ninguna diferencia
esencial entre los métodos que la clase dirigente usa en
los Estados Unidos y los que usa internacionalmente.
La ola de corrupción empresarial, que más y más
se expande, tiene un significado social de largo alcance. Las
actividades diarias de los negocios en Norteamérica han
asumido un carácter criminal. La clase dirigente ha acumulado
la riqueza enorme mediante la destrucción consciente de
los recursos industriales, económicos y sociales. Los capitanes
de industria podrían referirse a sus años a la cabeza
de las empresas con una modificación parcial de las palabras
de César: Vine, vi y robé. De hecho,
no hay diferencias significantes entre los negociantes mafiosos
que han saqueado a Rusia por más de una década y
los elementos criminales que han saqueado las empresas estadounidenses.
Tampoco existe diferencia fundamental en los métodos utilizados
por la clase capitalista para lograr sus objetivos internacionales.
Ellos codician el petróleo iraquí, y, por lo tanto,
planean robárselo con la ayuda de las fuerzas aéreas
de los Estados Unidos.
Es la responsabilidad de los estudiantes oponerse a estos criminales,
pero esta oposición debe basarse en la comprensión
científica de la dinámica social y política
de la sociedad capitalista. La lucha seria y sostenida contra
la guerra imperialista no puede separarse de la lucha contra los
intereses socioeconómicos que forman las bases de la guerra:
el sistema capitalista. Más aún, tal lucha sólo
puede ser exitosa si se enfoca en la movilización de la
fuerza social en los Estados Unidos y a nivel internacional que
objetivamente se opone al capitalismo. Esa fuerza social es la
clase obrera, que consiste de la gran mayoría de la población
de la sociedad capitalista moderna.
Por lo tanto, el corazón de la lucha contra la guerra
es la organización y movilización de la clase obrera
como fuerza política independiente. En los Estados Unidos,
esto significa, en primer y último lugar, la liberación
de la clase obrera del dominio político del Partido Demócrata
y la formación de un nuevo partido independiente basado
en un programa socialista. La característica fundamental
de este partido debe de ser el compromiso con la lucha contra
el imperialismo, basado en la unidad internacional de la clase
obrera.
Ese partido existe en los Estados Unidos Es el Partido Socialista
por la Igualdad, que está en solidaridad política
con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
Les pedimos que consideren unirse a este partido.
Notas:
1. La Red de pobreza, la reducción de la pobreza
y el Banco Mundial, Resumen Ejecutivo del Banco Mundial.
2. Anatomía de los Juicios de Nuremberg (Nueva York,
1992), p. 641
3. Ibid, p. 51
4. Ibid, pp. 51-52
5. Stanley Weintraub, La Guerra de MacArthur: Corea y el desenmascarar
de un héroe estadounidense (Nueva York, 2000) pp. 253-54
6. Asuntos exteriores, vol. 70, no. 1, 1991, p. 33.
7.Escritos de León Trotsky 1933-34 (Nueva York,
1998) p. 302
8. Nueva York, 1991. pp. 210-11.
9. Nueva York, 2002, p. 153.
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