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¿Por qué el gobierno de los Estados Unidos protege al terrorista del ántrax?

De la Junta Editorial
19 Julio 2002

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El martes pasado el New York Times publicó un comentario asombroso escrito por el periodista Nicholas Kristof. El artículo declara que el FBI actualmente rehusa detener o emprender una investigación seria de la persona bajo mayor sospecha de ser responsable por los ataques terroristas de ántrax que ocurrieron el otoño pasado. Cinco personas resultaron muertas.

Las acusaciones del periodista son tan graves que merecen ser investigadas inmediata, pública y completamente. Pero hasta el momento el gobierno de Bush y los medios de prensa han permanecido callados acerca de lo que ha de considerarse, sin ninguna exageración, de los artículos de prensa más extraordinarios que se hayan publicado en un importante periódico de los Estados Unidos.

Kristof acusa al FBI de ser “perezosa y apáticamente inepto en seguirle la pista al asesino del ántrax”. Escribe: “El letargo con que el FBI ha procedido ha dejado asombrados a casi todos los que tienen conocimiento de la investigación. Varias personas que trabajan para la biodefensa del país creen que saben quien es la persona culpable. La llamaremos el Sr. Z. El FBI, a pesar de someterlo al polígrafo, registrar su hogar dos veces y entrevistarlo cuatro veces, todavía no lo ha puesto bajo vigilancia y ni siquiera ha pedido que un perito de caligrafía independiente compare su letra con la de las cartas contagiadas con ántrax”.

Kristof confirma que los círculos gobernantes y los medios de prensa bien saben la identidad de este sospechoso principal, pero opta por no revelar su nombre. “Si el Sr. Z fuera árabe”, sigue comentando Kristof, “haría ya tiempo que estuviera en la cárcel. Pero es puro estadounidense con vínculos muy íntimos al Ministerio de Defensa, a la CIA y al programa de biodefensa”.

El periodista ubica esta negligencia en el contexto de una proceso más amplio, inclusive la decisión de permitir que el tipo de ántrax bajo la posesión de la Universidad del Estado de Iowa - en la ciudad de Ames (Iowa) pueblo que lleva el mismo nombre de la vena de ántrax que se usó en las cartas - sea incinerado y no analizado. El FBI demoró hasta diciembre el análisis del ántrax contenido en la carta sin abrir dirigida al Senador Leahy. Y todavía no ha terminado de analizar los diferentes tipos de ántrax obtenidos de laboratorios privados, extranjeros o del mismo gobierno de los Estados Unidos para propósitos comparativos. Los científicos que trabajan en el campo de la guerra biológica en Fort Detrick (Maryland), y Dugway Proving Ground (Utah), no fueron sometidos al polígrafo hasta el mes pasado.

Kristof concluye su columna con una serie de preguntas dirigidas como dagas al FBI:

“¿Sabe el FBI de cuantas identidades y pasaportes el Sr. Z goza? ¿Está la organización vigilando sus viajes internacionales? He podido averiguar por lo menos uno de sus seudónimos, y él ha seguido viajando al exterior, inclusive hasta a Asia Central, patra cumplir una misión del gobierno.

“¿Por qué se le suspendió su permiso de seguridad en agosto, un mes antes que comenzaran los ataques de ántrax? Esto lo enfureció. ¿Están la CIA y las otras agencias militares de espionaje cooperando completamente con la investigación?

“Han ustedes investigado la residencia aislada a la cual él señor tenía acceso durante el otoño pasado? El FBI ha tenido conocimiento de este edificio y sabe que el Sr. Z le dio cipro a la gente que lo visitó. Esta propiedad, así como muchas otras, están registradas legalmente bajo el nombre de un amigo del Sr. Z, pero puede que sean casas que funcionan bajo la protección del espionaje estadounidense.

“¿Han investigado ustedes si el Sr. Z tiene vínculos a la mayor epidemia de ántrax—que ha batido récords—que tomara lugar entre seres humanos en la cual se enfermaron 10,000 granjeros negros en Zimbabwe durante 1978-1980? Existen pruebas que fue el ejército blanco de Rodesia que desató el ántrax contra los guerrilleros negros con quien luchaba y que el Sr. Z ha sostenido que participó en los Selous Scouts, organización muy temida del ejército blanco. ¿Podría ser que elementos criminales de los militares estadounidenses han respaldado al ejército de Rodesia para llevar a cabo ataques biológicos de cólera y ántrax contra negros? El currículum vitae del Sr. Z también indica que participó en la ex Fuerza de Defensa de África del Sur. Con todo y todo, quien habría sospechado que el Ministerio de Defensa de los Estados Unidos escogería a un ciudadano estadounidense, quien había colaborado con las fuerzas armadas de dos regímenes de racistas blancos, para trabajar en el programa de la biodefensa del país con varios de los gérmenes más mortíferos del mundo?”

Esta descripción, de tan extraordinarios detalles, revela que los círculos oficiales de Washington conocen muy bien la identidad de la persona que envió ántrax por correo. Cientos de personas del gobierno de Bush, del Congreso Nacional y de la prensa tienen acceso a esta información, la cual intencionalmente ha sido mantenida fuera del alcance del pueblo estadounidense. Todas las declaraciones del FBI sugieren que la investigación no ha podido avanzar mucho e insisten que todavía no se ha podido identificar definitivamente a nadie. La agencia policial una y otra vez recurre al público para que éste le provea “información” que pueda conducirla al terrorista cuyo nombre ya sabía el octubre pasado.

La acusación principal de Kristof es que la investigación del ántrax ha llegado a un callejón sin salida, no debido a que no existen pruebas, sino porque la persona bajo sospecha principal tiene aliados poderosísimos en altos lugares y goza de la protección oficial. Al Sr. Z no se le puede arrestar porque sabe demasiado y porque sus partidarios en la maquinaria militar y de espionaje no lo permiten. Arrestarlo revelaría la participación del gobierno de los Estados Unidos en la perpetración de crímenes horribles en el exterior y el interior del país, inclusive el asesinato con alevosía de ciudadanos estadounidenses.

Además, tal como indica una de las preguntas de Kristof, el “Sr. Z” todavía trabaja activamente para el gobierno de Bush. Viaja a Asia Central en ”misiones del gobierno” a pesar que se le sospecha de haber asesinado a cinco personas en los Estados Unidos. La verdad es que es intocable.

El objetivo del terrorista de ántrax fue los dirigentes del Partido Demócrata en el Senado. Le envió dos cartas, con la dosis más mortíferas de ántrax, al líder de la mayoría en el Senado, Thomas Daschle, y al presidente del Comité Judicial, Patrick Leahy. La columna de Kristof despiadadamente revela que el gobierno de Bush es cómplice encubridor, para no decir también cómplice instigador, en los atentados de muerte contra miembros de la oposición política oficial.

El mero hecho que semejante acusación se sugiera en las páginas editoriales del periódico más importante de los Estados Unidos indica hasta que punto los procesos y procedimientos “normales” y democráticos se han desintegrado en los Estados Unidos. El Times es una de las instituciones principales del sector gobernante estadounidense, y por mucho tiempo ha sido conducto de varios sectores de la maquinaria de seguridad nacional del país. Semejante columna sólo pudo haberse publicado bajo circunstancias en que una batalla furiosa se ha desatado en el mismo interior del estado; batalla en la que el pueblo estadounidense no tiene voz.

La columna de Kristof nos ofrece un rayo de luz que ilumina un universo paralelo que los medios de prensa tradicionales ni reportan ni quieren reconocer públicamente. Los funcionarios superiores del gobierno estadounidense—el Presidente Bush; el Vice presidente Cheney; Ashcrof, Procurador General de la nación; Tenet, director de la CIA ;y Mueller, director del FBI—están todos vinculados a una confabulación que protege a un asesino militar capacitado por el mismo gobierno. Y sus oponentes Demócratas, quienes son aparentemente los blancos del asesino, son demasiado cobardes para expresarse en público...

Aunque la verdad es que podemos imaginar el debate privado en Capitol Hill [distrito de Washington, D.C., donde se ubica el capitolio nacional] que tiene que haberse desatado a medida que los diputados y los senadores se topaban con el artículo del New York Times. Esto no es película de Costa Gavras, sino la situación verdadera en que los Estados Unidos del 2002 se encuentra.

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