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Marcha zapatista a la Ciudad de México termina en acuerdo
con el Presidente Fox
By Bill Vann
11 April 2001
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Siete años después de entablar una lucha armada
contra el ejército mexicano que dejó 200 muertos
en el estado de Chiapas, al sur del país, el movimiento
guerrillero zapatista se ha ido por la senda familiar de transformarse
en instrumento político del establecimiento gobernante
de México.
La larga marcha a la Ciudad de México del
Ejército Nacional Zapatista de Liberación el mes
pasado culminó en una campaña de cabildeo para enmendar
la constitución con cambios que le concedan autonomía
formal a la población indígena del país,
que llega a 10 millones.
Como dijo Carlos Marx, la historia se repite: la primera vez
como tragedia, la segunda como farsa. En 1915, Emiliano Zapata,
del estado Morelos en el sur del país, entró en
la capital cabalgando a la cabeza de un ejército de campesinos
indios desterrados. Ahí se encontró con el ejército
campesino norteño de Pancho Villa. Los dos dirigentes pasaron
al Palacio Nacional, donde se detuvieron brevemente para ser fotografiados
en el trono presidencial. Al no saber como disponer del poder
que le había caído en las manos, regresaron a sus
regiones de origen y dejaron la consolidación del estado
en manos de la nueva burguesía mexicana y de lo que eventualmente
llegaría a conocerse como el Partido Revolucionario Institucional,
que gobernó por décadas.
El mes pasado, los zapatistas, quienes tomaron el nombre del
heroico dirigente campesino del siglo pasado, siguieron la misma
ruta a la Ciudad de México en un autobús alquilado
que llevaba 24 personas disfrazadas con máscaras de esquiar.
La clase gobernante mexicana, en vez de fugarse de la capital
o esconderse temblando detrás de las puertas como lo habían
hecho en 1915, recibió a los ex guerrilleros con los brazos
abiertos, llevándolos como ovejas a la Cámara de
Diputados donde pronunciaran discursos que varios reaccionarios
politiqueros pro capitalistas tildaron de históricos
y afirmantes.
Antes del viaje a la Ciudad de México, los zapatistas
y su dirigente, el Subcomandante Marcos, repetidamente habían
declarado que eran radicales, no revolucionarios.
Insistieron que no tenían ningún interés
en derrocar el estado mexicano o en suplantar el orden social
actual.
El Presidente Vicente Fox, dirigente del Partido de Acción
Nacional (PAN), invitó a los zapatistas a la capital, garantizándoles
el salvoconducto y exhortándolos a que se quedaran todo
el tiempo que quisieran. Fox, quien recibiera el respaldo de los
sectores más poderosos de la clase gobernante mexicana
y de Washington en las elecciones del año pasado, inmediatamente
accedió a dos de las exigencias del grupo: la liberación
de los prisioneros zapatistas y el desmantelamiento de varias
bases militares cerca de su pueblo en la selva.
Fox también declaró su apoyo para que toda una
serie de propuestas constitucionales negociadas entre los zapatistas
y una comisión parlamentaria en 1996 se conviertan en ley.
Legisladores del partido de Fox y del Partido Revolucionario Institucional,
que rigió a México por 70 años ininterrumpidos
antes de la victoria del PAN el año pasado, se han opuesto
a varias de estas propuestas.
Los zapatistas lanzaron sus acciones armadas en 1994 para coincidir
con la puesta en práctica de la NAFTA [Acuerdo del Mercado
Libre de América del Norte], el cual, advirtieron ellos,
destruiría más a fondo lo que todavía les
quedaba del mercado agrícola controlado por la producción
campesina. Irónicamente, ahora han cementado una alianza
política con el presidente más derechista en toda
la historia del país: ex ejecutivo de la Coca Cola y completamente
comprometido a destruir las barreras que quedan contra la penetración
capitalista extranjera y el desmantelamiento de los vestigios
de las enterpresas estatales y de los programas de bienestar social.
Al abandonar su lucha, manteniendo que ésta no tenía
que ver nada con clases, y al basarse en la defensa
de la sociedad civil y de la democracia participante,
los zapatistas se adaptaron, como todos los ex izquierdistas que
se han unido al gobierno, a la idea que sacar al PRI del poder
significaba una victoria para las masas mexicanas. Ignoran dos
cosas: el apoyo capitalista internacional del cual Fox goza; y
la esencia del programa social por el cual éste aboga.
Con la crisis del corrupto y represivo PRI y el desprestigio
de su oposición izquierdista burguesa, es decir, del Partido
Revolucionario Democrático de Cuauhtemoc Cárdenas,
la política oficial de México ha virado hacia la
derecha y los zapatistas han caído en línea.
¿Por qué la exigencia por la autonomía,
de la cual la izquierda pequeña burguesa había sido
campeón, ahora recibe el apoyo entusiasta de Fox? Las reformas
constitucionales logradas entre los zapatistas y los legisladores
declaran que los pueblos indígenas del país tienen
el derecho a la libre determinación y, como expresión
de ésta, a la autonomía como parte del Estado mexicano."
Según el plan, esta autonomía consiste en "decidir
sus formas internas de convivencia y de organización social,
económica, política, y cultural." Reafirma
el derecho del pueblo indígena a aplicar sus sistemas
normativos en la regulación y solución de conflictos
internos, inclusive tribunales autónomos. Declara
que la utilización de los recursos naturales y de la tierra
en los territorios poblados por los indígenas se le cederá
de manera colectiva, excepto en aquellas regiones
controladas por el gobierno mexicano.
La propuesta prohíbe la discriminación y aboga
por la conservación de la cultura indígena a través
de la educación pública. Finalmente, las propuestas
exigen que los distritos electorales se diseñen de nuevo
con tal de crear grupos de votantes homogéneos para los
diferentes grupos nativos étnicos.
Debería notarse que la constitución mexicana,
producto de la Revolución en 1917, formalmente incluye
uno de los pactos sociales más progresistas del mundo.
Le asegura a los trabajadores y a los campesinos del país
amplios derechos a la fruta de su labor. Pero ninguna de estas
garantías ha prevenido que más de la mitad de la
población se haya hundido en la pobreza; que la gran mayoría
de los campesinos hayan sido despojados de sus tierras; o que
los obreros mejicanos hayan sido sometidos a la explotación
bárbara en las maquiladoras que las corporaciones multinacionales
han establecido en búsqueda de la mano de obra barata.
Las garantías constitucionales del bienestar social
no han hecho nada para prevenir la enorme agudización de
la desigualdad social que México ha sufrido durante las
dos últimas décadas.
No existe ninguna razón para creer que promesas de papel
para acabar con la discriminación contra los pueblos indígenas
cambiará su status de parías. Al contrario; la idea
que declarar autónomos a los 57 grupos étnicos
indígenas le pondrá fin a la opresión es
una utopia reaccionaria. El sistema social predatorio del capitalismo
quedará en su lugar y sus leyes implacables seguirán
imponiéndose.
En un país donde el 80% del presupuesto del gobierno
nacional está dedicado a pagar la deuda extranjera, ¿qué
tipo de autodeterminación o autonomía
gozará la población trabajadora? Siempre que el
sistema permanezca intacto, las garantías contra la discriminación
serán promesas tan vacías para los descendientes
de los habitantes originales de México como lo es el derecho
constitucional que le garantiza trabajo a la clase obrera mexicana.
En el interior, la exigencia por la autonomía cuenta
con que la población de las regiones donde los indígenas
predominan no tiene diferentes intereses sociales y que sólo
busca como practicar, colectivamente, las costumbres antiguas
sin que haya intervención externa. Pero la población
indígena de México, como la sociedad entera, no
es totalmente homogénea. Más bien, la lucha armada
de los zapatistas ha terminado casi tan pronto como empezó,
pero las confrontaciones sangrientas continúan en Chiapas
y en otras regiones. Muchas de destas batallas han sido fomentadas
por el gobierno, que ha usado, para sus propios fines, las disputas
religiosas entre Católicos y Protestantes, las reclamaciones
de tierra por pueblos en pugna y un sin número de conflictos
que actualmente están tomando lugar.
¿Quién decidirá las formas de coexistencia
y de organización social en estos territorios
indígenas, para no decir las estructuras del sistema jurídico
y de la policía interna, si, o cuando, la autonomía
se conceda? No será el pueblo en general que estará
en control, sino más bien las capas sociales más
privilegiadas, en alianza con el gobierno federal, que regirán.
La autonomía indígena sólo servirá
entonces para santificar un nuevo sistema de opresión,
con recompensas para aquellos que, fueran zapatistas o caciques
tradicionales, tendrán el mando de las instituciones autónomas;
instituciones que defenderán usando la violencia del estado
contra sus oponentes.
Grandes cantidades de gente abandonan las zonas predominantemente
indígenas en Chiapas y en otros estados del sur para buscar
trabajo en las zonas metropolitanas de México o para tratar
de cruzar la frontera y pasarse a Los Estados Unidos. La solución
a estos inmensos problemas a los cuales que estos trabajadores
se enfrentan no es la autonomía cultural regional, sino
la unificación de la clase obrera en lucha común
contra el capitalismo mexicano y sus jefes capitalistas internacionales.
El movimiento zapatista, y las exigencias que hace, presumen la
imposibilidad de semejante lucha y aceptan el sistema social en
existencia como si fuera fundamentalmente inmutable.
El Subcomandante Marcos, nacido Sebastián Guillén,
no es indio. Alguna vez fue profesor. Comenzó su movimiento
guerrillero en 1984 que no había llamado mucho la atención
. Ha ganado más apoyo entre los intelectuales de la izquierda
pequeño-burguesa en Europa y América del Norte que
de los pueblos indígenas de México. Ha sido muy
eficaz en sus relaciones con los medios de prensa, fomentando
una imagen popularizada en camisetas y afiches que rápidamente
está suplantando a la del Che Guevara.
Su programa político indudablemente atrae a la capa
sociopolítica que anteriormente se había adaptado
al estalinismo, a las burocracias de los sindicatos obreros y
a los antiguos movimientos de liberación nacional; una
capa que ha quedado desmoralizada por la desintegración
política de todas estas fuerzas durante la última
década. Para este medio ambiente, la desaparición
de las burocracias sindicales y de los dirigentes nacionalistas
burgueses reafirmó que el socialismo es imposible. Han
elogiado la agenda humanista de los zapatistas como
si fuera un programa sin paralelo en la historia que muestra el
camino hacia adelante no sólo para México, sino
para todos los oprimidos del mundo.
Entre los peregrinos que visitaron a México el mes pasado
para recibir a los zapatistas se encontraban la ex Primera Dama
de Francia, Danielle Mitterand; el novelista portugués
José Saramago, ganador del Premio Nobel; los sociólogos
franceses Alain Touraine e Ivon Le Bot; y muchos más.
Noam Chomsky, profesor de lingüística del Instituto
de Tecnología de Massachussets y lucero del movimiento
de protesta de la clase media en Los Estados Unidos, habló
por toda esta capa de liberales y ex radicales al declarar que
Marcos y compañía tenían la capacidad para
unirse internacionalmente con otros movimientos y cambiar
la historia contemporánea.
Walter de Cesaris, diputado del parlamento italiano y dirigente
del Partido [estalinista]de la Refundación Comunista, predijo
que los zapatistas reactivarán la izquierda internacional
y le pondrán paro al lloriqueo por el colapso del comunismo.
Esta misma gente y sus co pensadores en el medio ambiente internacional
de ex estalinistas, profesores radicales y portavoces izquierdistas
también alabaron al cubano Fidel Castro, a los sandinistas
nicaragüenses y al Frente de Liberación de Farabundo
Martí del Salvador como movimientos políticos únicos
que reactivarían la izquierda internacional.
Pero ya hace tiempo que Castro abandonó sus pretensiones
revolucionarias, y los frentes centroamericanoscon la asistencia
del presidente cubanohan negociado pactos con los contras
que gozan del apoyo de EE.UU. y con los escuadrones de la muerte
de sus propios países. Sus dirigentes se han convertido
en diputados parlamentarios, policías, y capitalistas.
Ahora los fanáticos del guerrillerismo fomentan al zapatismo
como modelo de lucha. Estos elementos son incapaces de aprender
de la historia. Elogian a Marcos al mismo tiempo que éste
se prepara a convertir a su grupo en una organización
no gubernamental aliada al gobierno derechista mexicano.
El Subcomandante aparentemente será la atracción
principal en una manifestación que se ha planeado para
julio en Ginebra durante la reunión del Grupo de los Ocho
[países industriales principales]. El programa que forma
las bases de esta manifestación es el mismo de anti
globalización por el cual anteriormente abogaran
manifestaciones similares en Seattle, Washington, Praga y en otros
tantos sitios contra la Organización Mundial del Comercio,
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Son precisamente las exigencias limitadasy, a fin de
cuentas, reaccionariasde los zapatistas que atraen a este
tipo de apoyo internacional. Su programa de autonomía cultural
y étnica encaja muy bien con aquellos cuya respuesta a
la explotación acérrima de la clase obrera por un
capitalismo internacional en movimiento constante es la restauración
del poder económico al estado nacional.
No sorprende que la revista The Nation escriba de la
siguiente manera acerca del significado internacional de los zapatistas:
Puede ser que la autonomía pronto se convierta en
el producto principal de exportación de México.
La reacción de estos pseudos izquierdistas a la internacionalización
de la producción, cuyo ímpetu viene de los desarrollos
revolucionarios en la tecnología y en la transportación,
consiste en abogar por la restauración de la soberanía
nacionales decir, una utopia retrógraday
establecer nuevas fronteras alrededor de economías aisladas.
Todos rechazan la única fuerza que puede reorganizar
a la sociedad sobre bases nuevas y progresistas: la clase obrera
internacional. En México, como en otros lugares, la integración
mundial de la economía ha resultado en un acrecentamiento
del tamaño y poder objetivo de la clase obrera. En un país
que era principalmente agrícola, el campesinado ha declinado
a menos de una tercera parte de la población. Al mismo
tiempo, un cinturón industrial enorme se ha formado a lo
largo de la frontera norteña de México, atrayendo
grandes masas campesinas a trabajar en las fábricas directamente
vinculadas a la producción industrial en Los Estados Unidos,
Europa y Asia Oriental.
La enorme crisis social a las cuales estos trabajadores se
enfrentan normas de vida y condiciones de trabajo deteriorantes,
el ambiente envenenado y la represión políticano
se resolverá con la ficción de la autonomía
constitucional. Ésta tampoco resolverá las cuestiones
históricas de campesinos sin tierras, la discriminación
y la violencia rural que sufren aquellos que permanecen en las
zonas donde predominan los indígenas.
Estos problemas únicamente se pueden resolver de una
manera: a través de la construcción de un movimiento
conscientemente político y anti capitalista que busca unir
a la clase obrera mexicana con los obreros de Los Estados Unidos
y del mundo en la lucha para abolir el sistema de ganancias [beneficios]
y reorganizar la sociedad basándose en los principios del
socialismo internacional.
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