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Las raíces políticas del ataque terrorista contra
Nueva York y Washington
Por la Junta Editorial
17 septiembre 2001
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el autor
La World Socialist Web Site inequívocamente condena
el ataque terrorista contra las Torres Gemelas del World Trade
Center y el Pentágono. Los responsables de secuestrar
los cuatro aviones de líneas comerciales y de haberlos
convertidos en bombas volantes son culpables de asesinato en masa.
Ningún resultado de progreso social se logrará con
este acto de destruccion indiscriminada de vidas humanas.
Los actos de terrorismo homicida expresan una tóxica
combinación de pesimismo desmoralizador, obscurantismo
religioso y ultranacionalista, y, también se debe añadir,
oportunismo político del más vil carácter.
Organizaciones terroristasa pesar de1su retórica
antiamericanase basan en la ilusión de que actos
aislados de terrible violencia obligarán a la clase dirigente
estadounidense a cambiar su política. Por lo tanto, en
última instancia, ellos aspiran hacer un trato con Washington.
Bajo todas las justificaciones que ellos se den, el método
de los terroristas es fundamentalmente reaccionario. Lejos de
haberle infligido un poderoso golpe al imperialismo militarista,
el terrorismo cae en manos de aquellos individuos dentro del poder
estadounidense que usan estos incidentes para justificar y legitimizar
el uso de guerra para alcanzar los intereses económicos
y geopolíticos de la elite dirigente. El asesinato de civiles
inocentes enfurece, desorienta y confunde al público. Sirve
para minar la lucha por la unidad internacional de la clase obrera,
y se opone a todos los esfuerzos para educar al pueblo estadounidense
en la historia y la política de los hechos contemporáneos
en el Medio Oriente.
Pero nuestra condena de los eventos terroristas del martes
pasado no implica en los más mínimo una disminución
de nuestra oposición principista e irreconciliable a la
política del gobierno de los Estados Unidos. Cualquiera
que desee entender el por qué y para qué de los
eventos del 11 de septiembre debe de estudiar el record histórico
y político de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Entre
otras cosas, este record incluye un incondicional apoyo a la opresión
del pueblo palestino a manos del estado israelita, que ha colocado
a los EE.UU. en violenta oposición a las legítimas
aspiraciones democráticas, nacionales y sociales de las
masas árabes.
Inmediatamente después del ataque terrorista, los políticos,
editorialistas y corresponsales de prensa han declarado una y
otra vez que los norteamericanos deben de reconocer que las destrucción
de las Torres Gemelas significa que los EE.UU. está en
guerra y que debe de actuar de acuerdo. Pero la verdad de los
hechos es que el gobierno de los EE.UU. ha estado involucrado
en directos actos de guerra en el Medio Oriente, de una manera
u otra, por la mayor parte de las últimas dos décadas.
Dejando de lado la masiva ayuda material para las operaciones
militares israelitas, los EE.UU. ha bombardeado uno y otro país
del Medio Oriente de una manera casi continua desde 1983. Los
bombarderos y buques de guerra estadounidenses han atacado a Líbano,
Libia, Irak, Irán, Sudán y Afganistán. Sin
llegar al punto de declarar la guerra, los EE.UU. ha llevado a
cabo operaciones militares contra Irak durante case 12 años.
Los bombardeos diarios de Irak ya no merecen mencion en la prensa
norteamericana, que tampoco no ha hecho ningún intento
de averiguar cuál es el número de irakies asesinados
por las bombas estadounidenses desde 1991.
Dado este sangriento record, ¿por qué sorprenderse
de que aquellos que han sido bombardeados por los EE.UU. ahora
decidan devolver golpe por golpe?
Los mismos medios de difusion que ahora piden a gritos sangre,
en el pasado rutinariamente aplaudió el uso de la violencia
contra cualquier país o pueblo que se atrevió a
meterse en el camino de los intereses estadounidenses. Recordemos
las palabras del columnista del New York Times, Thomas
Friedman, que dijo lo siguiente al pueblo de Serbia durante el
bombardeo de ese país en 1999: Todas las luces deben
de estar apagadas en Belgrado; todas las fuentes de potencia,
todas las tuberías de agua, todos los caminos y las fábricas
relacionadas a la guerra serán bombardeadas... [Nosotros]
vamos a pulverizar este país. ¿Quieren volver a
1950? Podemos mandarlos de vuelta a 1950. ¿Quieren 1389?
Los podemos mandar a 1389.
La política exterior de los EE.UU. es una mezcla de
cinismo, brutalidad e irresponsabilidad. El camino seguido por
Washington ha inflamado el odio de grandes sectores de la población
mundial, creando un ambiente en el cual es fácil reclutar
para llevar a cabo sangrientos actos terroristas. En raros momentos
de franqueza, los especialistas en política exterior han
reconocido que las acciones de los EE.UU. provocan el odio y el
deseo de revancha. Durante la Guerra de los Balcanes, el ex-secretario
de estado, Lawrence Eagleburger, dijo: Le hemos presentado
al resto del mundo un visión de ser los matones del barrio
que apreta un botón, la gente muere y a nosotros sólo
pagamos el costo de un misil... esta actitud nos va a perseguir
en nuestro trato con el resto del mundo durante varios años.
Este claro pensamiento no le previno al propio Eagleburger
declarar que los EE.UU. debe de responder por la destrucción
del World Trade Center con el bombardeo de cualquier país
que haya estado involucrado.
El mensaje a la nación de George W. Bush del martes
pasado epitomiza la arrogancia y la ceguera de la clase dirigente
norteamericana. Lejos de ser Estados Unidos la principal
luz de la libertad y la oportunidad en el mundo, los EE.UU.
son percibidos por decenas de millones como el principal enemigo
de los derechos humanos y democráticos, y la fuente principal
de la opresión. La elite dirigente norteamericana, cínica
e insolentemente, actúa como si pudiera llevar a cabo sus
actos de violencia en todo el mundo sin crear las condiciones
políticas para similares actos revanchistas.
Inmediatamente después del ataque, las autoridades norteamericanas
y la media una vez más están declarando que Osama
bin Laden es el responsable. Esto es possible, aunque, como siempre,
no han presentado ninguna evidencia que apoye tal reclamo.
Pero el cargo de que bin Laden es el responsible obliga a plantear
varias preguntas. Dado que los EE.UU. ha declarado a este individuo
como el terrorista más letal en el mundo, cuyos movimientos
son milimétricamente seguidos con los aparatos de inteligencia
más sofisticados, ¿cómo pudo bin Laden organizar
una operación tan elaborada sin ser detectado? ¿Y
un ataque contra los mismos rascacielos que fueron atacados en
1993?
El éxito desvastador de este asalto indicaría
que, desde el punto de vista del gobierno norteamericano, la crusada
contra el terrorismo ha sido más una campaña propagandística
para justificar la violencia militar de los EE.UU. alrededor del
mundo que un acto conciente para proteger al pueblo norteamericano.
Más aun, tanto bin Laden como los talibanes, a quienes
los EE.UU. ha acusado de proteger a bin Laden, fueron armados
y financiado por los gobiernos de Reagan y Bush para que pelearan
contra el regimen pro-soviético de Afganistán en
los 1980. Si éstos estuvieron involucrados en el ataque,
entonces la CIA y los políticos de Washington son culpables
por haber alimentado las fuerzas que llevaron a cabo el ataque
más sangriento contra civiles en la historia de los EE.UU.
El escalamiento del militarismo norteamericano invitablemente
estará acompañado con la intensificación
de los ataques a los derechos democráticos en casa. Las
primeras víctimas de la histérica fiebre de guerra
fomentada por la media son los árabes-norteamericanos,
quienes ya están recibiendo amenazas de muerte y otro tipo
de vejaciones verbales.
Los llamados de los políticos demócratas y republicanos
a declarar la guerra presagia mayores actos violentos contra los
que se oponen a la política exterior norteamericana. El
general Norman Schwarzkopf, comandante de las tropes norteamericanas
durante la invasión de Irak en 1991, habló por muchos
de la elite política y militar cuando dijo en televisión
que la guerra contra los que apoyen a los terroristas será
conducida dentro y fuera de las fronteras estadounidenses.
Son estas políticas de los EE.UU., impulsadas por los
intereses estratégicos y financieros de la elite dirigente,
que sientan las bases para la pesadilla que vivimos el martes
pasado. Las acciones que el gobierno de Bush está contemplandoinsinuadas
en la amenaza del presidente de no hacer ninguna distinción
entre los terroristas que cometieron estos actos y aquellos que
los protegensólo servirá para crear
el escenario para catastrofes aun mayores.
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