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Los derechos democráticos en EE.UU.: la primera víctima de la guerra antiterrorista de Bush

Por la Junta Editorial
26 September 2001

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El fiscal de la nación John Ashcroft y el director del FBI Robert Mueller se reunieron el 16 de septiembre con líderes de ambos partidos en el Congreso para exigir acción immediata con un conjunto de nuevas medidas que le darán al gobierno federal enormes poderes policiales. Tres días antes el Senado había adoptado el Acta para Combatir el Terrorismo de 2001, que legaliza el espionaje policial en el Internet.

El gobierno de Bush ha pedido una ampliación de poderes para intervenir en los teléfonos de personas bajo sospecha, espiar las transacciones financieras, y vigilar, detener y expulsar a inmigrantes y extranjeros que visitan el país. La nueva ley también incrementaría el castigo contra aquellos que le den asistencia a los terroristas y eliminaría la ley de prescripción referente a las acusasiones relacionadas al terrorismo.

Estas nuevas leyes son presentadas como reacción urgente al ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Sin embargo, se están exigiendo medidas que el FBI, la CIA y sus agencias de inteligencia han estado buscando por mucho tiempo. Anteriormente, el gobierno de Clinton había querido poner en práctica un plan similar, pero éste fue opuesto porque constituía una violación a los derechos civiles. Ahora esta inquietud se ha tirado por la ventana en nombre de la “guerra contra el terrorismo”.

Durante las últimas dos décadas ha habido una continua erosión de los derechos democráticos en los EE.UU.—mayores poderes de espionaje gubernamental, aumento de la brutalidad policial, el uso ampliado de la pena capital, un enorme crecimiento del personal y los métodos de seguridad. (EE.UU. tiene más policías y guardias de seguridad que todos los países industriales en conjunto.)

En la esfera política, el asalto a los derechos democráticos tomó la forma de repetidos ataques de la extrema derecha para desestabilizar y minar al gobierno de Clinton. Esto se hizo a través de una serie de provocaciones fomentadas por los medios de comunicación que culminaron con la aventura de Mónica Lewinsky y el enjuiciamiento político. Y si bien la derecha fracasó en derrocar a un presidente que fue elegido dos veces, finalmente logró robarle la elección a su sucesor.

El gobierno de Bush es un producto del deterioro de la democracia en los EE.UU. Bush llegó a la Casa Blanca a pesar de haber perdido el voto popular, después que la Corte Suprema, por una mayoría de 5 a 4 y cuyos miembros no son elegidos, intervino para prohibir el recuento de votos en la Florida. Es una ironía que los medios de comunicación hayan mantenido en silencio el hecho que un gobierno instaurado de semejante manera ahora exija una guerra en defensa de la “democracia” en contra de sus enemigos.

Las consecuencias de las nuevas leyes

Ashcroft presentó las nuevas leyes como las medidas necesarias para alinear el código de justicia con los más recientes avances tecnológicos, entre los cuales se incluyen teléfonos celulares desechables y mensajes electrónicos codificados. Pero las medidas tienen grandes significados para los derechos democráticos.

Una ley de 1978 estableció un tribunal federal secreto que se encarga de asuntos de espionaje dirigidos por el Departamento de Justicia contra personas bajo sospecha por terrorismo, espionaje y sabotaje. Cada petición al tribunal debe de especificar el número telefónico y la localidad que debe ser vigilada. Bajo la nueva ley, el Departamento de Justicia podrá espiar cualquier equipo de telecomunicaciones que la persona bajo sospecha usa; procedimiento de alcance mucho mayor, ya que potencialmente incluiría los teléfonos públicos ubicados en las calles, todos los terminales de computadoras en las bibliotecas públicas, o los chat rooms del Internet que la persona bajo sospecha esté usando.

La nueva ley también le daría mayores poderes al Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) para detener y expulsar a extranjeros, en algunos casos con el mero alegato de un agente y sin necesidad de acción judicial. Aún más, Bush podría dentro de poco invocar la Sección 215 del Acta de Inmigración y Nacionalidad, que le da al presidente amplios poderes para limitar la entrada y salida de extranjeros. También se espera que el INS ponga presión para que se ejecute una ley de 1996 que establece una base de datos sobre todos los extranjeros que estudian en universidades estadounidenses—más de 500,000 personas, muchas de ellas del Medio Oriente.

La propuesta de ampliar los poderes del gobierno federal para vigilar y enjuiciar a organizaciones que recaudan fondos y que el gobierno designe como “terrorista” puede tener graves consecuencias para la actividad política legítima. No hace mucho, el gobierno de los EE.UU. clasificó como organizaciones terroristas al Congreso Nacional Africano, al Ejército Republicano Irlandés y a la Organización de Liberación Palestina. Tanto el PLO como el IRA pueden volver a ser clasificados como terroristas—lo cual insinúa que sus simpatizantes políticos en los EE.UU. podrían ser arrestados y enjuiciados por varios actos, entre ellos colectar fondos de ayuda a los refugiados. Esto fue precisamente lo que le pasó, a inicios de este año en Gran Bretaña, a los simpatizantes del movimiento guerrillero nacionalista Tamil de Sri Lanka (LTTE).

Los líderes de ambos partidos en el Congreso dijeron que el Comité Judicial del Senado y la Cámara de Diputados tomará en cuenta la ley antiterrorista que se ha propuesto cuando el Congreso se reuna el próximo jueves, a pesar que el Departamento de Justicia aun no ha preparado la propuesta final. Un vocero del senador Patrick Leahy, el demócrata que preside el panel del Senado, dijo que todos los otros asuntos serían postergados.

Liberales como Barney Frank y Martin Meehan, Demócratas de Massachusetts, han sido mencionados dando su apoyo entusiasta a las medidas que restringirían enormemente las libertades civiles. Meehan le dijo al New York Times, “Creo que no hemos hecho un buen trabajo en este país en usar la tecnología disponible, como la de reconocer las facciones de la cara. Necesitamos invertir más en este aspecto. Dado este horrible acto, los estadounidenses tolerarán las limitaciones a sus libertades a cambio de mayor seguridad”.

Espiando el Internet

La acción del Senado para aprobar el Acta para Combatir el Terrorismo sólo se puede describir como una estampida.. No hubo ninguna discusión ni oposición a la medida después que fuera presentada por los senadores republicanos Orrin Hatch de Utah y Jon Kyl de Arizona, como un enmienda a la ley de apropiaciones.

La nueva ley ampliaría los poderes del FBI y otras agencias policiales. Permitiría el espionaje del Internet usando nueva tecnología, conocida como Carnivore, que vigila el correo electrónico que pasa por los servicios del Internet.

Bajo la ley actual de espionaje telefónico, es bastante fácil para la policía obtener los registros de llamadas, un procedimiento que se llama “trap and trace”. El resultado es una lista de todos los números telefónicos que han sido conectados desde la localidad en cuestión. Se necesitan pruebas de mayor peso para grabar las conversaciones.

En el pasado, la vigilancia del tráfico del Internet estaba sujeto a los mismos criterios del espionaje telefónico. Bajo la nueva ley, la vigilancia del Internet recibirá el mismo trato que trap-and-trace, aunque la información así obtenida va más allá de una simple lista telefónica. Esta incluiría direcciones de correo electrónico, acceso a sitios web, y aun las palabras que se presentan para las búsquedas electrónicas.

El senador republicano de New Hampshire Judd Gregg hizo un llamado para una vigilancia aun mayor del Internet, cuando sugirió que la industria de cómputo debería proveer al gobierno las claves para decodificar los mensajes electrónicos previamente codificados.

A la par de la iniciativa del gobierno de Bush y el Congreso para asumir mayores poderes de espionaje doméstico, los medios de comunicación estadounidenses buscan crear el clima político necesario con sus continuas declaraciones que para combatir el terrorismo es necesario limitar los derechos democráticos.

Tanto los diarios como la televisión y redes de cable presentan un público estadounidense deseoso de ver sus libertades limitadas a cambio de lo que absurdamente se llama una guerra de la “libertad” contra el terrorismo.

La actitud del New York Times tiene particular importancia. En un artículo publicado el 18 de septiembre donde se predice la transformación de los EE.UU. “en un nuevo tipo de país, donde la identificación electrónica podría convertirse en lo normal, donde a los inmigrantes se les investigaría regularmente y donde el espacio aéreo sobre las ciudades quede fuera de los límites de la aviación civil.”

Entre las medidas que posiblemente se adopten, el Times predice, está la tarjeta electrónica de indentificación a nivel nacional: “Estas tarjetas, con un chip, tendrían información detallada de los individuos, quienes serían identificados cuando las tarjetas son leídas por una computadora. Las tarjetas podrían ser coordinadas con huellas digitales o, en pocos años, con las características faciales, y también podrían ser programadas para controlar el acceso a edificios y zonas específicas. Con ellas se podría determinar dónde se encuentra una persona, qué transacciones financieras ha efectuado, sus antecedentes penales y hasta la velocidad a que conducía en la autopista en una noche determinada.”

Otras acciones bajo consideración incluyen el control de la inmigración, el uso de videos y uso mayor de reseñas biográficas por parte de la policía, “incluyendo posiblemente descripciones raciales para identificar a terroristas potenciales. Estas reseñas podrían utilizarse como base para buscar a personas en cualquier lugar sospechado de albergar terroristas.”

El análsis del Times concluye: “Algunos funcionarios de seguridad dicen que los estadounidenses aun tienen que enfocarse en las cuestiones más difíciles que resultarán de una seguridad más estricta en los aeropuertos. Luego que los aeropuertos y los aviones estén más seguros, dicen, el país tendrá que considerar extender estas restricciones a otros lugares público: estadios, estaciones de trenes y autobuses, universidades, escuelas primarias, parques y represas.”

Durante la campaña de 1998-99 para enjuiciar al presidente y la crisis electoral del 2000, salió a la luz que en los círculos de los medios de prensa y de la política estadounidense, no existía ninguna intensión de defender los derechos democráticos. Los sectores predominantes de la clase dirigente se habían tornado hostiles hacia todo principio que protegiera los derechos civiles y democráticos establecidos por la Constitución, considerándolos obstáculos a la puesta en práctica de una política impopular que incluye el militarismo y la guerra, la eliminación de toda restricción a las ganancias de las empresas y la destrucción de programas sociales como Medicare y el Seguro Social. Las formas tradicionales de la democracia burguesa se habían tornado incompatibles con una estructura social marcada por la creciente desigualdad y la enorme brecha que existe entre los círculos políticos y la mayoría del pueblo. El ala liberal, por su parte, exhibió una gran indiferencia; no deseaba—ni podia—oponerse al ataque contra los derechos democráticos.

Ahora, después del vil y reaccionario ataque terrorista del 11 de septiembre, la profunda erosión de las instituciones democráticas ha encontrado una nueva expresión en la decisión de la élite gobernante, que cuenta con la ayuda de unos medios de prensa que funcionan como agencia del estado, para empujar al país hacia una guerra de duración indefinida contra una lista de enemigos que no se han especificado, y, sin ningún diálogo o debate público, restringir drásticamente las libertades civiles.

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