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Después de la Matanza: Lecciones Políticas de
la Guerra de los Balcanes
Por David North
9 Agosto 1999
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Este artículo apareció originalmente en inglés
el 14 de Junio de 1999. Para leer la versión original haga
click en http://www.wsws.org/articles/1999/jun1999/balk-j14.shtml
En Vísperas del Nuevo Siglo
Con la rendición de Serbia al asalto de Estados Unidos
y de la OTAN acaba la última gran experiencia estratégica
del siglo veinte. Esta carnicería le da al siglo una trágica
simetría. Comienza con la sublevación anticolonial
de los Bóxers chinos. Termina con una guerra que hace completa
la reducción de los Balcanes al status de protectorado
neocolonial de las potencias imperialistas.
No podemos aún dar cuenta de toda la devastación
que los misiles y las bombas yanquis causaron en Serbia y Kosovo.
Hubo al menos diez mil bajas militares. De esas, murieron cinco
mil. La misma suerte le tocó a 1500 civiles. Con la ayuda
de sus cómplices europeos, Estados Unidos condujo 35,000
bombardeos que arrasaron una gran parte de la infraestructura
social e industrial yugoslava. La OTAN estima haber dañado
o destrozado el 57 porciento de las reservas petroleras de ese
país. Casi todas las carreteras principales, las vías
de ferrocarril, y los puentes fueron bombardeados en forma intensiva.
Operan a un nivel marginal los transformadores de las plantas
de energía, y los sistemas de agua potable, de los que
dependen todas las ciudades modernas. Various miles de cientos
de trabajadores han perdido sus medios de vida con la destrucción
de sus fábricas y lugares de empleo. Las bombas dañaron
a muchos hospitales y escuelas que educaban a 100,000 niños
han sido dañadas or destruidas.
Para reconstruir lo que la OTAN destruyó se necesitarán
entre 50 y 150 mil millones de dólares. Yugoslavia no cuenta
con recursos de esa magnitud. Se estima que el producto bruto
yugoslavo disminuirá en un treinta porciento este año.
En los últimos dos meses, el consumo se redujo en casi
dos tercios. Algunos economistas calculan que, sin ayuda externa,
¡pasarán 45 años antes que Yugoslavia logre
la exigua prosperidad económica de 1989!
El bombardeo de Yugoslavia revela la relación esencial
que existe entre el imperialismo y las naciones menores. Los análisis
incriminantes del imperialismo, escritos a principios de siglo
por Hobson, Lenín, Luxemburg y Hilferding, parecen haber
sido escritos ayer. Económicamente, las naciones menores
están a la merced de los bancos y organismos financieros
de las grandes potencias imperialistas. Políticamente,
todo intento de independizarse, acarrea el riesgo de bárbaros
ataques militares. Con mayor frecuencia se les niega a los estados
menores sus derechos de soberanía nacional y se les obliga
a acceder a ser ocupados por tropas extranjeras y a someterse
a controles de naturaleza colonial. A la luz de estos acontecimientos,
es más y más aparente que la caída de los
imperios coloniales durante las décadas de 1940, 1950 y
1960 sólo ha sido un episodio temporal en la historia del
imperialismo.
El ataque contra Yugoslavia debe ser definido más apropiadamente
como masacre que como guerra. Una guerra implica que para los
dos bandos existe al menos algún módico de riesgo
significativo. Nunca en la historia humana ha habido un conflicto
militar más unilateral que entre estos contrincantes. Incluso
los ataques sangrientos y unilaterales de Hitler contra Polonia,
Holanda y Noruega, crearon peligros para el ejército alemán.
Para los Estados Unidos no existió ningún riesgo
militar. Los pilotos de la OTAN y de los misiles dirigidos a precisión
por sistemas computarizados pudieron destrozar una gran parte
de Yugoslavia sin ninguna baja, ni siquiera como consecuencia
de balas extraviadas.
Esta falta de balance en los recursos militares de cada contrincante,
verdaderamente define la naturaleza de esta guerra. En las postrimerías
del siglo XX, los recursos económicos controlados por las
potencias imperialistas garantizan su supremacía tecnológica,
cosa que se transforma en una enorme ventaja militar. Dentro de
este marco internacional, Estados Unidos se ha transformado en
la principal nación imperialista opresora, utilizando toda
su superioridad técnica en el campo de las municiones dirigidas
con precisión, para tiranizar, aterrar y, cuando le es
conveniente, devastar a todo país indefenso y menos desarrollado
que, por una razón y otra, se le ponga por medio.
Desde el punto de vista militar, la campaña de bombas
demuestra nuevamente la potencia mortífera de la máquina
de guerra de EE UU. Sus fabricantes de armas se felicitan entre
sí y se relamen pensando en anticipadas cornucopias de
ganancias, ahora que hay que volver a abastecer el arsenal del
Pentágono. Pero la capitulación serbia es sólo
una victoria pírrica. A corto plazo, Estados Unidos obtuvo
sus metas en los Balcanes. El costo político a largo plazo,
empero, será tremendo. De nada le servirá la rimbombante
campaña propagandística, que pinta a la destrucción
de Yugoslavia con el color de rosa de la filantropía. El
daño que ha sufrido su imagen internacional is irreparable.
Cuando se desmoronó la Unión Soviética, un
aire de confusión política elevó el prestigio
de los Estados Unidos a un nivel no visto desde la segunda guerra
mundial. Por doquier abundaban ilusiones sobre el papel "democrático"
y "humanitario" de esta América septentrional.
Pero muchas cosas han cambiado en esta década. Ese sin
fin de ataques de misiles contra uno tras otro enemigo indefenso
ahora repele a las masas. En todo el mundo los EE UU es visto
como un aprovechado y peligroso valentón sin escrúpulos,
que no vacila ante nada para asegurar sus intereses. La explosión
de ira que conmovió las calles de Beijing detrás
del bombardeo de la embajada china, no se debió puramente
a la propaganda del régimen stalinista y a la incitación
chauvinista. En verdad, ahora muchos entendían que lo que
pasaba en Belgrado podría también pasar en Beijing
en los próximos pocos años. Los representantes imperialistas
más astutos temen que el precio político a pagar
por la caída de la imagen internacional norteamericana
va a ser muy alto. El ex secretario del Estado, Lawrence Eagleburger,
opinó durante una mesa redonda de discusión en el
programa Nightline de la cadena de televisión ABC,
después que Milosevic aceptara las imposiciones de OTAN:
"Proyectamos sobre el mundo la imagen del patrón de
la vereda que con sólo empujar un botón mata a gente.
No nos cuesta nada más que el precio del misil... esa imagen
nos perseguirá cuando tratemos de negociar con el resto
del mundo en el futuro."
La voracidad internacional de una Norte América dispuesta
a usar cualquier método para tragarse todo lo que le apetezca
pone nerviosos aún a sus aliados en la OTAN. En público,
presidentes y primeros ministros europeos se muestran reverentes
hacia los Estados Unidos y pregonan su eterna amistad. Pero, a
puertas cerradas, en lugares que creen estar a prueba de los micrófonos
de la CIA los mismos líderes se preguntan dónde
y cuál será el próximo blanco estadounidense.
¿Qué pasará si, y cuando, los intereses europeos
choquen de plano con los de Estados Unidos? Hace un año
las portadas de Time y Newsweek le ponían
a Saddam Hussein el cascabel de criminal. Este año le toca
a Slodoban Milosevic. ¿Quién será en el próximo
año? ¿A quién apodará CNN con el título
de hampón internacional, el primer "Hitler" del
siglo XXI?
Más serio que las declaraciones de solidaridad de OTAN,
es que los líderes de 15 países europeos hayan anunciado,
el mismo día en que se rendía Yugoslavia, que transformarán
a la Unión Europea en una potencia militar independiente.
Oficialmente declaraban que "la Unión debe tener la
capacidad de actuar con autonomía, apoyada con creíbles
fuerzas militares, los medios para decidir usarlas, y la disposición
de hacerlo, los medios para responder a crisis internacionales,
sin prejuicio de las acciones de la OTAN." Con estas palabras
los líderes europeos indican estar convencidos de que para
competir con los Estados Unidos en el mundo, i.e., para sobrevivir,
el capitalismo europeo necesita de una fuerza militar seria que
pueda asegurar y defender sus intereses internacionales. La burguesía
europea no puede tolerar que sólo Estados Unidos tenga
la capabilidad de enviar sus ejércitos por todo el mundo
en busca de una ventaja estratégica geopolítica,
imponiendo sus intereses económicos. Por lo tanto, la competencia
entre las potencias imperialistas está a punto de adquirir
características militaristas, después del ataque
contra Yugoslavia.
No hay diferencia filantrópica entre la guerra balcánica
de 1999 y guerras anteriores. Es sintomática de un virulente
resurgimiento de sus más malignas caraterísticas:
la legitimación del uso de la prepotencia militar contra
los países débiles, en función de los intereses
estratégicos de "las grandes potencias"; la violación
cínica de los principios de soberanía nacional;
la reintroducción de facto del yugo colonial; y
la resurrección de antagonismos inter-imperialistas, que
llevan consigo las semillas de una nueva guerra mundial. La burguesía
internacional no ha podido quitarse de encima los demonios de
principio de siglo. Agazapados, todavía acechan a la humanidad,
en la antesala del siglo XXI.
La Prensa y la Guerra contra Yugoslavia
La propaganda juega un papel clave en todas las guerras. En
la opinión de Josef Goebbels, jefe de propaganda de la
Alemania Nazi: "Imaginemos que la prensa es un gran piano
donde el gobierno puede marcar su compás." Pero el
grado actual de sofisticación tecnológica y el impacto
de la propaganda moderna van mucho más allá del
alcance de lo imaginable durante la segunda guerra mundial. Todas
las técnicas para anestesiar el pensamiento, que usa la
propaganda comercial y de la industria de espectáculos,
florecen en la "comercialización" de la guerra
a las masas. Esa sórdida empresa depende del uso efectivo
de emotivas frases para desorientar al público. En el bombardeo
de 1998 y 1999 contra Iraq, la contraseña fue "armas
de destrucción masiva". Para movilizar a la opinión
pública contra Yugoslavia, se escogió la expresión
"limpieza étnica". En esas palabras se disuelven
todas las complejidades, contradicciones y ambigüedades de
los Balcanes. Se ametrallaba sin cesar al público americano
e internacional con el mismo mensaje: La guerra era para prevenir
matanzas. Todos las imágenes de refugiados albanokosovares
que huían de Kosovo tenían el objeto de mantener
a los televidentes ignorantes del contexto político e histórico
en que se proyectaban. Simplemente se dejó de lado que,
hasta el momento que comienzan a caer las bombas, habían
muerto relativamente poca gente en Kosovo, al menos comparado
con otros conflictos étnicos en otras partes del mundo.
En lo referente al número de albanokosovares muertos directamente
a manos de las fuerzas militares y paramilitares serbias, las
alegaciones desmedidas de los Estados Unidos y la OTAN, de entre
100 y 250 mil muertos, nunca fueron confirmadas ni tuvieron ninguna
relación con la realidad.
Las rutinales comparaciones entre el conflicto de Kosovo y
el Holocausto son una obscenidad. Igualmente absurdo es comparar
a Serbia con la Alemania nazi. La misma Corte Mundial, cuya acusación
de Milosevic tuvo propósitos políticos, limitó
el número de personas con que le responsabilizó
oficialmente a 391. Nadie dice que Milosevic sea un humanitario
compasivo, pero hay otros que son responsables de la muerte de
muchos más, incluyendo Henry Kissinger, quien más
tarde fue condecorado con el premio Nobel de la paz. Por momentos
la propaganda parecía ahogarse bajo en peso de su propia
mendacidad y vacuidades. Que existiera alguna otra justificación
para la guerra que el argumento filantrópico del gobierno
de Clinton, nunca fue reconocido por la prensa, ni siquiera por
aquellos que, pusilánimemente, pusieron en duda la decisión
de bombardear a Yugoslavia.
La prensa no intentó para nada investigar los antecedentes
históricos del conflicto. Cosas claves, como la relación
entre la política económica impuesta a Yugoslavia
bajo instrucciones del Fondo Monetario Internacional, y el auge
de conflictos étnicos nunca fueron planteadas en público.
Tampoco se quiso examinar en forma crítica el papel que
jugaron las políticas norteamericana y alemana en iniciar
la guerra civil balcánica. Nos referimos particularmente
al reconocimiento de independencia de Eslovenia, Croacia y Bosnia.
Ni siquiera hubo susurros sobre la posibilidad de que los serbios
tuvieran razones legítimas para objetar contra las consecuencias
políticas de la súbita disolución de Yugoslavia,
estado que había existido desde 1918. Nunca se explicó
el porqué de las diferencias de actitud de Estados Unidos
y Europa Occidental hacia las ambiciones territoriales y la política
nacionalista de Croacia, Eslovenia y Bosnia, por un lado, y las
de Serbia, por el otro ¿Por qué, por ejemplo, apoyó
Estados Unidos la "limpieza étnica" croata de
250,000 serbios de la provincia de Krajina? No habría ninguna
respuesta.
Por lo general, la prensa suprimió toda información
que legitimaba en lo más mínimo el comportamiento
del gobierno serbio. El ejemplo más infame de mentiras
deliberadas es el reportaje de las negociaciones de Rambouillet.
Primero, constantemente hablaba del acuerdo de Rambouillet,
aunque todos los enterados sabían que lo de Rambouillet
nunca tuvo nada que ver con negociaciones o acuerdos.
Los Serbios habían rechazado un ultimátum,
no negociable.
Para colmo, las prensas europea y americana suprimieron un
elemento clave que podría haber creado una oposición
pública al ataque contra Yugoslavia: el anexo al "acuerdo"
que demandaba que Serbia otorgara el derecho de moverse a sus
anchas a las tropas de la OTAN, tanto en Kosovo como en todas
partes de Yugoslavia. Se cae de madura la importancia de esa cláusula:
Estados Unidos le presentaba deliberadamente a Milosevic un ultimátum
que éste nunca podría aceptar. La prensa siguió
ignorando ese anexo aún después que salió
a la luz en el Internet. El New York Times sólo
se refiere y cita esa sección el 5 de junio, después
de la capitulación serbia. Incluso admite que para persuadir
a Milosevic a retirar las tropas serbias de Kosovo fue necesario
remover el anexo de la propuesta de Chernomyrdin y Ahtisaari.
El Imperialismo en la Región Balcánica
En verdad, la prensa, con su concentración monomaniaca
en la limpieza étnica, impidió que se examinaran
las razones esenciales de la decisión del gobierno de Clinton
de bombardear a Yugoslavia. Desdichadamente, con unas pocas honorables
excepciones, los expertos académicos en la historia balcánica
y en la política internacional no demostraron ningún
interés en denunciar la propaganda oficial. Al contrario,
le dieron su sello de veracidad intelectual al pavoneo humanitario
de los EE UU, al rechazar de plano toda posibilidad de que intereses
materiales en los Balcanes estaban en juego.
Esto a pesar de que salta a la vista que Kosovo tiene muchos
recursos comerciales. El New York Times, sostén
principal del Departamento de Estado, rompe su silencio al respecto
el 2 de junio. En un artículo titulado "El premio:
la cuestión del control de las ricas minas de Kosovo"
dice: "Se ha hecho una serie de repartos no oficiales de
Kosovo. Todos los repartos plantean la cuestión de quién
controlará la importante región minera norteña.
El bombardeo hace difícil encontrar cifras al día
de producción. Los expertos dicen que en esa región,
existen grandes depósitos carboníferos, además
de níquel, plomo, zinc y otros minerales."
Claro está que, por sí solas, esas riquezas no
explican adecuadamente la razón para la guerra. Sería
una gran simplificación de muy complejas variables estratégicas
atribuir la decisión de iniciar una guerra a que existan
recursos naturales en el país atacado. Sin embargo, el
concepto de intereses materiales abarca mucho más que
las ganancias inmediatas para una industria o conglomerado. Las
élites financieras e industriales de los países
imperialistas determinan sus intereses materiales en el marco
de cálculos geopolíticos internacionales.
Existen casos en que terrenos estériles, con recursos naturales
que carecen de valor intrínseco, pueden ser considerados
posesiones estratégicas de gran valor, quizás a
raíz de su geografía o de vagas relaciones y promesas
políticas. Así ocurre con Gibraltar que consiste
en poco más que una roca. Otras regiones, como el Golfo
Pérsico, tienen gran valor intrínseco. Por lo tanto,
las grandes potencias no descansan en su afán de controlarlas.
Ni flotan los Balcanes sobre un mar de petróleo, ni
son tierras estériles. Sin embargo, su significado estratégico
es un factor constante en la rivalidad imperialista por el poder.
Los Balcanes siempre han jugado un papel clave en la balanza del
poder internacional. Esto se debe a su posición geográfica
como importante cruce de caminos entre Europa Occidental y el
Oriente, y como naciones intermediarias para prevenir la expansión
rusa (más tarde, soviética) hacia el sur. Los acontecimientos
balcánicos llevaron a la Primera Guerra Mundial a causa
del ultimátum de Austria-Hungría contra Serbia en
julio de 1914 (similar al ultimátum de los Estados Unidos
y la OTAN, 85 años después) que amenazaba la desestabilización
del precario equilibrio entre los principales estados europeos.
A través del Siglo XX, la actitud estadounidense hace
los Balcanes ha sido determinada por motivos internacionales.
Durante la Primera Guerra, la decisión del presidente Woodrow
Wilson de hacerse el paladín del derecho de autodeterminación
nacional fue motivada en parte por la intención de hacer
uso de las aspiraciones de los pueblos balcánicos en contra
del imperio de Austria-Hungría. Uno de los famosos "14
puntos" de Wilson para finalizar la guerra, defendía
los derechos de Serbia, incluso su derecho a tener acceso al mar.
(Ese derecho peligra ahora que Estados Unidos favorece la secesión
de Montenegro). Al final de la segunda guerra mundial, la intensificación
del conflicto entre la Unión Soviética y Estados
Unidos fue el principal factor en la elaboración de la
política americana hacia el nuevo régimen del Mariscal
Tito en Yugoslavia. La explosión de un grave conflicto
entre Tito y Stalin en 1948 tuvo un impacto importante en la evaluación
norteamericana del rol yugoslavo en mundo. Estados Unidos se transformó
en defensor de la unidad e integridad territorial de Yugoslavia
porque consideraba que el gobierno de Tito impedía la expansión
soviética hacia el Mar Adriático (y por lo tanto,
hacia el sur de Europa y el Medio Oriente).
La disolución de la Unión Soviética cambió
las relaciones entre Washington y Belgrado. Sin el espectro de
la expansión soviética, ya no le interesaba a Estados
Unidos seguir defendiendo una Yugoslavia unida. La política
americana ahora respondía a otra serie de intereses, relacionados
con la rápida reorganización económica de
la ex-URSS y de Europa Oriental, sobre la base de los principios
del mercado capitalista. Luego de un titubeo inicial, los políticos
norteamericanos se hicieron a la idea que el proceso de desnacionalización
económica y de penetración de capitales extranjeros
se beneficiaría con la disolución de las viejas
estructuras centralizadas que habían jugado un papel importante
en las economías burocráticas tipo stalinista. Estados
Unidos y sus aliados de Europa Occidental entonces decidieron
desmantelar la Federación Yugoslava unida. Sencillamente
reconocieron como estados independientes a las repúblicas
de la vieja federación, empezando con Eslovenia, seguida
por Croacia y luego Bosnia. Fue catastrófico el resultado
de esa política. Como indica el profesor Raju G.C. Thomas,
uno de los principales expertos sobre los Balcanes:
"Antes de las declaraciones unilaterales de independencia
por Eslovenia y Croacia y su subsiguiente reconocimiento por parte
de Alemania y el Vaticano, seguidos por el del resto de Europa
y los Estados Unidos, no había matanzas en masa en Yugoslavia.
No había masacres en Bosnia antes de que fuera reconocida
como independiente. La preservación del viejo estado Yugoslavo
hubiese sido un mal menor. Los problemas comenzaron con el reconocimiento,
o con las presiones para el reconocimiento. La antigua Yugoslavia
no había "agredido" a ninguno de sus estados
vecinos. De seguro, la verdadera "agresión" comenzó
cuando el occidente reconoció a Eslovenia y Croacia. Se
abolió la integridad territorial de un estado, creado voluntariamente
y que había existido desde diciembre 1918. En 1991, la
política de reconocer nuevos estados estableció
la manera en que se destrozarían estados soberanos que
existían desde hacía tiempo. Cuando estados ricos
y poderosos deciden desmantelar un estado independiente y soberano
con una política de reconocimiento, ¿cómo
puede defenderse ese estado? No hay forma de disuasión
o defensa en contra de esta manera de destrucción internacional
de estados. En realidad, el occidente, dirigido por Alemania,
y seguido por los Estados Unidos, descuartizó a Yugoslavia
mediante la política de reconocimiento de estados."
[1]
Las transcendencias estratégicas internacionales del
colapso de la URSS le dieron otra razón a los Estados Unidos
y a la OTAN para alentar la disolución de la vieja federación
yugoslava. Estados Unidos estaba deseoso de tomar ventaja del
vacío creado por la caída soviética para
proyectar rápidamente su poder hacia el Este y controlar
las grandes reservas vírgenes de petróleo y gas
natural en las nuevas repúblicas independientes del Asia
central soviética. La región balcánica adquiere
una importancia estratégica excepcional en estas nuevas
circunstancias geopolíticas. Se convierte en una base logística
clave para el lanzamiento del poderío imperialista, especialmente
de los Estados Unidos, hacia Asia central. Esa es la fuente del
conflicto entre Estados Unidos y el régimen de Milosevic.
En realidad, Milosevic nunca se opuso a la creación de
una economía de mercado en Yugoslavia, ni tampoco a colaborar
con las potencias imperialistas. Sin embargo, en contra de lo
que esperaba, la disolución de la Federación Yugoslava
tomó un mal giro para Serbia.
Sin mostrar simpatía por el programa de Milosevic uno
puede bien admitir que la política imperialista balcánica
contiene un doble estándar hipócrita que debilitó
a Serbia y que puso en peligro a todos los serbios en diferentes
partes de Yugoslavia. Mientras que acciones llevadas a cabo por
las fuerzas militares musulmanes de Croacia y Bosnia, que incluían
lo que llegó a denominarse limpieza étnica,
eran consideradas como medidas legítimas de defensa nacional,
las de los serbios fueron denunciadas como una violación
intolerable del orden internacional. Las reglas del juego de la
estructura estatal que resultó de la disolución
de Yugoslavia, ponen fuera de la ley todas las medidas serbias
en defensa de sus intereses nacionales. Al reconocer la independencia
de Eslovenia, Croacia y Bosnia, el ejército serbio se convirtió,
para la "comunidad internacional" imperialista, en una
amenaza agresora contra la soberanía e independencia de
los nuevos estados creados. El comportamiento de minorías
serbias fuera de las fronteras de lo que queda de la vieja federación
también fue considerado un ejemplo de agresión yugoslava.
Cuando la insatisfacción serbia con las consecuencias de
la partición de la península balcánica interfería
con los planes estratégicos del imperialismo americano,
se enfurecía Washington, y llegó a la conclusión
de que había que enseñarle a Serbia una inolvidable
lección.
La Explosión Global del Imperialismo
de EE UU y el Segundo "Siglo Americano"
Aunque el bombardeo de Yugoslavia haya sido una operación
conjunta de la OTAN, fue una empresa norteamericana en su planificación
y ejecución. Ni siquiera la imitación casi cómica
de Margaret Thatcher por el Primer Ministro británico,
Tony Blair, pudo esconder el hecho de que Estados Unidos estaba
al mando. El lanzamiento de los misiles contra Yugoslavia el 24
de marzo de 1999 marcó para los Estados Unidos la cuarta
ocasión en que bombardeaba otro país en menos de
un año. Un poco antes, en búsqueda de las armas
fantasmas de "destrucción masiva" de Saddam Hussein,
el gobierno de Clinton inició una feroz campaña
aérea contra Iraq. En verdad, el bombardeo de Iraq es ahora
algo rutinario en la política exterior americana. Que esta
última década haya establecido un récord
objetivo de actividad militar estadounidense causa asombro y horror.
Este país, que grita a los cuatro vientos y sin hartarse
su amor por la paz interviene con sus fuerzas constantemente en
otros países. EE UU ha lanzado no menos de seis campañas
mayores con bombardeos y tropas terrestres en Panamá (1989),
el Golfo Persa (1990-91), Somalia (1992-93), Bosnia (1995), el
Golfo Persa II (1999) y Kosovo y Yugoslavia (1999). Además
ocupó a Haití (1994-), Bosnia (1995-) y Macedonia
(1995-). Esas aventuras costaron la vida a cientos de miles de
seres humanos en esos diez años. Como de costumbre, el
gobierno y la prensa usan como justificación de esos episodios
la bondadosa preservación de la paz. En realidad esas acciones
son síntomas objetivos del carácter crecientemente
militarista del imperialismo yanqui.
Es obvio e innegable que el colapso de la Unión Soviética
está relacionado a la brutalidad y arrogancia con que Estados
Unidos ha llevado a cabo su proyecto internacional en los años
1990. Importantes capas de la élite dominante norteamericana
están convencidas de que existe una oportunidad sin precedentes
históricos de lograr, por medio del poder militar, una
posición de dominio global, dada la ausencia de opositores
con la necesaria fuerza para poder resistir a los Estados Unidos.
Los arquitectos políticos de Washington y varios institutos
académicos de todo el país argumentan que, con la
abrumadora superioridad militar, el siglo veintiuno será
de los norteamericanos. Eso se contrasta con sus sueños
de posguerra, que fueron frustrados por las trabas creadas por
la existencia de la Unión Soviética. Sin frenos
externos y sin sustancial oposición interna, la misión
estadounidense es arrasar con todo lo que se interponga a la reorganización
de la economía mundial sobre principios capitalistas, a
la manera de y dominados por las empresas transnacionales de Norteamérica.
Opinan que el único ingrediente necesario es que Estados
Unidos supere toda tendencia a evitar el uso del poder militar.
Así lo dijo Thomas Friedman del New York Times al
poco tiempo de estallar la guerra contra Yugoslavia: "La
mano invisible del mercado nunca funcionará sin el puño
solapado. Las ganancias de McDonald dependen de McDonald
Douglas, fabricante de los aviones F-15. El ejército,
la fuerza aérea, la armada, y los marinos americanos forman
ese puño solapado que le abre el mundo a las tecnologías
de Silicon Valley. Sin la América vigilante,
no existe la America Online." [2]
El Futuro de la Guerra y el Culto de los Proyectiles
de Precisión
Recientemente se publicó un libro titulado The Future
of War (El futuro de la Guerra), escrito por George y Meredith
Friedman. Este presenta esos puntos de vista en detalle y sin
pelos en la lengua. Los Friedman, ambos expertos en el espionaje
estratégico industrial, sostienen que el arsenal americano
de proyectiles de precisión otorga un grado de superioridad
militar que garantiza el control del mundo por décadas
si no siglos.
Escriben: "Si bien las guerras van a seguir dominando,
y definiendo al sistema internacional, lo que ayuda el control
norteamericano es la transformación dramática de
la manera en que las guerras se llevan a cabo. En verdad el
poder aplanador y persistente de los Estados Unidos definirá
el siglo XXI. Sostenemos que, lejos de confrontar un episodio
corto dentro de un sistema global de 500 años de duración,
encaramos la apertura de un sistema global totalmente nuevo.
Vivimos en una época profundamente nueva. El mundo que
antes giraba en torno a Europa está siendo reemplazado
por un mundo que gira en torno a América del Norte."
[3] (nuestro énfasis)
Los Friedman opinand que en 1991 la Guerra del Golfo Persa
anticipó esos cambios en el centro del poder mundial. Algo
extraordinario sucedió durante la Operación Desert
Storm proclaman. "Que la victoria haya sido tan unilateral;
que el ejército de Iraq haya sido tan diezmado; que las
bajas del lado americano hayan sido tan pocas, señala un
cambio cualitativo en el poder militar." La manera aniquilante
de la victoria americana de debió al uso de proyectiles
de precisión. Estas son las primeras armas que no dependen
de las leyes de la gravedad o de la balística. Son capaces
de corregir su trayectoria y de concentrarse sobre el blanco.
"Los proyectiles de precisión transformaron las estadísticas
de la guerra y con ello cambiaron la ecuación del poder
político y militar. Los Friedman insisten que la
introducción de proyectiles de precisión "tiene
tanto significado como lo tuvo la introducción de armas
de fuego, de la falange macedónica, y del carro romano,
todos nexos definitorios en la historia humana." Tal como
Europa "conquistó el mundo con armas de fuego",
la aparición de proyectiles de precisión marca el
comienzo de un nuevo período histórico dominado
por los norteamericanos. [4]
Los Friedman concluyen: "El siglo XXI será el Siglo
Americano. Puede que sea extraño decirlo, ya que generalmente
se cree que habiendo sido el siglo XX el siglo americano, se acabaría
la superioridad norteamericana con este siglo. Pero el período
entre la intervención decisiva americana en la primera
guerra mundial y el presente fue sólo un prólogo,
un borrador del poder estadounidense, todavía en proceso
de formación, y constantemente nublado por problemas pasajeros
y desafíos triviales, como el Sputnik, Vietnam, Irán,
y Japón. Retrospectivamente, está claro que las
crudezas y los fracasos americanos nunca fueron nada más
que tropezones de adolescente, de significado temporal y de poca
importancia." [5]
Dejando de lado la validez de sus cálculos sobre la
transcendencia histórica de los proyectiles de precisión,
el hecho de que las opiniones de los Friedman expresan la manera
de pensar de una capa importante de los arquitectos políticos
de los Estados Unidos tiene un significado objetivo considerable.
No hay nada más peligroso que una mala idea a la cual le
ha llegado su oportunidad. Los estrategas del imperialismo estadounidense
están convencidos que los proyectiles de precisión
han hecho de la guerra una opción realista, efectiva y
de bajo riesgo. La decisión de plantearle a Yugoslavia
sólo dos alternativas, "capitulación o destrucción,"
obedece a ese punto de vista.
No es nueva la idea que la fuerza militar es el factor histórico
decisivo. Pero vista teóricamente, expresa un concepto
vulgar y simplista de las verdaderas relaciones que causan procesos
históricos. La política de la guerra y la tecnología
de armamentos no son los factores históricos esenciales
en la historia. Ambos nacen de y están determinados por
factores socioeconómicos más básicos. La
introducción de nuevas armas claramente puede influenciar
los resultados de una u otra batalla, o, en ciertas circunstancias,
de una guerra. Sin embargo, en la larga expansión de la
historia, es un factor subordinado y contingente. Estados Unidos
goza hoy en día de ventajas competitivas en
la industria de las armas. Pero ni esa ventaja ni los productos
de esa industria pueden garantizar el control del mundo. No obstante
el grado de sofisticación de sus armas, los cimientos financieros
e industriales de la preeminencia americana en el capitalismo
mundial no son lo que eran hace 50 años. Su porción
de la producción mundial ha descendido dramáticamente.
Su déficit en el comercio exterior aumenta en miles de
millones de dólares todos los meses. Detrás de la
genuflexión hacia los proyectiles de precisión existe
el concepto de que el dominio de la tecnología de las armas
puede contrarrestar esos índices económicos más
básicos de su fortaleza nacional. Esa es una peligrosa
ilusión. Dejando a un lado su poder explosivo, el financiamiento,
la producción y el despliegue de misiles y armas de alta
tecnología están sujetos a las leyes del mercado
capitalista y a la merced de sus contradicciones. La producción
de tales armas es extraordinariamente costosa. También
debemos tener en mente que en lugar de crear riquezas, el uso
de esas armas las destruye. Por muchos años la riqueza
generada por la labor productiva tendrá que ser destinada
a pagar por las deudas incurridas en la construcción de
las bombas que explotaron en los Balcanes.
Dudamos que la Señora Albright se preocupa con tales
sutilezas. En verdad, la pasión por las "maravillas"
de la tecnología de las armas, y por sus promesas "milagrosas",
es típica de las elites que han llegado, lo reconozcan
o no, a un callejón histórico sin salida, aún
sin saberlo. Desconcertadas ante la complejidad de contradicciones
socioeconómicas domésticas e internacionales, que
apenas pueden comprender y para las que no tienen soluciones convencionales,
ven en las armas y en la guerra los medios de abrirse camino con
carga explosiva a través de sus problemas.
Mirado con el lente de las relaciones políticas prácticas,
la fe total en los proyectiles de precisión parece peligrosa
y temeraria. No ha habido ningún período histórico
con tan rápidos avances tecnológicos. Mas cada avance,
por muy espectacular que sea, crea las condiciones para su propia
y rápida trascendencia por diseños y funcionamientos
aún más extraordinarios. Las conquistas revolucionarias
en las comunicaciones y en las tecnologías de información
garantizan la rápida difusión del conocimiento básico
y de las habilidades necesarias para la producción de proyectiles
de precisión. En 1945 el Presidente Truman y sus socios
creían que el monopolio estadounidense de armas atómicas
sentaría las bases militares del "siglo americano"
prometido al final de la segunda guerra mundial. Ese monopolio
duró menos de cinco años. No hay razón para
creer que la tecnología de proyectiles de precisión
seguirá siendo propiedad exclusiva de los Estados Unidos.
Pero aún si Estados Unidos mantuviera su ventaja en el
desarrollo de proyectiles de precisión, ésto no
garantiza que los americanos sigan saliendo ilesos de las guerras
de la década que viene. Inevitablemente, los ultrajes cometidos
por los Estados Unidos harán más intensas las presiones
para que países que se sientan amenazados preparen importantes
contragolpes. Incluso en casos en que el costo de crear o comprar
proyectiles de precisión sea prohibitivo, alternativas
más baratas y muy mortíferas serán utilizadas.
Estas incluyen alternativas químicas, biológicas
y nucleares. Rusia ya almacena grandes cantidades de todas esas
alternativas. China, India, Pakistán e Israel, por supuesto,
también tienen importantes arsenales de armas letales.
Aunque los recursos de los países económicamente
atrasados no sean suficientes para competir con los Estados Unidos
en términos de armas de alta tecnología, los de
Europa y Japón sí lo son. Analistas europeos insisten
en un mayor gasto militar para la Unión Europea (UE) a
la vez que amortiguan sus declaraciones con palabras que no revelen
su hostilidad hacia los Estados Unidos. Según el Financial
Times del 5 de junio de 1999: "Que Europa dependa de
los Estados Unidos es una revelación desconcertante".
El artículo insiste en que es urgente que Europa tenga
un programa militar propio. Dice: "No se trata de que Europa
esté a la par de los Estados Unidos, misil por misil y
avión por avión. Pero debe poseer la tecnología,
la base industrial y las habilidades militares profesionales para
poder al menos operar mano a mano con los EE UU y no como subalterno."
(nuestro énfasis)
Retorno al Futuro: El Imperialismo del Siglo
XXI
La primera mitad del siglo XX produjo el derroche más
terrible de vida humana en la historia mundial. Como consecuencia
de la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918) y la Segunda Guerra
Mundial (1939 - 1945) se calcula que murieron más de cien
millones de personas. Los marxistas de ese período explicaron
que esas guerras fueron el resultado de las contradicciones básicas
del capitalismo mundial; entre el caracter esencial anárquico
de la economía del mercado basada en la propiedad privada
de los medios de producción y la naturaleza social objetiva
del proceso de producción; entre el sistema de estados
nacionales, las raíces históricas de la burguesía,
y el desarrollo de una economía mundial muy integrada.
Las guerras mundiales fueron el resultado de los conflictos entre
las clases dominantes de los diferentes países imperialistas
por mercados, materias primas, e intereses estratégicos
afines. Al acabar la segunda guerra mundial, Estados Unidos se
había transformado en la potencia capitalista preeminente.
Alemania, Italia y Japón estaban derrotados. Inglaterra
y Francia estaban devastados por el costo de la guerra. Sin desaparecer,
los antagonismos interimperialistas, fueron suprimidos a razón
del conflicto de la Guerra Fría entre los EE UU y la Unión
Soviética.
El colapso de la URSS en 1991, destrabó el impedimento
político sobre los conflictos interimperialistas. Las ambiciones
opuestas de los Estados Unidos, Europa y Japón no se pueden
reconciliar pacíficamente para siempre. El mundo de los
negocios es de una rivalidad despiadada y sin treguas. Conglomerados
que hoy día necesitan colaborar entre sí, por una
razón u otra, mañana se están cortando el
cuello. Como un río, la rivalidad incesante y a escala
mundial entre los conglomerados, ese bellum omnium contra omnes
(guerra de todos contra todos), desemboca finalmente en su forma
más desarrollada y mortífera, en el mar de los conflictos
militares. La integración global de los procesos de producción
no amengua la competencia entre las potencias imperialistas. Paradójicamente,
las aumenta. Como dicen los Friedman, ahora correctamente: "La
cooperación económica cría interdependencia
económica. La interdependencia cría fricciones.
La búsqueda de ventajas económicas es un juego desesperado
que hace que las naciones actúen en formas desesperadas,
algo que la historia confirma." [6]
Un síntoma objetivo, señal que se aproxima una
conflagración internacional, es el aumento en la frecuencia
de roces militares en los 1990. Tanto la Primera Guerra Mundial
como la Segunda Guerra Mundial fueron precedidas de conflictos
locales y regionales. Ahora que las potencias imperialistas tratan
de penetrar en las regiones que el colapso de la URSS ha abierto
a la explotación capitalista, aumenta la probabilidad de
conflictos entre sí. El premio de vida o muerte de disputas
como las que seguramente surgirán de la repartición
del saqueo de ganancias de las regiones petroleras del Caspio
y del Cáucaso, será de mayor poder y posición
mundial. Tales problemas no se resuelven por las buenas. La tendencia
esencial del imperialismo le lleva hacia una nueva guerra mundial.
La Guerra Balcánica y la Opinión
Pública Americana
Hay que notar que a pesar de todos los esfuerzos de la prensa
para manufacturar el apoyo a la guerra, la clase trabajadora norteamericana,
la gran mayoría de la población, se mantuvo impasible.
Es verdad que no hubo manifestaciones importantes contra la guerra.
Pero tampoco hubo muestras sustanciales de apoyo popular hacia
el bombardeo contra Yugoslavia. A diferencia del entusiasmo desembarazado
pro-guerra de los personajes de la prensa, la gente trabajadora
típicamente expresaba confusión y aprensión.
La guerra no ha sido un tema popular de conversación. Cuando
se les preguntaba cómo se sentían sobre la guerra,
por lo general los trabajadores respondían que no entendían
de qué se trataba. Por supuesto, no les agradaba lo que
oían sobre la "limpieza étnica". Al mism
tiempo, sospechaban que las causas de la guerra en Kosovo y en
el resto de la vieja Yugoslavia eran más complicadas que
lo que les decía la prensa. Lejos de suscitar fervor patriótico,
la manera totalmente desigual del conflicto y el impacto del bombardeo
yanqui,ayudaron a crear una atmósfera inquietante en el
público en general. Confirmación de esta evaluación
son las medidas tomadas por el gobierno de Clinton, con la complicidad
de la prensa, para suprimir cuanto más posible las noticias
sobre muerte y destrucción causadas por el bombardeo americano.
Se tomó la decisión de bombardear la principal estación
de televisión de Belgrado luego de que ésta revelara
las primeras consecuencias del bombardeo de OTAN con graves pérdidas
de vida de civiles. Durante las semanas siguientes a ese sangriento
acontecimiento, desaparecieron casi por completo los informes
en persona de corresponsales americanos sobre el impacto de la
intensificación del bombardeo de Yugoslavia. Los reportajes
televisados de Brent Sadler, quizá el último corresponsal
de CNN con un ápice de integridad personal, fueron eliminados.
Era obvio que el gobierno no deseaba que el público estuviera
bien informado sobre el uso de bombas de fragmentación
y de otras verdaderas "armas de destrucción masiva"
contra el pueblo de Serbia, Una indicación aún más
importante de la opinión del gobierno de Clinton sobe el
estado de ánimo popular fue su percepción de que
el público se opondría profundamente a arriesgar
vidas americanas en Yugoslavia.
Claro que el estado de la conciencia política popular
no es muy edificante cuando la población está dispuesta
a aceptar la matanza de gente en otros países siempre y
cuando no haya bajas americanas. Sin embargo ningún gobierno
puede pretender que goza del apoyo popular en una guerra en la
que el pueblo no está dispuesto a aceptar ni el mínimo
grado de sacrificio. Recordemos que más de 25,000 soldados
americanos habían muerto en Vietnam y various cientos de
miles había sido heridos antes que la opinión pública
se volcara contra esa guerra.
No hay nada más intelectualmente estéril y políticamente
superficial que un pseudo radicalismo que permuta análisis
por fraseología superficial e insiste en interpretar la
opinión de las masas, un fenómeno complejo y contradictorio,
con términos ingenuamente "revolucionarios".
Uno se engañaría a sí mismo y a otros si
equiparara la falta de sentimiento pro guerra, es decir que la
disposición pasiva de aceptación que existió
durante la campaña, con una oposición políticamente
consciente al ataque imperialista contra Yugoslavia. Al mism tiempo
no sería menos correcto derivar conclusiones pesimistas
del presente estado confuso de la conciencia popular, o subestimar
las posibilidades actuales de una reorientación política
de la clase obrera. En lugar de pesimismo u optimismo superficial,
es preciso investigar el estado objetivo de las relaciones de
clase que modulan la respuesta de las diferentes capas sociales
a la guerra balcánica.
El Boom Financiero y los Nuevos Partidarios
del Imperialismo
Es muy notable que muchos de los indivíduos que dirigieron
el ataque contra Yugoslavia estuvieron una vez en contra de la
guerra de Vietnam y participaron en los movimientos de protesta
antiimperialista. Todos los líderes principales de la guerra
de la OTAN en su juventud se hubiesen descrito como enemigos del
imperialismo, excepto el primer ministro inglés, Tony Blair,
quien, hasta que Rupert Murdoch lo eligió para dirigir
el Partido Laborista, no tenía historial político.
Como todos saben, el presidente Clinton, evadió la conscripción,
fumó marihuana, y declaró públicamente su
odio hacia las fuerzas armadas americanas. Javier Solana, el socialdemócrata
que se había opuesto a la entrada de España en la
OTAN, es ahora su secretario general. Gerhard Shroeder, el canciller
alemán, gritaba frases marxistas a los cuatro vientos cuando
era líder de la juventud socialdemócrata y se opuso
al emplazamiento de misiles Pershing en Alemania hace sólo
quince años. En los 1970, Joshka Fischer, su ministro de
relaciones exteriores, dirigió un grupo que decía
ser de guerrilla urbana. Más tarde, como líder del
Partido Verde, declaraba su pacifismo intransigente. Una descripción
reciente del New York Times dice: "Joshka Fischer
defiende vocíferantemente la política que antes
denunciaba, enfureciendo así a los ortodoxos de su propio
Partido Verde". El primer ministro italiano, Massimo D'Alema,
lideró el Partido Comunista Italiano, antes de que éste
se transformara en el Partido Democrático de la Izquierda.
La historia política de estos indivíduos no sólo
verifica el conocido refrán francés: "antes
de los 30, revolucionario. Después, puerco" sino que
es una historia típica de la evolución de una ancha
franja de la sociedad burguesa contemporánea.
En los más importantes países capitalistas, la
expansión bursátil que comenzó a principios
de los 1980, afectó profundamente tanto a la estructura
social como a las relaciones de clase. El aumento perpetuo de
las acciones, especialmente la explosión de la valoración
de la bolsa desde 1995, le ha dado a un sector importante de la
clase media, particularmente a una capa de la élite profesional,
acceso a riquezas cuyo tamaño no había podido imaginarse
al comienzo de sus carreras. Estos "nuevos ricos" son
un porcentaje relativamente menor de la población. Sin
embargo, representan un estrato social sustancial y políticamente
poderoso. Gobiernos capitalistas dedican mucho de su tiempo y
energía a satisfacer los crecientes apetitos y cada vez
más exóticos gustos de esta gente. Sin tener que
preocuparse en hacer presupuestos personales o sobre cuánto
dinero les queda, los nuevos ricos disfrutan de niveles de opulencia
personal que la gran mayoría de la población sólo
conoce en el cine, la televisión y en revistas populares.
Hace poco el New York Times publicó un interesante
estudio sobre un nuevo aspecto del mercado de viviendas: "La
mansión de un millón o, en algunas ciudades, de
varios millones, se ha convertido en la estampa de alto rango
de la edad dorada de fines de siglo, no sólo en las zonas
de riqueza tradicional sino en las ciudades del centro de Estados
Unidos, como Memphis, donde anteriormente tales viviendas eran
raras."
Según el Times, estas mansiones "son representativas
de una división económica: la riqueza del boom que
comenzó en 1995, aunque tocó a muchos, fue a parar
en forma desproporcional y en enormes cantidades, a los bolsillos
del cinco porciento más rico de los hogares de la nación.
Estos se han embolsado la mayor parte de las ganancias de la explosión
de valores bursátiles. Miles de multimillonarios han aparecido
de la noche a la mañana. Han usado una gran parte de sus
ganancias para construir mansiones."
El New York Times se refiere a un estudio de Edward
N. Wolff, economista de New York University : "Raramente
en la historia ha habido tan rápido adineramiento de los
ricos... En un período de tres años, el número
de hogares americanos aumentó en un 3 por ciento. En el
mismo período, el número de hogares multimillonarios
aumentó en un 36.6 porciento. En 1998 había 275
mil hogares con más de 10 millones de dólares. Comparado
con los 190 mil de 1995, esto representa un aumento del 44.7 porciento."
El otro lado de este fenómeno consiste en el deterioro
de la posición económica de la gran mayoría
de los americanos durante este período. Dice el New
York Times: "El análisis del señor Wolff
extrae otro elemento de las cifras del Banco de Reserva Federal:
Aunque aumentó la riqueza del 10 porciento más rico,
las del otro 90 porciento disminuyó." [7]
La referencia anterior es una sola de las ventanas que nos
muestran la omnipresente desigualdad social en la América
contemporánea. Se está llegando al punto, si no
se ha llegado ya, en que con el ensanchamiento de la zanja social
desaparece hasta la pretensión de un amplio consenso basado
en tradiciones democráticas. Esa situación no es
sólo el resultado de la tremenda diferencia que existe
entre los ingresos anuales promedios del 10 porciento más
rico y de los del resto de la población. La naturaleza
específica de la forma en que se crea la riqueza, es decir
enriquecimiento por medio de aumento del valor de las acciones,
produce actitudes sociales y políticas profundamente anti-obreros
y pro-imperialistas. Las medidas que hicieron posible la explosión
en el valor de las acciones, tales como la incesante presión
sobre los sueldos, la constante demanda de mayor productividad,
los masivos recortes de servicios sociales, el implacable uso
de despidos para aumentar las ganancias de las empresas; han socavado
la posición social de la clase obrera estadounidense.
Las consecuencias internacionales de las medidas que han puesto
a los índices del Dow Jones y de NASDAQ por
los cielos han sido profundamente trágicas para la gran
mayoría de la gente que vive en los países menos
desarrollados. Más que nada el mercado de acciones es alimentado
y sostenido por un ambiente deflacionario (o deinflacionario).
Este ambiente depende del declive prolongado de los precios de
materias primas. No es un declive que resulta sólo de procesos
económicos objetivos. También resulta de la política
bárbara de las potencias imperialistas que persigue el
objeto de minar la capacidad del "tercer mundo" para
aumentar los precios de materias primas. El ejemplo más
significativo de la relación entre la acumulación
de riquezas en los países imperialistas y la intensificación
de la explotación de los países menos desarrollados
fue la exitosa destrucción de la capacidad de fijar precios
del cartel petrolero OPEC, en que la Guerra del Golfo de 1990-91
jugó un papel importante. Ese fenómeno ha beneficiado
directamente a los que, en los países avanzados, basan
su riqueza en el aumento del precio de las acciones. Por supuesto,
eso no quiere decir que cada individuo que invierte en la bolsa
es un partidario de la política imperialista. Pero no es
posible negar las amplias consequencias sociales y políticas
de estos procesos y relaciones económicos.
Durante la Primera Guerra Mundial, Lenín notó
la relación entre las super ganancias que el imperialismo
extraía de las colonias y la corrupción política
de parte de la clase media y de la burocracia sindical. Aunque
las condiciones económicas y las relaciones internacionales
de 1999 no sean idénticas a las de 1916, opera un proceso
social análogo. El modus operandi objetivo y las
consequencias sociales del prolongado boom bursátil han
permitido al imperialismo reclutar de entre las secciones de la
clase madia superior nuevos y dedicados seguidores. En los Estados
Unidos y Europa impera un clima intelectual reaccionario, conformista,
y cínico, representación del punto de vista de una
capa muy privilegiada de la población sin ningún
interés en investigar las bases económicas y políticas
de sus nuevas riquezas. Este clima es fomentado por la prensa,
al que se ha adaptado una comunidad académica aduladora
y corrupta.
El Estado del Movimiento Obrero Americano e
Internacional
El creciente abismo entre la capa privilegiada, la élite
dominante del capitalismo, y las masas obreras denota un alto
nivel objetivo de tensiones sociales y de clase. Puede parecer
que la falta de un activismo laboral militante en los Estados
Unidos contradice esa evaluación. Pero el bajo número
de huelgas y de otras formas de protesta de masas no es un índice
de estabilidad social. En realidad, el que haya habido tan pocas
claras manifestaciones de conflicto de clase en la última
década, a pesar de la creciente desigualdad social, sugiere
que las actuales instituciones políticas y sociales estadounidenses
no responden ni siquiera en forma limitada al creciente descontento
de la clase obrera. Organizacione sociales tales como los sindicatos
no funcionan como vehículos de resolución de los
agravios populares. Los partidos Demócrata y Republicano
no tienen ningún contacto con las masas. No reconocen ni,
desde luego, proponen soluciones a los problemas básicos
de la vida de los obreros. Cuanto más se ignoren y repriman
los agravios de la clase obrera, en más explosivas se convertirán.
Llegará el momento en que la tensión social, según
adquiere "masa crítica", ha de transformarse
en una erupción social sobre la superficie de la sociedad.
El declive prolongado y la muerte del movimiento sindical norteamericano
es uno de los cambios más esenciales en la vida social
norteamericana de las últimas dos décadas. Tan recientemente
como los 1960, el gobierno de Johnson no podría haber conducido
la guerra de Vietnam sin tomar en cuenta el impacto de su política
en la clase obrera. El presidente Lyndon Johnson resistió
las demandas del Banco de Reserva Federal y de representantes
de las grandes empresas para que recortara los gastos sociales
para combatir los crecientes costos de la guerra. Temía
que medidas de austeridad intensificarían los altos niveles
de conflictos de clase y de desorden social. En 1971, el gobierno
de Nixon intentó resistir las demandas obreras de mejoras
en condiciones de vida mediante la creación de una junta
de sueldos y la imposición un techo de 5.5 porciento anual
en los aumentos de sueldo. El clima social del ese período
era tal que un hombre como George Meany, septuagenario presidente
de la AFL-CIO, el hombre más reaccionario del movimiento
obrero americano, denunció los esfuerzos de Nixon para
controlar sueldos como "los primeros pasos hacia el fascismo."
No obstante esas palabras, Meany más tarde aceptó
participar en la junta de sueldos. Sin embargo al poco tiempo
se vio obligado a renunciar su participación, bajo la presión
de la oposición popular y de una ola de huelgas. Eso causó
que se desmoronara el proyecto de Nixon de controlar los sueldos.
Una combinación de acontecimientos políticos
y económicos a principio de los 1970, sin embargo, alteró
el medioambiente interno e internacional en que funcionaba la
clase dominante americana a su favor. Primero; las graves recesiones
económicas, de 1973-1975 y de 1979-1981 pusieron fín
al boom económico de pos guerra. Las empresas lanzaron
una ofensiva contra los sindicatos, aprovechando el contexto de
un creciente nivel de desempleo fomentado por la política
de altos intereses del gobierno. La primera señal de esta
ofensiva ocurrió en agosto de 1981, cuando el presidente
Reagan despidió a once mil controladores aéreos
en huelga. Una marcha de medio millón de trabajadores sobre
Washington en contra de Reagan en septiembre de 1981 demostró
el apoyo popular hacia los controladores. A pesar de eso, la AFL-CIO
se negó a actuar para forzar la readmisión de los
huelguistas. Así se estableció un patrón
que dominaría los 1980 y 1990. La burocracia sindical siempre
había considerado que la militancia de las bases ponía
en peligro su privilegiada posición. Por esa razón
favoreció las derrotas como vehículo para aumentar
su colaboración con la patronal. Tras una cadena de derrotas
consecutivas en industria tras industria, para fines de los 1980,
en ningún sentido se podía decir que los sindicatos
funcionaba como genuina organización defensiva de la clase
obrera. Las huelgas, que habían sido una característica
explosiva de la vida social norteamericana, disminuyeron cada
año hasta establecer un récord por lo bajo. Se hicieron
comunes los recortes de sueldos y los despidos en la industria
estadounidense, cosas que tradicionalmente habían sido
resistidas con ferocidad.
A pesar de debilidades históricas que habían
hecho muy vulnerable al movimiento obrero americano, así
como su falta de organizaciones políticas independientes,
la ausencia de importantes corrientes socialistas, el bajo nivel
de conciencia de clase, sin dejar de lado la repugnante corrupción
y gangsterismo de la burocracia sindical; el desmoronamiento de
los sindicatos de los Estados Unidos era parte de todo un proceso
internacional. Por todo el mundo los viejos partidos políticos
y los sindicatos de la clase obrera entraban en una crisis agónica
a partir de mediados de los 1980 ¿Cuál fue la causa
esencial objetiva de ese proceso de putrefacción mundial?
Nace la Empresa Transnacional
Las recesiones globales de los 1970 y principios de los 1980
iniciaron lo que sería un cambio fundamental en la manera
básica de la producción capitalista. Hasta ese entonces
el proceso de producción había ocurrido por lo general
en un contexto nacional, aún teniendo en cuenta el inmenso
crecimiento del comercio internacional después de la segunda
guerra mundial. Aunque las compañías multinacionales
en verdad operaban en muchos países, su producción
operaba sobre una base nacional. Por ejemplo, empresas norteamericanas,
como Ford o General Motors, tenían plantas en diferentes
países, pero sólo con el propósito de producir
para el mercado nacional en que se hallaban.
Transformaciones revolucionarias en el transporte y las tecnologías
de computadoras y comunicaciones crearon las condiciones para
un cambio histórico en la organización y las técnicas
de producción capitalista. La forma multinacional de producción
fue transcendida por la empresa transnacional. El significado
esencial de ese cambio fue que ahora era posible organizar y coordinar
la manufactura y los servicios sobre una base internacional.
Alimentadas por movimientos diarios masivos de capital e información,
las transnacionales pudieron por primera vez establecer sistemas
globales que integraban la producción. Eso les permitió
esquivar a la fuerza laboral de sus propios países, y tomar
ventaja de las diferencias regionales y continentales de sueldos
y beneficios sociales.
Ninguna de las existentes organizaciones de masa de la clase
obrera estaba preparada o era capaz de desarrollar una respuesta
efectiva a los avances tecnológicos, con su amplio impacto
en el modo de producción capitalista. Las viejas organizaciones
obreras se basaban en las estructuras productivas centradas en
el estado nacional. Daba lo mismo que se identificaran como socialistas,
comunistas, laboristas, o que, como en los Estados Unidos, abiertamente
se declarasen leales al capitalismo y a los partidos de las grandes
empresas. Creyendo eterna la dependencia de las empresas capitalistas
sobre la mano de obra nacional, los sindicatos consideraban que
su posición era inexpugnable. Mientras pudiesen mantener
control sobre la oferta laboral nacional, mantendrían perpétuamente
su habilidad de extraer concesiones de los patrones. Toda la ideología
reformista del movimiento obrero se basaba en esa complaciente
perspectiva nacional.
Ese enfoque reformista estaba enraizado en los intereses materiales
de la burocracia. Por esa razón, el colapso de esa perspectiva
de ninguna manera acabó con la lealtad y subordinación
de la burocracia hacia el capitalismo. Al contrario, la burocracia
dedicó todas sus energías a preservar sus privilegios
dentro del estado nacional a base de forzar a la clase obrera
a aceptar un nivel más bajo de vida.
El Colapso de la Unión Soviética
La desintegración del Partido Comunista Soviético
(PCUS) y el colapso de la URSS resultaron ser únicamente
la expresión más extrema y explosiva de la quiebra
de los viejos partidos reformistas y burocráticos de la
clase obrera. Claro está que la Unión Soviética
había sido una conquista obrera internacional muy superior
a la creación de sindicatos en los Estados Unidos y Europa
Occidental. Años atrás, la burocracia stalinista
le había usurpado el poder a la clase obrera y exterminado
a la generación de marxistas que dirigió la revolución
socialista. Sin embargo, el PCUS controlaba el poder y gobernaba
basándose en la propiedad que había sido nacionalizada
después de la Revolución de Octubre de 1917. A pesar
de esta diferencia importante, el programa y la ideología
de la burocracia dirigente stalinista eran esencialmente igual
en dos aspectos fundamentales a los de la burocracia laboral en
los países capitalistas avanzados.
En primer lugar, la doctrina soviética de "coexistencia
pacífica" era la versión del Kremlin de la
colaboración de clase que practicaban las burocracias laborales
occidentales. No obstante la histérica propaganda de la
prensa americana, la política de los líderes stalinistas
de la URSS nunca tuvo nada que ver con el marxismo. Ante la contingencia
de luchas revolucionarias dentro y fuera de las fronteras de la
URSS, la posición del burócrata típico era
una combinación de temor personal y de repudio político.
Sin tener otra ambición que gozar de una vida sibarítica
correspondiente a su rol de burocracia, en vez de derrocar al
imperialismo, el liderato stalinista buscaba acomodarse a él.
En segundo lugar, el programa social y económico que
la burocracia administraba era una forma peculiar del nacionalismo
que practicaban sus pares en Europa Occidental. Este falso "socialismo"
del Kremlin siempre se basó en los recursos internos de
la URSS. La burocracia stalinista no deseaba más que la
versión soviética del estado nacional con generosos
beneficios sociales. La falacia básica de ese programa
consistía en que el desarrollo económico soviético
dependía fundamentalmente de los recursos mundiales, de
la economía global y de la especialización laboral
internacional. Era imposible extender la generosidad social basándose
en la autosuficiencia nacional, sin mencionar construir una sociedad
socialista avanzada. Cuando aparece la producción global
integrada, la franja económica entre los países
capitalistas avanzados y la Unión Soviética se ensancha
mucho más que antes. No se trataba sólo de problemas
tecnológicos. Sencillamente no había cupo en el
sistema soviético para las formas transnacionales de producción.
Aún entre la URSS y los regímenes stalinistas de
Europa Oriental, las relaciones económicas permanecían
en un estado extremadamente rudimentario. Por lo tanto, cuando
sube al poder Mijail Gorbachov, lo hace con la misma falta de
soluciones que sus pares en las burocracias laborales de Estados
Unidos y Europa Occidental. Nada resultó de sus desesperados
esfuerzos para improvisar una solución para problemas sociales
y políticos que iban de mal en peor. El experimento catastrófico
con el "socialismo en un solo país" desde un
principio había consistido en el repudio de los principios
del internacionalismo socialista, en que se basó la Revolución
de Octubre. Ahora el experimento llegaba a un fin desastroso con
la disolución de la Unión Soviética en diciembre
de 1991.
Una Crisis de Dirección y Perspectiva
Se puede entender mejor la actual desorientación política
obrera en el contexto de dos décadas de transformaciones
económicas globales, catástrofes políticas
y colapsos de organizaciones. Imaginemos un ejército rodeado
por todas partes de poderosos enemigos. En medio de la batalla,
es abandonado por sus comandantes, los cuales también se
llevan todas las armas y pertrechos. La clase obrera se encuentra
en una situación análoga. Ha sido traicionada por
los partidos y las organizaciones que apoyaba, y en que confiaba.
Lo que complica la cosa es que la inutilidad de las viejas organizaciones
y de sus líderes no es simplemente consecuencia de errores
subjetivos o de corrupción personal. Es un fracaso enraizado
en procesos económicos objetivos que han afectado dramáticamente
la manera de producción y las relaciones de clase. Como
consecuencia, la clase obrera requiere más que un simple
cambio de caras en las viejas y decrépitas organizaciones,
o a mejor decir lo que de ellas queda. No existe "beso de
la vida" que valga para resucitar a los moribundos y reaccionarios
sindicatos burocráticos y las organizaciones políticas
del pasado. Cuanto antes se les dé una patada y se les
quite de enmedio mejor. Lo que necesita la clase obrera ahora
es una nueva organización revolucionaria internacional
cuya estrategia, perspectiva y programa correspondan a las
tendencias objetivas de la economía mundial y del desarrollo
histórico.
Sabemos muy bien que existen legiones de pesimistas convencidos
de la imposibilidad de construir tal movimiento revolucionario
internacional. Uno puede notar que entre los más acérrimos
de éstos están los que hasta hace poco confiaban
totalmente en los sindicatos y creían profundamente en
la permanencia de la URSS. Ayer estaban convencidos que el reformismo
burocrático iba a durar para siempre. Hoy creen con la
misma fe en el eterno triunfo de la reacción capitalista.
La razón del optimismo atolondrado de ayer y del pesimismo
desalentado de hoy es un tipo de superficialidad intelectual y
política. Superficialidad que se caracteriza con una resistencia
y una inhabilidad para examinar acontecimientos dentro del necesario
contexto histórico. También tienen una desafección
hacia la investigación de las contradicciones que yacen
bajo la superficie engañosa de calma social. Hay otras
características, particularmente comunes entre los que
reciben sus sueldos de las universidades, que aumentan y agravan
estas debilidades intelectuales. Nos referimos a una cierta falta
de coraje personal, de entereza y de honestidad.
Confiar en el papel revolucionario de la clase obrera y en
la posibilidad objetiva del socialismo no es cuestión de
fe religiosa. Se trata de una penetración teórica
de las leyes objetivas de la evolución capitalista junto
con un conocimiento histórico, especialmente del siglo
XX. Estos últimos 99 años y medio de historia humana
han dado lugar a muchas luchas revolucionarias de la clase obrera;
en Rusia, Alemania, España, Portugal, Grecia, China, Chile,
Argentina, Vietnam, Hungría, Austria, Sur Africa, Ceilán,
y Estados Unidos. A esa lista corta se podrían añadir
muchos otros países.
¿Sobre cuál base objetiva entonces renacerán
las luchas revolucionarias obreras en el siglo XXI? Es paradójico
que los mismos cambios objetivos del capitalismo mundial que ayudaron
a desorientar y debilitar a la clase obrera en los últimos
20 años, están asentando los cimientos para la renovación
de abiertas luchas de clase, en una arena mucho más amplia
que lo que era antes posible. La principal debilidad de previas
formas de luchas de clase resultaba de su aislamiento nacional.
Aún cuando se declaraba y celebraba la unidad internacional
del proletariado, condiciones objetivas impedían el desarrollo
de la lucha de clase como proceso internacional unido. Pero el
proceso actual de la integración global de la producción
crea la posibilidad de trascender ese límite. Este desarrollo
capitalista no sólo confronta a la clase obrera con la
necesidad objetiva de luchar en la arena internacional, sino que
las transformaciones económicas han creado así mismo
los medios objetivos para realizar la unidad internacional. Primero;
las actividades de las empresas transnacionales y la fluidez con
que se mueven los capitales globales, han estimulado inmensamente
el crecimiento de la clase obrera internacional. En países
y regiones donde casi no había clase obrera hace 30 años,
el proletariado es ahora una fuerza masiva. El proletariado del
este de Asia, que representaba solamente una pequeña parte
de la población hace una generación, ahora cuenta
con decenas de millones. Segundo; la tecnología de la comunicación,
aspecto estructural de la producción transnacional, inevitablemente
facilitará la coordinación de la lucha de clase
a escala global, estratégica y logísticamente.
Internacionalismo y Nacionalismo
Son ideológicas las barreras que dificultan la globalización
la de lucha de clase y la unidad internacional de la clase obrera.
Tienen que ver menos con cuestiones técnicas. En su forma
política más reaccionaria, la prolongada crisis
del movimiento obrero internacional se revela en el ascenso del
nacionalismo. La pérdida de confianza política en
la capacidad revolucionaria de la clase obrera y en la posibilidad
de la revolución socialista ayudó a que volvieran
a levantar la cabeza los programas e ideologías nacionalistas.
En muchas ocasiones se enmascaró el carácter retrógrado
de esa tendencia con el antifaz de la demagogia pseudo izquierdista
de "autodeterminación nacional" y "liberación
nacional". Innumerables tendencias pequeño burguesas
conspiran contra la unidad obrera en los países con poblaciones
heterogéneas. Han escogido basarse en una u otra comunidad
nacional con la intención de evitar la difícil faena
de combatir toda manera de chauvinismo, sea en base de lenguaje,
religión o etnocentrismo. El uso cínico e ignorante
del argot marxista no cambia la esencia pequeña burguesa
de su política. Le dan a la identificación nacional
y étnica más importancia que a la conciencia de
clase. Eso está ligado a la subordinación de los
intereses objetivos de la clase obrera a los intereses políticos
y financieros de las burguesías y pequeña burguesías
nacionales.
Hay señales que indican que ya se acaba el flujo del
resurgimiento nacionalista. En verdad, el impacto de los acontecimientos
yugoslavos debe haber contribuido a desacreditar el prestigio
del nacionalismo y la credibilidad política de la demanda
de autodeterminación. Los horrores de los conflictos entre
grupos comunales que han asolado a los Balcanes revelan las implicancias
reaccionarias del nacionalismo ¿Cuál es el resultado
de la disolución de Yugoslavia? Las maniobras sórdidas
de Milosevic en Serbia, Tudjman en Croacia, Kucan en Eslovenia,
e Izetbegovic en Bosnia han acabado con la vida de decenas de
miles ¿Y para qué? El total del nivel económico
y cultural de los Balcanes ha descendido inmesurablemente. La
Bosnia "independiente" es un miserable protectorado
imperialista. La Croacia "independiente" vive de las
limosnas que le dan los imperialistas. Serbia ha sido arrasada.
Kosovo está dividido en varias zonas ocupadas. El destino
de su movimiento de "liberación nacional", el
UCK, consiste en transformarse en el gendarme de los Estados Unidos.
Todas las comunidades nacionales y religiosas son víctimas
de las guerras civiles. Cada acontecimiento en la disolución
de Yugoslavia es una amarga crítica contra el nacionalismo.
La clase obrera internacional debe aprender lecciones de otro
aspecto de la experiencia yugoslava. La naturaleza unilateral
del conflicto servirá para destruir el mito que rodeaba
la perspectiva de las guerras de liberación nacional. Mito
que nos dice que la derrota del imperialismo se logrará
armas en mano, y no con los métodos de la revolución
socialista mundial. El romanticismo radical pequeño burgués
había estado enamorado de la visión guevarista de
"uno, dos, muchos Vietnams." Esa ilusión ahora
se traduce en "uno, dos, muchos Iraqs " ¿Qué
hay de Vietnam? Con todos sus heroicos sacrificios las masas de
Vietnam siguen dominadas por el imperialismo, a pesar de 30 años
de guerras de liberación nacional. Casi 25 años
después de la captura de Saigón, el Fondo Monetario
Internacional ejerce más influencia sobre la política
de Hanoi que la que ejercían Nixon y Kissinger con los
B-52s yanquis.
Mientras siga existiendo el imperialismo, habrán luchas
armadas en las naciones oprimidas. Sin embargo, la forma de lucha
esencial y decisiva contra el imperialismo es la lucha política
revolucionaria de la clase obrera. En ese contexto, insistir en
la enorme importancia histórica de la lucha de clase en
los países avanzados, sobre todo en EE UU, no implica una
actitud de desprecio o arrogancia hacia los trabajadores y las
masas oprimidas de los países menos desarrollados. Por
el contrario, es parte de un análisis realista del balance
internacional de fuerzas de clase y de un entendimiento de la
naturaleza explosiva de las contradicciones de clase en los centros
del imperialismo. Los que nieguen la posibilidad de una revolución
socialista norteamericana, no sólo niegan como cosa práctica
la posibilidad del socialismo en todas partes sino que abandonan
así toda esperanza en el futuro de la humanidad. No cabe
duda que el resultado final de la compleja e impredecible trama
de luchas mundiales será afectado por el desarrollo de
la lucha de clases norteamericana.
Por ahora, es un hecho social innegable que la conciencia política
de la clase obrera americana es muy baja. Eso no sólo caracteriza
a los obreros. La conciencia es influenciada por los acontecimientos,
no sólo para el mal sino también para el bien y.
Las contradicciones bajo la superficie social estadounidense al
fin y al cabo causarán profundos cambios en la conciencia
de las masas que sorprenderán a muchos. No hay ley que
dicte que las tensiones sociales que tanto agarre tienen en la
estructura de las relaciones de clase de Estados Unidos, sólo
se puedan manifestar en una manera trágica y descabellada
como el tiroteo de la escuela secundaria de Columbine. Para expresarse,
esas tensiones encontrarán métodos más humanos,
democráticos y revolucionarios.
La Función del Sitio Socialista Mundial
Más arriba explicamos cómo la aparición
de la integración global de la producción creó
tanto las condiciones objetivas como los medios para la unidad
internacional de la clase obrera. Las conquistas extraordinarias
en el área de la tecnología de comunicaciones computarizadas,
particularmente la creación del Internet, tienen amplias
consequencias históricas para la evolución de la
lucha de clases. En una manera y con una vertiginosidad casi inimaginables
a comienzo de esta década, han sido eliminados los muchos
obstáculos que limitaban la comunicación entre tendencias
políticas socialistas y progresistas y entre intelectuales,
estudiantes y trabajadores. El monopolio de los medios capitalistas
de comunicación sobre la diseminación de información
ha sido seriamente debilitado. Ahora es posible alcanzar a un
público enorme. La guerra yugoslava reveló las enormes
posibilidades y el enorme significado de esa red mundial. Aún
después del bombardeo de la televisión yugoslava,
un público internacional pudo seguir enterado del impacto
de los ataques de la OTAN mediante el Internet. Mucha de la información
clave, como la cláusula secreta del acuerdo de Rambouillet,
fue esparcida por todo el mundo a través de esta notable
tecnología.
En febrero de 1998, el Comité Internacional de la Cuarta
Internacional fundó el Sitio Socialista Mundial: World
Socialist Web Site (WSWS; www.wsws.org ).
Reconocimos que esta tecnología permitía presentarle
a un gran público internacional un análisis marxista
diario de los acontecimientos mundiales. Estábamos convencidos
de que el WSWS podía jugar un papel decisivo para desarrollar
lo que había hecho falta por muchos años: una genuina
cultura política internacional marxista. Desde un principio
rechazamos una fraseología simplista y formal de slogans
y argot, en favor de un análisis serio de los acontecimientos.
Nuestra tendencia se originó en la lucha de León
Trotsky contra la perversión stalinista del marxismo y
su traición de la Revolución de Octubre. Esa larga
historia nos ha dado la materia intelectual necesaria para sostener
un comentario diario. Con confianza en la fuerza de nuestras ideas,
estábamos deseosos de fomentar un diálogo con lectores
que tuvieran variados puntos de vista. Seguimos creyendo que esa
discusión facilitará la cristalización de
socialistas de todo el mundo en torno a un programa genuinamente
revolucionario e internacionalista.
Las experiencias de este último año han demostrado
la importancia de la labor del World Socialist Web Site
para miles de lectores en docenas de países. Detrás
de la guerra contra Yugoslavia, la necesidad de una discusión
política y una clarificación teórica es aún
más grande y más urgente. El comité de redacción
del WSWS pide a sus lectores que participen en esta discusión
y que hagan todo lo posible para aumentar la influencia del World
Socialist Web Site. De esa manera se asentará el cimiento
para el desarrollo del Partido Mundial de la Revolución
Socialista.
Notas:
1. Nations, States and War, in The South Slav Conflict
(Naciones, Estados y Guerra, en El Conflicto Eslavo
del Sur), editado por Raju G.C. Thomas y H. Richard Friman (Nueva
York y Londres: 1996), p. 225.
2. New York Times, 28 Marzo 1999.
3. The Future of War: Power, Technology & American World
Dominance in the 21st Century (El Futuro de la Guerra: Poder,
Tecnología y Dominio Mundial Americano en el Siglo 21),
(Nueva York, Crown, 1996), p. ix.
4. Ibid., p. x.
5. Ibid., p. 1.
6. Ibid., p. 4.
7. New York Times, 6 Junio 1999.
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