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El significado del arresto de Pinochet y las lecciones del golpe de 1973

5 Diciembre 1998

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A continuación sigue el texto del discurso que Chris Marsden, Secretario Nacional del Partido Socialista por la Igualdad (Gran Bretaña), presentara durante una reunión pública en Sheffield, Inglaterra.

Jack Straw, Ministro del Interior británico, pronto anunciará su dictamen respecto a los trámites de la orden de extradición de España en contra de Pinochet. No hay muchas dudas acerca de la decisión que a Straw le gustaría tomar. Por ejemplo, El Observer ha reportado que Straw ya había escrito su discurso de renuncia porque anticipaba que la Cámara de los Lords iba a sostener el fallo de la Corte Superior que le daba inmunidad soberana al dictador.

En cambio, lo que los Lords le entregaron a Straw fue un cáliz lleno de veneno. Si Straw desea que a Pinochet se le ponga en libertad, ya no se podrá esconder detrás de la excusa que este problema es extrictamente judicial. Además, cualquier intento de defender a Pinochet basado en la compasión, debido a que éste es un “anciano débil y enfermo”, caerá sobre oídos sordos. Lo mismo ocurrirá con la declaración del Ministro del Exterior chileno y miembro del Partido Socialista, José Miguel Insulza, que a Pinochet se le podrá enjuiciar en su propio país.

La ley de amnistía que el mismo Pinochet impuso en 1978 prohibe que a los ex-miembros del gobierno miltiar se les lleve a los tribunales por haber cometido abusos contra los derechos humanos. Organizaciones que defienden los derechos humanos han entablado pleito en contra del general, quien es senador vitalicio, con las pocas esperanzas que la ley de amnistía sea reinterpretada para que se permita causa contra delitos específicos, sobretodo la tortura. Pero la declaración de Insulza que estas diligencias se llevarán a cabo es un fraude transparente.

Aún si éstas se permitieran, Pinochet tendría la opción de ser enjuiciado por un tribunal militar. La semana pasada, la Corte Suprema chilena rechazó una petición del gobierno para que ésta interviniera y así asegurar que a Pinochet algún día se le pueda enjuiciar en un tribunal civil.

El gobierno estadounidense insiste de manera enfática que no haya juicio. Tras semanas de cabildeo secreto, la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright, ha hecho una declaración abierta que efectivamente demanda que el gobierno de Blair le permita a Pinochet regresar a Chile. La razón oficial es que a los Estados Unidos le preocupa la estabilidad de Chile. Esta es seria cuestión.

La mentira de la democracia chilena

La supuesta transición de Chile a la democracia se basa en una mentira: que a todos les interesa olvidar el pasado y perdonar los crímenes que se cometieron. Esto simplemente perpetúa la situación en que un grupito de personas se enriquece a costillas de las masas empobrecidas, quienes a su vez viven bajo la amenaza perpetua de la represión militar. Decir la verdad acerca de la presuntua democracia chilena significa señalar regímenes similares por toda Latinoamérica y desenmascarar la verdadera índole de programas de amnistía similares y de procesos de “verdad y reconciliación” en Africa del Sur, España y doquier.

Una de las consideraciones principales de los Estados Unidos y sus aliados es encubrir el papel de la CIA en el golpe de estado de Pinochet en 1973 contra el gobierno de Salvador Allende. Ya sabemos que Nixon y su Consejero sobre la Seguridad Nacional, Henry Kissinger, asignaron $8 millones para financiar la campaña que desestabilizó a Allende. Kissinger le había dicho a la CIA que “la política firme y decidida” de Washington consistía en que los militares chilenos, capacitados por Los Estados Unidos, derrocaran a Allende. En 1975, Richard Helms, director de la CIA, admitió que su agencia había participado en los sucesos chilenos.

Cuando por fin se dio el golpe en septiembre, 1973, barcos de guerra estadounidenses aparecieron en la costa chilena y funcionarios de información secreta norteamericanos se mantuvieron en comunicación con Pinochet y otros dirigentes militares. Se calcula que durante los años que siguieron, la dictadura de Pinochet, que recibió la protección de los Estados Unidos a lo largo de su existencia, asesinó aproximadamente 50,000 chilenos. Las manos de los Estados Unidos están horriblemente empapadas de esta sangre, y sus gobernantes actuales están decididos a que los detalles de estas actividades permanezcan secretos.

La actual crisis diplomática y política respecto a Pinochet representa un cambio extraordinario en el proceso histórico que va mucho más allá de la suerte personal de este asesino de las masas. Su arresto ha resuscitado temas históricos y políticos de gran importancia que habían sido suprimidos por un cuarto de siglo.

Algunas preguntas críticas

Nos vemos obligados a considerar las siguientes preguntas: ¿Cuál fue el significado del golpe de 1973? ¿Cuáles fueron sus lecciones principales? ¿Cuál es la razón detrás del trastorno de fortuna de Pinochet? ¿Cuáles son las mayores insinuaciones de esta evolución?

La tragedia chilena es de las experiencias estratégicas principales del Siglo XX. La derroca del gobierno de Unidad Popular de Allende y el reino de terror que Pinochet desatara subsecuentemente causaron una herida contra la clase obrera latinoamericana e internacional tan grave que es sólo ahora que ésta, en cierto sentido, comienza a recuperarse. La instalación de un régimen militar fascista en Chile jugó un papel importantísimo en establecer las condiciones para una contraofensiva de los poderes imperialistas después de un período de movimientos militantes y potencialmente revolucionarios de la clase obrera mundial.

Una horrible derrota ocurrió en 1973. Sin embargo, un análisis crítico de esta experiencia puede, si se le comprende adecuadamente, proporcionar lecciones cruciales para los trabajadores y todos aquellos que están llegando a la conclusión que hoy es necesario luchar por el socialismo. Para evitar futuras derrotas, necesitamos hacer un análisis decidido y firme de los errores del pasado. Si fracasamos en examinar las causas de una derrota tan grande, sólo se beneficiarán las fuerzas políticas y capas sociales implicadas en los terribles sucesos de 1973 y de los años que siguieron.

El Partido Socialista de Chile, por ejemplo, está muy contento de cubrirse con la manta del martirio de Allende. A la misma vez hace un llamado a la “tolerancia y al perdón”. Su objetivo consiste en cumplir el programa político de mercado libre iniciado por el mismo Pinochet. Al mismo tiempo, este partido se declara representante de un camino democrático nuevo. De nada le serviría a sus intereses analizar la manera en que el gobierno de Allende le abrió las puertas a los fascistas.

El capitalismo y la democracia

Esta es una lección crucial que a los herederos políticos de Allende les gustaría tapar: el golpe de estado de Pinochet acabó con el mito que el capitalismo—el llamado “mercado libre”—es de alguna manera sinónimo con la democracia. En septiembre de 1973, los poderes imperialistas principales y la clase capitalista criolla de Chile se unieron para derrocar un gobierno que había sido elegido democráticamente y reemplazarlo con una tiranía militar que rigió por 17 años.

Chile a menudo se menciona como ejemplo del poder beneficioso del capitalismo y del carácter inexpugnable de su régimen. Los partidarios principales de este punto de vista, aparte de los mismos imperialistas, son los partidos stalinistas y social-demócratas. Estos aseveran que, tan pronto el imperialismo estadounidense decidió llevar a cabo el golpe militar que Pinochet dirigió, el destino de la clase obrera había sido sellado. Esta postura es rotundamente falsa; sólo sirve los intereses de esos partidos.

La posibilidad de una revolución socialista exitosa en Chile era enorme. Si hubiera triunfado, habría tenido un impacto profundísimo sobre el movimiento obrero de todo el mundo, tal como la Revolución Rusa de 1917.

Los eventos en Chile se desarrollaron dentro de un contexto internacional de luchas de clase que aumentaban a un nivel no visto desde el período que inmediatamente siguió a la Revolución Rusa. Comenzando con la huelga general francesa de mayo y junio, 1968, la clase obrera europea, en defensa de sus normas de vida, desató una poderosa ofensiva que barrió por Alemania, Italia, Inglaterra y todas partes. Como resultado, este movimiento ya para 1974 había conducido a la caída del gobierno conservador de Heath en la Gran Bretaña y al colapso de las dictaduras militares en Portugal y Grecia.

Luchas obreras, protestas estudiantiles, el movimiento por los derechos civiles y motines urbanos entre las capas más oprimidas de la clase obrera sacudieron al mismo centro del imperialismo mundial: Los Estados Unidos. Todo esto sucedía a medida que ese país se enfrentaba a un movimiento anti-guerra de masas y sufría una humillante derrota militar en Vietnam.

En Latinoamérica—y no sólo en Chile, sino también en Bolivia y en Argentina—era completamente posible que la clase obrera tomara el poder.

El papel contrarrevolucionario del stalinismo y la social-democracia

Los partidos “comunistas” stalinistas y social-demócratas fueron los principales actores que acudieron al rescate del imperialismo mundial para salvarlo de la amenaza revolucionaria. Fueron ellos quienes, país tras país, batallaron concientemente para desarmar a la clase obrera política y prácticamente y así cerrarle el camino a la revolución socialista. Esto lo lograron subordinando a la clase obrera a una perspectiva reformista en los países desarrollados y pintando al nacionalismo burgués de los paises semi-coloniales con colores pseudo-socialistas. Grupos radicales de la clase media pseudo-trotskyistas, maoistas, etc., jugaron un papel auxiliar, pues se limitaron a ponerle presión a estas dirigencias.

Es posible que Chile haya sido la peor de estas traiciones. En nombre del “marxismo”, el gobierno de Allende y el Partido Comunista Chileno promulgaron lo que llamaban “el camino chileno al socialismo”. Insistían que la antiguas tradiciones de la democracia chilena hacían innecesario mobilizar a la clase obrera en lucha revolucionaria para derrocar el sistema capitalista.

Presuntamente, “cien años de democracia parlamentaria” habían hecho a Chile impenetrable al tipo de dictadura bestial impuesta en Indonesia casi una década antes; en cambio, un camino parlamentario pacífista y gradual era posible. Esta ilusión mortífera fomentó la idea que los derechos democráticos de la clase obrera podían confiársele a las capas progresistas de la clase gobernante, incluyendo los militares.

Aunque Allende haya puesto en práctica ciertas reformas y nacionalizaciones limitadas, su gobierno se caracterizó por la negativa en expropiar los intereses imperialistas en Chile, por su cobardía ante los capitalistas criollos y latifundistas y por su postración ante el estado.

Una justificación teórica de la defensa del dominio capitalista

Los stalinistas proporcionaron la justificación ideológica del régimen de Allende. La declaración del Comité Internacional de la Cuarta Internacional que se publicó después del golpe cita a un vocero del stalinismo chileno, quien escribió lo siguiente poco antes que los militares se apoderaran del país: “Una característica peculiar del proceso revolucionario en Chile es que éste comenzó y continúa dentro del marco de las instituciones burguesas del pasado...En Chile, donde una revolución popular democrática, antiimperialista, antimonopolista y antifeudalista se está desarrollando, esencialmente hemos mantenido la antigua maquinaria del estado. Las fuerzas armadas, que observan su status como institución profesional, no forman parte del debate político y se someten a la disciplina civil que se ha constituído legalmente. Vínculos de cooperación y respeto han surgido entre el ejército y la clase obrera para lograr el objetivo patriótico de transformar a Chile en una nación libre, avanzada y democrática.

“Elementos ultra izquierdistas abogan por la introducción inmediata del socialismo. Nosotros mantenemos, sin embargo, que la clase obrera alcanzará todo el poder gradualmente: esto concuerda con nuestra adquisición de la maquinaria del estado, la cual comenzaremos a transformar a beneficio de una evolución más amplia de la revolución”. [Traducido del inglés]

He aquí la perspectiva de dos estapas que el stalinismo promulga: primero, una lucha por la democracia burguesa contra el feudalismo. Solamente en un futuro lejano e indefinido se permitirá considerar la posibilidad de la lucha por el socialismo. Este concepto, radicalmente falso y anti-histórico, fue refutado teóricamente por León Trotsky cuando elaboró su perspectiva de la Revolución Permanente después de la Revolución de 1905 en Rusia, y refutado en la práctica por la Revolución de 1917, en la cual la clase obrera, bajo la dirección de Lenín, Trotsky y el Partido Bolchevique, se ganó el apoyo del campesinado oprimido, tomó el poder en sus manos y comenzó a cementar las bases para la construcción de una sociedad socialista. La perspectiva de la revolución socialista mundial caracterizaba la estrategia revolucionaria de los bolcheviques bajo Lenín y Trotsky. Estos reconocieron, y repetidamente declararon, que el éxito final de la revolución socialista en Rusia dependía de la construcción de partidos revolucionarios marxistas de la clase obrera y la extensión de la revolución a nivel internacional.

Basándose en su plan teórico, el cual era nacionalista y antirrevolucionario a la vez, los stalinistas chilenos definieron la lucha que se desarrollaba como revolución puramente democrática. Esto significaba, según insistían ellos, que los trabajadores estaban obligados a subordinarse a la burguesía, la cual pintaban de progresista y aún de revolucionaria. El Partido Comunista de Chile funcionaba dentro del régimen de Unidad Popular de Allende como cuerpo de policía política encargado de defender la propiedad burguesa y de prohibír toda acción que los trabajadores y campesinos tomaran en desafío de la propiedad de los capitalistas y de los terratenientes.

La burguesía chilena y el imperialismo

Tal como los sucesos brutal e implacablemente demostrarían, la burguesía chilena no era capaz de, ni estaba dispuesta a, jugar el papel que los stalinistas le habían asignado. En esta época imperialista, tanto en Chile como en todos los paises que llegaron tarde al capitalismo, la clase gobernante criolla es incapaz de cumplir los deberes típicos de la revolución burguesa democrática: la disolución de los latifundios, la liberación de los campesinos, la creación de instituciones gubernamentales parlamentarias y la liberación de Chile del dominio imperialista.

A nivel internacional, los capitalistas chilenos estaban vinculados al imperialismo extranjero, sobretodo al de los Estados Unidos. A nivel nacional, estaban atados a las élites latifundistas. No importan las diferencias que tuvieran con Washington; reconocían que la peor amenaza era la clase obrera chilena.

No existen muchos ejemplos de una burguesía que tanto dependa de un poder imperialista como la de Chile. Sus militares fueron la creación del gobierno de los Estados Unidos y de la CIA. Los cálculos de la burguesía—y del mismo Allende—confirmaban que cualquier intrusión en los intereses estadounidenses ubicados en Chile provocarían una intervención norteamericana aún más cruel y despiadada que la que se había entablado contra del régimen de Castro en Cuba. Además, cualquier intento de liberar a Chile del dominio estadounidense inevitablemente desataría la fuerza revolucionaria de los trabajadores chilenos.

Se puede decir que Allende y Pinochet, cada uno a su manera, fundamentalmente expresaban el carácter contrarrevolucionario de la burguesía chilena: Allende con su servitud ante el imperialismo y Pinochet con su salvajismo contra la clase obrera.

La revolución socialista y la defensa de los derechos democráticos

No existía ningún prospecto genuino para el desarrollo democrático en Chile sin que se desafiara al sistema de propiedad privada al cual estaban vinculados los medios de producción y el dominio imperialista. Los dos eran las causas fundamentales de la pobreza y la explotación del pueblo trabajador. Esta situación exigía la mobilización política independiente de la clase obrera chilena y de las masas oprimidas para luchar por un gobierno obrero y un programa socialista. Además, el éxito requería una lucha para unir a los trabajadores de Chile con sus hermanos y hermanas de clase en Latinoamérica, Los Estados Unidos y en todo el mundo.

Al alentar ilusiones acerca de la burguesía chilena, el Partido Comunista rehusó aceptar la índole clasista y el papel represivo del estado capitalista. El estado no es un cuerpo neutral como alegan los stalinistas; es el instrumento con que una clase domina a la otra. Su función consiste en defender las relaciones de propiedad capitalista. Igualmente, los militares no son “el pueblo en uniforme”, pero pelotones de hombres armados cuyo fin es proteger el derecho de los grandes negocios a explotar a la clase obrera.

Como explica el CICI en su declaración: “Ningún régimen popular podría haber coexistido con las fuerzas armadas chilenas dirigidas por los representantes más reaccionarios de los capitalistas y los terratenientes. Todos sus dirigentes eran reaccionarios profesionales capacitados por la CIA.

“En vez de disolver el congreso, el senado y las fuerzas armadas, y en lugar de crear una milicia popular cuyo poder se podía derivar de los comités obreros y de los comités de los campesinos pobres, los stalinistas chilenos se convirtieron en los defensores principales del “la ley y el orden” burgueses con la creación del gobierno de Unidad Popular”.

La clase obrera fue subordinada a una perspectiva puramente parlamentaria, lo cual le abrió las puertas a su sangrienta derrota. En el congreso y en el senado se permitió que los partidos derechistas—el Demócrata-Cristiano y el Nacionalista—laboraran sin impedimentos para derrocar a Allende. El partido de Eduardo Frei hacía todo lo posible para demorar y obstruir las reformas de Allende, mientras que fuera del parlamento las organizaciones militares y fascistas preparaban su contraofensiva.

Cómo el régimen de Unidad Popular desarmó a la clase obrera

En esta situación, Allende y sus compinches stalinistas hicieron todo posible para oponerse a todo intento de la clase obrera para mobilizarse en oposición a estos acontecimientos. Allende consistentemente rehusó darle apoyo a la creación de una milicia obrera. y en septiembre, 1972, declaró: “No habrá fuerzas armadas excepto aquellas bajo el amparo de la constitución. Es decir, el ejército, la marina y la fuerza aérea. Eliminaré a toda otra que aparezca”. [Traducción del inglés]

Junto con esta negativa en armar a los trabajadores y la glorificación de los militares comenzó el retroceso sistemático de las reformas prometidas. Esto pronto necesitó no solamente la represión abierta de los mineros de cobre y otros trabajadores y campesinos pobres que protestaban su dolorosa situación, sino también de cualquier grupo político izquierdista que pudiera amenazar la estabilidad del capitalismo chileno.

Aún después del intento del golpe de estado llevado a cabo por el Segundo Batallón Blindado en junio, 1973, el dirigente stalinista Luis Corvalán declaró: “Continuamos apoyando el carácter absolutamente profesional de nuestras instituciones armadas” Esto lo decía al mismo tiempo que entraba en vigencia una “ley para el control de armas”, cuya razón de ser era prevenir que los trabajadores se armaran.

La ironía que Allende nombrara a Pinochet jefe de las fuerzas armadas, presumamente porque éste se había comprometido a “defender la democracia”, no es nada insignificante. La declaración del CICI explica: “El ataque final contra el palacio del presidente el 11 de septiembre se convirtió en el golpe culminante concebido gracias a la aquiescencia del gobierno y del partido stalinista. Como Hitler y Franco, Pinochet ganó por omisión, a causa de la traición del stalinismo”.

¿Fue posible un resultado diferente?

¡Sí! Si hubiera existido un partido revolucionario genuino en Chile, éste habría mobilizado las masas chilenas bajo la dirigencia de la clase obrera para derrocar el estado capitalista y establecer un gobierno obrero. Habría luchado por unir a la clase obrera chilena con sus hermanos y hermanas internacionales. Eso hubiera incluido una exhortación a la clase obrera estadounidense para que ésta se opusiera a las intrigas de Nixon y Kissinger. La victoria habría sido absolutamente posible si ésta se hubiera basado en esta perspectiva

Las consecuencias internacionales del golpe chileno

Durante las últimas semanas se ha escrito mucho acerca de la represión tan horrible que siguió al golpe, pero hay dos temas que no se han explorado adecuadamente: el impacto político de esta derrota y las consecuencias sociales y económicas que produjo.

El mismo Pinochet muchas veces le ha dado énfasis a lo que él considera su contribución duradera a Chile: primero “efectivamente purgamos a la nación de los marxistas”; y segundo, se estableció un régimen que comprendía que “la construcción de la nación significa hacer a Chile un país de propietarios, no de proletarios...Son los ricos los que producen el dinero. Hay que tratarlos bien para que produzcan más dinero”. [Traducido del inglés]

Nosotros de ninguna manera aceptamos la definición de “marxista” con que Pinochet ha pintado a Allende y a los stalinistas. Pero el golpe sí que introdujo un período en el cual se suprimió toda actividad política en la clase obrera y los grandes negocios gozaban como si todos los días fueran de fiesta.

El desarrollo económico que se dió bajo Pinochet—el cual sólo benefició a los grandes negocios internacionales y chilenos y a una angosta capa de la población—se basó en la matanza de las masas y la destrucción de las normas de vida y los derechos democráticos de los trabajadores. Desde un punto de vista político, esto fue de gran importancia, pues robusteció las declaraciones de los poderes imperialistas internacionales que el socialismo ya no se encontraba a la orden del día. Junto con las derrotas infligidas con la ayuda de los partidos stalinistas y social-demócratas internacionalmente, Chile le abrió campo a un cambio derechista en la política y la economía que encontró su expresión más avanzada en la elección de Reagan en Los Estados Unidos y Thatcher en la Gran Bretaña y en la búsqueda de la economía monetarista a nivel mundial.

En esta esfera Chile otra vez tomó la vanguardia. La destrucción de las condiciones y organizaciones sociales de la clase obrera que la dictadura de Pinochet causó creó oportunidades sin paralelo para que el capital extranjero y la burguesía chilena se enriquecieran a sí mismos. Peritos de la CIA fueron conscriptos para que asistieran a Pinochet a cumplir el programa—el más radical del mundo—que convertiría las propiedades del estado en bienes de dominio privado y favorecería la anulación de leyes que regían a las empresas privadas. El cuidado de la salud, el seguro social, las pensiones y la educación—todos se vendieron al sector privado al mismo tiempo que se abolían las rentas internas que las empresas privadas tenían que pagarle al gobierno.

Los “Muchachos de Chicago”

Todo esto lo dirigió un grupo de economistas que llegaron a conocerse como los “Muchachos de Chicago” debido a que habían estudiado en la Universidad de Chicago bajo la tutela del arquemonedarista Milton Friedman. De acuerdo al informe sobre actividades secretas en Chile que se le presentó al senado estadounidense, la CIA también financió las actividades del grupo. Entre 1975 y 1989, los Muchachos de Chicago vendieron propiedades del estado a más de 160 empresas privadas, 16 bancos y a más de 3,600 fábricas agro-industriales, minas y bienes raíces. También devolvieron la propiedad que el gobierno de Allende había confiscado.

Milton Friedman una vez declaró que Pinochet “ha apoyado una economía basada totalmente sobre el mercado libre, lo cual es cuestión de principios para él. Chile es un milagro económico”. Durante las últimas semanas, el Sr. Friedman ha hecho un esfuerzo supremo por insistir que su colaboración económica con el régimen de Pinochet—y su aceptación de éste—no se tradujo en apoyo político a la represión. No importa cual sea su postura, los Muchachos de Chicago ya han admitido que necesitaban una dictadura para poner en práctica su agenda.

Sergio de Castro, arquitecto del programa económico de Pinochet, ha dicho que la represión militar fue necesaria para introducir la “libertad económica”. Esto “dió lugar a un régimen duradero; le dió a las autoridades un grado de eficacia imposible bajo un régimen democrático; e hizo posible que se aplicara un modelo desarrollado por peritos sin depender de las reacciones sociales que su cumplimiento causara”. (Citado por Silvia Bortzutsky, “The Chicago Boys, Social Security, and Welfare in Chile”, The Radical Right and the Welfare State, p. 90 (Howard Glennerster and James Migdgley, editores).

Gran parte de la expansión económica de Chile se basó en la acumulación de la deuda externa y en la especulación financiera. Cuando la burbuja reventó en 1982, la producción nacional bruta de Chile bajó un 14 por ciento. Para ese entonces, Chile ya había acumulado una de las mayores deudas per cápita de Sudamérica. El desempleo subió al 30 por ciento, y la crisis de la deuda chilena sirvió de mecha para las protestas obreras durante tres años. Pero esto reveló de nuevo la razón por la cual el capitalismo mundial abrazaba a Pinochet. A instancias del Fondo Internacional Monetario (FIM), el Banco Mundial y los acreedores internacionales de Chile, el gobierno se apoderó de los bancos y negocios en bancarrota a un costo de $4.7 billones adicionales en préstamos extranjeros.

El precio que los obreros chilenos han pagado

Los trabajadores y los oprimidos tuvieron que pagar un precio terrible por todo esto. Para 1976, los sueldos reales habían declinado 35 por ciento y quince años después todavía no habían excedido los niveles de 1970. Durante la primera década del régimen militar, el desempleo subió al 20 por ciento. Aquellos que ni siquiera llegaban al margen de la pobreza establecida por el gobierno aumentaron del 17 al 40 por ciento de toda la población.

El consumo para el 20 por ciento más pobre de la población de Santiago disminuyó un 30 por ciento, pero aumentó 15 por ciento para el 20 por ciento más rico. Entre 1987 y 1990, el 10 por ciento más rico de la población rural vio sus ingresos aumentar 90 por ciento; el 25 por ciento más pobre vio los suyos disminuir. Los gastos per cápita para el cuidado de la salud se redujeron por más de la mitad entre 1973 y 1985, desatando un aumento explosivo de enfermedades relacionadas con la pobreza, tales como el tifus, la diabetes y la hepatitis vírica.

Aún después de la presunta transición a la democracia en los 1990, el programa económico de Pinochet seguía en vigencia. En El mito del milagro chileno, Stephanie Rosenberg explica: “Los muchachos de Chicago y el centro-izquierda ambos están de acuerdo con que el mercado y el sector privado deberían dirigir el proceso de desarrollo. Ambos hacen hincapié a que la expansión económica es la clave para eliminar la pobreza y rechazan medidas gubernamentales para reducir la falta de igualdad o que podrían arriesgar la inflación. Ambos están de acuerdo que lo fundamental para el desarrollo de Chile es la expansión de las exportaciones. Por lo tanto ambos respaldan que la economía permanezca abierta”.

Resultado: los cálculos oficiales del gobierno indican que en un país de 13 millones, entre 4 y 5 millones viven en la pobreza. Los trabajadores chilenos son de los más explotados del mundo.

Es posible que en algunos casos la represión haya sido menos severa, pero un proceso similar había ocurrido posteriormente por todo el globo. La década de los 1980 vio una redistribución de la riqueza—de la clase obrera a los ricos—sin precedente histórico. Las naciones semi-coloniales fueron sujetas a un saqueo que las redujo al hambre. A la misma vez, una angosta capa de la burguesía y de la clase media alta creció rica como representante de las enormes empresas multinacionales que actualmente dominan la economía internacional. En los países imperialistas, una ofensiva abrumadora contra los beneficios sociales que la clase obrera anteriormente había obtenido ha conducido, por primera vez desde que terminara la Segunda Guerra Mundial, a una reducción del nivel de vida y a un nivel de pobreza que va aumentando.

Detrás del arresto de Pinochet

Al bosquejar estos acontecimientos nos damos con que ya hemos andado parte del camino hacia la respuesta a nuestra tercera pregunta: ¿Cuál es el fondo verdadero de la crisis respecto a Pinochet, y qué insinúa éste?

La situación actual de Pinochet tiene un significado simbólico que diez de millones de personas, tanto de derecha como de izquierda, comprenden en todas partes del mundo. Así como su ascenso epitomaba el comienzo de una época de reacción triunfante, su humillación del momento anuncia el principio de un período nuevo muy diferente. Nos vale notar que el otro gran beneficiario de las derrotas que la clase obrera sufriera en los 1960 y 1970—Suharto de Indonesia, quien llegó al poder por medio de un golpe de estado aún más sangriento—ha sido forzado a abandonar las riendas de su gobierno, resultado de la inquietud social que el colapso económico ha desatado en gran parte de Asia.

Así como los 1980 parecían epitomar el triunfo del mercado libre, los 1990 se han convertido en la década de su desenredo. Los esfuerzos del capitalismo por dominar su crisis a mediados de 1970 se basaron en una campaña conciente por la internacionalización. Con la asistencia del desarrollo de nuevas tecnologías vinculadas al micro-procesor, la vida económica—es decir, el proceso de producción mismo—se ha re-organizado como empresa verdaderamente internacional. Nuevas zonas del globo terráqueo, tal como los llamados “tigres asiáticos”, se convirtieron en centros de actividad económica para empresas que llevaron a cabo sus actividades a nivel mundial. Esto se usó como prueba para que el capitalismo pudiera proclamar “el fin de la historia” y su triunfo final sobre la utopía socialista.

La desintegración de la Unión Soviética y la introducción de relaciones de propiedad capitalistas parecerían confirmar esta vanagloria. En realidad, sin embargo, la suerte de la Unión Soviética—que las formas extremas del nacionalismo económico del régimen stalinista determinaron—fue solamente la primera expresión de una crisis que azota a todo el sistema del imperialismo mundial.

El ímpetu hacia la globalización ha servido para empeorar las contradicciones inherentes del sistema imperialista; contradicciones que los marxistas han identificado, contradicciones entre la producción social y la propiedad privada de los medios de producción. Además, esfuerzos para resolver el problema de las tasas de plusvalía declinantes durante los 1970 también han fracasado. Actualmente, las ganancias se están estancando y aún van cayendo. Los mercados están saturados. El resultado ha sido no sólo el colapso de los tigres asiáticos, sino también un grado de inestabilidad financiera y crisis económica a nivel mundial sin precedente desde los 1930.

Las tensiones imperialistas

Las tensiones entre los poderes imperialistas aumentan cada día en torno a una amplia gama de temas: la política económica y monetaria, el comercio, el control de los abastecimientos de petróleo, las esferas de influencia en el Golfo de Persia, los Balcanes, los países ex-stalinistas, Africa y otros lugares. Estas diferencias han tenido su importancia en el escándalo respecto a Pinochet. Aunque Los Estados Unidos desesperadamente desea que no haya juicio, Francia, entre otros poderes, casi no puede esconder la satisfacción de ver como Washington se retuerce.

Hay una sensación palpable de desorientación en el pensamiento político de la burguesía, la cual ha comenzado a darse cuenta del fracaso de su estrategia anterior, pero ésta no encuentra consenso para una política diferente. Al mismo tiempo, los antagonismos clasistas se están agudizando en todos los países. Millones alrededor del mundo ya no están dispuestos a aceptar la panacea del mercado libre y comienzan a buscar una alternativa.

Existen otros indicios del cambio en las relaciones de clase. La caída de los gobiernos derechistas de Thatcher y Major en la Gran Bretaña, de Kohl en Alemania, de Juppé en Francia y en otra cantidad de países europeos expresa que la clase obrera se mueve hacia la izquierda en forma contradictoria, llevando al poder regímenes social-demócratas que continúan siguiendo una agenda socio-económica derechista.

No obstante, un cambio político ha tomado lugar en el pensamiento de las amplias masas trabajadoras. Por ejemplo, Pinochet hace años que viene a Inglaterra como invitado de los Tories. Lo hizo de nuevo el año pasado bajo el cargo del Primer Ministro Blair. En esta ocasión el gobierno también le extendió una invitación. Cuando llegó en septiembre, Pinochet declaró que Inglaterra era “el lugar ideal para vivir” mientras cenaba con su vieja amiga Margaret y hacía sus excursiones de compra a Fortnum y Masons. Para la sorpresa de él y de Blair, ambos chocaron con la realidad; los tiempos habían cambiado.

En todos los casos a que me he referido, sin embargo, la clase obrera todavía no ha encontrado los medios para articular sus intereses independientes. Mientras los trabajadores consistentemente demuestren confusión política, sobretodo en sus capas de conciencia politítica más avanzada, presentan peligros verdaderos.

En Chile, los comandantes militares del Consejo de Seguridad Nacional exigen que el gobierno asegure la libertad de Pinochet. También están abogando por la supresión de todos aquellos que exijan justicia contra los militares y los fascistas. Conforme a la constitución de 1980, que el propio Pinochet promulgara, todavía tienen jurisdicción autónoma sobre el ejército y han amenazado con tomar acción contra la población civil.

Sea el Partido Socialista del Gobierno de Concertación en Chile o de Blair en Inglaterra, los partidos social-demócratas han virado dramáticamente hacia la derecha. En Chile, el Partido Socialista entra al gobierno como socio de una coalición con los demócratas-cristianos, cuyo partido fue de las principales organizaciones apoyadas por la CIA que colaboraran para derrocar a Allende en los 1970. Ahora aboga que a Pinochet se le deje en libertad.

Sin embargo, una de las diferencias mayores entre 1973 y el presente es que el control que los antiguos partidos tenían sobre la clase obrera se ha debilitado. Los trabajadores están inconformes con, y enajenados de, sus antiguas organizaciones. La comunidad chilena exiliada en Inglaterra recibió al Ministro del Exterior Insulza, miembro del Partido Socialista, con gritos de “¡traidor!” No cabe duda que el mismo grito también se escuchará en Santiago.

Oportunidades para que los obreros reversen las derrotas del pasado habrán de más. Pero esta es precisamente la razón por la cual las lecciones de experiencias estratégicas como las de Chile tienen que asimilarse. Todo depende de la construcción de una nueva dirigencia socialista internacional en la clase obrera.

 



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