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El significado histórico y mundial de la crisis política en Los Estados Unidos

Por Barry Grey
13 February 2001

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El texto que sigue es una copia taquigráfica de una charla que Barry Grey, miembro de la Junta Editorial de la WSWS, di era ante una escuela internacional organizada en Sydney por el Partido Socialista por la Igualdad de Australia.

Durante la última década, han ocurrido crisis agudísimas en Los Estados Unidos que revelan una contradicción evidente que los comentaristas burgueses por lo regular ignoran: por una parte, coincide el triunfo de Los Estados Unidos contra su viejo enemigo de la Guerra Fría con la transformación del país en “único poder superior mundial”, cuya expansión económica no tiene paralelo; por otra, los problemas políticos que han estallado son tan calamitosos que la viabilidad de las instituciones democráticas burguesas del país ha quedado en duda.

¿Cómo se pueden explicar estos acontecimientos aparentemente contradictorios? Creo que vale la pena mencionar que nadie aparte del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) y su World Socialist Web Site ( WSWS.org) ha podido responder a esta pregunta con coherencia. Por una parte, nosotros, durante toda una década, hemos seguido las contradicciones sociales, políticas, e ideológicas intensificantes del capitalismo estadounidense. Por otra, casi desde el momento en que nuestro WSWS.org saliera a la luz en enero del 1998, fuimos puestos a una prueba política e intelectual que aprobamos con éxito: la de explicar y definir el significado de las fuerzas que impulsaron uno de los capítulos más extraños de la historia del Siglo XX: el escándalo Mónica Lewinsky y la persecución de Bill Clinton.

La política estadounidense durante la última década se parece al libreto de una pésima telenovela tan ridícula que hasta los propios jefes de las cadenas de televisión, según pienso yo, deben sentirse avergonzados. Encontrar el hilo que une a estos eventos; convertir en razonable lo que definitivamente parece—y de muchas maneras lo es—un proceso irracional; averiguar sus implicaciones clasistas; delinear el desarrollo de su proceso histórico; y analizar que significado político y clasista tiene para la clase obrera y para la revolución socialista: todos son temas que presentan dificultades importantes para la teoría marxista.

¿De qué se ha valido el Comité Internacional para desarrollar un análisis marxista de estos acontecimientos y, basándose en éllo, articular el punto de vista de la clase obrera y la manera en que ésta se beneficiaría? De nuevo nos encontramos con el patrimonio trotskista, específicamente con su concepto de la revolución mundial socialista y la perspectiva marxista.

No cabe duda: nuestra continua labor para analizar la crisis política de Los Estados Unidos se ha basado sobre el—y solamente podría partir del—análisis de la crisis capitalista mundial que el CICI elaborara luego de romper relaciones con el Workers Revolutionary Party ( WRP) [Partido Revolucionario de los Obreros] de la Gran Bretaña en 1985-1986.

El documento de perspectivas del CICI de agosto, 1988, enfocó su análisis sobre las transformaciones universales y mundiales que habían tomado lugar en la economía política y que habían servido de base para la crisis de los regímenes estalinistas. Descubrimos un hecho esencial: la desintegración de los regímenes que más directamente se basaban en una política nacional autárquica fue la expresión inicial de la crisis general del sistema de estados-naciones; crisis de la internacionalización de la producción y del comercio capitalista que había llegado a su apogeo.

Las raíces de este profundo análisis se encuentran en las tradiciones del método de análisis marxista, cuyo supremo exponente fue Trotsky. Este análisis resultó de la lucha política que el CICI entabló para orientar de nuevo al movimiento sobre los fundamentos internacionalistas del marxismo en contraposición al oportunismo nacionalista que había llegado a dominar a la dirigencia del WRP.

En las declaraciones y documentos que siguieron, el Comité Internacional y el movimiento en Los Estados Unidos profundizaron este análisis fundamental. Enfatizaron que el desplomo de los regímenes estalinistas significaba que el equilibrio internacional logrado después de la Segunda Guerra Mundial iba a dejar de existir. Presagiaron una época de desequilibrio internacional que inevitablemente conduciría a nuevas explosiones de conflictos entre los imperialistas y a luchas de clase en todos los países capitalistas.

Esta conquista teórica del marxismo nos hizo más susceptibles a las contradicciones sociopolíticas en los EE. UU, centro del capitalismo mundial. Por consiguiente, bajo condiciones de la aparente ascendencia—cuando todo el mundo burgués (y la mayoría de la humanidad) se quedaba maravillado con los éxitos económicos y militares del Tío Sam—el CICI percibía procesos de crisis económica y decadencia política más profundos.

Me gustaría hablar de cierta cuestión metodológica importante muy pertinente al desarrollo de las perspectivas. Si al internacionalismo lo comprendemos bien, veremos que no es un protocolo que consiste de frases o fórmulas que se le añaden a todo artículo o documento que examina la evolución sociopolítica de cada país. Como todas las categorías del pensamiento, la relación entre lo internacional y lo nacional es dialéctica. Un enfoque verdaderamente internacional y científico hace posible—y podríamos decir, encuentra su expresión más concreta en—que un movimiento adquiera la capacidad para analizar a fondo los procesos históricos y sociales que se desarrollan en cualquier país o lugar del mundo.

El internacionalismo no es una excusa para hacerle caso omiso al estudio de las condiciones en EE. UU., Alemania, Inglaterra, Australia, Sri Lanka o cualquier otro país. Más bien, el marxista, que parte de la economía y la política internacional, puede llegar a a comprender, de manera amplia y bastante exacta, todas las tendencias internacionales y las formas particulares y contradictorias que mismas tendencias asumen en todos los países. Esto permite descubrir el rumbo de todo desarrollo y también las cuestiones políticas que se le plantean a la clase obrera del país que se estudia. Por consiguiente, así se puede establecer, de manera concreta, el carácter de la lucha de clases y la necesidad que los trabajadores de todos los países basen sus programas políticos en una estrategia internacional.

Más que toda otra persona del Siglo XX, Trotsky hizo la revolución mundial socialista el punto central de su vida política., No fue casualidad, pues, que también fuera el mayor partidario del análisis y de la prognosis política en varios países específicos. Sólo hay que mencionar sus escritos sobre Inglaterra, Alemania, Francia, España, China, EE. UU. y, por supuesto, Rusia, para establecer la relación entre la perspectiva internacional y el desarrollo de un programa y una estrategia particular para la clase obrera de países específicos.

Hagamos una analogía, quizás no muy fina, con las ciencias físicas en mente. Consideremos el especialista médico que se esfuerza por tratar enfermedades del corazón, los pulmones, la piel, etc. Puede administrar el tratamiento adecuado siempre que su diagnosi se base en un conocimiento completo del cuerpo humano (inclusive del cerebro); en la compleja—y hasta antagónica—relación entre las diferentes partes del cuerpo; y en la relación que cada parte individual tiene con el cuerpo entero.

En relación a esto, nos viene a la mente un trozo muy famoso de En defensa del marxismo. Escribe Trotsky en “El ABC del marxismo”: “La ley fundamental del pensamiento vulgar quiere contentarse con planes inmóviles de una realidad que está en moción eterna. Por medio de aproximaciones, correcciones y particularidades más y más exactas, el pensamiento dialéctico le da a los conceptos una riqueza de contenido y flexibilidad. Yo diría que hasta [les da] cierta suculencia, la cual, hasta cierto punto, los acerca mucho más a la naturaleza viva. No hablemos del capitalismo en general, pero de un capitalismo específico durante cierta etapa de desarrollo. No nos refiramos a un estado obrero en general, pero a un estado obrero en un país subdesarrollado rodeado por el imperialismo, etc.”.

Las consecuencias de las elecciones del 2000

Las elecciones del 2000 en Los Estados Unidos representan un capítulo histórico. Marcan una ruptura irrevocable con las formas y tradiciones de la democracia estadounidense. “Cruzar el Rubicón” y frases por el estilo son muy adecuadas para valorar el significado del fallo de la Corte Suprema que, con voto de 5-4, le concedió la victoria al candidato Republicano, George Bush. Los medios de prensa y el establecimiento político—los liberales tanto como los conservadores—han menospreciado los eventos de noviembre y diciembre, 2000, y quieren “marchar pa'lante” como si nada significante hubiera ocurrido. No obstante, para Los Estados Unidos—y para el mundo—ya nada quedará igual jamás.

Cinco semanas transcurrieron después del voto del 7 de noviembre para que el establecimiento político resolviera las disputadas elecciones presidenciales, las cuales fueron en sí un acontecimiento sin paralelo en la historia estadounidense del Siglo XX. La resolución final del conflicto se basó en métodos partidarios y anti democráticos.

El Partido Republicano, con el respaldo general de los medios de prensa, campaño para que su candidato—quien perdió el voto popular nacional por más de 500,000 votos -fuera declarado victorioso en el estado de la Florida (cuyos 25 votos electorales llegarían a determinar el ganador del voto electoral a nivel nacional). Esta victoria se basó en un margen oficial de varios cientos de votos de un total de seis millones en todo el estado. Esto sólo sucedió cuando a las juntas electorales locales se les prohibió que hicieran el recuento manual de los votos que no habían marcado ninguna preferencia presidencial en el cuento inicial de las máquinas. La ley de la Florida, como también la del 50 por ciento de los otros estados, permite los recuentos manuales, que no son nada extraño en las elecciones estadounidenses. Los candidatos Republicanos, en varias pugnas electorales del país, exigieron recuentos manuales y se les concedi ó, puesto que tales recuentos son perfectamente normales.

Más bien, a las pocas horas del voto del 7 de noviembre, aparecieron muchísimos informes de fraude y anomalías durante la votación en la Florida, inclusive entre los votantes judíos de Palm Beach, quienes, a causa de papeletas para votar confusas, erróneamente votaron por el anti semita Pat Buchanan. Anomalías y fraude también ocurrieron entre los estadounidenses negros y haitianos de otras zonas, a quienes barricadas policíacas le cerraron el paso para que no votaran o a quienes se les informó incorrectamente que no habían completado todos los requisitos para votar.

Jeb Bush, hermano del presidente Republicano, es gobernador de la Florida. La Secretaria de Estado [de la Florida], Katherine Harris, quien se valió de su puesto para impedir que las juntas electorales locales hicieran el recuento manual del voto, había sido co presidente de la campaña presidencial de Bush en el estado. Desde el principio, la legislatura del estado, donde los republicanos dominan, había dado a conocer sus intenciones: hacerle caso omiso a todo recuento oficial que favoreciera al candidato Demócrata, Al Gore, y, en caso que ésto ocurriera, de nombrar su propia lista de electores [del Colegio Electoral] comprometidos a votar por [George] Bush.

Aún así, los medios de prensa tildaron de calumnia partidaria cualquier sugerencia que las autoridades floridanas actuaban con prejuicios políticos e intrigas. Vale la pena notar que a estas autoridades se les unió el Socialist Workers Party [Partido Socialista de los Trabajadores], culto alrededor de Jack Barnes. En noviembre y diciembre, luego de publicar una serie de ejemplares de [su diario] The Militant que no decían nada—verdaderamente nada—acerca de las elecciones y sus consecuencias, el 8 de enero Barnes y sus compinches publicaron un artículo que acusaba al candidato Demócrata Gore de tratar de robarse las elecciones. Además, caracterizaba a Katherine Harris como víctima de un ataque “anti femenino” por parte de los liberales.

Desde el momento en que quedó claro que las elecciones presidenciales iban a ser disputadas después del 7 de noviembre, al establecimiento político y corporativo estadounidense se le planteó un problema fundamental: ¿Qué consideraciones fundamentales regirían los esfuerzos por resolver el atolladero? ¿Se basarían en la necesidad de encontrar una solución democrática, es decir, que correspondiera, lo más posible, a la voluntad del electorado, o procederían con otras consideraciones?

Solamente semanas antes, Washington, en nombre de la santidad del voto, alegremente había alentado y brindado auxilio a la organización y manipulación de una rebelión popular en Serbia, que hasta incluyó asaltos contra las oficinas del gobierno. Pero en cuanto a su propia crisis electoral, la élite gobernante estadounidense, desde el comienzo, no mostró ninguna afinidad semejante por el principio de la soberanía popular.

Durante la lucha por el voto de la Florida, el partido Republicano organizó una turba que atacó a los funcionarios del Condado de Miami Dade y resultó intencionalmente en la cancelación del recuento de los votos en disputa. Se dirigió directamente a los militares del país para que éstos se opusieran al recuento que los Demócratas habían pedido y que la Corte Suprema de la Florida había aprobado.

A fin de cuentas, los cinco jueces Republicanos derechistas de la Corte Suprema de Los Estados Unidos, quienes constituyen la mayoría de una agencia que nadie ha elegido pero que forma la piedra angular del estado capitalista, decidieron las elecciones cuando denegaron la decisión de la Corte Suprema de la Florida. Los recuentos cesaron y se suprimieron los votos. Citaron como justificación legal una interpretación abiertamente anti democrática de la Constitución; interpretación que niega la trayectoria general de la jurisprudencia constitucional pertinente a los derechos políticos durante los últimos 130 años. La mayoría de la Corte Suprema de Los Estados Unidos declaró que el pueblo estadounidense no tenía ningún derecho constitucional a votar para presidente.

Desde que la Corte Suprema emitiera su fallo y Al Gore pronunciara su discurso de concesión servil, el hecho político más significante ha sido la ausencia casi total de toda protesta por parte del establecimiento liberal, inclusive del Partido Demócrata, de los sindicatos de la AFL-CIO, de las organizaciones de los derechos civiles, de las instituciones universitarias y de la prensa. Aparte de varias excepciones tímidas y dispersas, la gama de la política y la opinión oficial ha entrado rápidamente en línea y aceptado el robo de las elecciones sin casi un quejido.

Hace dos semanas, Robert Kuttner, economista liberal y comentarista político, publicó uno de los pocos artículos que han mostrado conciencia. Condena con menosprecio la postración de los Demócratas ante el fraude electoral y su rechazo a oponerse al gabinete de extrema derecha que Bush está reuniendo. [Kuttner] escribe: “Es como un país luego de un golpe de estado sin sangre. La vida cotidiana continúa. La prensa, mansita, hace ruidos calmantes. Los ritos de la democracia perduran. Y el partido fuera del poder ineficazmente simula oposición”.

Los Estados Unidos no se ha transformado en dictadura. No obstante, su élite reinante ha tomado un rumbo que ha de conducir a un gobierno autoritario tipo fascista o a la revolución social. Las elecciones del 2000 marcan el comienzo de una crisis revolucionaria en el baluarte internacional del capitalismo.

Además, los acontecimientos de las últimas 11 semanas han mostrado que dentro del establecimiento burgués mismo no existe ningún sector significante con deseos de defender los derechos democráticos, aun cuando éstos existen en la forma circunscrita que inevitablemente asumen dentro de los límites impuestos por la democracia burguesa. A medida que la lucha por las elecciones se desarrollaba en la Florida en noviembre y a principios de diciembre, la cuestión fundamental que se planteó fue la siguiente: ¿Hasta dónde está dispuesta llegar la élite gobernante para romper con las tradiciones democráticas? Tal como los resultados indicaron, ¡bastante lejos! Mucho más lejos, es más, de lo que podríamos haber imaginado.

Esto no significa que los acontecimientos tomaron al Partido Socialista por la Igualdad o al Comité Internacional de la Cuarta Internacional de sorpresa. Al contrario, el PSI y nuestro órgano, el World Socialist Web Site [ WSWS], por muchos años han seguido cuidadosamente los indicios de crisis y deterioro que marcan las instituciones de la democracia burguesa estadounidense. Podría dirigirles la atención a toda una cantidad de artículos e informes analíticos que hemos publicado durante los últimos cinco años acerca del abismo creciente entre el establecimiento político y las masas populares; la intensificación de la guerra interna en la élite corporativa y política; y como sectores poderosos de la clase gobernante recurren más y más a métodos de conspiración golpistas. Cuando la cruzada para desacreditar y enjuiciar a Clinton en diciembre, 1998, llegaba a su apogeo, la WSWS publicó un artículo con el titular presciente, ¿Se dirige Los Estados Unidos hacia una guerra civil? [http://www.wsws.org/news/1998/dec1998/imp-d21.shmtl]

A raíz de los acontecimientos recientes, es instructivo citar varios trozos de ese artículo, el cual comienza así:

“A causa del voto tomado el sábado pasado para entablar juicio contra el presidente Bill Clinton, repentinamente se ha puesto bien claro que Los Estados Unidos está a punto de sufrir una crisis política de dimensiones históricas. Aún los medios de prensa, que durante todo el año habían tratado el alboroto en Washington como chiste hilarante, está comenzando a reconocer que el escándalo no es sólo extremadamente grave, sino que puede tener consecuencias mortíferas.

“La virulencia y la malignidad constituyeron el aspecto más sorprendente del debate que precedió al voto para enjuiciar. Para descubrir precedente histórico que se asemeje al salvajismo de esta política interna, se tendría que regresar no sólo al año 1868—la última vez que se enjuició un presidente—sino aún más lejos: a la época que justamente precediera el estallido de la Guerra Civil en 1861. Luego del voto, Richard Gephardt, dirigente de la minoría Democrática en la Cámara de Diputados, advirtió que la política en Los Estados Unidos estaba llegando a la violencia”.

El artículo continúa: “La crisis de Washington surge de una acción recíproca entre procesos políticos, sociales y económicos muy complejos. La democracia burguesa se está desintegrando bajo el peso abrumador de las contradicciones insolubles que se han acumulado y que van aumentando. Los procesos económicos y tecnológicos vinculados a la internacionalización de la economía mundial han socavado las condiciones sociales y las relaciones clasistas sobre las cuales la estabilidad política de Los Estados Unidos ha dependido por mucho tiempo.

“Los aspectos más significativos de esta erosión son la proletarianización de enormes estratos de la sociedad estadounidense; el deterioro de la cantidad de miembros y de la influencia de las clases medias tradicionales; y el crecimiento de la desigualdad social. Estos se reflejan en la disparidad que existe en la distribución de la riqueza y de los ingresos. De todas las naciones industrializadas principales, Los Estados Unidos es la que más desigualdad tiene, con una brecha entre la elite financiera y el resto de la población mucho mayor de lo que era 25, y hasta 50, años atrás.

“El nivel sin precedente de la desigualdad social le crea tensiones espantosas en la sociedad. Existe un abismo enorme entre los ricos y las masas trabajadoras que la clase media apenas puede amortiguar. Las capas intermedias que antes servían como mallas protectoras sociales—y que constituyen la base principal del apoyo a la democracia burguesa—ya no pueden cumplir ese papel.

“El poder de la derecha republicana se basa en que representa, de manera mucho más consistente y despiadada, las exigencias de la élite financiera estadounidense. La derecha radical sabe lo que quiere y para conseguirlo está preparada a atropellar la opinión pública. Los republicanos no están actuando de acuerdo con los reglamentos constitucionales normales. Por otra parte, los demócratas se retuercen las manos como espectadores impotentes y pasivos.

“Si los republicanos expresan lo brutal que son las relaciones entre las clases en Los Estados Unidos, sus oponentes burgueses en el Partido Demócrata personifican un liberalismo flácido y desmoralizado cuya diluida perspectiva reformista la clase dirigente ha descartado por completo”.

Desde el momento que las elecciones del 2000 entraron en un callejón sin salida, el SEP y la WSWS explicaron que la crisis que surgió luego del voto del 7 de noviembre representaba la continuación y la culminación de la desintegración de las instituciones democráticas; desintegración que era el eje de los escándalos contra Clinton y del esfuerzo por enjuiciarlo en 1998 y a principios del 1999. No obstante, no podíamos anticipar, anterior al día de las elecciones, que estos procesos asumirían la forma definitiva y clara que tomaron en las elecciones del 2000. Cuando tales acontecimientos toman un rumbo tan explosivo, revelan que las contradicciones que se han estado acumulando en la sociedad han alcanzado enormes tensiones. Estos momentos de la historia encarnan el tema dialéctico de la discontinuidad—es decir, la transformación de cambios cuantitativos en salto cualitativo—y una nueva realidad que emerge de las viejas formas.

El gobierno de Bush que entra al poder ejemplifica, de manera perfeccionada, la crisis de gobierno burgués en Los Estados Unidos. El mismo Bush es una cifra política e intelectual quien subsume en su propia personalidad las características de la capa social que le debe sus éxitos económicos y prominencia social a la prosperidad especuladora de las últimas dos décadas; prosperidad basada en el asalto sin piedad contra la clase obrera y en la expansión asombrante de la corrupción y el parasitismo. Esta capa social—ignorante, de visión limitada y avara—ha reforzado esos sectores de la élite financiera y corporativa que exigen la eliminación total de toda muralla que se le interponga a la acumulación de la riqueza privada y a la realización de los beneficios [ganancias].

El gabinete de Bush es una amalgamación de operadores multimillonarios que participaron en gobiernos republicanos anteriores y de las corporaciones e ideólogos de la extrema derecha que representan el ala fascista del Partido Republicano. Entre éstos se encuentran la derecha cristiana, la camarilla cabildera pro armas de fuego y las milicias vinculadas a fuerzas terroristas que abogan por la supremacía blanca. Es un gobierno extremadamente inestable y sorprendentemente insensible a las contradicciones sociales que se acumulan bajo su superficie.

Si pudiéramos escoger un gobierno hipotético que representara la base social extremadamente estrecha de la política oficial y el abismo que la separa de las masas, no podría haber personales mejor que el que Bush y sus partidarios han escogido.

Bush y su niñero político, el Vice presidente Richard Cheney (ambos son multi millonarios del petróleo), proceden con su agenda pro negocios como si la victoria de ellos hubiera sido aplastantemente popular. Están determinados a imponer una enorme reducción en las rentas internas que favorece a los ricos; reducción que formara la piedra angular de la campaña electoral de Bush. La persona que han nombrado para encabezar el Departamento de Justicia es un vocero cristiano fundamentalista que ha abogado por una enmienda a la constitución que prohíba el aborto. También ha declarado su oposición a la supresión de la segregación escolar. El tipo que han nombrado para dirigir el Departamento del Interior es campeón de los derechos de propiedad en contra de la conservación del ambiente. El que nombraron para dirigir el Departamento de Salubridad y Servicios Humanos se hizo famoso durante la campaña con sus propuestas para destruir el bienestar social y socavar la educación pública con los comprobantes de admisión a escuelas privadas.

Es un gobierno que trata de equilibrarse entre las corporaciones y los elementos enloquecidos de la clase media que constituyen la “base” activa del Partido Republicano. Puesto que su política económica, sobretodo bajo condiciones en las que una recesión comienza a desenlazarse. Este gobierno inevitablemente ha de desilusionar a sus partidarios de la clase media, y se verá obligado a mantener a sus partidarios fascistas en un estado emotivo con provocaciones en el interior y en el extranjero. Esto explica la campaña del Wall Street Journal para que el Fiscal Independiente, Robert Ray, formalmente acuse a Clinton, una vez que deje la presidencia, de sus pecados con Mónica Lewinsky.

Es seguro que esta trayectoria ocasionará grandes terremotos. El humor de las masas amplias es muy contrario al credo de avaricia y de reacción social que alientan al gobierno entrante. Las elecciones del 7 de noviembre revelaron una profunda grieta social, con grandes sectores de la población trabajadora moviéndose en dirección opuesta a las exhortaciones de laissez faire que la élite política y corporativa ha fomentado durante las últimas dos décadas.

El voto popular fue bien cerrado, pero si se combina el voto pro Gore con el que obtuvo el candidato del Partido Verde, Ralph Nader, el margen de victoria de los candidatos que representan—esto es, hablando en términos bien generales y tomando en cuenta los límites extremadamente estrechos de la política estadounidense—una orientación liberal o “izquierdista” fue de 3.5 millones; o sea, aproximadamente 3.5 por ciento del voto total.

Además, el voto a favor de Gore se concentró en los centros urbanos e industriales principales de las zonas del Noroeste, del Midwest [Occidente medio] y de la Costa Occidental.. Gore ganó la mayoría de los votos obreros y una mayoría preponderante del voto de las capas obreras más oprimidas—negros, hispanos, inmigrantes—que extrañamente se presentaron en grandes cantidades ante las urnas electorales de muchas ciudades.

El voto a favor de Bush se concentró en las zonas más rurales y, en términos generales, más atrasadas del país: el Sur y la región norte del Mid-West. El mapa electoral mismo nos muestra una nación gravemente dividida.

La polarización social se refleja en todas las instituciones políticas del país. La mayoría republicana en la Cámara de Diputados representa uno de los márgenes más pequeños en la historia de esa rama legislativa. El Senado está dividido 50-50. La Corte Suprema está dividida 5-4 entre la mayoría de derecha extrema y la minoría un poco más moderada.

El apoyo que la clase obrera le brindó a la campaña de Gore, tan tímida y desanimada, no se desbordó con entusiasmo, pero expresó cierta oposición intensa a Bush y a los Republicanos, especialmente entre los sectores más oprimidos de la población,. No obstante lo mucho que Gore trató de asegurarle a la élite gobernante que él era partidario del “gobierno reducido” y del conservadurismo fiscal, el candidato demócrata varias veces trató de presentarse a sí mismo como defensor del “pueblo contra los poderosos” y de las “familias obreras” contra el “poder petrolero” y contra otros tantos como los Centros Privados para el Cuido de la Salud, las compañías fabricantes de drogas, los monopolios de seguros, los “grandes tabaqueros” y otros sectores de los grandes negocios. Criticó al plan de Bush para las rentas internas como regalo para los ricos.

Dentro del perímetro del sistema de dos partidos y una prensa que, bajo el control absoluto de las corporaciones, excluye toda expresión abierta o directa de las aspiraciones de la clase obrera, las elecciones, de cierta manera distorsionada, asumieron el carácter de plebiscito sobre la distribución de la riqueza de la nación. Y una mayoría significante de los que votaron—casi la mitad de los votantes elegibles no fueron a las ur nas—indicaron su oposición a la creciente concentración de la riqueza en manos de la oligarquía financiera.

Hubieron otras expresiones inequívocas de oposición a la derecha republicana. La ira contra la conspiración para desacreditar y enjuiciar [al presidente Clinton] se expresó en la victoria de Hillary Clinton—por gran margen—en la campaña para senador del estado de New York. Republicanos en el poder que desempeñaron papeles prominentes en la campaña para desacreditar y enjuiciar [a Clinton] fueron derrotados en la Florida y en California.

A pesar de los esfuerzos implacables de la prensa para desvergonzar a Clinton con el caso de Mónica Lewinsky, la indignación hacia el asalto contra los derechos democráticos, que este episodio contra Clinton representara, todavía no ha desaparecido. En una encuesta que se llevó a cabo después de las elecciones, Bill Clinton salió empate con el Papa como el hombre más respetado por los estadounidenses. Hillary Clinton salió triunfante, por gran margen, en la categoría de “la mujer más respetada”. Aunque tales encuestas reflejan ilusiones políticas, también muestran cierto desafío.

El asalto contra los derechos democráticos que culminó en las elecciones robadas continuará reverberando en la clase obrera. No se podrá olvidar que el resultado disputado en la Florida ocurrió en un estado donde diez de miles de votos, principalmente en distritos democráticos compuestos de grandes poblaciones negras y de otras minorías, fueron deshechados por una u otra razón.

Algo que ha salido de la crisis de las elecciones del 2000 tiene que ver con la manera mecánica por medio de la cual el proceso electoral desvalora las contribuciones de la clase obrera y le da mayor peso desproporcionado a las capas más acomodadas de la población. Sucede que las máquinas de votos más antiguas, menos exactas y peor mantenidas existen en los centros obreros, lo cual asegura que muchos más votos obreros serán descartados que votos de sus “mejores”.

La Florida también es, entre los estados del Sur Profundo que formaron la vieja Confederación [esclavista], un estado que cuenta no sólo con una historia de esclavitud en el Siglo XIX, sino también con la separación de las razas, basadas en las leyes de Jim Crow, durante el XX. Existen miles de votantes floridanos que intensamente recuerdan lo que le sucedió a uno de los primeros pioneros del derecho al voto de las personas negras de la Florida, Harry T. Moore, quien, junto con su esposa, murió cuando su casa fue dinamitada en 1951.

El corazón del patrimonio de estas luchas por los derechos democráticos es el derecho al voto y que éste cuente. Es un patrimonio que está profundamente arraigado en la conciencia popular y que tiene, bajo las condiciones que se presentan en Los Estados Unidos de hoy, un contenido profundamente revolucionario.

Además, estas cuestiones sobre los derechos democráticos adquirirán mayor significado social y clasista a medida que se crucen con las cuestiones del empleo, salarios, condiciones de trabajo, beneficios sociales y la desigualdad económica bajo condiciones en que la crisis económica se agudiza. Ya existen indicios que el último cuarto de siglo, durante el cual los reglamentos que rigen a las corporaciones han sido frenados (con la bendición de la religión secular del “mercado”), esta culminando en debacle. Entre los ejemplos notables está el colapso del sistema de electricidad y de gas natural en California.

Al mismo tiempo que todas las instituciones del gobierno burgués estadounidense están desacreditadas, el campo se está preparando para una crisis socioeconómica que rápidamente reventará las ilusiones acerca del mercado capitalista. El Congreso de Los Estados Unidos ya se había desacreditado a sí mismo antes de las elecciones del 2000 con la persecución para enjuiciar [a Clinton]. Ahora la peste del fraude electoral cuelga sobre la presidencia y las pretensiones de la Corte Suprema en parecer neutral ante las diferentes clases sociales y los diferentes partidos han quedado hechas añicos.

El hecho que la Corte Suprema tuvo que intervenir para resolver el callejón electoral sin salida de las elecciones indica la ferocidad de las contradicciones que están quebrando el sistema político. Ya hemos escrito acerca de las similaridades que existen entre el fallo de la Corte el 12 de diciembre, 2000, y la decisión infame de 1857 referente al caso de Dread Scott. En esa época, las ramas legislativas y ejecutivas del gobierno federal se mostraron incapaces de resolver el problema de la esclavitud; las diferencias entre el Norte y el Sur se habían intensificado demasiado. Las dos ramas comenzaron a recurrir más y más a la Corte Suprema para ponerle fin al conflicto. Cuando la Corte por fin pronunció su fallo arrollador a favor de la esclavitud, se desacreditó a sí misma por generaciones y le abrió paso a la guerra civil. Igualmente, en su fallo del diciembre pasado, la Corte Suprema estadounidense adjudicó un conflicto acérrimo entre diferentes facciones de la clase gobernante a favor de los sectores más reaccionarios, valiéndose de la oportunidad que la crisis ofrecía para darle tremendo golpe a los derechos democráticos.

La aparente imprudencia con que los sectores dominantes de la élite gobernante han socavado la credibilidad de sus propias instituciones es un fenómeno que pone a uno pensar. A su manera, esta imprudencia indica un cambio hacia nuevos métodos de gobierno. La legitimidad es mucho menos importante para una élite gobernante que va rumbo hacia la dictadura.

En un artículo titulado La derecha republicana se prepara para la violencia [http://www.wsws.org/articles/2000/nov2000/elec-n24.shtml], la WSWS se refirió a un editorial del Wall Street Journal con titular muy provocativo: ¿Se ha remilgado el Partido Republicano? Este lanza un llamado a los republicanos para que abandonen todas las restricciones constitucionales tradicionales con tal de suprimir los desafíos al voto de la Florida y de ganar control de la Casa Blanca. Exigía, entre otras cosas, que la legislatura de la Florida, bajo control republicano, desafiara la Corte Suprema estatal y nombrara sus propios electores presidenciales. Le aconsejó al bando de Bush que medidas extremas para ganar la presidencia serían “la mejor preparación para lo que está por delante”. Siniestramente concluyó: “Es característica del Gobernador Bush extender el guante de terciopelo, pero tendrá mucho mayor éxito si él y su partido demuestran que “el guante está hecho acero por dentro”.

La WSWS comentó: “Si la campaña que los republicanos están llevando a cabo para ganar la Casa Blanca comienza a parecerse a las actividades secretas que la CIA entabló contra los adversarios liberales e izquierdistas del imperialismo estadounidense en Latinoamérica—en Chile, por ejemplo—entonces sigue que la solución tipo Pinochet es de las alternativas que se deben estar bajo seria consideración.”

Es posible, sin embargo, que aquellos sectores de la clase gobernante de quien el Wall Street Journal es portavoz cometen un error peligroso: confundir la enfermiza y débil oposición de los liberales y los demócratas con la oposición de las masas trabajadoras a las cuales se enfrentarán. Solo hay que plantear la siguiente cuestión: si al arsenal ideológico de la clase gobernante estadounidense se le quita la insignia tradicional de la soberanía popular, la cual el voto garantiza, ¿qué quedaría para reconciliar a las masas con el status quo?

El derrumbamiento de la democracia burguesa en Los Estados Unidos no es ni simple ni principalmente un problema estadounidense. Es la expresión más avanzada de la crisis del capitalismo internacional. A corto plazo, las clases gobernantes de todo el mundo tendrán que vérselas con un gobierno cuya tendencia a seguir el rumbo de acciones unilaterales y militaristas es mucho más pronunciada que la de su predecesor. ¿Puede algún observador serio dudar que un régimen inestable, que ha llegado al poder por medios ilícitos y a través de provocaciones, empleará métodos similares contra sus rivales internacionales, sean éstos aliados o enemigos?

El gobierno de Bush se ha comprometido a cancelar el acuerdo sobre los proyectiles anti balísticos y poner en práctica un sistema de defensa basado en los mismos, acción que inmediatamente desestabilizará las relaciones internacionales y le echará combustible a la carrera de armas. Actualmente busca por todo el globo terráqueo—desde Colombia y Venezuela hasta Iraq—un blanco contra el cual desatar un ataque militar.

Mientras mayor la crisis económica y política del imperialismo estadounidense, más buscará éste como echarle el peso de la crisis a sus rivales europeos y asiáticos. Este axioma del Siglo XX adquirirá mayor fuerza aun en el XXI.

Para considerar más profundamente el significado mundial de la crisis política en Los Estados Unidos durante el nuevo siglo, es necesario poner en tela de juicio el papel histórico que el capitalismo estadounidense jugó durante el siglo que acaba de acontecer.

El capitalismo estadounidense y la revolución socialista mundial

Al considerar el destino de la revolución socialista durante el Siglo XX, el movimiento trotskista siempre necesaria y correctamente le ha hecho hincapié al factor subjetivo; es decir, las traiciones estalinistas y de la socialdemocracia y la crisis de la dirigencia revolucionaria. En obras monumentales como Lecciones de Octubre y Estrategia y tácticas en la época imperialista, Trotsky enfatizó la importancia de la dirigencia y de la perspectiva, la estrategia y las tácticas en el mundo moderno. Señaló que, bajo ciertas circunstancias, la diferencia entre la revolución y la contrarrevolución puede definirse en cuestión de minutos u horas, los cual puede influir consecuenentemente la trayectoria de los sucesos mundiales por toda una época.

Cierto que después de la Revolución Rusa, el papel del estalinismo fue decisivo en detener el progreso de la revolución mundial socialista. Trotsky se vio obligado a desenmascarar los errores, y luego crímenes, de la pandilla estalinista, trazarlos a sus raíces políticas y, por último, a sus raíces sociales, Elaboró una perspectiva y una orientación estratégica y táctica para que la clase obrera pudiera vencer los obstáculos con que el capitalismo y sus agencias burocráticas dentro del movimiento obrero le querían cerrar el paso.

No retractamos nada del enorme patrimonio teórico y político que Trotsky le dejara a su generación y a las del futuro; patrimonio cuyo punto central fue la defensa del internacionalismo proletario contra el estalinismo y toda forma de oportunismo nacionalista. Este patrimonio es todavía la base indispensable del movimiento obrero de hoy día.

Pero como todos los grandes pensadores marxistas comprendían, la relación entre lo objetivo y lo subjetivo de la historia es un tema increíblemente complejo y dialéctico. A fin de cuentas, el factor subjetivo puede contribuir al progreso histórico solamente que siempre exprese, de forma consciente, las tendencias progresistas objetivas del desarrollo histórico y social. En la época del decaimiento capitalista y de la revolución socialista, el papel revolucionario consciente y objetivo de la clase obrera puede realizarse si—y siempre que—esa clase, o por lo menos sus capas más avanzadas, adquiera conciencia de su papel revolucionario y de la necesidad histórica de su papel.

En la política revolucionaria, el partido de la clase obrera siempre tiene que fundamentar sus programas y sus tácticas en una apreciación científica del curso objetivo del desarrollo y de las verdaderas contradicciones de la economía y de la política mundial. Así fue como Trotsky hizo un resumen de la relación entre los factores objetivos y subjetivos. Lo hizo en un famoso discurso que pronunciara en 1924 y el cual se publicó en esa época bajo el título de Las premisas para la revolución proletaria (La Cuarta Internacional luego lo publicó bajo el título de Perspectivas para el desarrollo mundial.):

“Nosotros analizamos estas condiciones de desarrollo a medida que éstas se concretizan a espaldas nuestras e independientemente de nuestra voluntad. Así podremos, una vez que las hayamos comprendido, actuar sobre ellas por medio de nuestra propia voluntad activa; es decir, la voluntad de la clase organizada.

“Estas dos facetas de nuestro enfoque marxista de la historia están vinculados de la manera más estrecha e indisoluble...Todo el arte de la política revolucionaria consiste en combinar correctamente el análisis objetivo con la acción subjetiva. De esto consisten las bases de la escuela leninista ".

Con esta relación en mente, cuando estudiamos el fracaso general de la revolución socialista durante el Siglo XX, nos vemos obligados a preguntar: ¿qué fuerza o fuerzas objetivas, a fin de cuentas, le dieron al capitalismo y a sus agencias dentro del movimiento obrero los medios para rechazar los asaltos revolucionarios constantes de la clase obrera?

Podríamos afirmar que la respuesta básica a esta pregunta es el capitalismo estadounidense. Este emergió como poder económico dominante a principios de siglo. Adquirió una hegemonía mayor luego de la Segunda Guerra Mundial; y éste dominio, que fue de alcance mucho mayor que la del imperialismo británico, recibió su ímpetu de los enormes recursos en manos de Wall Street y de Washington; recursos que le dieron a Los Estados Unidos un papel único: baluarte contra la revolución mundial socialista. Si el Siglo XX fue más que nada el siglo de Octubre y de la explosión de la revolución mundial socialista, con cierta justificación también podría llamársele—y aquí hay que darle la razón a ese antiguo reaccionario, Henry Luce—“el siglo estadounidense”. Pero también tendríamos que añadir que los acontecimientos hacia finales de siglo significan que “el siglo estadounidense” sin dudas ha llegado a su fin y que el deterioro de la estabilidad estadounidense significa una crisis del sistema mundial capitalista de dimensiones sin paralelo.

Como los grandes pensadores marxistas—Lenín, Trotsky, Luxemburg—comprendieron, la explosión de la guerra en 1914 expresó lo predatorio de la contradicción entre, por una parte, las relaciones de propiedad capitalista y el sistema de estados-naciones y, por otra, el desarrollo de las fuerzas productivas. La Revolución de Octubre definitivamente confirmó esta perspectiva.

Esto no significó, sin embargo, que el capitalismo mundial había gastado por completo todos sus recursos internos. Tal como como ocurrió, el derrocamiento del dominio burgués fue un proceso más prolongado, contradictorio, complejo y trágico que los que los grandes revolucionarios marxistas habían anticipado. A fin de cuentas, el poder duradero del capitalismo ha de tener sus raíces en el poder que, durante la mayor parte del siglo, fuera su piedra angular más dinámica: Los Estados Unidos.

La última tercera parte del Siglo XIX fue una época que consistió principalmente de la consolidación del sistema de estados-naciones en Europa y del surgimiento del imperialismo europeo con su sistema de posesiones coloniales en África y Asia. También fue un período en que la clase obrera socialista surgió como fuerza internacional. La debacle de la Primera Guerra Mundial fue una expresión de la crisis del capitalismo mundial, pero indiscutiblemente significó la desintegración del capitalismo europeo.

La Revolución Rusa que surgió de ello coincidió con la ascendencia de Los Estados Unidos como el poder económico e industrial más poderoso del mundo. Los EE. UU. celebró su soberanía sobre el mundo en abril, 1917, cuando ingresó en la guerra sólo varias semanas después de la Revolución de Febrero en Rusia. Entonces, pues, al mismo tiempo que Los Estados Unidos asumía el papel de árbitro del destino de Europa, cargaba sobre sus hombros la dirigencia de la contrarrevolución internacional.

De todos los dirigentes de la Revolución de Octubre, fue Trotsky quien más clara y firmemente captó el enorme significado del surgimiento de Los Estados Unidos. Su apreciación de este hecho estaba íntimamente vinculado a su profunda comprensión y defensa de la perspectiva internacional.

Según él, el nuevo papel de Los Estados Unidos, sobretodo la nueva relación entre Los Estados Unidos y Europa, asumió importancia decisiva luego de la derrota de la revolución alemana en octubre, 1923. Aquí se puede ver otra vez la compleja y dialéctica relación entre los factores subjetivos y objetivos. La capitulación del partido alemán, que se debiera en gran parte a la mala dirigencia de los epígonos que en ese entonces regían el partido ruso, dramáticamente alteró la constelación de fuerzas clasistas en Europa y a nivel internacional, extendiéndole la vida al capitalismo europeo y obligando a la clase obrera a retroceder. Esta derrota hizo posible que Los Estados Unidos usara sus enormes recursos políticos y económicos para estabilizar, aunque sólo temporalmente, al capitalismo europeo. Esto lo hizo, como Trotsky explicara, no sólo con préstamos y con el crédito, sino de manera igualmente importante: creó las condiciones para la resucitación de la socialdemocracia europea. De esa manera, EE. UU. Sacó provecho a costillas de sus rivales europeos.

Permítanme citarles varios trozos del discurso de Trotsky en 1924 en el cual caracterizó el papel internacional de Los Estados Unidos:

“Camaradas, quien hoy desee o trate de debatir el destino de Europa o del proletariado sin considerar el poder y el significado de Los Estados Unidos está, en cierto sentido, tratando de saldar una hoja de balance sin consultarlo con el jefe. El amo del mundo capitalista—y entendamos esto una vez por todas—es Nueva York, para quien Washington actúa como Departamento de Estado.

“No existe enemigo del bolchevismo de más principios o que sea más salvaje que el capitalismo estadounidense. Hughes [Secretario de Estado, 1921-25] y su política no son antojos accidentales. Esto no es capricho; es la expresión de la voluntad del capitalismo más concentrado del mundo, el cual ahora se integra a la época de lucha abierta por su dominio autocrático sobre el planeta. Choca con nosotros si sólo porque los caminos del Pacífico conducen a la China y a la Siberia. La idea de colonizar a la Siberia es de las más embriagantes del imperialismo estadounidense. Pero hay un guardia que le cierra el paso. Nosotros controlamos el monopolio del comercio exterior y ya hemos echado las bases para una economía socialista. Este es el primer obstáculo a la autocracia y el dominio indivisible del imperialismo estadounidense...Por todas partes, en Europa como en Asia, el “americanismo” imperialista se está golpeándo contra el bolchevismo revolucionario. Camaradas, éstos son los dos principios de la historia moderna”.

Haciéndole resumen al nuevo equilibrio del poder en el mundo, Trotsky llegó a caracterizar a la política de EE.UU. con la famosa frase, “Quiere poner a Europa en raciones”.

Como elemento esencial para la campaña por la autocracia mundial, Los Estados Unidos desempeño un papel ideológico y político para corromper el movimiento sindical laborista de Europa y de sé mismo. Lo logró promoviendo burocracias reformistas nacionales y fomentando la imagen que Trotsky llamó “el reformismo pacifista”.

“En esencia, el imperialismo estadounidense es despiadadamente vulgar, predatorio en todo sentido de la palabra y vulgar.”, sigue Trotsky, “Pero debido a las condiciones especiales del desarrollo estadounidense, es capaz de cubrirse a sí mismo con el manto del pacifismo”.

La socialdemocracia europea, poco después de la derrota de la revolución alemana, se convirtió en apóstol del “americanismo”. Por cierto tiempo logró colocarse en oposición a la burguesía europea como portavoz del evangelio según Woodrow Wilson.

En el mismo discurso, Trotsky le hizo hincapié a la corrupción sin precedente del movimiento obrero sindical de Los Estados Unidos. Atribuyó este fenómeno político a los inmensos recursos que la burguesía estadounidense tenía a su alcance:

“¿Cómo es posible realizar en la práctica, durante el segundo cuarto del Siglo XX, esta conciliación uniforme después de la carnicería imperialista en la que EE. UU. participó y luego de las grandes experiencias de los trabajadores de todos los países?

“Es este poder que le permite a los capitalistas estadounidenses seguir la antigua práctica de la burguesía británica: engordar a la aristocracia obrera para mantener encadenado al proletariado. Han perfeccionado esta práctica hasta tal punto que ni siquiera la burguesía británica se hubiera atrevido a imitarla”.

El talón de Aquiles del imperialismo estadounidense, tal como Trotsky continuó explicando, es que llegó a la supremacía durante el período de decadencia general del capitalismo mundial. A medida que se expandía, el capitalismo estadounidense se vio obligado a subsumir todas las contradicciones de un sistema decadente.

Este discurso contiene el germen de un análisis de las dinámicas más fundamentales de la revolución socialista durante el Siglo XX. A raíz de los acontecimientos recientes, es muy importante notar que la capacidad del imperialismo estadounidense en hacerse pasar ante el mundo como defensor de la paz y de la democracia, para engañar y desorientar a la clase obrera y mantenerla encadenada a las reaccionarias burocracias laboristas sindicales, dependía de las vastas reservas económicas del país y de su hegemonía mundial.

Una de las obras cumbres de Trotsky, Crítica fundamental del programa de la Internacional Comunista, publicada en 1929, claramente muestra el vínculo íntimo entre su profunda visión del carácter internacional de la revolución socialista, que él lnsistía en basar sobre la primordialidad de un programa y una estrategia internacionales, y la manera en que reconocía el papel mundial histórico del capitalismo estadounidense. Luego de su merecidamente famosa sección inicial, en la cual sostiene que el principio del internacionalismo socialista forma la piedra angular de toda perspectiva, estrategia y táctica—que contrapone al dogma socialista nacionalista de Stalin, “socialismo en un solo país”—Trotsky enseguida analiza la cuestión del nuevo papel mundial del imperialismo estadounidense.

Considera que el fracaso del programa de la Internacional Comunista en estudiar seriamente las implicaciones de la nueva supremacía estadounidense sobre Europa expresa, en forma pronunciada, la orientación básicamente nacionalista del programa. Escribe Trotsky:

“El nuevo papel de Los Estados Unidos en Europa desde que el Partido Comunista Alemán capitulara, además de la derrota del proletariado alemán en 1923, no ha recibido la menor crítica. No ha habido esfuerzo alguno para explicar que el período de “estabilización”, “normalización”, y “pacificación” de Europa—así como también la “regeneración” de la socialdemocracia—ha procedido a raíz de grandes vínculos materiales e ideológicos con los primeros pasos que Los Estados Unidos ha dado para interferir en los asuntos europeos”.

Trotsky entonces explica que el fracaso en analizar el significado del nuevo papel mundial de EE.UU. previene que los autores del programa tomen en cuenta, por una parte, la nueva estabilización temporánea del capitalismo europeo bajo el escudo protector del reformismo y, por otra, la gran intensificación de los conflictos entre las naciones europeas y de las luchas de clase en Europa y en Los Estados Unidos que inevitablemente serán desatadas por las presiones del imperialismo estadounidense.

El poder del imperialismo estadounidense era enorme, explicó Trotsky, pero las contradicciones del capitalismo mundial, que se expresaban de la manera más aguda en Los Estados Unidos, eran mucho más poderosas. El colapso del capitalismo estadounidense en 1919-31 vindicó este análisis, pero una vez más el factor subjetivo de la dirigencia revolucionaria, que ya había sufrido tanto a manos de la pandilla estalinista en la Unión Soviética, probó ser inadecuado para hacerle frente a una nueva ola de crisis y confrontaciones revolucionarias.

El precio que la clase obrera internacional—y, por cierto, toda la humanidad—pagó por la degeneración del régimen soviético fue el triunfo del fascismo en Europa y la carnicería de la Segunda Guerra Mundial. No es el propósito de esta presentación, ya que ello está fuera de su alcance, presentar un análisis detallado de la lucha de clases durante el siglo pasado. Basta con decir que el capitalismo estadounidense ocupó sobre las cenizas de Europa y de Asia un puesto dominante durante el período post bélico; puesto superior al que había logrado después de la Primera Carnicería.

El capitalismo estadounidense básicamente construyó de nuevo al capitalismo mundial. Se vio obligado a llevar sobre sus hombros, en manera más directa, la defensa económica, política y militar del sistema de ganancias de todo el mundo. Nuestro movimiento correctamente criticó la fórmula que los revisionistas pablistas confeccionaron para describir la realidad post bélica como un conflicto entre dos super poderes: Los Estados Unidos y La Unión Soviética. En el campo de aquellos que abandonaban los principios trotskistas, esta fórmula expresaba cierta adaptación a los desarrollos superficiales de la Guerra Fría que llegó a convertirse en base teórica para la adaptación y capitulación al estalinismo.

No obstante, había cierta verdad en este punto de vista que los pablistas habían abstraído de sus raíces históricas y presentado de manera parcial y, por lo tanto, falsa. Pero cierto que la transformación de Los Estados Unidos en gendarme mundial del imperialismo, en baluarte del anticomunismo y dirigente del tan llamado “Mundo Libre”, reflejaba su papel único como bastión indispensable contra la revolución mundial.

Las exigencias de este papel eran demasiado agotadoras para cualquier nación poder cumplir. Ya para los 1960 los síntomas de una crisis que se intensificaba comenzaban a amontonarse en EE. UU. Podríamos citar toda una serie de indicios: el asesinato de Kennedy en 1963; las luchas violentas relacionadas al movimiento por los derechos civiles para las personas negras; las explosiones en los barrios pobres de todo el país; y la intensificación de luchas obreras militantes. La agudización de luchas sociales estaba vinculada a las contradicciones intensificantes del capitalismo estadounidense a nivel mundial.

El colapso del sistema de Bretton Woods en 1971 fue un punto decisivo. Expresó a nivel fundamental la erosión que había socavado el puesto mundial de Los Estados Unidos. La debilitación de la hegemonía estadounidense se expresó de dos maneras adicionales—ambas convulsivas—durante la década: la desintegración del gobierno de Nixon y la derrota de Los Estados Unidos en Vietnam.

Como ya hemos explicado en nuestro documento de perspectivas internacionales del 1988, el capitalismo mundial logró sobrevivir la ola de crisis y levantamientos revolucionarios que lo agitaban desde 1968 al 1975 gracias, en gran parte, a los servicios de la política liquidacionista pablista. Pero Los Estados Unidos nunca pudo alcanzar de nuevo la indisputable supremacía mundial de la cual había gozado en la década luego de la Segunda Guerra Mundial. La debilidad de su puesto encontró su expresión cuando las élites gobernantes recurrieron a la política de guerra clasista dentro de Los Estados Unidos mismo. La capacidad del gobierno de Reagan—y de los que le siguieron—para efectuar una redistribución dramática de la riqueza de las masas trabajadoras en dirección a los sectores de la sociedad más privilegiados, y poner al capitalismo estadounidense en pie de guerra en la lucha mundial por mercados y fuentes de mano de obra barata, dependió totalmente de los servicios de la servil burocracia laborista sindical.

Al romper con la vieja política de reformas sociales y el acomodo relativo entre las clases, el capitalismo estadounidense respondía no sólo a su propio debilitamiento, sino también a las exigencias que provenían de los cambios profundos en la economía mundial que se han dado a conocer como “la mundialización” [“globalización”].

Como hemos explicado, estos procesos sonaron la campana de muerte para los regímenes autárquicos gobernados por las burocracias estalinistas, y el colapso de la Unión Soviética infundió al capitalismo estadounidense, aunque sólo por corto tiempo, con optimismo y expansión económica.

Sin embargo, los éxitos patentes del capitalismo estadounidense durante las últimas dos décadas, en el interior y el exterior, han costado un ojo. Son verdaderamente una victoria pirrica, pues la clase gobernante del país ha estado sistemáticamente socavando las bases políticas e ideológicas de su dominio, creando a la vez un sistema político grotescamente enajenado de las masas amplias de la población y apoyándose de una base social inestable que más y más se contrae. Los acontecimientos relacionados con las elecciones del 2000 significan la culminación de un prolongado proceso de polarización social y decadencia política.

El decaimiento mundial del capitalismo estadounidense y la crisis de la democracia en Los Estados Unidos

Una de las características de todo revisionismo consiste en negar toda posibilidad que el imperialismo estadounidense sufra una crisis. Esta característica política tiene sus raíces en los orígenes del pablismo, el cual más o menos descartó la posibilidad que una crisis social en Los Estados Unidos asumiera dimensiones revolucionarias. Por lo tanto, consignó a la clase obrera estadounidense—y no el estalinismo o la socialdemocracia—al basurero de la historia.

Esta idea se expresó de la manera más vulgar en la tesis del pablista latinoamericano, Posadas, quien mantuvo que la única manera de derrotar al imperialismo estadounidense era lanzando una guerra nuclear por adelantado y destruir a Los Estados Unidos.

En las crisis políticas de los últimos años, varios grupos de ex radicales han reafirmado esta postura. La Liga Espartista hizo un resumen de la línea general sobre las elecciones del 2000 que organizaciones “izquierdistas” propusieron—desde el Partido Verde de Ralph Nader hasta varios grupillos maoístas, ex trotskistas y pro capitalistas estatales. La línea declaró que la crisis constitucional sin precedente era “un ciclón dentro de una cafetera”.

Por lo general asumieron una actitud de “malditos sean los dos bandos!" y negaron que en la élite gobernante existían graves divisiones o que el robo de las elecciones debería interesar y consternar al pueblo trabajador. Las declaraciones del Socialist Workers Party (SWP) que ya he citado fueron una variación verdaderamente derechista de este tema general. El SWP reveló descaradamente la orientación política común a todos estos grupillos de política enfermiza: la falta de toda independencia genuina de la burguesía y una adaptación cobarde a las fuerzas más derechistas de la política estadounidense.

El Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional, por otra parte, teóricamente han arraigado su análisis de los desarrollos políticos en Los Estados Unidos en un estudio continuo de la crisis del capitalismo estadounidense y sus intensificantes contradicciones sociales. Durante los últimos 30 años, que empezaron con el colapso en 1971 del sistema de Bretton Woods, Los Estados Unidos ha declinado desde el punto de vista de la economía y de la política mundial. Este deterioro general ha intensificado los antagonismos entre las clases y acelerado la crisis de la democracia estadounidense.

Existe una relación bien clara entre la desintegración de la hegemonía mundial estadounidense y el decaimiento de la democracia burguesa en Los Estados Unidos. En un artículo reciente acerca de Los Estados Unidos entre 1900 y 1945, Hugh Brogan, historiador y biógrafo británico de John F. Kennedy, hace cierta observación que es bastante astuta como generalización amplia:

“No importa lo difícil que fuera la situación (La Gran Depresión de 1929-19349 habría de ser la peor), Los Estados Unidos respondía de manera liberal. Hasta 1945 y después, respondía, no anulando la constitución o alguna sección de ella, sino expandiendo sus límites. Según las normas establecidas a finales del Siglo XX, Los Estados Unidos era a principios una democracia enormemente eficaz: sólo los ciudadanos negros y los blancos más pobres por lo general no podían votar en el Sur. Sólo en cuatro estados, todos en el oeste, las mujeres no tenían este derecho. Habían defectos, pero los estadounidenses creían que la cura para estos males de la democracia era más democracia.”.

Brogan procede a citar las enmiendas constitucionales a principios del Siglo XX que legalizaron la elección directa de los senadores federales y el sufragio de las mujeres. Agrega el movimiento, que en realidad comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, para darle el derecho al voto a las personas de raza negra que vivían en el Sur.

Como método general, desde que la Guerra Civil terminó hasta principios de los 1970—es decir, durante aproximadamente un siglo—las diferencias que existían acerca de los límites de la democracia se resolvían, en última instancia, a través de la expansión formal de la democracia política, sobretodo a través de la expansión de los derechos políticos. Es mas, la expansión de estos derechos fue una y otra vez la manera en que la élite gobernante se adaptaba a las crisis internas y a las presiones de oposición social desde abajo.

Las decimotercera, decimocuarta y decimoquinta enmiendas a la Constitución—ratificadas del 1865 al 1870, o sea, durante el Período de la Reconstrucción—expresaron el ímpetu revolucionario y democrático de la Guerra Civil. Abolieron la esclavitud; le dieron la ciudadanía a los ex esclavos y toda persona nacida en Los Estados Unidos; le prohibió a los estados privar al pueblo de las garantías procesales debidas o de la protección igual ante la ley; le prohibió al gobierno federal y a los estados a limitar el derecho al voto de todo ciudadano por motivo de raza, color, o previa condición de servidumbre.

La decimoséptima enmienda, ratificada en 1907, estableció la elección de los senadores del gobierno federal a través del voto popular directo. (Anteriormente, los dos senadores de cada estado habían sido nombrados por las legislaturas de los estados.) Este cambio constitucional fue consecuencia de la protesta social que crecía contra los grandes monopolios y la manera en que éstos dominaban al Congreso nacional.

La enmienda decimonovena, ratificada en 1920, estableció el sufragio de las mujeres.

La enmienda vigesimotercera, ratificada en 1961, le dio a los residentes del Distrito de Columbia el derecho a votar para presidente.

La enmienda vigesimocuarta, ratificada en 1964, prohibió el impuesto de capitación en elecciones federales. Esta enmienda fue ratificada en reacción a las luchas por los derechos civiles en el Sur, específicamente el derecho al voto.

La enmienda vigesimosexta, ratificada en 1971, bajó la edad para votar de 21 a 18. Este cambio provino del movimiento de masas que se opuso a la guerra de Vietnam. Esta enmienda se basó en la lógica que si uno era suficientemente maduro para luchar y morir por el Tío Sam, uno era entonces suficientemente maduro para votar.

Ocho de las enmiendas ratificadas después de la Ley de los Derechos (las primeras diez enmiendas a la Constitución) pusieron en práctica la expansión legal de los derechos políticos y fortalecieron el principio de la soberanía popular.

Además, El proyecto de Ley del Derecho al Voto de 1965 criminalizó procesos de registro discriminatorios que efectivamente habían privado los derechos políticos a las personas negras del Sur. Le dio el poder a supervisores federales para que se apoderaran del registro para votar. En 1960, sólo 22,000 personas de raza negra se habían registrado en el estado de Mississppi para votar. Para finales de 1965, 175,000 se habían registrado. El Acta de los Derechos Civiles de 1970 expandió y fortaleció las disposiciones del Acta del Derecho al Voto.

Después de 1971, sin embargo, la tendencia hacia la expansión legislativa y constitucional de los derechos democráticos en general, y de los derechos al voto en particular, cesó en su mayor parte. (La mayor excepción fue el dictamen de la Corte Suprema de Los Estados Unidos en 1973 que legalizó el aborto. Este fue más un último suspiro de reforma democrática que una nueva era de expansión. Desde ese entonces ha sucedido una serie de acciones federales y leyes estatales que limitan el derecho al aborto de las mujeres, derecho sostenido en el caso Roe contra Wade. El presidente actual de la Corte, William Rehnquist, fue uno de dos jueces de la Corte Suprema que votó en contra de este caso clave.)

Los últimos treinta años han visto el decaimiento aun más pronunciado de las instituciones burguesodemocráticas y la reducción de los derechos democráticos. En las capas más altas de la élite gobernante y del estado capitalista, la reacción a las contradicciones sociales y políticas ha a tomado formas parlamentarias más y más extraordinarias y conspiratorias.

Cada década produce crisis políticas peores que van marcando la intensificación de la desintegración. Los 1970 fueron la década de Watergate, que reveló como la Casa Blanca de Nixon recurrió a la criminalidad total. Al usar los métodos del gangsterismo, Nixon reaccionaba a la masiva oposición popular a la guerra de Vietnam y a las inquietudes sociales y luchas obreras militantes de las ciudades.

Los 1980 vieron que los métodos ilícitos y anti constitucionales que se usaron en el escándalo Irán-Contra tuvieron mayor alcance. Oficiales militares y funcionarios derechistas de espionaje, que operaban desde el sótano de la Casa Blanca de Reagan, funcionaban como si hubieran sido un gobierno clandestino que, en violación de una ley lo prohibía, vertía armas y dinero a milicias contrarrevolucionarias y a escuadrones de la muerte en Centroamérica.

En los 1990, la derecha republicana usó los métodos sucios de la provocación y la subversión para desestabilizar y derrocar el gobierno de Clinton. Durante 1995-96, esto adquirió la forma de parálisis del gobierno federal, cortesía de los dirigentes republicanos del Congreso nacional.. A fines de década, el Partido Republicano, cuando trató de enjuiciar y desacreditar a Clinton en el Senado, había llegado al precipicio de un golpe de estado.

La década concluyó con el robo de las elecciones presidenciales. La nueva década comienza con la instalación de un presidente basada en el fraude y la usurpación política.

Mientras la criminalidad y la ilegalidad han aumentado de década en década, la oposición de la prensa y de los círculos políticos a tales métodos ha disminuido. Watergate terminó con la renuncia de Nixon y el fallo condenatorio/encarcelamiento de muchos cómplices importantes. En cuanto al escándalo Iran-Contra, el Congreso actuó para suprimir los aspectos más concluyentes de la conspiración; Reagan y su lugarteniente principal, Oliver North, salieron impunes. Durante la campaña para enjuiciar a Clinton, los medios de difusión funcionaron como agencia de prensa a favor de los conspiradores. En las elecciones del 2000, jugaron un papel igualmente reaccionario.

Esta serie de sucesos nos muestra una entidad política cuya capacidad para luchar contra tendencias anti democráticas se ha puesto más y más débil. Es como una persona cuyo sistema inmunológico ya no puede contener a los virus. Extendamos la analogía: en las elecciones de 2000, el paciente sucumbió.

Otros ejemplos de la decadencia de la democracia estadounidense durante este período son: la purgación de diputados federales y funcionarios públicos prominentes durante los 1970 y 1980 para separarlos del establecimiento político; el fomento y la legitimación de elementos fascistas y de extrema derecha por parte del Partido Republicano y los medios de prensa, inclusive la derecha cristiana; la camarilla de cabildeo pro armas de fuego; los fanáticos contra el derecho al aborto; grupos anti rentas internas y defensores de los derechos de los estados; las milicias; la promoción demagógica de la ley y el orden y el “derecho de las víctimas”; y la disminución de los derechos civiles por las cortes y los tribunales.

El asalto contra los derechos democráticos verdaderamente comenzó con el ataque dirigido por el gobierno contra las luchas sindicalistas y el derecho a la huelga. La década de los 1980, comenzando con el aplastamiento de la huelga de los controladores del tráfico aéreo (PATCO), fue un período de ataques implacables contra los derechos de los trabajadores. Vieron la resucitación de métodos de violencia clasista que no se habían visto en la esfera política desde la Segunda Guerra Mundial: el uso de esquiroles, de polizontes profesionales y de ejércitos industriales; interdictos, multas y acusaciones fraudulentas contra los sindicatos; y asesinatos en las líneas de piquete.

Durante ese período, la decadencia del sistema político y la erosión de su contenido político obviamente se han expresado en la disminución de la cantidad de votantes que se presentan a las urnas, lo cual indica que la base popular de los partidos capitalistas se está achicando. La culminación de este proceso en las elecciones del 2000 es un ataque desnudo contra el fundamento de la democracia estadounidense: el derecho al voto, lo cual había sido algo impensable no hace mucho tiempo.

Las atrocidades estadounidenses, tales como en la Guerra de Vietnam, ya hace tiempo que hicieron añicos las pretensiones pacifistas de Los Estados Unidos. Pero éste todavía llevaba en su mano la carta del triunfo: la capacidad para presentarse como baluarte mundial de la democracia. Esto fue una pretensión mezquina, revelada de mil maneras por las operaciones prácticas del sistema estadounidense de dos partidos. No obstante, se quedó gozando de una capacidad bastante eficaz para engatusar a los trabajadores e intelectuales no sólo dentro del país mismo, sino alrededor del mundo.

Puede que el capitalismo sea cruel y fomente la desigualdad económica, pero por los menos el pueblo tenía el derecho a votar por sus representantes. Hasta el punto en que la mayoría de los pueblos del mundo erróneamente identificaban al estalinismo con el socialismo, la burguesía estadounidense podía contraponer su democracia a los métodos despóticos del régimen soviético.

Pero las elecciones del 2000 han acabado con todas estas ilusiones y, por consiguiente, le han privado al imperialismo estadounidense del arma ideológica más importante en la lucha contra el socialismo.

El socialismo y la defensa de los derechos democráticos

Las conclusiones políticas que este análisis produce son de largo alcance, y hemos de trabajar duro para elaborar las implicaciones que guardan para nuestro movimiento. Evidentemente, debemos anticipar y prepararnos para un período de radicalización de las masas y el resurgimiento de un nuevo interés por las ideas socialistas y revolucionarias.

En este momento me gustaría mencionar un tema programático de importancia: nuestra actitud general hacia las cuestiones democráticas y la defensa de los derechos democráticos. Cuando examinamos la prensa de los ex radicales de clase media, es sorprendente lo poco que les interesa el derecho al voto, cuestión que se ha presentado de manera tan tajante en Los Estados Unidos. Se sienten satisfechos de sí mismos; y el desprecio que le tienen a problemas de este tipo no refleja los sentimientos o los intereses de la clase obrera. Más bien refleja la indiferencia generalizada de la burguesía liberal.

Aún cuando existe amplio y justificado desprecio por los políticos y los partidos oficiales, para el pueblo trabajador, especialmente entre los sectores más oprimidos de la clase obrera, el derecho al voto es un tema de significado profundo. Que el establecimiento político y los medios de prensa hayan abandonado toda defensa seria de este derecho político refleja, en la esfera política, el abismo económico que separa a la élite rica de las masas. En Los Estados Unidos existe un vacío político que el movimiento socialista debe llenar.

Tenemos que ser muy susceptibles y adoptar una actitud activa y agresiva hacia toda cuestión que tenga que ver con los derechos democráticos. El movimiento socialista tiene que presentarse ante las masas como campeón de los derechos democráticos. Esto lo hacemos desde el punto de vista de los intereses independientes de la clase obrera. Nuestra misión docente consiste en demostrar que solamente la clase obrera puede darle dirección seria a la lucha para defender los derechos básicos; y que esto sólo puede cumplirse basándose en un programa que procede no de los límites impuestos por la sociedad capitalista y el estado-nación, sino más bien desde el punto de vista de la lucha unida e internacional de la clase obrera por un mundo socialista. Si la clase obrera muestra su compromiso con los derechos democráticos y que está lista y preparada para defenderlos, atraerá a las capas más progresistas de la clase media y socavará a la extrema derecha.

Es desde este punto de vista que el World Socialist Web Site [Sitio de la Maya Mundial Socialista], paciente pero implacablemente, ha tratado de desenmascarar la cobardía y la impotencia de los liberales, de los Demócratas y sus monaguillos en la burocracia de los sindicatos obreros. Nuestro deber es revelar las raíces sociales de su postración y demostrar que, a fin de cuentas, ellos no pueden jugar ningún otro papel que el de ser cómplices en la destrucción de los derechos básicos. Existen cuestiones cruciales acerca de la orientación política, la ideología, la historia y la filosofía que tienen estudiarse y explicarse en relación a la decadencia del liberalismo. Este proceso ha de llevarnos inevitablemente a la estructura clasista de la sociedad y a la misma índole del sistema capitalista.

Esto no significa que el derecho al voto es la última palabra en cuanto a la cuestión de los derechos democráticos. Para nosotros, la democracia tiene un contenido mucho más rico que abarca la participación democrática y activa de los productores en las decisiones -políticas, sociales, económicas y culturales -que afectan sus vidas. No obstante, el derecho elemental que las masas tienen al voto tiene un significado progresista y no se puede avanzar a una democracia más amplia, para no decir al socialismo, si no defendemos este derecho de la manera más comprometida.

Esta cuestión es particularmente importante durante un período como el nuestro, cuando el movimiento socialista ha sufrido enormes atrasos y los crímenes de las burocracias sindicalistas han resultado en la disminución de la conciencia socialista entre las masas amplias del pueblo trabajador. Durante tal período semejante, la lucha acerca de cuestiones democráticas para muchos representará una fase en la evolución hacia el socialismo revolucionario. Nuestro movimiento tiene que alentar esta evolución.

Este enfoque evidentemente ha encontrado una profunda reacción en Los Estados Unidos y a nivel internacional. Aquellos que han leído la correspondencia acerca los artículos que la WSWS ha publicado sobre la crisis política en Los Estados Unidos—y la correspondencia que hemos publicado es sólo una fracción de la que hemos recibido—no pueden negar que nuestro análisis y polémica han evocado cierta reacción entre los sectores más serios y de mayor conciencia política de la población. A la WSWS más y más se le ve como oasis de pensamiento político progresista, democrática y socialista y como lugar de reunión para aquellos que buscan una perspectiva para la lucha.

Este enfoque sobre los problemas de los derechos democráticos asume mayor importancia durante un período de desorientación política y, hemos de añadir, de transición hacia el renacimiento de la conciencia socialista. Pero está arraigado en la índole de la época y en los problemas fundamentales de la revolución socialista. En realidad surge de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, la cual no es simplemente, o siquiera principalmente, un programa para los países en desarrollo, sino una perspectiva para la revolución socialista durante la época imperialista. La clase obrera debe asumir la dirigencia de la defensa de los derechos democráticos no solamente en los países donde el capitalismo permanece subdesarrollado, sino en todos los países. Si la burguesía liberal demostró su impotencia durante la época de las victorias fascistas durante los 1920 y los 1930, ahora esa impotencia es mucho más profunda.

El movimiento socialista de los obreros defiende los derechos democráticos del pueblo trabajador basándose en el programa de la revolución mundial socialista y en la lucha para llevar a la clase obrera al poder. La creciente crisis de gobierno burgués en Los Estados Unidos dicta esta perspectiva.

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