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¿Quien será el siguiente en ser bombardeado
por los Estados Unidos?
Por el consejo editorial
26 Marzo 1999
El bombardeo de Yugoslavia por los Estados Unidos ha abierto
un nuevo capítulo en el uso de la fuerza militar en el
mundo por parte de América. En las justificaciones públicas
del ataque, provistas por Clinton y otros oficiales, la cuestión
de la soberanía nacional de Yugoslavia ha sido ignorada.
No es necesario ser un partidario del hombre-fuerte serbio
y presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, y su política
brutal, para admitir que hace mucho tiempo que Kosovo está
reconocido como parte del territorio de Yugoslavia. La guerra
actual establece un nuevo precedente, es decir, el derecho de
las potencias capitalistas más poderosas, sobre todo los
Estados Unidos, a atacar militarmente a cualquier país
por la política que lleve a cabo su gobierno dentro de
sus propias fronteras.
Esta nueva doctrina tiene sorprendente y siniestra transcendencia.
Hace menos de diez años Washington se vió obligado
a justificar su agresión contra Irak con el argumento de
que Bagdad había provocado el ataque contra sí al
invadir otro país, Kuwait. Es más, el gobierno de
Bush sintió la necesidad de conseguir la autorización
de las Naciones Unidas para la guerra del golfo. Ahora, parece
que ninguno de estos principios de ley internacional son utilizados.
¿Sobre qué base, pues, ha lanzado Washington
la guerra actual? En su discurso del miércoles por la noche
en la Casa Blanca, Clinton justificó el bombardeo con motivo
de que la intervención de la OTAN era necesaria para detener
la represión que está llevando a cabo Belgrado contra
los albaneses en la provincia de Kosovo.
En su resumida historia del conflicto en los Balcanes, Clinton
omitió el incendiario papel jugado por los EE UU, Alemania
y otras potencias occidentales, que precipitó la guerra
civil en la región y su contínuo apoyo a los autócratas,
como Franjo Tudjman en Croacia, quien ha llevado a cabo una política
de limpieza étnica no menos bárbara que la realizada
por Milosevic.
Pero, incluso si aceptamos los argumentos de Clinton como buena
moneda, se presenta una cuestión crítica: ¿están
los EE UU haciendo valer su derecho, en efecto su obligación,
a usar la fuerza militar contra todos los Estados soberanos que
violen los derechos de minorías étnicas dentro de
sus fronteras?
Si éste es el caso, Washington está obligado
a alterar radicalmente su actitud hacia una larga lista de países.
Por ejemplo, debería adoptar la causa del nacionalismo
tamil en Sri Lanka y cancelar su apoyo al régimen de Colombo,
el cual prosigue su sangrienta guerra contra los tamiles del noroeste
de esa nación isleña.
También debería preparar su ejército para
atacar a su actual aliado, Turquía, la cual prosigue una
política de represión policíaca-militar contra
su considerable minoría kurda mucho más salvaje
que la que prosigue Milosevic contra los kosovares.
¿Y qué pasa con la represión de los vascos
por parte de España durante décadas? ¿Y Chechnya
y Ossetia, en Rusia? ¿Y Nagorno-Karabakh, en Azerbaijan?
Moviéndonos más hacia el Este, existe una lucha
explosiva de la población musulmana de Cachemira, en India.
El continente africano está repleto de conflictos entre
las minorías tribales y los grupos dominantes.
No olvidemos el apoyo de América a Israel a pesar de
la prolongada represión por ese país contra los
derechos de los palestinos.
¿Y qué sucede con la agitación de minorías
en las mismas fronteras de EE UU, como los quebecois en Cánada
y los indios mayas de Chiapas, en Méjico? ¿No debería
el Pentágono volver sus vistas hacia lugares como Ottawa
y la ciudad de Méjico?
¿En qué principal criterio se basa Washington
para distinguir luchas legítimas contra la opresión
nacional en el nombre de quien hay que lanzar bombas y misiles,
y su norma para determinar qué naciones deben ser atacadas?
En efecto, tal criterio nunca se ha presentado, por la simple
razón de que no existe.
Desde esta lista parcial de puntos explosivos étnicos
y nacionales alrededor del mundo, es evidente que la política
de los EE UU no está basada en ningún principio
moral, ni universal. Al contrario, Washington apoya vigorosamente
a una gran cantidad de países que llevan a cabo una represión
sistemática de sus minorías nacionales.
En realidad, la actitud de los EE UU en cada caso está
determinada por el concepto que predomina en la élite gobernante
de acuerdo con los intereses económicos y geopolíticos
del capitalismo americano. Incluso el inicio de un análisis
objetivo demuestra que la política de Washington es totalmente
oportunista e hipócrita. Hasta qué punto es capaz
el gobierno de ocultar este hecho al pueblo americano, se lo debe
a los medios de información, ninguno de cuyos representantes
se atreve a desafiar las banalidades y mentiras de Clinton, Madeleine
Albright y compañía.
Los razonamientos del gobierno de Clinton para bombardear Yugoslavia
presentan una fórmula que puede ser utilizada para justificar
la intervención de los EE UU en cualquier parte del mundo.
Según cambian las circustancias, la inexperta democracia
de hoy puede convertirse de la noche a la mañana en Estado
delincuente. Es más, ésto provée un
marco político para explotar y manipular los agravios de
distintos grupos nacionales y étnicos, no con objeto de
fomentar objetivos de paz, democracia o derechos humanos, sino
para estimular el impulso del imperialismo de los EE UU hacia
el dominio del mundo.
Este ha sido durante mucho tiempo el modus operandi del imperialismo
occidental en los Balcanes. Desde el siglo pasado, las grandes
potencias - Alemania, Rusia, Inglaterra, Francia - se han hecho
pasar como campeones de varios grupos nacionales y étnicos
en la región, provocando amenudo conflictos entre ellos,
para defender sus intereses en Europa Central. Al final del siglo
veinte, los EE UU han surgido como el exponente más cínico
y despiadado de esa política, con resultados catastróficos
para los habitantes de esta región.
Un artículo en el Wall Street Journal del jueves
proporciona una expresión particularmente crasa de esta
política de manipulación. Escrito por Zalmay Khalilzad,
director de estudios estratégicos en RAND, llama a los
EE UU a armar al (ELK) Ejército de Liberación de
Kosovo y a utilizarle como una fuerza de choque contra el régimen
de Belgrado. El autor escribe: Según cambie la balanza
de fuerzas sobre el terreno, es posible que Belgrado se incline
a aceptar las demandas occidentales.
Indicativo de la imprudencia que caracteriza a los fabricantes
de la política de los EE UU, el autor del Journal declara
que tal política sólo puede ser efectiva si los
EE UU y la OTAN están preparados a estacionar gran cantidad
de tropas en la vecina Albania, lo cual serviría como santuario
para el ELK, y también Macedonia. Con un descarado cinismo,
Khalizad advierte: "El apoyar a una insurgencia no ata las
manos a Washington. Los EE UU podrían modular su apoyo
a los Kosovares según se vaya desarrollando la situación
en Kosovo y Belgrado.
¿Donde aplicará Washington su fórmula
de intervención militar próximamente? Ya hemos nombrado
varios puntos de conflicto que son candidatos para la siguiente
erupción del militarismo americano. Y hay otros.
Es aconsejable que la población mundial siga de cerca
las emanaciones de los medios de información americanos
en los próximos meses. Si, por ejemplo, el New York
Times, o la red de noticias, empezara a desarrollar una profunda
preocupación por una situación inquietante en el
Tibet, sería lógico tomarlo como prueba de una creciente
marea de militarismo anti-chino en la clase dirigente de los EE
UU
Ningún país, ni aún los más íntimos
aliados de los EE UU - y sus mayores rivales - en Europa y Asia,
están totalmente a salvo. Detrás de los tópicos
de paz y democracia, el imperialismo americano se está
lanzando a una política de dominio global con consecuencias
potencialmente catastróficas.
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