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Tercer Festival de Cine Independiente de Buenos Aires--Tercera
Parte
Algunos Problemas del Cine Latinoamericano
Por David Walsh y Joanne Laurier
26 Junio 2001
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Los problemas del cine latinoamericano son los problemas del
cine mundial, lo cual no significa que los realizadores latinoamericanos
de cine no se encaran a dilemas y contradicciones particulares.
Las trágicas derrotas que la clase obrera sufrió
en esa región durante los 1970 y los 1980 (Chile, Bolivia,
Argentina y doquier), y los amplios ataques contra las aspiraciones
progresistas de las masas populares, han tenido consecuencias
duraderas para la vida social y su más frágil reflejo:
el arte.
No reclamamos ser estudiantes del cine latinoamericano, pero
tenemos la obligación de informar que la seriedad y el
fondo de las obras de la región que han estado circulando
por los festivales de cine durante los últimos años
(lo cual por lo general significa obras argentinas, brasileñas
y mexicanas; las cubanas representan un caso especial y requieren
espacio aparte) no nos han impresionado, en particular a luz de
los sucesos traumáticos de las décadas recientes.
Son muchos los instantes en que los espectadores han sido apabullados
por el cinismo, la desmoralización y la auto lástima
ocasional de los realizadores, para no decir la trivialidad de
muchos de los proyectos.
(Ejemplos de obras que no satisfacen incluyen Dos
crímenes, del mexicano Roberto Sneider, y
Sin compasión, dirigida por Francisco
J. Lombardi, del Perú (1994); No te mueras sin
decirme a dónde vas (1995), del argentino
Eliseo Subiela; Un cielo estrellado (1996),
de Tata Amaral, brasileño; Bajo Californiael
límite del tiempo (1998), del mexicano Carlos
Bolado; Plata quemada (2000), del argentino
Marcelo Piñeyro; y otras.)
Quizás la figura latinoamericana más aclamada
durante los últimos años ha sido el prolífico
mexicano, Arturo Ripstein (La mujer del puerto,
Principio y fin, Profundo carmesí,
El evangelio de las maravillas, y demás),
quien fuera asistente del español Luis Buñuel (quien
vivió décadas en México como exiliado del
régimen franquista). La obra de Ripstein tiene vestigios
del surrealismo en sus extravagancias, pero carece la perspicacia
y la protesta social de ese movimiento. El público pequeño-burgués
que asiste a sus películas se ríen a carcajadas
de los desafortunados y vagabundos [que aparecen en sus guiones].
Nuestra opinión es que las películas de Ripstein
son otra adición al cine del desprecio, no de la compasión.
Tres directores cuyos éxitos alcanzaron un público
internacional considerable durante los 1980 no han vuelto a repetir
ese éxito: Héctor Babenco (Pixote,
1981 , El beso de la mujer araña,
filmada en inglés), brasileño nacido en Argentina;
Héctor Olivera (No habrá más penas
ni olvido, 1983); y el argentino Luis Puenzo (La
historia oficial, 1985). En los 1990, una película
que quizás indica el deterioro general fue la banal Agua
como para chocolate, de México.
Los veteranos del movimiento cinema nôvo brasileño
de los 1960 y 1970 continúan produciendo cintas. Entré
éstos se encuentran Carlos Diegues (Bye bye
Brasil, 1979), Nelson Pereira dos Santos y Ruy Guerra
(La figura más destacada del grupo, Glaucher Rocha (Antonio
das mortes, 1969), falleció en 1981. La
nube, de otro veterano de la era, el argentino Fernando
Solanas (Hora de los hornos, 1968), apareció en 1998. Ninguna
de estas últimas figuras, sin embargo, parece estar capacitado
para examinar la sociedad contemporánea de manera lo suficientemente
crítica.
El chileno Patricio Guzmán ha producido cierta cantidad
de documentalesLa batalla de Chile,
partes 1-3, 1975-1979, y La memoria obstinada,
1997 - que incluyen material importante acerca el derrocamiento
organizado por la CIA contra el régimen de Allende en 1973,
pero que, desde el punto de vista político, representan
una defensa de la estrategia basada en el Frente Popular que desarmó
a las masas chilenas ante el barbarismo militar burgués.
Entre otros realizadores de cine que recientemente han dejado
sus huellas se encuentran el brasileño Walter Salles (Central
do Brasil, 1998) y dos argentinos: Pablo Trapero
Mundo grúa, 1999) y Marco Bechis
(Garage Olimpo, 1999). El brasileño
Bruno Barreto (Doña Flor e seus dois maridos,
1976, y O que é isso, companheiro?,
1997) se ha graduado para filmar películas
hollywoodenses de altos presupuestos. Uno de los éxitos
del momento en Los Estados Unidos es la película del mexicano
Alejandro González Iñárritu, Amores
Perros, la cual es violentísima y fundamentalmente
manipulante.
Una nueva ola de directores argentinos, cuyo cine analizaremos
a finales de esta serie, ha surgido recientemente. Pero tenemos
que admitir que las nuevas olas por lo general no
son impresionantes de por sí. Una explosión de producción
cinematográfica puede tomar lugar en cualquier país
por cualquier cantidad de razones, inclusive un clima económico
que ha mejorado o un gobierno que toma interés y provee
fondos. Las olas van y vienen, pero bajo toda circunstancia lo
que cuenta, de manera decisiva, es tener algo que decir.
En cuanto a este punto, un vistazo inicial a la historia del
cine latinoamericano muestra una contradicción sorprendente.
En su obra, Historia Oxford del cine mundial,
Michael Chanan escribe: Hacia finales de los 1950, un cine
nuevo comenzaba a verla luz en Latinoamérica. Encontraba
su nicho donde quiera que se le diera la menor oportunidad y se
desarrollaba aun bajo las circunstancias más hostiles.
Es más, éstas le daban fuego, pues este era un cine
que, en gran parte, estaba consagrado a la denuncia de la miseria
y a la celebración de la protesta.
Como ya hemos explicado en el World Socialist Web Site,
las condiciones de vida para las masas generales de la población
latinoamericana han empeorado durante los años recientes.
Reprimida igual por los militares y regímenes democráticos
- regímenes que reciben sus órdenes de Washington
y el Fondo Internacional Monetario - y traicionada por sus dirigencias
nacionalistas, estalinistas y pequeño burguesas - la clase
obrera ha sufrido la destrucción de sus niveles de vida
y perdido los adelantos sociales que generaciones anteriores habían
ganado. A través de Latinoamérica, los salarios
reales han perdido el 50% de su valor durante las dos últimas
décadas. Más de 210 millones de personas viven por
debajo del criterio económico que define la pobreza.
La polarización social nunca había sido mayor
en la historia de la región. El 20% más rico de
la población recibe casi 20 veces la riqueza del 20 más
pobre. Según un informe publicado por la Organización
de Estados Americanos, en varios países latinoamericanos
más del 50% de los ingresos nacionales se van directamente
a los bolsillos del 10% más rico.
En medio de estas condiciones sociales tan desastrosas, ¿cómo
se puede explicar que la denuncia de la miseria y la celebración
de la protesta que caracterizaba al cine de hace varias
décadas han desaparecido casi totalmente?
Claro, aquí opera otra cosa que no es lógica
formal. Ante todo, tenemos la cuestión de los acontecimientos
dramáticos de los 1960, 1970, y 1980 y el impacto que tuvieron
sobre los intelectuales latinoamericanos. Como hicimos notar en
el primer artículo de esta serie, es decir, el relato de
la debilidad general del cine y el arte, hay que examinar dos
procesos generales: por una parte, el enriquecimiento y viraje
hacia la derecha por sectores significantes de la clase media;
por otra, la crisis de perspectiva causada por el colapso de la
Unión Soviética y la campaña ideológica
proclamando la muerte del socialismo (y, específicamente
en Latinoamérica, las consecuencias de las derrotas impuestas
contra los trabajadores y campesinos mencionadas arriba).
El abandono de los principios políticos en Latinoamérica
ha sido espectacular. Ex dirigentes guerrilleros, tales como Teodoro
Petkoff, del FALN, se han convertido en ministros del gobierno.
Los vestigios del movimiento guerrillero de los Tupamaros en Uruguay
se han unido a un frente electoral burgués, el Frente Amplio.
El movimiento M-19 ha entrado en un acuerdo sucio con el gobierno
colombiano por medio del cual sus miembros pueden entregar las
armas a cambio de préstamos para establecer pequeños
negocios. Los movimientos guerrilleros de la América Central
(los sandinistas, el FMLN, la URNG de Guatemala), que una vez
fuesen la gran esperanza de los radicales de la clase media por
todo el mundo, todos han firmado pactos con las mismas autoridades
responsables por asesinatos y la represión general. La
trayectoria de los Zapatistas en México hacia la respetabilidad
burguesa (y posiblemente puestos en el gobierno) está tan
clara que todo el que tenga la vista sana la puede ver.
Todos estos movimientos nacionalistas pequeño burgueses,
bajo la influencia del castrismo, rechazaron a la clase obrera
y declararon que habían descubierto otros vehículos
mucho más revolucionarios para llegar al socialismo por
atajos convenientes.
(El castrismo y la política del nacionalismo
pequeño burgués). En realidad, estas
organizaciones, que condujeron a miles de seguidores a aventuras
suicidas y desmoralizaron a sectores enteros de trabajadores y
oprimidos del campo, tenían sus bases en la pequeña
burguesía y capas de la burguesía nacional mientras
declaraban que representaban los intereses de los oprimidos. Durante
el transcurso de varias décadas han comprobado su inutilidad
total. Lo mismo con las otras tendencias dentro y alrededor de
ellos: los estalinistas, los maoístas y los centristas
(los tan llamados trotskistas en Chile [Vitale], Argentina
[Moreno], Bolivia [Lora], y por doquier).
Por lo tanto, el primer punto de clarificación para
los artistas y los intelectuales serios es el siguiente: tienen
que comprender que las derrotas y las tragedias de las últimas
décadas en la América Latina no fueron consecuencias
ni de la incapacidad orgánica de la clase obrera ni de
la imposibilidad del proyecto socialista, sino de las falsas teorías
y acciones traicioneras de los movimientos políticos que
ejercían una dirigencia con gran influencia sobre grandes
sectores de la población. La construcción de una
alternativa verdaderamente socialista todavía es la cuestión
de las cuestiones.
Este no es un problema solamente latinoamericano. Es mundial
e histórico. El dominio de la ideología nacionalista
todavía es una carga pesada sobre los hombros de los intelectuales
de la región. Nada provechoso ha de resultar si a la economía
integrada mundial se le enfoca desde el punto de vista de proteger,
estrictamente, los intereses nacionales, para no decir latinoamericanos
y mucho menos, por ejemplo, el orgullo argentino.
Este es lenguaje de la burguesía nacional, o por lo menos
de varios sectores de ella.
Se dice que a los intelectuales ordinarios de Buenos Aires
no les gusta considerarse suramericanos, pues esta
apelación los identifica con las poblaciones más
atrasadas de Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú
y el resto del continente. Si esto es verdad, entonces es un esnobismo
indefensible al que hay que sobreponerse. El artista que, en vez
de solidarizarse con la humanidad sufrida, prefiere solidarizarse
con los cineastas del Banco Izquierdo o con los habitantes del
Lower East Side de Manhattan no le será de ningún
provecho a nadie.
No importa la manera que el artista escoja para enfocar el
problema, un análisis crítico de las experiencias
históricas del Siglo XX es inevitable. Es simplemente imposible
dar pasos importantes hacia adelante hasta que se clarifiquen
la confusión y las falsificaciones acerca del pasado. La
esperanza verdadera y las aspiraciones artísticas que ésta
despierta no aparecerán de nuevo hasta que se emprenda
la misión para clarificar la historia. Esto, naturalmente,
no se le aplica solamente a los artistas latinoamericanos, pero
a los de todos los continentes.
Puede que, a primer vistazo, esto parezca demasiado exigente.
Durante los últimos años se ha hecho todo esfuerzo
para convencer (y muchos ya se han convencido a sí mismos)
al artista que él o ella no deberían preocuparse
para nada con el análisis histórico y la protesta
social, pues todas esas cuestiones pertenecen a otra
época menos ilustrada. Y lo cierto es que nadie que entienda
y valoriza al arte está a favor de obras didácticas
o pesadas. Estas ofrecen poco de valor y traicionan la inseguridad
del artista.
Estamos de acuerdo con Trotsky:
Es tonto, absurdo, de lo más estúpido,
pretender que el arte permanecerá indiferente a las grandes
convulsiones de nuestra época. Los eventos, preparados
y logrados por la gente, caen sobre, y cambian a, esta gente.
Directa o indirectamente, el arte afecta las vidas de la personas
que originan o que conocen por experiencia estos eventos. Esto
se refiere a todo arte, desde el más grandioso hasta el
más íntimo. (Prefacio a Literatura y
revolución)
La expresión propia es algo noble, pero el ego
tiene que nutrirse de algo más, no de las conversaciones
de madrugada, las intrigas, las riñas y los asuntos que
sólo ocurren dentro de sectores muy limitados de la sociedad.
O, de la misma manera, de un radicalismo relativamente fácil
que plenamente se contenta con identificar los males y las injusticias
sociales de cierta manera que fortalece la resignación
y el fatalismo. (Bah, ¿qué se puede hacer?
Así es el mundo!)
Es sumamente crucial resucitar la noción, ahora fuera
de moda, que el material que flota en la mente del artista
el material que más está a su alcance quizás
no mueva la tierra, que quizás que conducir una lucha interna
y oponerse a lo que le viene fácil. Es más,
es posible que el/ella tenga que mirar hacia fuera, estudiar lo
que ve y conscientemente desarrollar lo que Trotsky llamó
una sensibilidad importante y bien definida por el mundo.
El artista tiene que reconocer de nuevo que la realidad objetiva
existe externa a él/ella. Tiene que reflejar sobre ella,
enfocarla, explorarla. Necesita recordar que a mucha gente le
gustaría (y necesita) ver representaciones de la vida que
son generosas y precisas y no simplemente producto de su visión
social limitada y, francamente, de las impresiones de segunda
categoría que a menudo lo guían.
Todo esto tendrá su tiempo. Ya han aparecido ciertos
pequeños indicios.
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