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: Español
Lo que el caso de Pinochet revela sobre Gran Bretaña
Chris Marsden y Julie Hyland
9 Enero 1999
Cuando los abogados del ex dictador chileno vuelvan a la Casa
de los Lores el 18 de enero, para confirmar el veredicto del 28
de octubre de la Alta Corte, concediéndole "inmunidad
soberana" contra cualquier proceso, contarán con el
apoyo de importantes sectores del liderazgo británico.
La oposición tory, las grandes compañías,
la Iglesia de Inglaterra y un sector importante de la prensa inglesa
se han unido en defensa del general. Margaret Thatcher, la ex
primera ministra conservadora es la que más ha clamado
por su excarcelación. Esta baronesa, en una carta al Times,
escribe que el general "siempre fue un buen amigo de este
país". Cautela que toda manera de intervenir en la
"transición democrática chilena" implicaría
"un peligro para nosotros". El día en que el
Secretario de Interior Jack Straw dio permiso a la extradición
española, Thatcher dijo que la libertad de Pinochet favorecía
"los intereses de Chile y de Gran Bretaña".
Pinochet toma el poder en 1973, a través de un golpe
de estado, producto de años de subversión, en colaboración
con las agencias de inteligencia norteamericanas. Derroca al gobierno
democrático del Partido Socialista del Presidente Salvador
Allende. Sigue con una campaña terrorista para capturar,
detener en campos de concentración, torturar y asesinar
a decenas de miles de sus opositores del Partido Socialista, del
Partido Comunista, incluyendo también a grupos, intelectuales,
obreros y campesinos de izquierda. Poco después organiza
la infame Operación Cóndor, que marca la colaboración
de Pinochet con otras dictaduras latinoamericanas, como las de
Brasil y Argentina, para cazar, raptar y asesinar refugiados.
Entre sus víctimas caen ingleses, norteamericanos, y otros
extranjeros. Su alcance criminal llega hasta Washington, donde
se asesina a Orlando Letelier, Ministro de Defensa y Relaciones
Exteriores del gobierno de Allende. No obstante, Thatcher y compañía
no sienten la necesidad de ninguna disculpa en su defensa de este
déspota, o de siquiera reconocer la repulsión que
millones de gente siente frente a esos crímenes. Su posición
se puede resumir en una sola oración: "¿Esperaban
quizás alguna otra cosa?" Las implicancias de esa
oración deben ser evaluadas con cuidado. Sobre la base
de las palabras de Thatcher ¿Cabe alguna duda de que si
la clase dominante inglesa se sintiera amenazada de manera similar
a la chilena, no operaría del mismo modo?
Gran Bretaña tiene un largo récord de apoyo a
dictaduras en otros países. Incluso ha instalado algunas.
Acordémonos que importantes sectores de las elites británicas
apoyaron una alianza con Hitler antes de la segunda guerra mundial.
En tiempos más recientes patrocinó a regímenes
como el de Suharto en Indonesia. Sólo si le conviene a
sus intereses, recobra la clase dominante su sensibilidad democrática,
como cuando demanda juicio contra el líder Serbio, Slobodan
Milosevic o contra el Presidente de Iraq, Saddam Hussein. Cuando
sus intereses son atacados en casa, no se siente obligada a obedecer
normas democráticas para combatir a sus opositores. Sin
embargo, en la presente situación, hay gran significado
en la defensa de Pinochet por la elite inglesa. Tanto Thatcher
como los que se beneficiaron de su política defienden a
Pinochet porque consideran que su victoria en Chile era una cuestión
estratégica. Durante los años entre 1968 y el primer
lustro de los 1970 hubo una serie de luchas de clase explosivas
en todo el mundo. Comenzando con la huelga general francesa, una
ola de huelgas inundó a los países europeos: Alemania,
Italia y también a Gran Bretaña.
Ese levantamiento militante causó el colapso de las
dictaduras fascistas y militares de Portugal y Grecia. En Los
Estados Unidos, ocurrieron luchas obreras, manifestaciones populares
y protestas masivas contra la Guerra de Vietnam. Dada la posibilidad
de revolución social, tanto en América Latina como
en Europa, los ingleses que apoyan a Pinochet sostienen que sus
acciones eran necesarias para defender al país de la "amenaza
marxista". Justifican su demanda de libertad para el ex mandatario
a que, como ex presidente, merece "inmunidad soberana"
por sus actos. Los abogados del ex general también han
argüido en los tribunales que la carnicería en masa,
con fines políticos y no raciales, no es genocidio.
Nadie se le adelantó al gobierno británico en
aprobar el golpe de Pinochet. El gobierno tory de Edward Heath
fue uno de los primeros en reconocer a la junta militar. En enero
1974 dos delegaciones de alto rango representando a la junta chilena
visitaron a Gran Bretaña para tener discusiones secretas
con el gobierno. Un mes después, una delegación
de oficiales de la Fuerza Aérea Chilena se reunió
con fabricantes de aviones en Londres para discutir la aceleración
de los envíos de pertrechos militares a Chiles. Desde entonces
las FF.AA. chilenas han sido equipadas en gran parte por Gran
Bretaña. Ese mismo año representantes de la junta
se reunieron con la reina.
El apoyo a Pinochet obedecía razones internas. Entre
julio de 1970 y agosto de 1972, hubo cuatro estados de emergencia
en Inglaterra como resultado del aumento de movilizaciones obreras.
En el momento del golpe chileno, Heath acababa de decretar otro
estado de emergencia en respuesta a una huelga nacional de mineros
que amenazaba con extenderse a otros sectores trabajadores.
En enero 1974, el estado de emergencia se fortaleció
con la extensión de la Ley de Poderes de Emergencia, que
le daba el derecho al gabinete tory a gobernar por medio del Consejo
Privado de la Casa de los Lores. Hubo seria discusiones en el
comando del ejército sobre la posibilidad de imponer un
gobierno militar. En secreto, Heath puso al servicio civil, a
la policía y al Ministerio de Defensa en una clase estado
de alerta, antes designado en caso de un "ataque nuclear
menor".
Ese mismo año, el Informe Anual del Consejo Nacional
de Libertades Civiles comenta: "El Parlamento fue disuelto
en el marco de un anticomunismo sin par en los últimos
30 años, con la declaración de un sexto estado de
emergencia, la continuación de un operativo policiaco militar
en el aeropuerto de Heathrow, de dudosa justificación,
cuando el Secretario Interior Robert Carr, admitía que
se usarían tropas en disputas industriales."
Al final Heath evitó una guerra abierta con la clase
obrera. En cambio, organizó elecciones usando el eslogan:
"¿Quién manda el país, el gobierno o
los sindicatos?" El Partido Laborista ganó y por un
tiempo logró calmar las tensiones sociales aumentando sueldos
y adoptando otras medidas reformistas.
Thatcher ascendió el Partido Conservador como crítica
acérrima al fracaso de Heath de darle un golpe decisivo
al movimiento obrero británico. Como discípula de
Milton Friedman, líder espiritual del monetarismo, aplaudió
el éxito de Pinochet cuando éste imponía
contrarreformas económicas basadas en la represión
bárbara de los derechos democráticos. Al mismo tiempo
declaraba su intención de establecer el "modelo chileno"
en Gran Bretaña.
En 1979, el gobierno laborista pierde el poder en el marco
de niveles récord de movilizaciones obreras, que culminan
con lo que se conoce como el "invierno de nuestro descontento."
El gobierno tory que le sigue, al igual que el Presidente Reagan
de Los Estados Unidos, rompe de una vez por todas con la política
reformista del periodo de posguerra. A lo largo de trece años
en el poder, el gobierno de Thatcher trata de destrozar todas
las conquistas sociales de la clase obrera. Medidas de beneficios,
y servicios sociales son tachadas de "socialistas."
El mercado es "librado" de toda restricción.
Los derechos democráticos, incluyendo el de la huelga y
de establecer uniones, son cercenados con dureza.
Durante la huelga minera de un año de 1984 y 1985, Thatcher
denuncia a los mineros de ser "el enemigo interno" y
moviliza a toda la policía y a los tribunales para arrestar
y condenar a la prisión a cientos de obreros y derrotar
la huelga. Todo el aparato de seguridad de Gran Bretaña
es reorganizado para intervenir contra la amenaza interna. Se
crea un departamento especial, el F2, cuyo blanco era el movimiento
obrero y sindical, con una concentración especial en los
grupos socialistas.
Pero el paralelo histórico entre la trayectoria de Pinochet
y el de ese gobierno tory no es el único elemento que motiva
a los que defienden a aquél. No explicaría la posición
del gobierno de Blair. A fin de cuentas el Partido Laborista condenó
el golpe de Pinochet contra un socio suyo en la Internacional
Socialista. Blair fue elegido en 1997, pretendiendo distanciarse
de las confrontaciones de los 1980 y pidiendo una "renovación
moral" de la política británica. En cambio,
el laborismo ha continuado las relaciones con el general y ha
laborado entre telones para por su libertad.
Los derechos estratégicos de la burguesía, que
Blair defiende, están ligados a la suerte de Pinochet.
A pesar de las declaraciones constantes sobre el "fin del
socialismo" y de la lucha de clases, la clase dominante está
muy al tanto de la aguda polarización social que existe
actualmente en Inglaterra. La diferencia entre ricos y pobres
es más grande que nunca en la historia. Ninguna de las
reformas democráticas que prometiera el gobierno de Blair
ha tomado lugar. Sus medidas sociales han beneficiado a las grandes
compañías a costillas de la mayoría. Esa
es una receta de confrontación social.
En esa situación, el caso de Pinochet, ayuda a desenmascarar
cuan débil es el compromiso que tienen las autoridades
británicas con las formas parlamentarias. Al defender la
"inmunidad soberana" de Pinochet, la clase dominante
se reserva el derecho de actuar como actuó él, en
el futuro.
El peligro de esa alternativa crece con la postración
de la opinión liberal y reformista oficial en Gran Bretaña.
Si bien ha habido declaraciones inciertas a favor de la extradición
de Pinochet, apoyo significativo existe a favor del argumento
que un juicio contra el general inflamaría las tensiones
políticas dentro de Chile y que pondría en peligro
la "frágil democracia chilena." Un editorial
en el Guardian hace un año, le aconseja al Secretario
del Interior, Jack Straw, a que se "olvide de su pasada militancia
estudiantil evitando dar la impresión que saciará
lo que desgraciadamente parece ser una sed de sangre de ex izquierdistas.
Aunque sus dioses hayan fracasado, éstos aún reclaman
procesos jacobinos. Las obligaciones de Straw ahora abarcan a
mucho más."
El historiador Eric Hobsbawm ha hecho una de las declaraciones
más francas a favor de la excarcelación de Pinochet.
En la edición del 2 de diciembre del Guardian escribe:
" La opinión circunspecta de los líderes de
la izquierda chilena es que el regreso de un Pinochet inevitablemente
desacreditado y humillado haría el menor daño al
progreso democrático de su país."
Hobsbawm, un stalinista por vida, aconseja la misma cobardía
y conciliación que sus pares chilenos practicaron hace
25 años y que aún practican. Cuando en 1973 el gobierno
de Allende y sus aliados del Partido Comunista se rehusaron a
movilizar a la clase obrera en una lucha revolucionaria, justificando
su posición con el argumento de que el camino pacífico
al socialismo era posible mano con mano con la burguesía
democrática, le abrieron la puerta a la victoria fascista.
La transición a gobiernos civiles, que Hobsbawm aplaude,
sólo fue permitida a cambio de que el Partido Socialista
aceptara suprimir los deseos la clase obrera, por la democracia
y justicia social. También tuvo que asegurar que el régimen
militar permanecería más o menos intacto. Esa perspectiva
plantea el verdadero peligro para los derechos democráticos,
no sólo en Chile, sino también en Gran Bretaña.
Ver también:
Lecciones
polìticas del golpe de Estado en Chile
Declaración de la Cuarta Internacional,
18 de septiembre de 1973
Una
respuesta a los defensores de Pinochet
[17 de Noviembre de 1998]
Entrevista
con el Secretario General de la Asociación de los Arrestados
y Desaparecidos en Chile: "El principio de la justicia y
los derechos humanos tiene que ser rescatado"
[12 noviembre 1998]
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